3 de mayo, 2020
…como a un niño
a
quien su madre consuela,
así los consolaré yo.
Isaías 66.13, Biblia de Nuestro Pueblo
En memoria del Dr. Fernando Morales Sánchez, amigo y hermano
La segunda sección de Isaías 66 (vv. 10-14) inicia con una
invitación al gozo, a la alegría, al regocijo. Se invitaba a festejar a
Jerusalén, la representación del pueblo judío que se encontraba en una fase de
recomposición y reestructuración de su presencia histórica, religiosa y
cultural. El motivo del gozo ya había sido trabajado en 61.10, 62.5b (¡con
Yahvé como sujeto!), “también con motivo de la salvación de Jerusalén”.[1] Se contrasta esa alegría posible con el duelo previo
que remite al gran mensaje central de 61.1-3, referido a la opresión histórica.
“Con los motivos del nacimiento y del crecimiento se actualizan las palabras proféticas
sobre el futuro de bendición y fecundidad de Sion de 49.21-26 y 54.1-3. Sion no
es más la madre de los que regresan de Babilonia y de la diáspora, sino la comunidad
del siervo (v. 14). Ella da a luz a su descendencia masculina de forma tan
repentina (v. 7) que no le queda tiempo ni siquiera para sus dolores de parto”.[2] Se afirma, con esta serie de metáforas maternales, el
renacimiento de un pueblo: “El tema de la fecundidad, apuntado en 54,1, alcanza
aquí su expresión culminante. Es una maravilla este nacer simultáneo de todo un
pueblo”.[3]
Para el renacer de un pueblo se requiere la imagen
materna de Dios, de la divinidad enternecida alimentándolo y saciándolo con
abundancia, como se subraya en 11.b: “y se saciarán de sus consuelos”. Es la
abundancia de los bienes otorgados a la ciudad que representa al pueblo urgido.
“Saciedad, deleite, que dan los pechos de esta madre, simbolizan el consuelo y
la energización en el plano del espíritu”.[4] Este papel materno de Dios debe ser destacado sobre
todo por el peso de su imagen tan masculina en toda la Biblia.
El v. 12 muestra otra imagen preciosa, la de un río que
corre en torrente, la paz que llega por fin con las riquezas de las naciones. Nuevamente
aparece la idea de plenitud, de paz-bienestar (shalom) para las urgentes
necesidades de la nación reconstruida. Esta promesa de feliz recuperación
material permea el texto con un toque de realismo social, político, tan pertinente
para responder a lo que seguramente producía ansiedad en las comunidades, la
desazón por no tener claro el presente y el futuro inmediato.
El motivo del consuelo, específicamente como una acción
maternal, es fundamental para la recuperación del ánimo y de la
proyección de este pueblo agobiado por la congoja del exilio. Dios se desvive
por su pueblo en sus diferentes épocas para hacer que experimente esa realidad
que se arrastra como una tarea constante. Consolar es la labor de Dios desde lo
profundo, en clara continuidad con el inicio del Segundo Isaías (40.1), en
donde las visiones de los femenino ocupan el escenario:
Tampoco en la edad adulta está ausente el consuelo de Yhwh,
que consuela a la comunidad del siervo como lo hace una madre. La maternidad de
Dios había sido ya señalada a través de 42.14 (“parturienta”), 46.3s. (“desde
el seno materno” y 49.15 (“¿se olvida una madre de su criatura?”). Con ello
llega a su fin el consuelo, una de las voces guía del libro de Isaías (12.1; 40.1;
49.13; 51.3, 12; 52.9). Ahora ya no se trata más acerca de la población de
Jerusalén en su conjunto, sino sólo de los que están tristes en Sión (61.2), es
decir, de los siervos que se preocupan realmente por el futuro de Jerusalén.[5]
Jerusalén es también la madre que amamanta (12b) y
transmite su ternura y sus caricias, lo que permite agregar nuevamente el
comportamiento materno de Dios: “El texto permite usar un lenguaje femenino acerca
de Yahvé, porque el masculino no alcanza para designar una riqueza divina que
la experiencia humana sólo puede visualizar en la mujer”.[6] Esto choca con siglos de representaciones de Dios en
el nivel de lo sexuado: “En la Biblia, los nombres divinos son todos
masculinos. Las representaciones son normalmente masculinas, con algunas
excepciones en el orden de la metáfora. Las funciones normales del Dios bíblico
son patriarcales y kiriarcales”.[7] Pero aquí, el ámbito de sentido es estrictamente
femenino, circunscrito a una visión distinta de Dios que amplía metafórica y
simbólicamente el horizonte de comprensión de sus sentimientos y acciones. “Ahora
bien, si los símbolos masculinos de Dios son importantes, es allí mismo donde
notamos la ausencia del sexo femenino, y los símbolos pertinentes al
mismo. No es negativa la masculinidad de Yavé y de la Trinidad cristiana, sino
la falta de la contraparte femenina en nuestra concepción de la divinidad”.[8] Pero nuestro lenguaje es sumamente defectuoso y
limitado.
Tres veces aparece en 66.13 el tema del consuelo, pues
Dios está empeñado en consolar a su pueblo afligido como a un niño atribulado y
triste. Las palabras maternas se asocian de un modo distinto a lo que se recibe
de un padre. Ese Diosa-madre que habla tiernamente al corazón de su
pueblo asume su dolor y angustia para ayudarlo a superarlos. Estamos delante,
una vez más, de la “ternura política” de Dios, incluyente, inclusiva y
profundamente liberadora.[9] La consolación divina es uno de los temas mayores del Antiguo
Testamento y alcanza aquí sus notas más altas y conmovedoras de aplicación a la
vida real de la comunidad de fe. Tal como afirma Karl Barth. “Sólo el que
alcanza el consuelo en la idea de la graciosa elección de Dios conoce la
conmoción (schrecken) de su misterio. Pero sin ese horror ante el
misterio (de su eterna voluntad) la idea de esa graciosa elección nada consuela”.[10]
La sección vislumbra, para concluir, un anuncio y
promesa de alegría y gozo, complementándose con la metáfora del florecimiento
de los huesos para indicar la renovación de la vida (v. 14a). Las metáforas vegetales
provienen de Is 41.18, 51.3 y 58.11 y son, asimismo, una alusión a la visión de
la llanura de los huesos secos de Ez 37 y a otras porciones donde los huesos
lastimados reflejan el sufrimiento prolongado. “Alegría del corazón y
florecimiento de los huesos serán el efecto del haber visto la
consolación de Jerusalén”.[11] La restricción de esto al pueblo afirma, simultáneamente,
la acción divina contra sus enemigos, ante quienes manifestará su cólera (14b).
Este gran mensaje de salvación, nunca diferida sino presente para la vida del pueblo,
busca por sobre todas las cosas dar nuevas fuerzas de fe a su pueblo para caminar
hacia adelante, hacia los imprevistos rumbos que Dios tiene deparados para su
pueblo. Pero esas fuerzas nuevas bastarán para seguir confiando en la
interminable gracia del Señor.
[1] J.S. Croatto, Imaginar el futuro. Estructura y
querigma del tercer Isaías. Buenos Aires, Lumen, 2001, p. 462.
[2] Ulrich Berges, Isaías: el profeta y el libro.
Estella, Verbo Divino, 2011 (Estudios bíblicos, 44), p. 126.
[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid,
Cristiandad, 1980, p. 392.
[4] J.S. Croatto, op.
cit., p. 463.
[5] U.
Berges, op. cit.
[6] J.S. Croatto, op. cit.,
p. 465.
[7] J.S.
Croatto, “La sexualidad de la divinidad. Reflexiones sobre el lenguaje acerca
de Dios”, en RIBLA, núm. 38, 2001/1, p. 17, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/38.pdf.
[8] Ibid., p. 24.
[9] Cf. Víctor Manuel Mendoza Gutiérrez, La ternura
política de Dios. Lima, AETE-IFEJANT, 2018.
[10] K. Barth, Gottes Gnadenwahl. Múnich, 1926, p. 288, cit. por Javier
Hernández Pacheco, “Karl Barth: La restauración de la ortodoxia protestante”,
en RAPHISA. Revista de Antropología y Filosofía de lo Sagrado, Universidad
de Málaga, núm. 3, diciembre de 2018, p. 127.
[11] J.S. Croatto, Imaginar el futuro…, p. 466.
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