25 de julio, 2021
A
la memoria de Blanca Luz Valencia Salinas, amiga y hermana querida
Dios los bendecirá dondequiera que vivan, sea en el campo o en la ciudad. Dios bendecirá a sus hijos, y a sus cosechas y ganados. Dios los bendecirá en sus hogares, en sus viajes, y en todo lo que hagan.
Deuteronomio 28.3-5, Traducción en Lenguaje Actual
Deuteronomio 28 es un compendio de
bendiciones anunciadas como promesas para la generación del pueblo de Dios que
recibió la repetición de la Ley divina en el contexto de una nueva época dentro
de la historia de salvación. La palabra autorizada de Moisés anuncia la
disposición divina de bendecir a su pueblo si éste confiaba plenamente en Yahvé
y si obedecía los mandamientos (vv. 1-2). Esa condición ponía de relieve las
dificultades efectivas que debían enfrentarse al momento de que la comunidad de
fe fue desafiada por las ordenanzas divinas. Los compromisos a los que era
llamado el pueblo en ese momento contenían la posibilidad de ser bendecidos en
plenitud, tal como lo anuncian los vv. 3-5. La gran división del capítulo entre
bendiciones y maldiciones coloca delante de los lectores posteriores la
disyuntiva que el pueblo recibió para decidir por cuál rumbo mover su caminar. “En este prólogo histórico aprendemos que las
ceremonias de renovación berítica son espacios pedagógicos. Dios renueva la
alianza con su pueblo no sólo con el fin de presionarlos a un nuevo compromiso
de fidelidad, sino como un ejercicio pedagógico. En esta lección, Yavé aparece
como el sustentador, el protector y el guía. Es decir, la renovación de la
alianza es en realidad una lección de amor para desarrollar un proyecto de vida”.[1]
Pero,
como bien explica Edesio Sánchez C., se introducen dos elementos relacionados
profundamente: “En primer lugar,
la bendición divina no consiste tanto en la dádiva de la tierra, sino en
mantener y prosperar la vida en esa tierra. La bendición divina no se define
como un actuar de Yavé, con el propósito de salvar o proteger a su pueblo en un
momento de emergencia o peligro, sino como una presencia permanente de Dios en
la tierra que ya se posee”.[2] La tierra es vista como el don, el regalo fundamental
de la alianza de Dios con el pueblo, el espacio por excelencia para
experimentar la cercanía divina. Incluso es calificado como “el tema central de
la fe bíblica” (Walter Brueggemann, lo que da idea de las dimensiones tan
grandes de este episodio para la tradición deuteronomista.
El
otro aspecto crucial es justamente la obediencia y ésta debía realizarse en un
contexto de “lucha de dioses” por el poder para fructificar la tierra. “Sin
embargo, en segundo lugar, esto hace que la bendición vaya atada al
condicional: la bendición presupone la obediencia. Esto era de esperarse si
entendemos que la tierra que Yavé otorga al pueblo y las bendiciones de
fertilidad y abundancia de fruto ponen a Yavé en plena competencia con Baal, el
dios cananeo de la vida, la fertilidad y la agricultura”.[3] El conflicto teológico es expuesto como la razón de
ser para que la obediencia se desdoble en fidelidad, pues si no superaba la
idolatría no podrían disfrutarse las bondades de la tierra en el marco del
pacto:
Cuando
Deuteronomio habla de las bendiciones en la tierra, plantea una cuestión
teológica muy seria: las bondades de la ciudad y los frutos del campo, las
crías de los ganados y los hijos del matrimonio, ¿son regalos de Baal o se
reconocen como provenientes de la mano de Yavé? La respuesta involucra una
verdadera declaración teológica: si Israel goza genuinamente de los bienes de
la tierra y reconoce a Yavé como el dador, la bendición se torna bidireccional:
el pueblo asegura así su vida y Yavé recibe la honra que merece. El mero
hecho de que Israel reconozca en Yavé la fuente de la bendición de la tierra es
ya una afirmación iconoclasta, es decir, destructora de ídolos.[4]
El
siguiente contexto es el de los conflictos armados, en los que Yahvé garantiza
su apoyo (vv. 7-8), siempre y cuando se practique la obediencia-fidelidad (9a),
lo que asegurará también que el pueblo sería visto por Yahvé como una comunidad
especial, diferente a las demás (9b). Eso produciría temor entre los pueblos
vecinos (10). Los vv. 1, 13 y 14 presentan tres conceptos teológicos claves: el
condicional “si”, el pronombre enfático “yo”, que resalta la autoridad de
Moisés como vocero autorizado, y la palabra “hoy”, que comunica al oyente: “Esta
ley es para ti”. “No importa qué tan lejos históricamente esté el lector u oyente
respecto de Moisés: esta Palabra divina le llega con todo el peso de su contemporaneidad”.[5]
El
resto de las bondades anunciadas (muchos hijos, abundantes ganados y cosechas,
v. 11b) forma parte de la gran bendición (barak) que abarcaría a la
totalidad del pueblo y significaba que podrían recibir la potencia salvadora y
la fuerza salvífica de Dios, alcanzar esa fuerza, eso es la bendición divina
que debía producir esperanza. Yahvé abriría los cielos (12a) para expandir la fertilidad
de los campos. Nadie en el pueblo pediría prestado y, al contrario, podrían
prestarle a otros pueblos (12b). La causa de todo este bienestar sería el
estricto apego a los mandamientos y a abandonar la idolatría definitivamente
(13). La extensa lista de maldiciones anunciadas (vv. 15-68) sería la otra cara
de la moneda de no cumplir las condiciones señaladas: “Son una llamada decisiva
a la fidelidad radical: Yavé, no Baal, es la fuente de la vida”.[6]
Que
la obediencia lleva a la bendición y la desobediencia a la maldición, se
subraya asimismo en los tratados internacionales de vasallaje. Allí, bendición-maldición
son presentadas como premios o sanciones, que siguen mecánicamente a la mera
observancia de las cláusulas del tratado. En la perspectiva veterotestamentana,
la obediencia al Señor tiene otro alcance. Yahvé, fuente de vida y de bendición,
desea que Israel disfrute en plenitud de la vida. Ahora bien, el amor al Señor
y la fidelidad a sus leyes posibilitan vivIr en la órbita de sus gracias.[7]
Hoy
podemos servirnos de esa experiencia de fe para escuchar la voz de Dios que
está por encima del tiempo, de los nacionalismos y de los vaivenes de la
historia. Como parte del pueblo de Dios, podemos apegarnos a esas promesas y
confiar en que ese mismo Dios, lleno de amor y de bondad, está a nuestro lado y
desea producir y mantener la esperanza en su nombre. Quiera Él que esta
vivencia pionera en la historia de salvación produzca en nosotros una
actualización de la fe requerida para obtener los beneficios anunciados por el
Señor.
[1] E. Sánchez Cetina, Deuteronomio.
Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), p. 399.
[2] Ibid., p. 387.
[3] Ibid., pp.
387-388.
[4] Ibid., p. 388.
Énfasis
agregado.
[5] Ibid, p. 387.
[6] Ibid., p. 388.
[7] Félix García López, El Deuteronomio:
una ley predicada. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 63), p.
50.
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