viernes, 16 de julio de 2021

El Señor es la fuerza y la esperanza de su pueblo, Pbro. Raúl Méndez Yáñez

18 de julio de 2021

Juego de manos.

Durante esta pandemia uno de los órganos de mayor importancia para la preservación de la salud y la erradicación del virus han sido las manos. Mantener las manos limpias, no llevarlas al rostro y cuidar las superficies que tocan es clave para la contención del virus y evitar más contagios. Curiosa época en la que vivimos. Si de apoyar se trata, la mejor forma con la que hoy podemos echar o dar la mano, ¡es no dándola! El mejor cuidado hacia los demás es alejándonos de ellos. Estas son las nuevas pautas y seguimos acostumbrándonos a ellas. Las manos, son de este modo, un signo de higiene, supervivencia, apoyo, e, incluso amor.

En la Biblia, las manos también tienen su significado. En hebreo, para el Antiguo Testamento, “mano” se dice Yad (יָד), en plural yadót (יָדוֹת‎), y aparece para designar aquello que se posee, manipula, utiliza o fabrica. En Job 1:12, cuando Dios le da permiso a Satanás para atribular a Job, se le dice “Todas sus posesiones están en tus manos”. En el libro de Daniel 10:10 leemos, en medio de una de las visiones del profeta: “Entonces, he aquí, una mano me tocó, y me hizo temblar sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos”. Es de notar, sin embargo, que la mayor parte de veces en que aparece la referencia a las manos es en el libro de los Salmos. Sea en sentido literal o figurado, sean estas manos humanas, como en el Salmo 63:4 que dice “En tu nombre alzaré mis manos”, bien, las manos de Dios, como en Salmo 19:1: “el firmamento anuncia la obra de sus manos”.

En el Nuevo Testamento manos se dice keir (χείρ) y con esta palabra se expresan acciones físicas de utilizar las manos como en Lucas 24:50 donde dice que Jesús “alzó las manos y los bendijo”, o bien, como acto ritual de imponer las manos sobre otros para sanar o impartir dones, como en Hechos 19:6 que señala: “habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo”. El uso de las manos como gesto litúrgico ha causado diversas polémicas en años recientes. Como dice Marcos Vidal en su canción Cristianos¸ hay quienes hoy discuten si al orar, hay que alzar o no las manos. A veces entre presbiterianos alzar las manos nos cuesta trabajo pues no queremos parecer demasiado carismáticos. ¿Qué significa, entonces, el acto de alzar las manos? De eso precisamente estaremos hablando en esta mañana a partir del Salmo 28. Quiero presentarles tres tipos de manos.

1.  Manos traicioneras.

No me arrebates juntamente con los malos, Y con los que hacen iniquidad, Los cuales hablan paz con sus prójimos, Pero la maldad está en su corazón. Dales conforme a su obra, y conforme a la perversidad de sus hechos; Dales su merecido conforme a la obra de sus manos… (v 3,4)

En este salmo se exclama a Dios para que a los malos se les pague “conforme a las obras de sus manos”. ¿Qué es lo que estas manos han hecho que se exclama un castigo? La respuesta está en el mismo versículo 3. Han cometido “iniquidad”. En hebreo dice resaim (רְשָׁעִים֮), que proviene de la palabra rasha (רָשְׁע). Si bien se traduce como “iniquidad” o “maldad” no es cualquier tipo de maldad. Es una maldad traicionera. Se utiliza, por ejemplo en Éxodo 2:13 cuando Moisés ve que un hebreo está golpeando a otro hebreo. Esto se considera un acto de iniquidad no solo porque golpear y dañar sea malo, sino porque el acto proviene de un mismo hermano. Rasha se asocia con engaño, traición y doblez de corazón.

Estos inicuos, de quien se está pidiendo que Dios les de su castigo, no son extranjeros, filisteos ni egipcios. No son enemigos de guerra como aparecen en otros Salmos, Estos perversos tienen una nota más triste y traicionera. Se trata de hebreos, hermanos del pueblo de Israel que, sin embargo, son fraudulentos y engañan. El salmista describe este tipo de maldad de una forma poética: Hablan paz con sus prójimos, Pero la maldad está en su corazón. Por un lado hablar de paz y amistad, por el otro, y al mismo tiempo, tener intenciones ocultas orientadas a engañar y lastimar. ¡Esas son las obras de sus manos, tales son las perversidad de sus hechos!

Se utiliza la figura retórica de las manos para enfatizar la maldad de estos inicuos porque, en efecto, utilizan sus manos para engañar. Pueden estarte abrazando de frente, pero por detrás, cual Bruto a César, no tardan en clavarte la daga por la espalda. Las manos aquí representan la doblez de corazón, las segundas intenciones. Y es uno de los peores tipos de maldad: traicionar a quienes confían en ti. Y más, porque como en la escena que vio Moisés, se está dañando a los propios hermanos. Como sabemos, Juan Calvino decía que los Salmos son una “anatomía del alma”. Es cierto. Pero también, ante este tipo de situaciones tan tristes pero reales, hermanos de la fe traicionando la confianza, también podemos decir que los Salmos son un reflejo de la humanidad y de la sociedad. 

Veamos ahora otro tipo de manos.


Manos de caridad

Oye la voz de mis ruegos cuando clamo a ti, Cuando alzo mis manos hacia tu santo templo. (v.2).

Antes de presentarnos las manos de los traicioneros, el salmista se había presentado a sí mismo. En este salmo, el adorador aparece envuelto en la desesperación. Inicia su canto diciendo: A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, Para que no sea yo, dejándome tú, Semejante a los que descienden al sepulcro. Esta introducción es alarmante, incluso tétrica, sobre todo por la expresión “semejante a los que descienden al sepulcro”.

Que sepamos, solo hay un caso en toda la Biblia de personas que descendieron vivos al sepulcro a la vista de todo el pueblo. Se trata de los hijos de Coré, según narra el capítulo 16 del libro de Números. Coré pertenecía a un clan de la tribu de Leví dedicado a la alabanza. Del mismo modo que otro director de alabanza, este en los cielos, Coré intentó sublevarse contra la autoridad incitando a 250 israelitas, tanto de la tribu de Leví como algunos rubenitas, a sublevarse contra Dios y Moisés. Y, del mismo modo, que ese otro director musical rebelde, Lucero de la Mañana, Coré y su séquito fueron desterrados. Satanás condenado al inframundo, los hijos de Coré, según cuenta el libro de Números, fueron tragados vivos por la tierra hacia el Seol, la tumba, el inframundo. Según un pasaje del Talmud, los hijos de Coré permanecieron vivos en el Seol, apartados en un lugar en donde se dedican a elevar Salmos y alabanzas desde las profundidades y exclamando “¡Moisés tenía razón!” (Sanhedrin 10:10).

Coré era miembro del pueblo de Israel. Y descendió al Seol por confrontar a su propio hermano Moisés. ¡Esto es lo que nuestro salmista quiere evitar! No solo está pidiendo que se le libre de la muerte. En realidad su clamor no es egoísta ni pensando exclusivamente en salvar su pellejo. Cuando clama por no ser “como los que descienden al Seol”, está pidiendo que Dios nunca le permita traicionar a sus hermanos. No quiere convertirse en un inicuo (rash) que tenga doble cara. ¡Qué súplica tan sui generis! Generalmente le pedimos a Dios que nos vaya bien y que otros no nos hagan daño. Y qué bueno que lo hagamos. Pero antes de pedir por el bienestar propio, el salmista, está diciéndole a Dios: No permitas que yo lastime a mis hermanos. Si San Francisco rezaba “Hazme un instrumento de tu paz”, nuestro salmista exclama ante Dios: Que no sea un instrumento de dolor.

¡No es fácil leer los salmos! Nos presentan de forma cruda realidades muy difíciles de digerir. Comprender que yo tengo la capacidad de hacer el mal y de dañar es algo que no me gusta reconocer. Porque pienso sobre mí mismo de forma muy excelente y heroica. Sin embargo, el salmista sabe que el primer peligro que debe afrontar es el engaño de su propio corazón. Que la primer mentira a la que debe hacer frente es la de su propia alma. Por eso presenta sus manos ante Dios, alzándolas ante su santo templo.

Hablábamos en un inicio del uso litúrgico de las manos. Alzarlas en oración. Este gesto es muy frecuente en la Biblia pero también en otras partes del Antiguo Cercano Oriente. Arqueólogos bíblicos como Othmar Keel encontraron que levantar las manos ante un santuario o ante Dios era una práctica común en Egipto y en Ugarit, tal como podemos ver en las siguientes imágenes.[1]

Se ha discutido mucho sobre qué pude significar este gesto de levantar las manos ante Dios. Hay quien dice que se trata de una forma mística de emanar poder desde las manos, otros que es una forma de autoprotección: poner tus manos ante tu rostro al estar en la presencia de Dios para no ser consumido por su luz. Otra interpretación, sin embargo, tiene una connotación menos mágica y más moral, y se adapta al contexto de nuestro Salmo. Es el sentido de alzar las manos como cuando el ladrón te dice: “¡Arriba las manos!” Y tienes que alzar las manos para que se vea que no portas nada en ella, que estás desarmado e inofensivo.

“Alzo mis manos hacia tu santo templo”, significa en nuestro Salmo: Soy sincero, inocente, no tengo segundas intenciones. A diferencia de los inicuos que engaña con sus palabras y sus manos, yo no oculto nada en ellas. No sostengo ninguna daga traicionera, mis intenciones son transparentes. Yo no quiero dañar a mis hermanos. Aquí están mis manos vacías.

¡Qué importante es salir del orgullo propio incluso siendo cristianos! Otra de las razones por las que se supone que elevamos nuestras manos ante Dios es para que, mostrándolas vacías, Dios las llene. De forma muy extraña, hay quienes, como Jesús Adrián Romero, en su alabanza “Con manos vacías” piensan que se trata de declarar ante Dios que somos unos inútiles que no poseen nada, confesar nuestra ineptitud y pobreza, “no tengo nada que darte” y que, por eso, de algún modo, Dios verá nuestra incompetencia y nos llenará de riqueza. Asi, alzar las manos ante Dios se vuelve en un acto egoísta que, de algún modo, espera una recompensa. Pero ¿cómo declarar ante el Señor que siembra donde no cosecha que tengo las manos vacías por incompetencia? Ya podremos suponer lo que nos responderá: “Siervo malo y negligente” (Mateo 25:26).

Pero el salmista piensa distinto. No levanta sus manos vacías ante el templo para declararse inútil y esperar egoísta una recompensa. En realidad este gesto de manos alzadas es una declaración de ejercicio ético. Porque, comparando sus manos con la de los inicuos traicioneros, nuestro salmista exclama: Yo no voy a traicionar, soy sincero y mis intenciones son transparentes. Presento mis manos vacías no para recibir una recompensa, sino para declarar que protegeré a mi prójimo. No le hablaré de paz pensando su mal, sino que seré honesto, probo y genuino. Por eso alzo mis manos a tu templo, Señor, para que veas que soy digno de confianza. No alzo mis manos de forma egoísta, para mí, sino como gesto de amor a mi prójimo.

Son manos que no buscan lo suyo, sino el bienestar de los demás. Manos de amor, manos de caridad.

3.   

      Las manos de Dios

Por cuanto no atendieron a los hechos de Jehová, Ni a la obra de sus manos, El los derribará, y no los edificará (v 5)

Finalmente tenemos un último par de manos. Las de Dios. En la poesía hebrea no solo se rimaba mediante semejanza de sonidos, sino de conceptos presentados en contraste o paralelismo. Aquí vemos cómo se repite la misma expresión con la que se califica a los inicuos “La obras de sus manos”. En el versículo 4 leemos sobre los malos kə-ma-‘ă-śêh yə-ḏê-hem (יְ֭דֵיהֶם  כְּמַעֲשֵׂ֣ה), y sobre Dios leemos: ma-‘ă-śêh yā-ḏāw; (יָדָ֑יו מַעֲשֵׂ֣ה). Como notamos hay cierta semejanza fonética, pero, ante todo, hay una semejanza lingüística y un paralelismo conceptual que se traduce, en una y otra ocasión como “la obra de sus manos”.  

Como vimos, la obra de las manos de los inicuos es la de traicionar a su propio pueblo. En cambio, ¿cuáles son las obras de las manos de Dios? El versículo 8 nos lo explica: Jehová es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido. “Su pueblo”, “su ungido”. Israel, y también, nosotros, la iglesia de Cristo. Dios es nuestro hacedor, quien con sus manos, cual alfarero, nos ha moldeado según nos dice el libro del profeta Jeremías 18. ¡Nosotros somos las obras de Dios! De eso trata este salmo: mostrarnos que Dios, con sus manos, nos ha hecho y que con sus manos nos cuida. Dios es nuestra fortaleza porque sus manos son fuertes, Dios es nuestro refugio y esperanza, porque sus manos nos sostienen.

La obra de las manos de los inicuos es dañar al pueblo de Dios con engaños y doblez de corazón. La obra de las manos de los hijos de Dios es bendecir y apoyar, honestamente y con transparencia a su prójimo, a su pueblo. Las obras de las manos de Dios, ¡son su pueblo! A quien sostiene y protege. Estamos en manos de Dios y eso nos debe ser confort, alegría y esperanza. Él no permitirá que seamos engañados, nos protegerá de los traicioneros. Dios es nuestro refugio y en sus manos y brazos encontramos amparo.

Las manos de Cristo en esta Tierra nos demostraron lo que son las obras de Dios. Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo (Juan 5:17) exclamó Jesús. Y con sus manos sanaba a los enfermos, alimentaba a los hambrientos, tocaba a los repudiados. Las manos de Jesús fueron una muestra palpable de las obras de Dios y ¿qué nos pide sino que hagamos y seamos lo mismo?

A veces nos la pasamos mucho tiempo discutiendo si “tenemos” que hacer buenas obras o si la salvación solo es por fe. Esta discusión es muy vana y desatinada. Este Salmo 28 lo pone de manifiesto. Antes que pensar en hacer buenas obras, debemos caer en cuenta de que nosotros somos las buenas obras de Dios. No es solamente que Dios obre mediante en nosotros, sino que Dios hace buenas obras con nosotros. Nuestra misma existencia ya es una buena obra de Dios.

Por lo tanto, de lo que se trata no es meramente de hacer, sino de ser. Las obras de mis manos serán buenas siempre que las alce honestamente y sin engaño, que no pervierta lo que soy. Para el cristiano hacer buenas obras no es un excedente ni una cuota de salvación. Hacer buenas obras ¡es lo que los cristianos somos!, una expresión de nuestra identidad y apego a la cruz de Cristo.

Cierto, no necesitamos hacer buenas obras para salvación, porque aquí las únicas buenas obras que cuentan son las de las manos de Dios. ¡Y nosotros somos esas buenas obras! “Buenas en gran manera” (Génesis 1:27) como declaró desde el comienzo de la Creación. Cristiano, cristiana, Dios no te pide un excedente de esfuerzo para que hagas buenas obras, solo te pide que seas quien eres, que no traiciones tu identidad en Cristo, que vivas libremente siendo tú misma y siendo tu mismo, con honestidad y transparencia sabiendo que la mejor buena obra no es la que puedes hacer, sino la que tú eres.



[1] KEEL, Othmar, Iconografía del Antiguo Oriente y el Antiguo Testamento, Trotta, Madrid, 2007.

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