Romanos 6.1-14
6 de abril de 2008
6 de abril de 2008
1. Los cristianos/as viven “amenazados de resurrección” (Julia Esquivel)
Desde que el acontecimiento de Cristo se instaló en la historia humana, las coordenadas entre muerte y vida se modificaron porque entró un tercero en discordia entró en juego: la resurrección. Efectivamente, la creencia en esta realidad aparentemente anti-natural pero profundamente subversiva fue incubándose en las profundidades de la esperanza humana como una posibilidad real para tratar de compensar “más allá de la vida” lo sucedido en ella, especialmente lo malo para la inmensa mayoría de seres humanos. Si nos preguntáramos el porqué de la oposición de los saduceos a dicha creencia “reciente”, encontraríamos que les parecía inadecuada y poco ortodoxa debido a que, paradójicamente, ellos, como dueños de las tierras agrícolas de Palestina (eran los latifundistas de la época), no aceptaban ninguna forma de igualación humana o social, mucho menos en el espacio “virtual” adonde se pasaría lista de presente ante Dios. Si él aceptaba equilibrar lo sucedido en el mundo, entonces las contingencias vividas aquí se relativizarían y la utopía de la vida plena recobraría su eficacia. En ese sentido hay que entender la parábola del rico y el mendigo que anhelaba recoger las migajas de su mesa. Jesús autoriza, promueve y experimenta la resurrección como el primero que vive histórica y escatológicamente sus efectos. Aunque mentiríamos si no incluimos a Lázaro como alguien anterior a Jesús en disfrutar de la resurrección, pero ciertamente no como modelo o paradigma, porque volvió a morir.
En uno de sus hermosos y provocadores poemas, la poeta presbiteriana Julia Esquivel describe la existencia cristiana comprometida con la lucha por la justicia como una vida “amenazada de resurrección”. La promesa, esperanza o expectativa religiosa convencional es elevada a la categoría de amenaza para que esta nueva clave de interpretación despierte y motive la actualización práctica y ética de lo que Pablo escribe en su carta a los Romanos como una realidad fruto de la obra de Jesús. Vivir “amenazados de resurrección” implica superar las viejas oposiciones entre vida y muerte, así como el morbo sobre qué sucederá al término de la primera. La amenaza de la resurrección pende del hilo de la fe y la acción conscientes de que el esfuerzo histórico de Cristo fue reivindicado de manera efectiva por el Padre a la hora de regresarlo a la vida. Incluso esta amenaza debería ser parte del anuncio evangelizador de la Iglesia dadas sus resonancias éticas, escatológicas y hasta ecológicas, pues retoma el perfil de novedad que Pablo, y el Nuevo Testamento en general, subrayan con tanta insistencia.
2. Resurrección, pecado y Espíritu ante el anuncio de la vida
Sobre Romanos 6.5, Karl Barth escribe:
¿Por qué esta muerte es la gracia? Porque ella es ‘la muerte de la muerte, el pecado del pecado, el veneno del veneno, la cautividad de la cautividad” (Lutero). Porque la amenaza, socavamiento y derrumbe que arrancan de ella son obra de Dios. Porque la fortaleza de su negación es la posición más fuerte y primitiva. Porque ella, como palabra última sobre este hombre, es a la vez quicio, umbral, tránsito y cambio al hombre nuevo. Porque el bautizado (no idéntico con el que ha muerto) se identifica con el otro que ha nacido. (Carta a los Romanos. Trad. de A. Martínez de la Pera. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999, p. 252)
El símil del bautismo y la muerte, más allá de su relación espacial (bajar-subir) plantea que la resurrección se instala definitivamente en el mundo para iluminar su oscuridad permanente e ir varios pasos adelante de la mera espera sobrenatural de casi todas las religiones, pues como en el caso de la creencia en la reencarnación, ésta promueve abiertamente la desigualdad y deja al azar absoluto la posibilidad de acceder a otro grado de la creación en la escala biológica, con lo que la sociedad de castas permanece intacta y hay que “cambiar de vida”, vivir nuevamente de otra forma, para que literalmente exista algún cambio verdadero. La resurrección, por el contrario, es un motor de vida, es un nuevo comienzo (el ya) iluminado por la espera militante del todavía no.
Vivir como resucitados es estar consciente de los alcances de ambas realidades y de cómo se realizan en la vida presente, cotidiana, para transformar los aspectos básicos, esenciales, así como los más trascendentales. Es más, vivir así implica inyectar trascendentalidad a cada momento vital pues ahora se vive a la luz de la obra redentora de Dios en Jesús que ganó algo tan grande como la resurrección. Resucitamos en el día a día con sólo despertar y comenzamos a vestir o barnizar de resurrección cada cosa que hacemos. Porque la radical novedad de la resurrección no consiste solamente en convertirla en una creencia más de nuestro sistema doctrinal y olvidarnos de ella (como sucede con las doctrinas aprendidas en el catecismo…), sino ponerla a funcionar en la vida de lucha contra el pecado en todas sus manifestaciones.
3. Morir al pecado, vivir para la justicia en las contradicciones del mundo
La resurrección es un arma que permite sortear las contradicciones del mundo, pues éstas no se afrontan o resuelven con la aplicación de doctrinas como recetas o algún medicamento tópico. El pecado se desdobla de múltiples maneras para que la humanidad deje de apreciar sus armas mortíferas y su combate persistente contra la vida y la justicia. Son ellos dos los que están en juego porque directamente minan la existencia plena y la sana convivencia en el mundo. Por ello las contradicciones de éste hicieron hablar a Pablo de un auténtico conflicto espiritual, no una “guerra espiritual” (ficción inventada para no aceptar los errores de ciertas formas de evangelización y misión) o una “guerra santa” (llevada a cabo para acabar con los enemigos reales o verdaderos desde un ejercicio autoritario del poder en nombre de Dios), sino una lucha verdadera entre fuerzas opuestas que confunden a quienes están en medio de la misma como “carne de cañón” o instrumentos de uno u otro bando.
El enemigo del pecado, desde la perspectiva de la resurrección, no es la virtud o la piedad, ni siquiera el fervor religioso; para Pablo es la práctica de la justicia, aquella actuación humana que es capaz, primero, de evidenciar las contradicciones del mundo (como lo hizo Jesús en su Pasión), y segundo, de proponer formas nuevas “resucitadas” de vida en común, vida individual, vida de servicio, etcétera. Las armas de la resurrección son las obras que se realizan en función de la construcción del Reino de Dios en el mundo, adonde su aparición vital coincide con la defensa de la vida, especialmente de aquellos que están como condenados a no conocer la resurrección desde esta vida. Las contradicciones económicas, políticas y espirituales de las que se sirve la injusticia (pecado, en el lenguaje paulino) son un acicate enorme para las formas creativas de reconstrucción humana que deben desarrollar aquellos que viven como resucitados, amenazados de resurrección…
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