martes, 29 de abril de 2008

Sufrimiento, queja, enojo y fidelidad: pautas para el compromiso cristiano hoy, Rubén Arjona Mejía

27 de abril de 2008

El libro de las Lamentaciones es poesía, poesía lírica. Cualquier intento por interpretarla será eso, sólo un intento. Y es que, en tanto que son poesía, las Lamentaciones fueron escritas para leerse, para releerse, para escucharse una y otra vez. El libro de las Lamentaciones carece de las ventajas que la narrativa nos brinda. Aquí no encontramos una historia, una trama… no hay un principio, no hay un clímax, no hay un final.
¿Qué es, entonces, lo que encontramos? Encontramos sentimientos, emociones, inteligencia emocional. En el libro de las Lamentaciones nos encontramos con un grupo plural y diverso. Encontramos a las mamás y a los papás, a las y los jóvenes, a los ancianos y a los niños, incluso a los muy pequeños; a las viudas y a los huérfanos, a los príncipes y a los aristócratas, a los prisioneros y a los inmundos…
Todos están ahí porque tienen algo en común: han logrado liberarse para articular en palabras lo que sienten y piensan ante la catástrofe del 586 a.C. Tras la destrucción de su ciudad, reaccionan con el único recurso que les ha quedado: la palabra, la palabra hecha poesía. La poesía se convierte así en un grito de protesta que trasciende los límites del terror para colocarse del lado de la vida. Todo en la ciudad es un caos; irónicamente, estos poemas son ejemplos de estructura (cuatro de ellos están estructurados en forma de acrósticos). Aquí radica tan solo un rasgo que apunta a la belleza y la complejidad de estos poemas: ¡Las Lamentaciones hablan del caos ordenadamente!
Los sobrevivientes de la catástrofe están llenos de emociones y de pensamientos que tienen que expresar para poder sanar. Para el poeta, una vida bien vivida es aquella que logra conectar profundamente con las emociones humanas. Algunos de los grandes problemas de los seres humanos tienen que ver con nuestro fracaso en el manejo de las emociones, de la tristeza, el enojo, el miedo, la alegría… Lamentaciones nos enseña a trabajar las emociones, a expresarlas…
Ahora bien, en el grupo de los sobrevivientes, cada uno reacciona a su manera porque cada uno interpreta la realidad desde el sitio donde está parado. Surgen así emociones diversas y hasta contrarias: tristeza, culpa, enojo y compasión, desesperanza y esperanza…
Estas emociones son como arroyos subterráneos que de repente se fusionan, que luego se separan; que aparecen y luego desaparecen. Entre todos estos ríos… hay cuatro temas que recurren: el sufrimiento, la queja, el enojo y la fidelidad.
Escuchemos algunas de las voces que lloran, las voces de los que sufren:

El pueblo entero llora y anda en busca de pan,
Con tal de seguir con vida,
Cambian sus riquezas por comida.
Llorando le dicen a Dios:
¡Mira cómo nos humillan! (1.11)

De luto están vestidos los ancianos de Jerusalén.
En silencio se sientan en el suelo y se cubren de ceniza la cabeza.
¡Las jóvenes de Jerusalén bajan la cabeza llenas de vergüenza!

Estoy muy triste y desanimado porque ha sido destruida mi ciudad.
¡Ya no me quedan lágrimas! ¡Siento que me muero!
Por las calles de Jerusalén veo morir a los recién nacidos.

Tímidamente claman los niños:
“¡Mamá, tengo hambre!”;
luego van cerrando los ojos y mueren en las calles,
en brazos de su madre. (2.10-12)

Sí, bella Jerusalén,
deja que tus habitantes se desahoguen ante Dios.
Y tú, no dejes de llorar;
¡da rienda suelta a tu llanto de día y de noche!

Alza la voz y ruega a Dios por la vida de tus niños,
que por falta de comida caen muertos por las calles.
Clama a Dios en las noches;
cuéntale cómo te sientes. (2.18-19)

Realmente me duele ver sufrir a las mujeres de Jerusalén.
Se me llenan de lágrimas los ojos,
pero no hay quien me consuele.
¡Espero que desde el cielo Dios nos mire y tenga compasión! (3.49-51)

Con las Lamentaciones, aprendemos a sufrir. Hay respeto por la dignidad y el sufrimiento de los seres humanos. Más aún, el poeta nos invita y ayuda a expresar el sufrimiento con palabras. Esta es parte de la función terapéutica de las lamentaciones. Las lamentaciones fueron escritas para que los sobrevivientes de la catástrofe pudieran enfrentar y superar el sufrimiento y el shock. Estos poemas le dan viabilidad a la supervivencia. Aquí hay un rasgo de lo que debe ser la Iglesia en un tiempo de intenso sufrimiento. El sufrimiento no puede evitarse, pero sí podemos y debemos identificarlo, nombrarlo, valorarlo y ritualizarlo para hacerlo superable. Vivimos en un mundo que busca evitar el dolor a toda costa… por eso somos constantemente bombardeados por un cúmulo de información para dejar de sufrir. Desde medicamentos de todos tipos hasta el discurso de grupos religiosos que anuncian “Pare de sufrir”… Las Lamentaciones, como la Escritura, nunca dicen que no hay que sufrir. Al contrario, nos recuerdan que el sufrimiento es un recurso nada despreciable para conocer, aprender y creer. La Iglesia tiene que volver a tomar en sus manos su identidad como comunidad terapéutica, la comunidad que nos acompaña y nos ayuda a sanar.
Un segundo tema recurrente en las Lamentaciones es la queja. Sí, las quejas en contra de Dios. Esa es la belleza de la poesía como lo es también de la oración. Las Lamentaciones son el recurso por excelencia para hablar de Dios sin censura. El poeta/el orante puede quejarse y saber que, diga lo que diga, Dios le seguirá amando. Quejas al por mayor... Si Dios estuviera incluido en los registros de la Profeco, seguramente le ganaría a Telmex y a la Compañía de Luz en número de quejas. Quejarse con Dios, y más aún, quejarse en contra de Dios suena fuerte. Pero el poeta dirá con razón, “Si nos quejamos con Dios, ¿con quién podremos quejarnos? El libro de las Lamentaciones está lleno de quejas:


5:1-5, 9-15
Dios mío, fíjate en nuestra desgracia;
date cuenta de que nos ofenden.

Nuestras tierras y nuestra patria
han caído en manos de extranjeros.

Nos hemos quedado sin padre;
nuestras madres han quedado viudas.

¡Hasta el agua y la leña
tenemos que pagarlas!

El enemigo nos persigue.
Nos tiene acorralados.

Para conseguir alimentos,
arriesgamos la vida en el desierto.

Tanta es el hambre que tenemos
que hasta deliramos.
En todas nuestras ciudades
violaron a nuestras mujeres.

No respetaron a nuestros jefes;
¡los colgaron de las manos!

Nuestros jóvenes y niños
cargan leña como esclavos.

Ya los jóvenes no cantan
ni se reúnen los ancianos.

No tenemos motivo de alegría;
en vez de danzas, hay tristeza. (5.1-5; 9.15)

Quejas. ¡Cuántas quejas! Pues las quejas son aquí un recurso en contra de la legitimización del sufrimiento. El sufrimiento humano tiene causas, raíces, autores… hay que hablar de todo esto. El lamento, la queja es un recurso no sólo aceptable, sino necesario en la relación de alianza con Jehová. En un sentido, la queja constituye el elemento que permite que la relación con Jehová permanezca viva, dinámica y abierta. De esta manera, la fe se vuelve real, militante, combativa; se vuelve, efectivamente, una lucha con Dios. Al respecto, Walter Brueggemann ha dicho: “La voz sufrida de Israel es la materia prima a partir de la cual el poder santo de Dios se activa para transformar, desestabilizar y reordenar el mundo”. La construcción de un nuevo mundo comienza entonces por inconformarnos con las condiciones presentes.
Encontramos aquí un segundo rasgo que la Iglesia debe asumir en toda su dimensión. La Iglesia debe asumir su identidad como una comunidad gestora, una comunidad dispuesta a gestionar ante Dios las soluciones a las quejas legítimas de la humanidad. La Iglesia tiene que llevar el clamor y el sufrimiento de la humanidad delante de Dios, para demandar, humilde, pero firmemente, respuesta de parte de Dios.
Un tercer tema que aparece en las Lamentaciones es el enojo. ¡Sí, el enojo! Los sobrevivientes de una catástrofe, cualquiera tipo de catástrofe, se enojan. Y para poder superar el enojo hay que ponerle palabras. Aquí, el enojo se vuelve poesía. ¡Ojalá que todos nuestros enojos se convirtieran en poemas! Noten ustedes el enojo que hay detrás de las palabras del poeta al final del segundo poema:

2:20-22
Las madres están por comerse
a los hijos que tanto aman.
Los sacerdotes y los profetas
agonizan en tu templo.
Piensa por favor, Dios mío, ¿a quién has tratado así?
En tu enojo les quitaste la vida
a los jóvenes y a los ancianos.
Mis muchachos y muchachas
cayeron muertos por las calles
bajo el golpe de la espada.
Nadie quedó con vida
el día que nos castigaste;
fue como una gran fiesta
para el ejército enemigo:
murieron todos mis familiares,
¡nos atacaste por todos lados!

El poeta canaliza su enojo para ver si así logra movilizar a Dios. Nos encontramos aquí con un poeta enojado que ve a un Dios enojado. Ver los otros rostros de Dios es necesario y hasta saludable. Nos hace bien encontrarnos con un Dios que disciplina; conviene derrumbar el mito del Dios bonachón y apapachador. De lo contrario, corremos el riesgo de convertir a Dios en un ídolo, un fetiche a nuestro modo, hecho a la medida.
Al enojarse, el poeta nos recuerda que no hay sentimiento, no hay circunstancia que no podamos traer delante de Dios. Podemos traer al Señor nuestras emociones más intensas, nuestro enojo, nuestra decepción, nuestra depresión, nuestra frustración… Sabemos, como lo sabe el poeta, que las emociones bien manejadas, pueden ayudarnos a encontrar soluciones creativas a conflictos. En momentos agudos, es el manejo de las emociones lo que determinará si lograremos sobrevivir.
En este sentido, la Iglesia de Jesucristo debe ser una comunidad que conserve su derecho a protestar, su derecho y su capacidad de enojarse, de indignarse ante las injusticias, ante el pecado, ante el sufrimiento… Debe enojarse, pero también debe pensar y procesar su enojo para convertirlo en fuerza creadora. Por otro lado, en un mundo en el que la palabra está en crisis, la Iglesia debe hablar de Dios honestamente y resistir a la tentación de hacer de acomodar a Dios para que sea un producto vendible.
El cuarto y último tema es el tema de la fidelidad. En ninguna parte del libro se desarrolla claramente el tema de la fidelidad a Dios. Sin embargo, el poeta, en el capítulo 3, recuerda su historia, y de sus memorias saca una afirmación de fe, evoca entonces el tema de la fidelidad de Dios. NO lo ve, pero sabe que algún momento se dijo, y que hoy urge volverlo a decir. El poeta aclara que él está lleno de amargura, que no tiene fuerzas y que ya no confía en Jehová: "Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová” (3.18). Sin embargo, está consciente del sufrimiento y está dispuesto a buscar alternativas: "Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré” (3.21).

Y entonces evoca el pasado:

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos,
porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Mi porción (mi lote) es Jehová, dijo mi alma;
por tanto, en él esperaré. (3.22-24)

¡Qué paradoja! Esa es la paradoja del hombre/mujer que sufre. Se siente muy mal, se siente acabado, ha visto morir a los suyos, ha perdido sus propiedades, pero a partir del sufrimiento, afirma la esperanza. El sufrimiento recorre el cuerpo, y, finalmente, en los labios, se convierte en esperanza.
Los labios del que sufre afirman la fidelidad de Dios. Pero ¿y el pueblo? ¿qué hay de la fidelidad de este grupo de sobrevivientes para con su Dios? A pesar de todo… sí, a pesar de todo, las Lamentaciones se dirigen a Jehová. Dios es la audiencia primera. Jehová es el referente de los sobrevivientes. A pesar de la catástrofe, los sobrevivientes se han negado a rendirle culto a los dioses de sus conquistadores. Al contrario, buscan a Jehová en oración, en ritual; honesta y transparentemente; sin tapujos, sin hipocresías, sin adulaciones. A pesar de la violencia, a pesar del abandono, a pesar de que Jehová se ha comportado como enemigo, el pueblo sufriente ha optado por serle fiel.

Amados hermanos, hermanas:
El libro de las Lamentaciones es la otra fotografía de Dios. El fotógrafo, el poeta, resiste a la tentación de tomar la fotografía oficial de Dios. Nos presenta a Dios desde su lente, desde su pluma, desde sus labios…
La Iglesia y el mundo requieren mujeres y hombres como el poeta de las Lamentaciones. Mujeres y hombres que, desde el sufrimiento, desde la destrucción, desde la crisis, estén dispuestos a imaginar a Dios y hablar de él en consecuencia. Mujeres y hombres que conserven y ejerciten su capacidad de indignarse, de quejarse y de enojarse, para dar lugar así a la acción creadora del Espíritu. Mujeres y hombres dispuestos a sufrir y acompañar a los que sufren.
En síntesis, la comunidad que amamos, la comunidad con la que nos comprometemos, deberá conservar y fortalecer su vocación profética, su identidad como comunidad terapéutica y su inquebrantable fidelidad a Dios.

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