viernes, 4 de abril de 2008

Letra 68, 6 de abril de 2008

JESÚS DETENIDO, TORTURADO, MUERTO Y DESAPARECIDO (II)
Rubén Dri
www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=11107, 26 de marzo de 2008

Está por demás claro que el tema sigue siendo el del fuerte que debe ser amarrado o destruido. Efectivamente, al endemoniado en cuestión nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Ya se había intentado hacerlo repetidas veces, pero todo resultaba inútil. Rompía las ataduras, cualesquiera ellas fueran. Es la fuerza y prepotencia del imperio que había derrotado una y otra vez los intentos de liberarse de él.
La fuerza no pertenece al endemoniado sino al demonio, es decir, al imperio. Es éste el que utilizando al mismo endemoniado rompe cuantos intentos de liberación se producen. Son los mismos ejércitos, policías y, en general, fuerzas de represión de los países dominados los que ejercen la fuerza que les da el imperio o los grandes centros de poder.
Por otra parte, el endemoniado en cuanto persona tiene el comportamiento desequilibrado, distorsionado, esquizofrénico, propio de los habitantes de países dominados. El mejor comentario de este comportamiento es el descrito por Franz Fanon en Los condenados de la tierra. El dominado introyecta la dominación y se desequilibra completamente. Cuando el demonio se siente conminado por la fuerza superior de Jesús a decir su nombre, manifiesta su identidad sin vuelta de hoja: legión. Es la legión romana, el ejército romano, instrumento de opresión del imperio. Jesús, es decir, su mensaje, su proyecto, derrota al poder de la legión, la cual busca refugio en los cerdos, en lo despreciable, y es precipitada en el abismo de las aguas del mar.
Después de tamaña batalla no es de extrañar el miedo de los gerasenos. Pelear contra el poder de dominación y derrotarlo puede traer aparejada una terrible represión. Los gerasenos le ruegan a Jesús que se vaya. Ellos aceptan la dominación. La lucha por la liberación les produce miedo. El que ha sido liberado deberá quedarse para revertir la situación. El imperio asesinó a Jesús. Como puede verse, todas las referencias al enfrentamiento de Jesús con el imperio, Marcos las hace mediante símbolos, nunca directamente. Podríamos citar la última, es decir, la que se refiere al tributo debido al César ( Mc 12, 13-17).
La interpretación tradicional que sostiene que Jesús dice que hay que pagar el tributo al César y no mezclar esa acción perteneciente al ámbito político y económico con el ámbito religioso, porque es necesario dar a Dios lo que le corresponde. En realidad Jesús afirma lo contrario: No hay que pagar el tributo. La respuesta, nuevamente, se expresa a través de símbolos, el del denario mediante el cual se pagaba el tributo y el del pueblo como viña perteneciente a Dios.
El denario que tiene la inscripción del emperador y la inscripción Ti(berius) Divi Aug(usti) F(ilius ) Augustus (Tiberio Augusto, César, hijo del divino Augusto) debe ser devuelto al César, a su dueño. El verbo utilizado (apó–dídomi) significa devolver. Aceptar el tributo era aceptar la divinidad del emperador romano. Jesús dice que no se lo puede aceptar.
Por otra parte, afirma que es necesario dar el pueblo a Dios. El pueblo se presenta como la viña, de la que se hablo en el pasaje anterior ( Mc 12, 1-12). Devolverla a Dios significa cuidarla, cultivarla, es decir, practicar la justicia. Entonces ¿por qué ese intento de exculpar a Pilato? Es lo más probable que se deba a la necesidad de resguardar a las comunidades que comienzan a ser perseguidas.
Mientras para los cristianos que saben interpretar los símbolos queda claro el enfrentamiento de Jesús con el imperio, para los enemigos esto queda oculto. Si Pilato no encontró a Jesús peligroso, no hay motivo para que las comunidades sean consideradas en ese sentido.
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EL PADRENUESTRO EN TIEMPOS DE REBELDÍA Y REBELIONES
Gerardo Oberman
ALC Noticias, 1 de abril de 2008

Hace ya muchos siglos, en una sociedad violentada por las injusticias económicas y sociales, en un contexto de enormes desigualdades, en un tiempo de egoísmos y de falta de solidaridad, en una época de gobernantes insensibles, de autoridades religiosas despreocupadas y de grandes señores que se lavaban las manos, un humilde maestro de una zona pobre del país, enseñó a sus discípulos y discípulas una breve oración.
Comenzaba diciendo: “Padrenuestro…” y así quedó bautizada por la historia.
De alguna manera aquella oración trasciende el plano de lo meramente espiritual, proponiendo una nueva manera de entender las relaciones humanas y una nueva forma de construir relaciones económicas.
La oración invita a salir de una concepción individualista de la espiritualidad para introducir a quien la reza en una dimensión de comunidad. El Dios al cual se invoca no es “mi” Dios sino “nuestro” Dios. Al Dios al cual se quiere llegar en oración se le reconoce el derecho a hacer “su” voluntad y no simplemente como un ejercicio de abstracción. No se pide que esa voluntad transforme los cielos sino que sea capaz de revolucionar la tierra. Si esa voluntad logra hacerse camino en la vida de quienes oran, el Reino, que es de Dios pero que es compartido, “viene” y no exclusivamente para mí, sino para nosotros.
Sin embargo, el elemento más distintivo de esta oración es aquel que enseña a pedir el pan. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Ese pan es el símbolo del alimento humano. Más aún, es el símbolo de la existencia humana, es el símbolo de la vida misma. La vida está inevitablemente atada al pan, al alimento, a la materia necesaria para la subsistencia del cuerpo. Para que ese pan llegue fresco a cada mesa hay que reconocer que es el fruto de todo un proceso. Primero es necesario aceptar la bendición de la tierra como don de Dios, luego prepararla con paciente esfuerzo, sembrar la semilla, cosecharla, entregarla al molinero, embolsar la harina, llevarla a los lugares de abastecimiento, amasar el pan, hornearlo y, finalmente, disfrutarlo en la mesa. Por eso, cuando pedimos el pan cotidiano, estamos pidiendo, además, que se preserve el trabajo cotidiano, que se preserve esa cadena de producción, de comercialización, de distribución que permite que las personas vivan en dignidad. Dignidad que es para todos y todas. Por eso oramos: “nuestro” pan.
La vieja oración del maestro de Galilea que seguimos orando en nuestras iglesias y en nuestros hogares, tal vez puede aportar al debate sobre la situación que en estas últimas semanas mantiene ocupada y preocupada a la sociedad argentina.
La oración invita a la justa rebeldía cuando el pan falta en la mesa, cuando hay mucho pan “mío” y poco pan “nuestro”, cuando no hay equidad en el aprovechamiento de los bienes que la tierra produce. Cuando la oran los pobres, la oración es esperanza de justicia. Y cuando la oran quienes tienen el privilegio de una mejor situación económica, la oración es un compromiso ético de hacer todo lo posible para que en ninguna vida falte lo que hace digna a la vida. Muchas veces en estos siglos desde que fue orada por primera vez, muchas personas la han orado sin alcanzar a comprender la profundidad de las palabras de Jesús. Muchas personas no han comprendido que en la propuesta de Reino, la búsqueda de una mejor distribución del pan es una condición esencial. La voluntad de Dios sigue sin hacerse si el pan de la dignidad por cualquier causa no llega a alguna mesa. El Reino de Dios nunca terminará de “venirnos” si en la tierra siguen existiendo personas, sectores, gobiernos que pretendan hacer exclusivamente su voluntad, construyéndose reinos propios de privilegios.
Lo que muchos medios en Argentina en estas semanas han llamado la “rebelión” del campo, ha desnudado una vez más las tremendas mezquindades del ser humano. “Mi” gobierno en lugar de “nuestro” país, “mi” rentabilidad en lugar de “nuestro” progreso, “mi” imagen de gestión en lugar de “nuestra” credibilidad como estado, “mi” postura intransigente en lugar de “nuestra” capacidad de diálogo…
El daño que las decisiones unilaterales, los discursos encendidos de un lado y del otro, las cadenas de mensajes llenos de verdades a medias, los actos en Parque Norte o en las rutas, las invitaciones a la violencia y las amenazas cruzadas han causado al frágil entramado social argentino son tremendos. Se ven, se palpan, se sienten. Y nos hacen mal, mucho mal. “Líbranos del mal”.Tal vez nos haga bien recordar esta oración y orarla pensando bien lo que oramos. Porque el Padrenuestro es una oración que nos da la oportunidad de revisar posturas, de readecuar discursos, de repensar nuestra contribución al proyecto de Reino por el que Jesús fue asesinado y que contempla como elemento fundamental de la voluntad de Dios que el pan sea un bien “nuestro”. El Padrenuestro nos permite entendernos no como islas sino como partes de un todo, nos da la oportunidad de saltar la barrera del individualismo hacia el campo del encuentro, de la hermandad, de la solidaridad, de una construcción común. Nos permite, incluso, reconocer errores y desaciertos, pedirnos perdón y mirarnos a los ojos para afirmar que el “poder” transformador existe y que la “gloria” por la que juramos morir se revela en nuestra capacidad de hacernos parte un “reino” que dura para siempre, en el que se comparte un pan que alcanza para todos y en el que a nadie se le retiene la posibilidad de vivir en plenitud.

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