Marcos 1.9-28
30 de marzo, 2008
1. El Jesús resucitado, fundamento del discipulado cristiano
Cuando Marcos decidió inventar el género evangelio y escribió su documento, habían pasado casi 40 años de los sucesos que relata. Su perspectiva estaba dominada por la experiencia de las comunidades pospascuales que desarrollaron una fe y una práctica marcadas por la firme creencia en la resurrección de Jesús y en sus consecuencias como presencia y acompañamiento. El Cristo resucitado, el Cristo de la fe, entendido ya como Señor de la Iglesia, proyectó la mentalidad de estas comunidades para que, más allá de las fronteras religiosas de su entorno, interpretaran lo sucedido con Jesús de Nazaret de una forma que no imaginaron ni anticiparon sus seguidores en los momentos que vivieron con él. La manera en que tuvieron que relanzar su fe y relanzarla en medio del rechazo y la comprensión pasó, en el caso de Marcos, por el filtro de la interpretación para reconstruir todo lo sucedido a la luz de la experiencia de la tumba vacía, pues la resurrección no solamente vino a resucitar también a la comunidad sino a imponer nuevas reglas ya sin la presencia física del fundador de la comunidad.
El Jesús resucitado, poco a poco fue invadiendo la mente de los creyentes para recordarles que el proyecto divino no consistiría solamente en articular comunidades de culto y celebración, pues ellas tendrían la enorme responsabilidad de continuar el anuncio y la práctica viva de la llegada progresiva del reino de Dios. Estos hombres y mujeres experimentaron un antes y un después en relación con su fe, pues el acontecimiento de Cristo había dividido sus vidas en medio de la dinámica escatológica del ya y del todavía no. Al pertenecer a la primera generación de judeocristianos, los seguidores/as de Jesús según Marcos leyeron y releyeron continuamente la vida y obra de Jesús, y su propia vida y obra, como un presente continuo que, creativamente, estaba fundando en el mundo una nueva forma de creer, alejados como estaban ya de las tradicionales formas establecidas de religiosidad y liturgia.
El Cristo resucitado desafió a la comunidad a entrar a una nueva fase del discipulado cuando la responsabilidad entera recayó sobre ellos. La presencia espiritual de Jesús, esto es, su promesa de estar permanentemente en medio de la comunidad, fue el motor que hizo que ésta se levantara nuevamente después de los terribles acontecimientos de la Pasión. Las décadas que les siguieron, hasta llegar al funesto año 70 en que Roma llegó con toda su fuerza a aplastar para siempre los levantamientos nacionalistas judíos fueron para los nazarenos el arco cronológico en el cual trazaron las líneas de acción que conformarían el rostro de un cristianismo que alcanzaría todos los niveles de la vida social de su época, con todo y que, siguiendo la orientación del primer evangelio, las acciones de los seguidores de Jesús, se llevaron a cabo, igual que las de su maestro, desde la clandestinidad y la marginación.
2. Pascua, discipulado y apostolado
En ese sentido, luego de la resurrección y posterior ascensión, los discípulos y discípulas de Jesús experimentaron una nueva transformación en sus vidas: estaban a punto de comenzar el apostolado, es decir, entraban a otra etapa del seguimiento de Cristo. Al momento que escribe Marcos, las fuerzas cristianas, dentro y fuera de Palestina, ya se habían agrupado en espacios geográficos, sociales y políticos que estaban encontrando su propio perfil. Los nombres de los dirigentes ya se asociaban a determinadas tendencias y estilos de predicación, práctica y misión. Según la tradición, el evangelio de Marcos participa de la óptica del apóstol Pedro y, debido a ello, la perspectiva de la vida comunitaria debía ser más respetuosa de determinados cánones apostólicos. Con todo, Marcos no deja de practicar una severa crítica del ambiente en medio del cual los hombres y mujeres seguidores de Jesucristo, van a vivir su fe y misión.
La comunidad va a acompañar a Jesús desde su llamamiento por parte del Espíritu y el inicio de su ministerio. La voz del resucitado será la que invite a la conversión para entrar al Reino (1.15) en continuidad con el mensaje de Juan (el Bautista). La respuesta inicial de los discípulos echará a andar la historia de la comunidad como una respuesta positiva y la construcción del grupo que va a continuar la obra de Jesús en el mundo. Para entonces, ya no habrá Templo en la mente y se va a vivir una especie de “orfandad espiritual” para acostumbrarse a vivir en comunión con Dios, pero afuera del espacio sagrado, litúrgico en que se había “encerrado” a Dios. Ahora lo encontrarían por todas partes.
Además, la comunidad de discípulos-apóstoles comienza a poner en funcionamiento “la autoridad de Jesús” (1.22), puesto que en la sinagoga (otra vez, no ya el Templo, espacio de sacrificio), espacio de la Palabra, Jesús se encuentra con quienes lo reconocieron todo el tiempo, los demonios. La predicación y acción de Jesús ahora corre por los zapatos de ellos y ellas, quienes deben afrontar nuevas circunstancias. La Pascua del Jesús resucitado se extendería hasta nuestros días en la espera de la Segunda Manifestación del Hijo de Dios.
3. Servir a Jesús, servir al Reino de Dios
La vocación de vivir al servicio del reino de Dios en Jesús revivió y fue reciclada en la vida de los discípulos. El lejano y escatológico Reinado de Dios ahora ya era una realidad que ellos debían experimentar y promover con todo lo que hicieran. La tensión entre un presente, preñado de posibilidades y retos, y un futuro utópico cuya plenitud solamente se atisbaba, hizo que los nuevos apóstoles ampliaran sus horizontes para rebasar fronteras progresivamente. Primero, las espirituales, para no dejarse encerrar por las limitadas creencias y dogmas del judaísmo ortodoxo. Segundo, las espaciales, geográficas, que los llevaron por todos los rincones del Imperio con la buena noticia de la resurrección de Jesús. Tercero, las fronteras ideológicas, sociales y políticas, que les exigieron responder y actuar con firmeza y convicción.
La Pascua del Jesús resucitado no fue, en consecuencia un tiempo o una temporada fácil, pues consistió en encontrar la forma de aterrizar el mensaje radical de cambio y renovación de la vida que, hoy como siempre, sigue acechando en todas las formas que el Espíritu considere adecuadas para hacer visible ese mensaje de justicia, paz e igualdad que está en el núcleo del reino de Dios, entendido como la plenitud de la voluntad de Dios en el mundo.
30 de marzo, 2008
1. El Jesús resucitado, fundamento del discipulado cristiano
Cuando Marcos decidió inventar el género evangelio y escribió su documento, habían pasado casi 40 años de los sucesos que relata. Su perspectiva estaba dominada por la experiencia de las comunidades pospascuales que desarrollaron una fe y una práctica marcadas por la firme creencia en la resurrección de Jesús y en sus consecuencias como presencia y acompañamiento. El Cristo resucitado, el Cristo de la fe, entendido ya como Señor de la Iglesia, proyectó la mentalidad de estas comunidades para que, más allá de las fronteras religiosas de su entorno, interpretaran lo sucedido con Jesús de Nazaret de una forma que no imaginaron ni anticiparon sus seguidores en los momentos que vivieron con él. La manera en que tuvieron que relanzar su fe y relanzarla en medio del rechazo y la comprensión pasó, en el caso de Marcos, por el filtro de la interpretación para reconstruir todo lo sucedido a la luz de la experiencia de la tumba vacía, pues la resurrección no solamente vino a resucitar también a la comunidad sino a imponer nuevas reglas ya sin la presencia física del fundador de la comunidad.
El Jesús resucitado, poco a poco fue invadiendo la mente de los creyentes para recordarles que el proyecto divino no consistiría solamente en articular comunidades de culto y celebración, pues ellas tendrían la enorme responsabilidad de continuar el anuncio y la práctica viva de la llegada progresiva del reino de Dios. Estos hombres y mujeres experimentaron un antes y un después en relación con su fe, pues el acontecimiento de Cristo había dividido sus vidas en medio de la dinámica escatológica del ya y del todavía no. Al pertenecer a la primera generación de judeocristianos, los seguidores/as de Jesús según Marcos leyeron y releyeron continuamente la vida y obra de Jesús, y su propia vida y obra, como un presente continuo que, creativamente, estaba fundando en el mundo una nueva forma de creer, alejados como estaban ya de las tradicionales formas establecidas de religiosidad y liturgia.
El Cristo resucitado desafió a la comunidad a entrar a una nueva fase del discipulado cuando la responsabilidad entera recayó sobre ellos. La presencia espiritual de Jesús, esto es, su promesa de estar permanentemente en medio de la comunidad, fue el motor que hizo que ésta se levantara nuevamente después de los terribles acontecimientos de la Pasión. Las décadas que les siguieron, hasta llegar al funesto año 70 en que Roma llegó con toda su fuerza a aplastar para siempre los levantamientos nacionalistas judíos fueron para los nazarenos el arco cronológico en el cual trazaron las líneas de acción que conformarían el rostro de un cristianismo que alcanzaría todos los niveles de la vida social de su época, con todo y que, siguiendo la orientación del primer evangelio, las acciones de los seguidores de Jesús, se llevaron a cabo, igual que las de su maestro, desde la clandestinidad y la marginación.
2. Pascua, discipulado y apostolado
En ese sentido, luego de la resurrección y posterior ascensión, los discípulos y discípulas de Jesús experimentaron una nueva transformación en sus vidas: estaban a punto de comenzar el apostolado, es decir, entraban a otra etapa del seguimiento de Cristo. Al momento que escribe Marcos, las fuerzas cristianas, dentro y fuera de Palestina, ya se habían agrupado en espacios geográficos, sociales y políticos que estaban encontrando su propio perfil. Los nombres de los dirigentes ya se asociaban a determinadas tendencias y estilos de predicación, práctica y misión. Según la tradición, el evangelio de Marcos participa de la óptica del apóstol Pedro y, debido a ello, la perspectiva de la vida comunitaria debía ser más respetuosa de determinados cánones apostólicos. Con todo, Marcos no deja de practicar una severa crítica del ambiente en medio del cual los hombres y mujeres seguidores de Jesucristo, van a vivir su fe y misión.
La comunidad va a acompañar a Jesús desde su llamamiento por parte del Espíritu y el inicio de su ministerio. La voz del resucitado será la que invite a la conversión para entrar al Reino (1.15) en continuidad con el mensaje de Juan (el Bautista). La respuesta inicial de los discípulos echará a andar la historia de la comunidad como una respuesta positiva y la construcción del grupo que va a continuar la obra de Jesús en el mundo. Para entonces, ya no habrá Templo en la mente y se va a vivir una especie de “orfandad espiritual” para acostumbrarse a vivir en comunión con Dios, pero afuera del espacio sagrado, litúrgico en que se había “encerrado” a Dios. Ahora lo encontrarían por todas partes.
Además, la comunidad de discípulos-apóstoles comienza a poner en funcionamiento “la autoridad de Jesús” (1.22), puesto que en la sinagoga (otra vez, no ya el Templo, espacio de sacrificio), espacio de la Palabra, Jesús se encuentra con quienes lo reconocieron todo el tiempo, los demonios. La predicación y acción de Jesús ahora corre por los zapatos de ellos y ellas, quienes deben afrontar nuevas circunstancias. La Pascua del Jesús resucitado se extendería hasta nuestros días en la espera de la Segunda Manifestación del Hijo de Dios.
3. Servir a Jesús, servir al Reino de Dios
La vocación de vivir al servicio del reino de Dios en Jesús revivió y fue reciclada en la vida de los discípulos. El lejano y escatológico Reinado de Dios ahora ya era una realidad que ellos debían experimentar y promover con todo lo que hicieran. La tensión entre un presente, preñado de posibilidades y retos, y un futuro utópico cuya plenitud solamente se atisbaba, hizo que los nuevos apóstoles ampliaran sus horizontes para rebasar fronteras progresivamente. Primero, las espirituales, para no dejarse encerrar por las limitadas creencias y dogmas del judaísmo ortodoxo. Segundo, las espaciales, geográficas, que los llevaron por todos los rincones del Imperio con la buena noticia de la resurrección de Jesús. Tercero, las fronteras ideológicas, sociales y políticas, que les exigieron responder y actuar con firmeza y convicción.
La Pascua del Jesús resucitado no fue, en consecuencia un tiempo o una temporada fácil, pues consistió en encontrar la forma de aterrizar el mensaje radical de cambio y renovación de la vida que, hoy como siempre, sigue acechando en todas las formas que el Espíritu considere adecuadas para hacer visible ese mensaje de justicia, paz e igualdad que está en el núcleo del reino de Dios, entendido como la plenitud de la voluntad de Dios en el mundo.
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