24 de abril de 2011
Si sólo aman a la gente que los ama, no hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso!
Lucas 6.31, Traducción en Lenguaje Actual
En un mundo sometido a los dictados del interés económico, la propuesta de Jesús de Nazaret de una humanidad basada en el amor parecería fuera de moda y de cualquier posibilidad real de llevarse a cabo. En la época de Jesús la situación no era muy diferente. Él se atrevió a reinterpretar la Ley del modo más profundo que pudiera imaginarse, algo impredecible para sus contemporáneos, especialmente los expertos en religión. Por ello, el “sermón de la llanura” (en Lucas), siguiendo a Mateo, lo muestra en un particular rechazo de la práctica del amor entre quienes representaban la supuesta obediencia a Dios. El punto álgido es el amor hacia los propios y hacia los extraños. Éstos estaban descartados para sentir algo por ellos, pero Jesús plantea un camino más amplio y exigente, la “revolución del amor”:
No podía haber nada más revolucionario y radical. […]
En el Antiguo Testamento, amar al prójimo como a sí mismo constituye la experiencia de la solidaridad de grupo. Pero sólo el pariente o el ser cercano ha de ser tratado como otro “yo”. La fraternidad para con unos implica siempre la enemistad para con otros.
Jesús amplía el concepto de prójimo hasta el punto de abarcar a los enemigos. No podía haber encontrado un medio más efectivo para hacer ver a sus oyentes que lo que él deseaba era que esta solidaridad se amor incluyera a todos los hombres. Sus palabras son casi intolerablemente paradójicas: la contradicción natural existente entre “prójimo” y “enemigo”, entre “íntimo” y “extraño”, ha de ser olvidada y superada de tal forma que los enemigos se conviertan en parientes, y los extraños en íntimos.
Jesús no duda en declarar abiertamente las consecuencias casi inconcebibles de semejante actitud: “Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian” (Lucas 6.27-28).[1]
Pero la instalación de esta actitud en el mundo enfrenta muchos problemas y la necesidad de aprender del ejemplo de Jesús en cuanto a la forma de tratar con quienes no aceptan esta posibilidad como algo efectivo. La presencia auténtica del reino de Dios en el mundo se caracteriza por una práctica del amor que es capaz de enfrentar la oposición, el ridículo y la persecución. Cuando Jesús empuñó el amor como el arma más revolucionaria jamás concebida enfrentó el cuestionamiento cínico y mordaz de los fariseos, es decir, aquellos que asumen la fe como un instrumento de engaño y simulación. Pero aun a ellos los amó a Jesús y enseñó a sus seguidores/as a practicar un amor radical, incluso hacia los enemigos, a quienes hay que denunciar con una vida transparente de buena voluntad permanente hacia todos sin transigir con la injusticia y la maldad:
Si el amor se entiende como solidaridad, entonces el amor no es incompatible con la indignación y la ira. Todo lo contrario: si uno está auténticamente interesado por las personas como personas y es dolorosamente consciente de sus sufrimientos, habrá de sentirse necesariamente indignado y airado contra cualquier hombre que cause sufrimiento a sí mismo y a los demás. Jesús se sentía enojado, muy enojado en ocasiones, contra quienes se arruinaban a sí mismos y a los demás, contra aquellos cuyo orgullo e hipocresía no les permitía prestar oídos a las advertencias del mismo Jesús en el sentido de que estaban encaminándose a su propia destrucción y arrastrando a todos consigo. Su enojo contra ellos era por causa de todo el pueblo, incluidos ellos mismos. De hecho, la prueba más evidente de que Jesús amaba a todos los hombres la constituye esta misma y explícita indignación contra los enemigos de la condición humana de todo el mundo, incluida la suya propia.[2]
Lucas 6.31, Traducción en Lenguaje Actual
En un mundo sometido a los dictados del interés económico, la propuesta de Jesús de Nazaret de una humanidad basada en el amor parecería fuera de moda y de cualquier posibilidad real de llevarse a cabo. En la época de Jesús la situación no era muy diferente. Él se atrevió a reinterpretar la Ley del modo más profundo que pudiera imaginarse, algo impredecible para sus contemporáneos, especialmente los expertos en religión. Por ello, el “sermón de la llanura” (en Lucas), siguiendo a Mateo, lo muestra en un particular rechazo de la práctica del amor entre quienes representaban la supuesta obediencia a Dios. El punto álgido es el amor hacia los propios y hacia los extraños. Éstos estaban descartados para sentir algo por ellos, pero Jesús plantea un camino más amplio y exigente, la “revolución del amor”:
No podía haber nada más revolucionario y radical. […]
En el Antiguo Testamento, amar al prójimo como a sí mismo constituye la experiencia de la solidaridad de grupo. Pero sólo el pariente o el ser cercano ha de ser tratado como otro “yo”. La fraternidad para con unos implica siempre la enemistad para con otros.
Jesús amplía el concepto de prójimo hasta el punto de abarcar a los enemigos. No podía haber encontrado un medio más efectivo para hacer ver a sus oyentes que lo que él deseaba era que esta solidaridad se amor incluyera a todos los hombres. Sus palabras son casi intolerablemente paradójicas: la contradicción natural existente entre “prójimo” y “enemigo”, entre “íntimo” y “extraño”, ha de ser olvidada y superada de tal forma que los enemigos se conviertan en parientes, y los extraños en íntimos.
Jesús no duda en declarar abiertamente las consecuencias casi inconcebibles de semejante actitud: “Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian” (Lucas 6.27-28).[1]
Pero la instalación de esta actitud en el mundo enfrenta muchos problemas y la necesidad de aprender del ejemplo de Jesús en cuanto a la forma de tratar con quienes no aceptan esta posibilidad como algo efectivo. La presencia auténtica del reino de Dios en el mundo se caracteriza por una práctica del amor que es capaz de enfrentar la oposición, el ridículo y la persecución. Cuando Jesús empuñó el amor como el arma más revolucionaria jamás concebida enfrentó el cuestionamiento cínico y mordaz de los fariseos, es decir, aquellos que asumen la fe como un instrumento de engaño y simulación. Pero aun a ellos los amó a Jesús y enseñó a sus seguidores/as a practicar un amor radical, incluso hacia los enemigos, a quienes hay que denunciar con una vida transparente de buena voluntad permanente hacia todos sin transigir con la injusticia y la maldad:
Si el amor se entiende como solidaridad, entonces el amor no es incompatible con la indignación y la ira. Todo lo contrario: si uno está auténticamente interesado por las personas como personas y es dolorosamente consciente de sus sufrimientos, habrá de sentirse necesariamente indignado y airado contra cualquier hombre que cause sufrimiento a sí mismo y a los demás. Jesús se sentía enojado, muy enojado en ocasiones, contra quienes se arruinaban a sí mismos y a los demás, contra aquellos cuyo orgullo e hipocresía no les permitía prestar oídos a las advertencias del mismo Jesús en el sentido de que estaban encaminándose a su propia destrucción y arrastrando a todos consigo. Su enojo contra ellos era por causa de todo el pueblo, incluidos ellos mismos. De hecho, la prueba más evidente de que Jesús amaba a todos los hombres la constituye esta misma y explícita indignación contra los enemigos de la condición humana de todo el mundo, incluida la suya propia.[2]
De todo esto debe brotar una actitud crítica, militante y creativa hacia lo que se entiende por amor en el mundo.
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