domingo, 10 de julio de 2011

Letra 227, 10 de julio de 2011



LA FUERZA ESPIRITUAL DEL JESÚS DE LA HISTORIA
Pablo Richard
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 47.




El Jesús de historia es el Jesús antes de su muerte, pero nosotros ampliamos esta concepción haciendo referencia al "Jesús antes de la Cristiandad", al "movimiento de Jesús antes de la Iglesia" y al movimiento de Jesús en las iglesias apostólicas "antes" de la Cristiandad de Constantino.




1. Punto de partida: cuatro definiciones necesarias de Jesús
Tomemos como punto de partida para nuestra reflexión cuatro definiciones, reconstrucciones o representaciones, de Jesús. Estas definiciones las tomamos de los exegetas modernos, especialmente de John P. Meier, pero desde ahí hacemos nuestra reflexión propia.
El Jesús real: es el Jesús tal cual existió. Especialmente el Jesús antes de iniciar su ministerio, pero también Jesús durante su ministerio. Todo lo que él pensó, hizo y dijo realmente. Sus mismísimas palabras. Este Jesús en su totalidad es definitivamente inalcanzable. Como dice Jn 21, 25: "si se escribieran todas las cosas que hizo Jesús, no cabrían en el mundo todos los libros escritos sobre él".
El Jesús histórico: es el Jesús que podemos re-construir a partir de los datos bíblicos, utilizando todos los métodos histórico-críticos disponibles y los criterios de historicidad. Este Jesús es históricamente existente, aunque no se identifique con el Jesús real en su totalidad histórica. El Jesús histórico no es sólo una reconstrucción intelectual, sino que lo encontramos efectivamente al interior del Jesús real. En la reconstrucción del Jesús de la historia se acentúa fundamentalmente la plena humanidad de Jesús. El Jesús histórico tiene realmente rostro humano, tiene conciencia humana, corazón y sentimientos humanos. Hablamos históricamente de la fe de Jesús. Además se habla de preferencia del "movimiento de Jesús", pues Jesús no es solo él, sino el con sus discípulos y discípulas. En la afirmación del Jesús histórico se combate no tanto contra la herejía que niega la divinidad de Jesús, sino contra la herejía dominante en toda la Iglesia actual que niega su humanidad. El problema actual no es el arrianismo, sino el gnosticismo. Los exegetas de la tercera etapa sólo reconstruyen el Jesús histórico antes de su muerte y dejan explícitamente de lado, toda consideración de fe o teológica de la Iglesia posterior a la muerte de Jesús.
El Jesús teológico: es el Jesús definido básicamente en los cuatro primeros concilios: Nicea (325 dc.), Constantinopla (381 d.C.), Éfeso (431 dc.) y Calcedonia (451 d.C.). Estos concilios fueron necesarios para definir el dogma cristológico frente a la
fragmentación de las herejías, que amenazaban seriamente la unidad de la Iglesia y del imperio romano en aquella época. Algunos Padres de la Iglesia compararon los cuatro Concilios con los cuatro Evangelios, pero el problema es que los cuatro primeros Concilios llegaron a sustituir a los cuatro Evangelios, y más aún, anularon o sustituyeron al Jesús histórico presente en los Evangelios. El credo, el catecismo y la teología posteriores se construyeron sobre los cuatro Concilios, donde el Jesús teológico también sustituyó al Jesús de la historia.
El Jesús de la fe: es la respuesta de fe de los primeros discípulos a su encuentro con el Jesús histórico. El Jesús de la fe es la aceptación del Jesús histórico en la práctica de fe de los primeros cristianos. Esta vivencia de fe está ya en los mismos cuatro Evangelios. El método histórico-crítico nos permite distinguir en el texto mismo de los cuatro Evangelios el Jesús de la historia y el Jesús de la fe. […]




2. La fuerza espiritual del Jesús de la historia
Nuestro desafío fundamental es recuperar la prioridad fundamental del Jesús histórico sobre el Jesús teológico y cómo interpretar los cuatro evangelios fundamentalmente desde el Jesús de la historia y no desde el Jesús teológico. No se trata de negar el Jesús teológico. Este estará siempre ahí como referencia fundamental para no apartarnos del camino de la ortodoxia, y para no caer en las herejías históricas del cristianismo (arrianismo, nestorianismo, gnosticismo). La reflexión teológica enraizada y fundada en el Jesús de la historia, es ciertamente necesaria para profundizar sistemáticamente en la relevancia y significado del Jesús histórico, en la Iglesia y en el mundo actual. Pero una cristología que ignora al Jesús histórico es una cristología sin Jesús, que no tiene sentido y que, aun más, es un obstáculo para la interpretación de los Evangelios. Muchas veces la cristología "usa" los cuatro Evangelios como fuente para simplemente "probar" tesis teológicas ya elaboradas. Lo que es peor, se usa versículos desconectados como textos de apoyo, sin tomar los Evangelios como una totalidad, con su propia teología histórica y redaccional. El problema es que se usan los cuatro Evangelios sin asumir una interpretación de los mismos, hecha desde el Jesús histórico. Los Evangelios así usados no tienen un fundamento serio en la historia y en la tradición oral de los cuatro Evangelios.
El credo niceno-constantinopolitano, que recitamos todos los domingos, define a Jesús en términos filosóficos y teológicos. Definición ciertamente necesaria en el siglo IV, pero constatamos en ese Credo la ausencia casi total del Jesús de la historia. Decimos de Jesús: "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero del Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre", luego confesamos que Jesús "se hizo hombre, y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilatos: padeció y fue sepultado". Los dos datos históricos que aquí aparecen son que Jesús "nació y murió", pero nada se dice sobre qué pasó entre su nacimiento y su muerte, para qué nació y porque lo mataron. El Jesús confesado en la Iglesia en un Jesús sin rostro y sin personalidad humana, un Jesús sin palabra, sin hechos, sin proyecto histórico. Lo trágico es que el catecismo de la Iglesia y la teología se construyeron sobre el credo niceno-constantinopolitano, marcando así profundamente la fe de la Iglesia y la tradición teológica sobre Jesús.
Desde otro punto de vista es importante también ampliar el horizonte del Jesús histórico. En la exégesis del Primer Mundo se reduce el Jesús de la historia al Jesús antes de su muerte. Este punto de vista es necesario para una reconstrucción estrictamente histórica de Jesús. Pero creo que el Jesús de la historia hay que verlo también globalmente como el "Jesús antes del Cristianismo" (como sugestivamente titula su libro Albert Nolan). También debemos ver el Jesús de la historia dentro de lo que en América Latina hemos llamado el "movimiento de Jesús", antes y después de su muerte. También debemos situar al Jesús de la historia en el horizonte de "el movimiento de Jesús antes de la Iglesia" (así titulé mi libro sobre los Hechos de los Apóstoles), y, en forma análoga, el movimiento de Jesús en las iglesias apostólicas antes de la cristiandad constantiniana. Todos estos "antes" nos permiten una visión histórica más amplia del Jesús de la historia, aunque sigue siendo siempre necesario considerar el Jesús histórico como el Jesús antes de su muerte, por lo menos desde un punto de vista metodológico que ilumine la historicidad del movimiento de Jesús después de su resurrección, antes de la Iglesia y sobre todo antes de la Cristiandad. […]





3. La fuerza espiritual de los cuatro evangelios
Dijimos que la exégesis del Primer Mundo insiste mucho, y con razón, en el Jesús histórico, pero deja de lado las consecuencias de esta búsqueda para la vivencia de Jesús en la actualidad. En esta búsqueda del Jesús histórico la exégesis de los cuatro Evangelios insiste correctamente en el sentido literal e histórico de los textos. Nosotros también insistimos en éste sentido literal e histórico de los textos, pero sobre todo destacamos su sentido espiritual.
La exégesis del Primer Mundo en los últimos 40 años ha hecho avances realmente extraordinarios en los estudios bíblicos, que nosotros apreciamos y utilizamos, pero estos estudios se mueven en un mundo cerrado, marcado por un cientificismo y un historicismo, donde constatamos la ausencia de la fuerza espiritual de los textos bíblicos. La exégesis dominante evita la dimensión espiritual de las Sagradas Escrituras, para poder dialogar con la modernidad y post-modernidad. Nuestra exégesis por el contrario, no tiene como horizonte la modernidad, sino que se enfrenta fundamentalmente con los desafíos de los procesos de liberación, al interior de los cuales la dimensión religiosa y espiritual es fundamental.
El movimiento bíblico en América Latina, sin dejar de lado el estudio exegético del sentido literal e histórico de los textos, desarrolla al máximo su sentido espiritual, pastoral y comunitario. Debemos, sin embargo, también reconocer, que en nuestro trabajo bíblico se da muchas veces una espiritualidad sin fundamento exegético, que termina siendo una interpretación puramente espiritualista y subjetiva de las Sagradas Escrituras. Dijimos al comienzo que es importante para nosotros el estudio exegético y científico del Jesús histórico y de los Evangelios realizado en la academia del primer mundo, pero nosotros recogemos ese material con otro espíritu y con otra dimensión.
Detrás de un exégeta del Primer Mundo hay una biblioteca, pero detrás de nosotros hay un pueblo. Por eso la responsabilidad espiritual y pastoral del exégeta latino-americano con el Pueblo de Dios y en especial con el movimiento bíblico popular. Todo esto nos exige desarrollar al máximo la fuerza espiritual de los Evangelios. La llamada Lectura Orante de la Biblia es la práctica donde descubrimos este sentido espiritual de los Evangelios. Este sentido es como el huracán y el fuego de Pentecostés, por eso también debe estar siempre "controlado" por el sentido literal e histórico de los textos. […]




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EL PROTESTANTISMO DE MONSIVÁIS
Sergio Antonio Corona Pérez*
Milenio Torreón, 8 de julio de 2011




Uno de los aspectos más interesantes de la personalidad de Carlos Monsiváis, era su fe protestante. Esta fe no la adquirió como ex católico, sino que le venía de familia, por su madre doña Esther Monsiváis.
Monsiváis fue coautor del libro Protestantismo, diversidad y tolerancia (Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2002) y desde luego, también fue un intelectual que defendió los derechos de las minorías religiosas, particularmente de adeptos e instituciones protestantes.
La "enciclopedia" de Monsiváis, es decir, su acervo cultural, incluía en primerísimo lugar, la Biblia, en la versión castellana de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (1569-1602), muy conocida como Biblia Reina-Valera, de la cual hay revisiones actualizadas de 1960 y 1990.
De ahí que Monsiváis diera gran relevancia, en su imaginario, a estos castellanos "heterodoxos" y a muchos otros íconos, hechos y movimientos centrales en la historia de las Iglesias Reformadas, como Jan Hus, Lutero, Calvino, Teodoro de Beza, Zwinglio, John Bunyan, John Milton, los puritanos, los cuáqueros, la Escuela Dominical, los hugonotes, el almirante de Coligny, la Noche de San Bartolomé, Aggripa D’Aubigné, John Wesley, John Brown, Karl Barth, Martin Luther King, Desmond Tutu.
No debe de extrañar, pues, que un personaje como Carlos Monsiváis, destacara por su voz profética. Hay una relación de causa-efecto entre el bagaje cultural de Monsiváis y su actitud crítica hacia el poder. Ya que abordamos este artículo en un contexto bíblico, entendamos que en la Biblia, el profeta no es el que predice el futuro. En el uso cotidiano de Israel, "profeta" significaba más bien "intérprete de la voluntad divina para la humanidad" o "el que mira y declara las cosas desde el punto de vista de Dios".
Los profetas jamás fueron miembros del clero, siempre fueron promotores del cambio social, al denunciar la injusticia, la falsedad y la opresión. Un buen ejemplo del presente lo tenemos en el poeta Javier Sicilia. A raíz de su terrible pérdida, la desaparición de su hijo en circunstancias poco claras, se ha desarrollado en el poeta una percepción muy particular de la realidad social, que le ha llevado a ver con claridad meridiana, y por ende, a denunciar, los aspectos más negativos y abusivos del poder. Ha cobrado liderazgo y poder de convocatoria a nivel nacional. Por razones como éstas, los profetas siempre fueron perseguidos por los poderosos.
Monsiváis fue distinguido con señalados reconocimientos y premios, entre ellos el Príncipe Claus que otorga Holanda (1998), la medalla Gabriela Mistral de Chile (2001) y el Premio FIL de Literatura de Guadalajara (antes Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo) de 2006, así como con un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Arizona (2006).
Aunque este Cronista Oficial no es afecto a calificar con epítetos ni calidades, debe reconocer que en Monsiváis, México tuvo a uno de sus protestantes más notorios.





* Doctor en Historia, cronista oficial de Torreón desde 2005.

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