EL JESÚS HISTÓRICO: CONSIDERACIONES PASTORALES
Luigi Schiavo y Lorenzo Lago
RIBLA, núm. 47
Jesús, símbolo de la fe
Aunque haya discontinuidad entre el Jesús histórico y el Jesús de la fe, no podemos todavía separarlos. El Jesús post-pascual (de la fe), depende y está, de cierta forma, en continuidad con el Jesús pre-pascual. Ambos son verdaderos: uno por referirse a una persona y a unos acontecimientos concretos: el hombre Jesús de Nazaret y su trayectoria existencial; el otro por constituir la referencia de la fe, de quien en él acredita. Sin embargo, cuanto más nos distanciamos de la historia, tanto más el Jesús de la fe, expresado en múltiples imágenes, se enriquece de elementos culturales y se vuelve revelante. Para las comunidades, no importa el Jesús real, quién fue él, en la realidad de su tiempo, su humanidad hecha de deseos, sueños, expectativas, sufrimientos, frustraciones, relaciones, etc. Vale el Jesús del gesto, que es imaginado y en el cual se confía. Tales imágenes son el resultado de la memoria y de la tradición que atravesarán los siglos, y que en cada generación fueron reinterpretadas y re-significadas: de esta manera, Jesús se volvió un símbolo aglutinador de ansias y expectativas.
El símbolo, en su etimología (sym-ballo, literalmente ‘es situar junto’), busca unir dos cosas. Una, podemos considerar “empírica”: un objeto, una persona, un acontecimiento. Otra, tiene que ver con el significado que atraviesa y trasciende la primera. Es lo simbólico que trans-significa el sentido primario, “remitiendo para otra realidad que es la que importa existencialmente” (Croatto, 2001, p.87). Entre las características más importantes del símbolo están su polisemia, que sugiere y evoca varias significaciones al mismo tiempo y en épocas diferentes; la relación: el símbolo se vuelve un patrimonio social; y el hecho de ser permanente y universal (Croatto, 2001, p.102-110). Jesús, en este sentido, es un símbolo, que se transfigura y re-significa en las innumerables imágenes de él surgidas en la historia de la humanidad y que son expresión de la fe en él. Jesús como símbolo es algo vivo, abierto siempre a nuevas significaciones, ecuménico, plural, y no dogmático. Aquí está su fuerza y su encanto que lo hacen siempre actual. Cualquier persona, de cualquier lugar y época histórica, mirando hacia él, podrá reconocerse y depositar en él sus ansias, y volviéndose creyente y seguidor.
El peligro de un Jesús mágico y desencarnado
La búsqueda por el Jesús de la historia, permite cimentar la fe en el proyecto histórico de Jesús, el cual, más allá de la dimensión religiosa, envolvía lo social, lo económico y la política. De este modo, creer en Jesús significa comprometerse con su proyecto de transformación de la realidad humana y social.
La reconstrucción del contexto histórico es condición para la reconstrucción de la presencia, de la acción y de la predicación históricas de Jesús en su ambiente vital: el contexto del judaísmo del I siglo, de los movimientos sociales y de reforma religiosa y política, la situación de dominación del imperio romano, lo cotidiano del pueblo, sus esperanzas y sufrimientos. Se vuelve indispensable el preguntar: ¿Cuál es el impacto de la figura de Jesús en este contexto? ¿Qué esperanzas y actitudes provocaban sus palabras y acciones? ¿Era Jesús solamente un reformador religioso? ¿Cuál fue su apertura: era también político-social?
Esta reconstrucción, todavía sujeta a las limitaciones de la investigación histórica, aleja un poco el peligro de un Jesús mágico y desencarnado. En el símbolo, las dos realidades, la histórica y la trascendente, se fundamentan la una en la otra, en una dialéctica de reciprocidad. Si, con el pasar del tiempo, la figura de Jesús se fue enriqueciendo con trazos míticos y culturales, que enfatizan su dimensión divino-salvífica, el proceso de búsqueda del Jesús histórico ondeará su dimensión humana y su inserción crítica en la historia y en la realidad.
En tiempos de post-modernidad y de crisis de los grandes proyectos, la búsqueda es por la satisfacción inmediata de necesidades y deseos particulares. La individualidad sobresale por encima de la colectividad. El bien estar del individuo es el imperativo ético de toda persona. Sin embargo, en el mismo instante en que la globalización se abre a lo universal, paradójicamente dirige sus atenciones por encima del individuo: eso porque su objetivo es una felicidad parcial y siempre nueva, cuya satisfacción pasa por el consumo material. Es la lógica del mercado y de la economía. En este contexto, se favorece la imagen de un Jesús desencarnado y mágico: una especie de “deus ex machina” el cual resuelve nuestros problemas particulares y momentáneos. Es el “Jesús poderoso”, el “milagrero”, el “Jesús-solución”: nada más que un símbolo desencarnado, y muchas veces, alienante, una solución “barata”, de nuestras inquietudes y búsquedas, un manual personalizado de auto-ayuda.
Con “un mínimo de historicidad” (Zuurmond, 1998, p.118) será posible mantener la referencia al proyecto histórico de Jesús, indispensable en la transformación de la realidad como un todo, sin olvidar los problemas particulares de los individuos.
Jesús histórico y pastoral – El problema del método
La discusión sobre el Jesús histórico, en cuanto inserta en el contexto de una acción formadora pastoral, suscita específicos problemas metodológicos. Presenta una doble problematización: de Jesús y de su historia, de un lado; de nuestras concepciones y tradiciones acerca de Jesús y de su historia, de otro.
No podemos suponer que las personas y las comunidades que ofrecen momentos específicos de formación, puedan cuestionar con facilidad estos elementos, es decir, problematizarlos, sobre todo por tratarse de cuestiones centrales, aquellas que definen la identidad asumida por las personas y las comunidades. A lo largo de nuestra experiencia quedó claro que –inicialmente- el Jesús histórico, en la mayoría de los casos, no representa un problema. El Jesús conocido y reconocido en las experiencias catequéticas, litúrgicas o hasta de formación teológica, es percibido como siendo el Jesús de la historia y no hay espacio significativo para preguntas, a no ser en lo que toca respecto a los milagros. De cierta manera, ésta es la situación normal, en los dos sentidos positivos del término.
En un primer sentido, normal es lo que no es cuestionado. Ésta parece ser la característica de todas las concepciones de los orígenes. La figura de Jesús, está en el origen de la fe, de la esperanza, de la vida y de la concepción de la vida, tanto individual como comunitaria, de las personas que participan en los cursos bíblicos y de acción pastoral de formación.
Las concepciones que construimos en nuestras relaciones culturales originarias –‘de cuna’, por decir así- son el aire que respiramos ‘normalmente’, es decir, sin pensar: es lo normal. Y, como en el caso del aire o del agua, percibimos lo normal precisamente cuando se transforma en su contrario, cuando se vuelve problema. El sentido de una presencia se impone en la ausencia. Este es el mecanismo de añoranza, que es una forma de problematización de lo normal.
Volviendo al caso de Jesús, normalmente no sentimos nostalgia de un Jesús ‘diferente’, no experimentamos todavía su ausencia. O lo creemos, al contrario, super-presente, evidente, en las concepciones que tenemos de él.
En un segundo sentido, normal es lo que es incuestionable. Es aquello que debe ser, no apenas porque se impone su presencia, como el aire, sino explicita una voluntad, una determinación que aceptamos como superior a nuestra propia percepción. La figura de Jesús, por ser una concepción originaria para todas las tradiciones cristianas, atrae la atención de las fuerzas normalizadotas que estructuran estas mismas tradiciones. Las eclesiologías, antropologías, teorías morales o jurídicas que construimos y escogemos, definen –al mismo tiempo que las suponen- una lectura normal, es decir, regulada, del fenómeno Jesús. Esta lectura tiende a mantenerse incuestionada e incuestionable en cuanto sobreviven las opciones que la generaron.
Primer paso - La percepción del problema
El primer requisito de una acción de formación pastoral, centrada en la problemática reflexiva del Jesús de la historia, es la conciencia responsable de estos mecanismos de normalidad y normalización. Es evidente que los dos niveles de problematización,
el de Jesús y el de nuestras concepciones, están visceralmente implicados, por tratarse de la discusión de cuestiones originarias. Investigar a Jesús y su historia, redunda en cuestionamientos radicales, es decir, originarios, de nuestras concepciones normales. Es un caso importante de “efecto dominó”. La problematización histórica acerca de Jesús, induce a la discusión de las reglas que normalizan nuestras concepciones acerca de Jesús y de las concepciones derivadas, que a su vez, implican una revisión de las opciones eclesiológicas, antropológicas, morales o institucionales que ya hicimos y asumimos. En el campo de la formación, más que en cualquier otro campo, es vital intentar imaginar los efectos a medio y a largo plazo, de nuestras intervenciones cuando éstas tienen como objetivo concepciones originarias, cuestiones –en cierta forma- vitales.
Por esto el primer paso de nuestro método de trabajo, consiste en una estrategia de condivisión de la responsabilidad. Comenzamos con una dinámica de visualización y discusión de las concepciones de Jesús que heredamos y asumimos. Invitando al grupo a explicitar su imagen ‘espontánea’ de Jesús, construimos un cuadro de referencia. Todas las imágenes son aceptadas y valorizadas, lo que origina alguna sorpresa. Existe la expectativa de recibir criterios claros de discernimiento, orientaciones explícitas sobre cómo juzgar las diferentes imágenes. La discusión surge naturalmente, por el simple hecho de colocar lado a lado, en un único panel, las imágenes de Jesús. El panel hace aparecer de forma clara y visible un significativo pluralismo cristológico.
Segundo paso - La búsqueda de los criterios
La pregunta por la legitimidad del pluralismo detectado, lleva al problema de los orígenes y al cuestionamiento de su singularidad. A esta altura de la discusión, el Jesús de la historia ya es un problema percibido por el grupo y no apenas un ‘grillo’ de unos pocos. A partir de este punto en adelante, la responsabilidad y el interés por las preguntas a ser formuladas y por las respuestas que deberán ser buscadas es de todos. Llevar a las personas a tener conciencia de los problemas (problematizar las concepciones de cuna) es una manera de pedir el consentimiento informado para intervenir. Como la intervención tendrá consecuencias importantes, el problema tiene que ser percibido con claridad, a fin de que la intervención no sea totalitaria y violenta, una verdadera invasión. Todo proceso de formación consciente y participativo –perfil esperado de cualquier acción pastoral- debe ser asumido en primera persona por los actores.
Por el hecho de que todas las imágenes tienen que haber sido aceptadas para integrar el panel, se puede concluir que ninguna tiene el privilegio de estructurar las respuestas. Criterios de evaluación deben ser buscados fuera del cuadro de referencia construido a partir de las imágenes ‘espontáneas’ de Jesús y también fuera de sus fuentes tradicionales, o mejor, fuera de las interpretaciones tradicionales de las fuentes. Las fuentes canónicas y sus tradiciones hermenéuticas necesitan ser sometidas a una seria discusión, lo que no es habitual en el contexto pastoral.
Luigi Schiavo y Lorenzo Lago
RIBLA, núm. 47
Jesús, símbolo de la fe
Aunque haya discontinuidad entre el Jesús histórico y el Jesús de la fe, no podemos todavía separarlos. El Jesús post-pascual (de la fe), depende y está, de cierta forma, en continuidad con el Jesús pre-pascual. Ambos son verdaderos: uno por referirse a una persona y a unos acontecimientos concretos: el hombre Jesús de Nazaret y su trayectoria existencial; el otro por constituir la referencia de la fe, de quien en él acredita. Sin embargo, cuanto más nos distanciamos de la historia, tanto más el Jesús de la fe, expresado en múltiples imágenes, se enriquece de elementos culturales y se vuelve revelante. Para las comunidades, no importa el Jesús real, quién fue él, en la realidad de su tiempo, su humanidad hecha de deseos, sueños, expectativas, sufrimientos, frustraciones, relaciones, etc. Vale el Jesús del gesto, que es imaginado y en el cual se confía. Tales imágenes son el resultado de la memoria y de la tradición que atravesarán los siglos, y que en cada generación fueron reinterpretadas y re-significadas: de esta manera, Jesús se volvió un símbolo aglutinador de ansias y expectativas.
El símbolo, en su etimología (sym-ballo, literalmente ‘es situar junto’), busca unir dos cosas. Una, podemos considerar “empírica”: un objeto, una persona, un acontecimiento. Otra, tiene que ver con el significado que atraviesa y trasciende la primera. Es lo simbólico que trans-significa el sentido primario, “remitiendo para otra realidad que es la que importa existencialmente” (Croatto, 2001, p.87). Entre las características más importantes del símbolo están su polisemia, que sugiere y evoca varias significaciones al mismo tiempo y en épocas diferentes; la relación: el símbolo se vuelve un patrimonio social; y el hecho de ser permanente y universal (Croatto, 2001, p.102-110). Jesús, en este sentido, es un símbolo, que se transfigura y re-significa en las innumerables imágenes de él surgidas en la historia de la humanidad y que son expresión de la fe en él. Jesús como símbolo es algo vivo, abierto siempre a nuevas significaciones, ecuménico, plural, y no dogmático. Aquí está su fuerza y su encanto que lo hacen siempre actual. Cualquier persona, de cualquier lugar y época histórica, mirando hacia él, podrá reconocerse y depositar en él sus ansias, y volviéndose creyente y seguidor.
El peligro de un Jesús mágico y desencarnado
La búsqueda por el Jesús de la historia, permite cimentar la fe en el proyecto histórico de Jesús, el cual, más allá de la dimensión religiosa, envolvía lo social, lo económico y la política. De este modo, creer en Jesús significa comprometerse con su proyecto de transformación de la realidad humana y social.
La reconstrucción del contexto histórico es condición para la reconstrucción de la presencia, de la acción y de la predicación históricas de Jesús en su ambiente vital: el contexto del judaísmo del I siglo, de los movimientos sociales y de reforma religiosa y política, la situación de dominación del imperio romano, lo cotidiano del pueblo, sus esperanzas y sufrimientos. Se vuelve indispensable el preguntar: ¿Cuál es el impacto de la figura de Jesús en este contexto? ¿Qué esperanzas y actitudes provocaban sus palabras y acciones? ¿Era Jesús solamente un reformador religioso? ¿Cuál fue su apertura: era también político-social?
Esta reconstrucción, todavía sujeta a las limitaciones de la investigación histórica, aleja un poco el peligro de un Jesús mágico y desencarnado. En el símbolo, las dos realidades, la histórica y la trascendente, se fundamentan la una en la otra, en una dialéctica de reciprocidad. Si, con el pasar del tiempo, la figura de Jesús se fue enriqueciendo con trazos míticos y culturales, que enfatizan su dimensión divino-salvífica, el proceso de búsqueda del Jesús histórico ondeará su dimensión humana y su inserción crítica en la historia y en la realidad.
En tiempos de post-modernidad y de crisis de los grandes proyectos, la búsqueda es por la satisfacción inmediata de necesidades y deseos particulares. La individualidad sobresale por encima de la colectividad. El bien estar del individuo es el imperativo ético de toda persona. Sin embargo, en el mismo instante en que la globalización se abre a lo universal, paradójicamente dirige sus atenciones por encima del individuo: eso porque su objetivo es una felicidad parcial y siempre nueva, cuya satisfacción pasa por el consumo material. Es la lógica del mercado y de la economía. En este contexto, se favorece la imagen de un Jesús desencarnado y mágico: una especie de “deus ex machina” el cual resuelve nuestros problemas particulares y momentáneos. Es el “Jesús poderoso”, el “milagrero”, el “Jesús-solución”: nada más que un símbolo desencarnado, y muchas veces, alienante, una solución “barata”, de nuestras inquietudes y búsquedas, un manual personalizado de auto-ayuda.
Con “un mínimo de historicidad” (Zuurmond, 1998, p.118) será posible mantener la referencia al proyecto histórico de Jesús, indispensable en la transformación de la realidad como un todo, sin olvidar los problemas particulares de los individuos.
Jesús histórico y pastoral – El problema del método
La discusión sobre el Jesús histórico, en cuanto inserta en el contexto de una acción formadora pastoral, suscita específicos problemas metodológicos. Presenta una doble problematización: de Jesús y de su historia, de un lado; de nuestras concepciones y tradiciones acerca de Jesús y de su historia, de otro.
No podemos suponer que las personas y las comunidades que ofrecen momentos específicos de formación, puedan cuestionar con facilidad estos elementos, es decir, problematizarlos, sobre todo por tratarse de cuestiones centrales, aquellas que definen la identidad asumida por las personas y las comunidades. A lo largo de nuestra experiencia quedó claro que –inicialmente- el Jesús histórico, en la mayoría de los casos, no representa un problema. El Jesús conocido y reconocido en las experiencias catequéticas, litúrgicas o hasta de formación teológica, es percibido como siendo el Jesús de la historia y no hay espacio significativo para preguntas, a no ser en lo que toca respecto a los milagros. De cierta manera, ésta es la situación normal, en los dos sentidos positivos del término.
En un primer sentido, normal es lo que no es cuestionado. Ésta parece ser la característica de todas las concepciones de los orígenes. La figura de Jesús, está en el origen de la fe, de la esperanza, de la vida y de la concepción de la vida, tanto individual como comunitaria, de las personas que participan en los cursos bíblicos y de acción pastoral de formación.
Las concepciones que construimos en nuestras relaciones culturales originarias –‘de cuna’, por decir así- son el aire que respiramos ‘normalmente’, es decir, sin pensar: es lo normal. Y, como en el caso del aire o del agua, percibimos lo normal precisamente cuando se transforma en su contrario, cuando se vuelve problema. El sentido de una presencia se impone en la ausencia. Este es el mecanismo de añoranza, que es una forma de problematización de lo normal.
Volviendo al caso de Jesús, normalmente no sentimos nostalgia de un Jesús ‘diferente’, no experimentamos todavía su ausencia. O lo creemos, al contrario, super-presente, evidente, en las concepciones que tenemos de él.
En un segundo sentido, normal es lo que es incuestionable. Es aquello que debe ser, no apenas porque se impone su presencia, como el aire, sino explicita una voluntad, una determinación que aceptamos como superior a nuestra propia percepción. La figura de Jesús, por ser una concepción originaria para todas las tradiciones cristianas, atrae la atención de las fuerzas normalizadotas que estructuran estas mismas tradiciones. Las eclesiologías, antropologías, teorías morales o jurídicas que construimos y escogemos, definen –al mismo tiempo que las suponen- una lectura normal, es decir, regulada, del fenómeno Jesús. Esta lectura tiende a mantenerse incuestionada e incuestionable en cuanto sobreviven las opciones que la generaron.
Primer paso - La percepción del problema
El primer requisito de una acción de formación pastoral, centrada en la problemática reflexiva del Jesús de la historia, es la conciencia responsable de estos mecanismos de normalidad y normalización. Es evidente que los dos niveles de problematización,
el de Jesús y el de nuestras concepciones, están visceralmente implicados, por tratarse de la discusión de cuestiones originarias. Investigar a Jesús y su historia, redunda en cuestionamientos radicales, es decir, originarios, de nuestras concepciones normales. Es un caso importante de “efecto dominó”. La problematización histórica acerca de Jesús, induce a la discusión de las reglas que normalizan nuestras concepciones acerca de Jesús y de las concepciones derivadas, que a su vez, implican una revisión de las opciones eclesiológicas, antropológicas, morales o institucionales que ya hicimos y asumimos. En el campo de la formación, más que en cualquier otro campo, es vital intentar imaginar los efectos a medio y a largo plazo, de nuestras intervenciones cuando éstas tienen como objetivo concepciones originarias, cuestiones –en cierta forma- vitales.
Por esto el primer paso de nuestro método de trabajo, consiste en una estrategia de condivisión de la responsabilidad. Comenzamos con una dinámica de visualización y discusión de las concepciones de Jesús que heredamos y asumimos. Invitando al grupo a explicitar su imagen ‘espontánea’ de Jesús, construimos un cuadro de referencia. Todas las imágenes son aceptadas y valorizadas, lo que origina alguna sorpresa. Existe la expectativa de recibir criterios claros de discernimiento, orientaciones explícitas sobre cómo juzgar las diferentes imágenes. La discusión surge naturalmente, por el simple hecho de colocar lado a lado, en un único panel, las imágenes de Jesús. El panel hace aparecer de forma clara y visible un significativo pluralismo cristológico.
Segundo paso - La búsqueda de los criterios
La pregunta por la legitimidad del pluralismo detectado, lleva al problema de los orígenes y al cuestionamiento de su singularidad. A esta altura de la discusión, el Jesús de la historia ya es un problema percibido por el grupo y no apenas un ‘grillo’ de unos pocos. A partir de este punto en adelante, la responsabilidad y el interés por las preguntas a ser formuladas y por las respuestas que deberán ser buscadas es de todos. Llevar a las personas a tener conciencia de los problemas (problematizar las concepciones de cuna) es una manera de pedir el consentimiento informado para intervenir. Como la intervención tendrá consecuencias importantes, el problema tiene que ser percibido con claridad, a fin de que la intervención no sea totalitaria y violenta, una verdadera invasión. Todo proceso de formación consciente y participativo –perfil esperado de cualquier acción pastoral- debe ser asumido en primera persona por los actores.
Por el hecho de que todas las imágenes tienen que haber sido aceptadas para integrar el panel, se puede concluir que ninguna tiene el privilegio de estructurar las respuestas. Criterios de evaluación deben ser buscados fuera del cuadro de referencia construido a partir de las imágenes ‘espontáneas’ de Jesús y también fuera de sus fuentes tradicionales, o mejor, fuera de las interpretaciones tradicionales de las fuentes. Las fuentes canónicas y sus tradiciones hermenéuticas necesitan ser sometidas a una seria discusión, lo que no es habitual en el contexto pastoral.
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