Por la humanización de Dios en Jesucristo, se ha cambiado la situación de perdición en la que todos los hombres están presos y por la que están íntimamente determinados. Esa situación se rompió en un lugar y este nuevo comienzo determina ahora de forma nueva la situación de todos los hombres. Por eso la redención se puede entender como liberación.[1]
Walter Kasper
1. La figura de Jesús en nuestro tiempo y la novedad de su mensaje y acción
Jesús de Nazaret no es un extraño en nuestras sociedades latinoamericanas, pues su nombre ha estado asociado a una multitud de proyectos y procesos sociales actuales y añejos. Desde el Cristo Rey hasta el Cristo revolucionario, pasando por la devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús por parte de los sectores más conservadores, la figura del Galileo ha contribuido a formar una mentalidad cristiana, la cual muchas veces está desligada de lo que cuentan los Evangelio sobre él, acaso porque la doctrina y la liturgia se han apropiado de su mensaje y han sustituido incluso los acercamientos a su pensamiento y acción. Algunos sugieren que los eventos pascuales (la cruz y la resurrección) han impedido que mucha gente conozca más de cerca lo que representó el “Jesús histórico”, es decir, el Jesús activo en medio de su tiempo. En otra época se habló mucho de la oposición entre esta imagen y la del llamado “Cristo de la fe”, es decir, la que habiendo pasado por el filtro de la doctrina, fue entregado a las comunidades para relacionarse con él sin considerar suficientemente los acontecimientos de su vida previos a su muerte. Ese esquema, superado desde hace tiempo, es el trasfondo histórico y religioso contra el cual se ha intentado, dentro y fuera de América Latina, la recuperación de un Jesús más dinámico y presente en las luchas de las comunidades que reivindican la esperanza en el Reino de Dios, el mismo que predicó con sus gestos, acciones y discursos.
Un folleto de los años 80, dirigido a estudiantes universitarios, expresaba así este problema:
Ciertos datos de la vida de Jesús de Nazaret son de conocimiento común en América Latina: año tras año se evoca su nacimiento en Navidad y su muerte y resurrección en Semana Santa. El que se cría en este ambiente, sin embargo, corre el riesgo de dejar que la familiaridad con esos datos, que forman parte de su tradición cultural, le impida ver la importancia que tiene la lectura personal del registro de los hechos y enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento. ¡Y cuántos se conforman con un conocimiento superficial del hombre que transformó el curso de la historia humana![2]
Esta superficialidad, que predomina en la mayoría de los ambientes, propicia el fortalecimiento, incluso en muchas iglesias, de una percepción, a veces hasta de tinte esotérico, sobre las acciones y enseñanzas de Jesús, guiada por la deformación y hasta ridiculización de su mensaje. Por todo ello, hace falta divulgar los enormes avances que se han logrado en nuestro continente sobre la recuperación y actualización de su mensaje, partiendo del hecho de que las masas, al igual que en su tiempo, pueden quedarse con una visión muy limitada de su mentalidad, misión y proyección, tal como las describen los evangelios. Leerlos desde una perspectiva ya no dominada por tantos prejuicios y a la luz de la manera en que él mismo quiso que se entendieran sus esfuerzos por vivir la fe de otro modo puede contribuir a llevar a cabo una especie de “reconstrucción” de los hechos para poder asimilar su obra con más frescura y claridad, a fin de hacer presente su mensaje con los misma intensidad con que él pasó por el mundo.
2. La libertad de Jesús y la de sus seguidores/as
Acaso la práctica libertaria de Jesús, en el marco de la búsqueda genuina de su mensaje y acción, sea una de los aspectos más incomprendidos de su persona y realidad. Situarlo como una persona que fue capaz de distanciarse de los poderes de su tiempo y que, habiéndolo logrado, propusiera una praxis más acorde con los designios de Dios, actualizándolos, es uno de los mayores desafíos para la fe. La pregunta que él mismo lanzó a un pescador de Galilea sigue resonando en los oídos de la humanidad y es la puerta de entrada para entablar algún tipo de relación él: “¿Quién dices tú que soy yo?” (Mt 16.15). La respuesta que se ofrezca implica un grado de compromiso que define la manera en que podemos asumir la presencia ineludible de Jesús en la historia humana, pues a esa pregunta le precede otra, igualmente importante, basada en el conocimiento de las voces y opiniones que se tienen sobre él y que circulan de boca en boca o en los diversos espacios. Joseph Ratzinger ha escrito dos libros sobre Jesús (Jesús de Nazaret, en 2007, y Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, 2011), en los que, como comenta Juan José Tamayo, al referirse al segundo:
La imagen que ofrece en el libro es la un Jesús pensado y vivido desde la fe de la Iglesia y despolitizado. Un Jesús que pasa por la tierra como por brasas sin implicarse en la vida social de su pueblo, que no constituye peligro alguno para el Imperio Romano, que anuncia un reino de Dios basado en la “verdad que está en el intelecto de Dios” y que apenas hace pie en la historia. Un Jesús que separa con nitidez religión y política, y cuya muerte no es consecuencia del conflicto con el poder, sino auto-entrega vicaria para la reconciliación de la humanidad con Dios.[3]
Un panorama de este tipo contrasta profundamente con la forma en que Jesús ejerció su libertad frente a las exigencias del ambiente en el que desempeñó su labor profética y redentora, y es una de las mayores lecciones que el ámbito religioso ofrece a la humanidad entera. Existen diferentes formas de interpretar la libertad de Jesús, por ejemplo, la que lo muestra distante del tener, valer, poder y ante la opinión de los demás.[4] Otra más, que fue libre también ante las exigencias de la Ley, la tradición, la familia y los poderes.[5] Mateo 17.24-27 es un pasaje en que se demuestra también la manera en que fue capaz de tomar distancia, incluso, de las exigencias económicas de la religión establecida, pues allí se somete, aparentemente, a la necesidad de cubrir el impuesto religioso (Ex 30.13), pero sale del apuro mediante un recurso no sólo milagroso (e ingenioso) sino profundamente crítico de las realidades institucionales de su época.
Jesús es capaz de expresar su libertad frente a las estructuras económico-religiosas cuestionando de raíz su legitimidad pues deseaba instaurar la gratuidad como forma de existencia en el mundo, comenzando con la salvación. Por eso propuso el perdón de las deudas y la superioridad de las ofrendas de las personas más necesitadas, como la viuda que dio todo lo que tenía.[6] Jesús enseña a vivir en libertad delante de Dios como un profeta que captó adecuadamente los nuevos tiempos que Dios anunció con su venida para formar, como en los tiempos de Moisés, un pueblo libre.
Notas
[1] W. Kasper, Jesús, el Cristo. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1979, p. 253.
[2] “Presentación”, en Jesús, modelo del hombre nuevo. México, Sociedades Bíblicas Unidas, 1983, p. III.
[3] J.J. Tamayo, “Ortodoxia frente a teología crítica”, en El País, 19 de marzo de 2011, www.elpais.com/articulo/portada/Ortodoxia/frente/teologia/critica/elpepuculbab/20110319elpbabpor_37/Tes.
[4] Joseph Thomas, Llamados a la libertad. Santander, Sal Terrae, 1986, pp. 32-63, “Jesús, hombre libre y liberador”, en www.mercaba.org/FICHAS/JESUS/hombre_libre_liberador.htm.
[5] C. Duquoc, Jesús, hombre libre. 8ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, pp. 27-39.
[6] Leif Vaage, “Jesús-economista en el evangelio de Mateo”, en RIBLA, núm. 27, www.claiweb.org/ribla/ribla27/jesus%20economista.html.
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