4 de marzo,
2012
…el Hijo del
Hombre …vino para… dar su vida en rescate por muchos.
Mateo 20.28
Mediante lo que se podría definir como
una “concentración cristológica de la historia de la salvación”, los Evangelios
practicaron una forma de interpretación de la vida y obra de Jesús de Nazaret
en función de la acción de Dios en el mundo para entregarse a la humanidad en
su persona. Posiblemente la idea de una entrega
voluntaria daría la impresión de
pasividad, pero lo cierto es que el movimiento provocado por Jesús arroja una
luz muy intensa sobre el énfasis activo con que él asumió la tarea de
representar y asumir la presencia de Dios en medio de la humanidad para obtener
los beneficios de una salvación largamente anunciada. La comunidad de Mateo,
asentada en Antioquía y conformada sobre todo por conversos del judaísmo, al
revisar el trasfondo de los sucesos que conformaron la entrega de Dios en
Jesús, advirtieron que ésta se dio en medio de una conflictividad que afectaba
a todos los integrantes de la comunidad, y especialmente a algunos de sus
líderes, quienes estaban ante la tentación y el peligro de practicar los usos
del poder predominantes.
Mateo marca
un instante importantísimo en la vida de Jesús, cuando decide “subir a
Jerusalén” (20.17), aun a sabiendas de lo que sucederá allí. Toma a sus 12
discípulos, un subrayado sobre la importancia de la comunidad, y hace una
afirmación contundente: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales
sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y
le crucifiquen; mas al tercer día resucitará” (vv. 18-19, énfasis agregado). La
acción de entregar (paradídomi) de la
que habla tiene una connotación pasiva y negativa, pues se refiere a la
determinación de los enemigos de Jesús de llevar adelante el rechazo de su obra
y asesinarlo. Inmediatamente, la madre de los hijos de Zebedeo, tradicionalmente
llamada Salomé, expone el deseo de que ellos puedan ocupar los primeros lugares
en el Reino futuro y escatológico de Dios (vv. 20-21).
Semejante
petición rompe el momento solemne del anuncio de la obra redentora de Jesús y
conduce la afirmación de su entrega hacia un marco relacionado con la capacidad
de sacrificio y entrega en contraste con el uso del poder en el mundo: “Este
texto sobre el servicio cristiano hay que ponerlo en relación con los vv. 17-19
que anuncian el mayor servicio de Jesús, el de su propia muerte. La madre de
los hijos del Zebedeo aspira no sólo a un mejor puesto para sus hijos, sino a
lo máximo, al todo del reino. La aspiración a lo más alto es algo grabado en el
corazón del hombre. Jesús no anulará esta aspiración sino que le dará un nuevo
giro, aunque la ambición esté, por supuesto, descartada del reino”.[1]
Lo
descabellado de la petición consiste en asociar la entrega de Jesús meramente a
una cuestión de poder. Es como si alguien espera la recompensa aun antes de
haber hecho cualquier cosa. La entrega de Dios en Jesús no implica el acceso al
poder para nadie, pues la consecución de la obra redentora tiene como condición
inevitable la entrega personal, el sacrificio y la humillación:
La segunda parte de la escena se centra sobre el grupo de los demás
apóstoles. Jesús no critica directamente los poderes terrenos, sino que enseña
a sus amigos que no es un modelo al que se pueda equiparar el Reino. Más aún,
el verdadero medio de que disponen los miembros de la comunidad mesiánica para
llegar a la “grandeza” del Reino es el servicio. El sentimiento y deseo de
superioridad que anida en el corazón de todo hombre tiene un cauce de expresión
en la dinámica del reino: el servicio. Todo lo contrario a lo que cabría
esperar. Sólo mirando al servicio total de Jesús en su muerte es posible
entender estas palabras sin pensar que se trata de no sé qué ironía.[2]
La entrega
que Dios viene a hacer de sí mismo en la persona de su Hijo en el mundo, una
acción aparentemente pasiva y negativa si se aprecia desde el lado humano y
material, presupone una intencionalidad más profunda, pues Jesús siente que ha
llegado el momento justo para esa entrega. De ahí que su afirmación activa y
positiva, luego de enjuiciar el comportamiento relacionado con el poder terrenal
(vv. 25-27), tiene que ver precisamente con la entrega de su parte en una
misión de servicio y humildad: “No es la misión de Cristo en la tierra situar a
sus amigos en los mejores puestos y conceder honores, sino salvar a los hombres
con un amor que no se detiene ante la muerte y muerte de cruz. El que ha
resucitado a Jesús de entre los muertos, sabrá resucitar y premiar en su día a
los que ahora siguen los pasos de Jesús”.[3]
Jesús se
entregará en medio de conflictos, pero éstos no deberán esconder la decisión
divina de hacerse presente en el mundo aunque no en la forma de un gobernante
poderoso y despótico sino, más bien desde una disposición innegociable de
servicio y entrega “para dar su vida (dounai
ten psujén) en rescate por muchos” (v. 28), en una actitud de donación
permanente y hasta lo último.
La indignación de los otros diez se debe más a la envidia, al oír esta
petición, que al hecho de que hayan comprendido “los secretos del Reino”. Las
normas que rigen en la comunidad mesiánica rompen con toda la ideología
dominante en el mundo que la rodea especialmente con el modo de ejercer el
poder en el mundo pagano (“los pueblos” o "las naciones"): su
característica dominante es el absolutismo. Los que forman la comunidad
mesiánica no deben asemejarse al modelo pagano; el modelo que Jesús propone es
el del “servidor” (diakonos) y “esclavo”
de los demás. La novedad de este modelo es el servicio a los demás: para los
judíos era un honor llamarse servidores de Dios, pero no de los hombres.[4]
Dios se entrega
a la humanidad en Jesús de Nazaret acompañando la existencia y agregándole el
sentido salvífico que no es tan accesible para la mirada de los demás. Llevará
a su Hijo a la cruz, es verdad, pero no como parte de un proceso sádico en el
que disfrutará de su sufrimiento histórico, pues Él mismo experimentará, “en
carne propia”, el dolor que produce una entrega no fingida, auténtica y
liberadora:
Este servicio que Jesús propone tiene un modelo muy claro: Él mismo. Con
sus últimas palabras corrige una concepción errónea que podía tenerse sobre su
persona y al mismo tiempo se presenta como tipo del Siervo. Eso se hace en
primer lugar con una frase negativa: “no ha venido para...”, y luego con otra
positiva: "sino para dar su vida...", indicando que él será el
verdadero Siervo de Yahvé y que su muerte tendrá el sentido de ser para todos
los hombres una liberación (“rescate”) para llevar una nueva vida.[5]
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