2 de abril, 2012
No
cabe duda de que al querer exponer y explicar este pasaje puede sonar reiterativo,
excedido y hasta molesto pues cualquier argumento o análisis desde cualquier
punto de vista ya sea intelectual, rebuscado, analítico o muy palpable,
ilustrativo, espontáneo o sencillo no tiene justificación, pues el texto se
encarga por si solo de echar por tierra cualquiera de las opciones que se
escoja. El pasaje es tan explícito y determinante que desde una lectura
cristianizada de los textos y desde la postura tradicional evangélica hasta nos
favorece (y nos gusta) y lo aceptamos sin ninguna discusión y muchos podemos decir
“amén”, además es la interpretación del apóstol Pablo que explica lo que Dios
prefiere, pero me pregunto con todo respeto al texto y desde una lectura no
contextual: ¿no es un poco soberbio de parte de Dios menospreciar cualquier
intento de lucidez del ser humano, hecho a imagen de Dios? ¿No es discriminatorio
preferir a los menos por lo de mayor valor o superiores? Y estas preguntas van encaminadas
en el sentido de hacernos reaccionar a esta lectura de la carta a los
Corintios, y no sólo conformarnos con una lectura superficial de los textos donde
no analicemos lo que el apóstol Pablo quería dar a entender a las personas de
su tiempo pero también en este tiempo que leemos e interpretamos estos textos.
Por mi parte con esta introducción podemos dar
por terminado el tema, pero trataremos de reflexionar en el título del tema de
hoy, “Cristo crucificado: fundamento de la predicación”. Es interesante ver cómo
podemos presentar este mensaje sin violentar el discurso de los versículos de
este pasaje, pues si lo hacemos desde una postura docta, ¿lograremos el
objetivo deseado? o sólo buscar una forma humilde, sencilla para exponerlo y
dejar que Dios termine el objetivo, es un buen dilema, pero hoy tengo que
predicar sobre el tema asignado y para esto voy a iniciar desde el ultimo
versículo, del pasaje que leímos, de 1 Co. 1.26-2.5 entonces vayamos al verso
5 del cap. 2:
Para que
vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de
Dios.
No
se trata de dar un discurso para que los hombres y mujeres aprendan el evangelio
o lleguen al conocimiento de él con un discurso únicamente elocuente o con
señales, para Pablo ése no es el propósito u objetivo y quiero recordar que
Pablo era uno de los hombres más eruditos y estudiados de su tiempo pues en una
de sus cartas menciona toda su estirpe pues nada menos podía jactarse de haber estudiado
a los pies de Gamaliel. El principal propósito de Pablo es dejar en claro que es
la fe en el Cristo crucificado: por eso recalca la palabras “Para que su fe” y la pregunta obligada es: ¿en quién
hay que tener fe? Ante esta interrogante Pablo en todos sus tratados desarrolla
la teología de la cruz fundamentándose en el Cristo crucificado y resucitado, y
gracias a Dios que ha sido retomada por la iglesia reformada.
Pablo no concibe la predicación como un conjunto de
razonamientos que intentan convencer demostrando. En consecuencia desecha
acudir a las “sabias palabras” (1 Cor. 1.17), “Pues no me
envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de
palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” tampoco al «prestigio de la palabra o de la sabiduría”
(1 Cor. 2.1), “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros
el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.” y “los persuasivos discursos de
la sabiduría” (1 Cor. 2, 4). “…ni mi palabra ni mi predicación
fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder”.
Ahora bien, este acto de fe no es aceptar algo
evidente; por el contrario, conlleva rendir y someter el propio entendimiento a
Cristo (2 Cor. 10.5). Creer es un milagro, una gracia, pues no se trata
simplemente de aceptar unas verdades, sino de someterse a Cristo, de aceptarle
como Señor de la propia vida. Y esto es imposible sin la acción interior del
Espíritu: “…y nadie puede llamar a Jesús Señor sino bajo la acción del Espíritu
Santo” (1 Cor. 12.3).
Ya hemos indicado que el fundamento de la
predicación del Cristo crucificado consiste esencialmente en la proclamación de
un acontecimiento que Dios ha realizado de Cristo (“fue entregado por nuestros
pecados y resucitado para nuestra salvación”: Rom. 4.25). Este anuncio va
acompañado de la invitación a la conversión, puede ser aceptado o rechazado.
Esta recepción se realiza mediante el acto de fe, gracias al cual el hombre
obedece el Evangelio (Rom. 1.5; 6.17; 16.26) y se somete a Cristo (2 Cor. 10.5),
el cual a su vez despliega en el creyente todo su poder salvífico.
Por eso Pablo ha renunciado a apoyarse en la
sabiduría y en el prestigio de la palabra humana y se ha apoyado decididamente
en la acción poderosa del Espíritu que mueve y transforma los corazones por dentro
(1 Cor. 2.4-5). Así, a los de Tesalónica les recuerda: “Pues nuestro
evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en
el Espíritu Santo y en plena certidumbre…” (1 Tes. 1.5); y esta acción poderosa del Espíritu
se manifestó en que abandonaron los ídolos y se convirtieron a Dios (1 Tes. 1.9-10),
y ello en unas circunstancias difíciles y humanamente desfavorables (1 Tes. 1.6),
en medio de fuerte oposición (1 Tes. 2.2).
La predicación es como un sacramento: quiero decir, a través de un signo externo, el anuncio
del Evangelio del Cristo crucificado se comunica una gracia interior —es la
acción del Espíritu que mueve a creer y a convertirse—. En el libro de los
Hechos leemos que mientras Pedro anunciaba a Cristo “el Espíritu Santo cayó
sobre todos los que escuchaban la Palabra” (Hch. 10.44). Recibir la Palabra,
creer y convertirse es una gracia. Entendemos ahora por qué Pablo daba gracias
a Dios porque al anunciar el Evangelio a los de Tesalónica la recibieron, no
como palabra de hombre (ese era el envoltura exterior), sino como Palabra de
Dios (ésa era la verdadera realidad) (1 Tes. 2.13).
Ciertamente son muchos los aspectos y matices
acerca de la predicación que aparecen en las cartas de Pablo. Ante todo la
acción evangelizadora de Pablo está presidida por lo que él mismo llama “espíritu
de fe” (2 Cor. 4.13). “Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que
está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual
también hablamos”. Esa fe es
la que le lleva a hablar. Podríamos decir que el dinamismo de la fe desemboca
en el anuncio de lo creído. Entonces el valor y la fuerza de la predicación están
en proporción a la capacidad de nuestra fe.
Por la fe el Apóstol Pablo sabe que está
engendrando a los hombres a una vida nueva (1 Cor. 4.15), que cuando les
anuncia a Cristo no sólo les alcanza creer en la verdad (2 Tes. 2.13), sino que
les abre a un horizonte de eternidad y de gloria; (2 Tes. 2.14) “a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria
de nuestro Señor Jesucristo”
Por la fe, Pablo tiene conciencia de estar
realizando una grandiosa liturgia a través de su tarea evangelizadora; pues
como ministro de Cristo logra que los hombres, al recibir por la fe el anuncio
del Evangelio, se conviertan en una preciosa ofrenda consagrada por el Espíritu
Santo para la gloria de Dios (Rom. 15.16). “Para ser ministro
de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los
gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo”.
Pablo fundamenta su fe y su predicación en el
Cristo crucificado y resucitado, y tomando así su trabajo, lo lleva a cabo en
medio de innumerables tribulaciones y dificultades; incluso aunque él sea
encarcelado, hasta en la enfermedad (Gal. 4.13), en la misma cárcel (Fil.
1,12ss) y en la comparecencia ante los tribunales (2 Tim. 4.16-17).
Sí, esta es fe, la que impulsa a anunciar una
realidad que para muchos resulta “locura” y “escándalo”. Sólo la fe tiene la
certeza de que eso que consideran los hombres locura y escándalo es en realidad
la máxima manifestación y realización de la sabiduría y de la fuerza de Dios.
Cuando se anuncia con fe al Cristo crucificado, se comprueba que ese mensaje transforma
y salva al que lo reciben.
Y por
último quiero enfatizar por qué la fe y la predicación de Pablo está fundamentada
en el Cristo crucificado. Recordemos en una forma breve el proceso de la
crucifixión. Jesús es abandonado por
sus discípulos, traicionado por la jerarquía religiosa y ejecutado por los
romanos. Es más, Jesús muere desolado en la cruz y grita: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?".
¿Cuál es la lógica, la
razón aquí? Veamos la acción de Jesús en su juicio y ejecución: es totalmente
contraria a la de Adán y Eva, ellos en vez de admitir su responsabilidad ante
sus actos asumen la de la auto-justificación. La de Jesús todo lo contrario, es
un acto de entrega y confianza total. Jesús se encomienda al Padre, como
observamos en el jardín de Getsemaní, y confía que Dios podrá lograr su propósito,
aunque todo pareciera lo contrario, esa es la lógica de la cruz basada en la
fe.
Pablo dice de Abraham en
Romanos 4, cuando consideraba su edad avanzada y la aparente imposibilidad de
tener descendencia propia. “Creyó en esperanza contra esperanza…en el cual da
vida a los muertos y llama las cosas que no son, como si fueran”. Jesús no cayó
en la trampa de responder a la fuerza con la fuerza. Ya había resistido la
tentación en el desierto, y el de asumir el papel del Mesías político-militar
que la gente esperaba, no procuraba mantener el sistema imperial con un simple sustituto
de un líder de los judíos por el de los romanos.
En la cruz, Jesús rompe la espiral de la violencia, rechaza un intento de auto justificación y se encomienda
plenamente a Dios. De esta manera rompe la lógica adánica para abrir camino a
la redención de la creación caída por medio de la cruz. ¿Cómo sabemos que
funcionó? Dios le resucita de los muertos. Dios vindica a Jesús y da vida al
muerto. De esta forma les echa en cara a los líderes religiosos y de los
gobernantes imperiales, su juicio y condena. ¿Quiénes son ellos si Dios perdona
y justifica al ejecutado? En Jesús Dios rompe la lógica adánica con una nueva lógica,
(razón) la de la cruz.
Por eso Pablo dice, es
locura para los que viven conforme al sistema mundial, pero en realidad es la
sabiduría de Dios. La cruz parece locura al mundo porque el mundo está
edificado sobre el fundamento de la auto-justificación. Lo extraño, hasta el
día de hoy, es que aunque la Iglesia celebra la victoria de Dios sobre el
pecado en la cruz, parece que ha olvidado la lógica teológica profunda de la cruz.
Y es que en acciones grandes y pequeñas nosotros los “cristianos” seguimos el
camino de la auto-justificación, pues operamos conforme a la lógica de Adán y
Eva en lugar de la lógica la razón de la cruz.
Hermanos, nos hace falta
una profunda reflexión al nivel personal como a nivel eclesial sobre la lógica que
impulsa nuestras decisiones y acciones. ¿Seguimos el camino de la auto-justificación?
o el camino de la cruz. Jesús no fue un fracasado, y la lógica de la cruz es
más sabio que la lógica de los hombres o la adánica. Hasta el centurión romano
pudo reconocerlo cuando exclamó: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios!”.
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