I
Co 15.27-34; 42-52
15 de abril,
2012
Así también es la resurrección de los
muertos. Se siembra en corrupción (fthorã),
resucitará en incorrupción (aftharsía).
Se siembra en deshonra (atimía),
resucitará en gloria (doxe); se
siembra en debilidad (astheneía),
resucitará en poder (dunámei).
I Corintios 15.42-43
La resurrección es un
camino de vida y de esperanza a partir del cual es posible basar toda la existencia
cristiana, porque es capaz de iluminar todas las cosas que hacemos, pensamos y
planeamos. La perspectiva pascual, con que después de la resurrección de Jesús asumieron
el horizonte histórico, los llevó a elaborar nuevas formas de culto,
comportamiento, pensamiento y acción. Cada una de estas áreas fue vista como un
espacio de aplicación de los beneficios de la resurrección. Se trataba, ahora
sí, de vivir como resucitados y de comenzar a transformar el mundo para que se
acerque a los ideales del Reino de Dios.
La muy extensa exposición paulina sobre la resurrección en I
Co 15 cuestiona radicalmente las tendencias que manifestaba la comunidad
corintia de rechazo de esta realidad por dos razones, la primera porque, según
la orientación filosófica griega, el cuerpo no podía tener un destino más que
la corrupción y la desaparición física; y segundo, porque al rechazar la obra
de Dios en Jesús al volverlo a la vida, se estaría poniendo en tela de juicio
las consecuencias de la salvación y, pero aún, las posibilidades de renovación
de este mundo y de la humanidad entera. El desprecio por el cuerpo, que tan notoriamente
se ha hecho manifiesto en multitud de iglesias, le da continuidad en el campo
cristiano a una doctrina que choca frontalmente con lo ofrecido por la muerte y
resurrección de Jesucristo. La fe cristiana, a partir de esa gran realidad,
funda una nueva corporalidad, una nueva experiencia desde el cuerpo, y establece que éste, como suprema realidad física
e histórica, es uno de los lugares privilegiados de la salvación, pues si los
seres humanos no experimentación la salvación corporalmente, en la esperanza de
la resurrección, la entrega y el culto nuevo no puede realizarse. Resultaría imposible,
así, “presentar los cuerpos en sacrificio vivo y santo para un culto racional,
lógico, integral” (Ro 12.1-2).
Además, poner en tela de juicio la resurrección, ante su
aparente irracionalidad, es dudar del poder renovador y recreador de Dios, pues
en Jesús, como sugiere claramente el Nuevo Testamento, comenzó una nueva
creación (II Co 5.17). La estructura de la vida renovada, por decirlo así, reclama
que la esperanza se ponga en movimiento, en acción, para que el enorme
potencial generado por la resurrección lleve a cabo transformaciones efectivas
en el mundo. Las estructuras de muerte que ha instalado el pecado y que dominan
espiritualmente a millones de personas no cederán fácilmente a estos impulsos
renovadores, aunque su fin está anunciado. Por ello, las frases: “vivir
amenazados de resurrección” o “vivir ya como resucitados” resumen bien los
posibles alcances de la eficacia transformadora de esta fe. Como escribe Leonardo
Boff:
En Él fueron vencidos la muerte, el odio y
todas las alienaciones que estigmatizan la existencia humana. En Él se reveló
el hombre nuevo (homo revelatus), el
cielo nuevo y la tierra nueva. […] Cristo resucitó, no a la vida biológica que
tenía antes, sino a la vida eterna. El Bios
está siempre bajo el signo de la muerte, la Zoé (vida eterna) se sitúa en el horizonte del Pneuma de Dios
indestructible e inmortal.
La resurrección se
define, por tanto, como la escatologización de la realidad humana, la
introducción del hombre como totalidad cuerpo-alma en el reino de Dios, la
presencia de la Zoé eterna dentro del
Bios finito y humano. […] En
Jesucristo recibimos la respuesta definitiva de Dios: no ha sido la muerte,
sino la vida, la última palabra que Él, Dios, ha pronunciado sobre el destino
humano.[1]
En los vv. 42-43, las dualidades corrupción-incorrupción, deshonra-gloria,
debilidad-poder, plantean que ciertamente la existencia está sujeta a las
transformaciones que la misma naturaleza pone en juego sobre cada persona, pero
que serán superadas por el impacto de la resurrección. La esperanza cristiana,
una “semilla escatológica” colocada como “bomba de tiempo” en el corazón de la comprensión
material de todas las cosas, abre una puerta aparentemente tímida, provocadora,
pero sumamente efectiva, a la afirmación de que Dios, como creador, es capaz de
renovar las formas de existencia para establecer su poder redentor en todos los
ámbitos. La anunciada consumación de Dios sobre todas las cosas comenzó en el
cuerpo corrompido de Jesús que fue re-creado por Dios en la incorrupción propia
de la realidad a la cual pertenecía y a la que, gracias a la acción divina, nos
hace pertenecer. Si él fue “las primicias de Dios”, luego seguirán quienes por
la fe han creído en semejante obra: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los
muertos; primicias de los que durmieron es hecho. […] Pero cada uno en su
debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida”
(vv. 20, 23).
Seguir en el camino de la resurrección de Jesús es seguir el
camino de vida y de renovación de todas las cosas. Pero todo empieza en nuestro
cuerpo, en nuestra realidad biológica, física y carnal, porque todo está ya
invadido, en nuestro ser, por la resurrección. Por ello las palabras de Pablo
son tan contundentes: “Y así como hemos traído la imagen del terrenal,
traeremos también la imagen del celestial” (v. 49). Porque estas realidades
presentes no soportan la invasión de la vida del Reino de Dios: “Pero esto
digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni
la corrupción hereda la incorrupción” (v. 50). De ahí que hemos de superar
todas esas limitaciones para obtener la victoria final, garantizada ya por
Cristo: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos
transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (vv. 51-52). Y la realización
plena de la salvación nos espera: “Porque es necesario que esto corruptible se
vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto
corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la
muerte en victoria” (v. 54). Ésa es la esperanza total de la fe cristiana y en
ese sentido debe caminarse cualquier forma de existencia cristiana en todos los
sentidos para hacer presente la resurrección.
[1] L. Boff, La resurrección de
Cristo, nuestra resurrección en la muerte. Santander, Sal Terrae, 1972 (Alcance,
17), pp. 90-91.
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