domingo, 29 de abril de 2012

Espiritualidades de la cruz y de la gloria, L. Cervantes-O.

29 de abril de 2012



Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Efesios 2.14-16

Sin temor a equivocarnos, podríamos decir que San Pablo es el iniciador de una práctica y un pensamiento cristianos ligados estrechamente a una comprensión del esfuerzo redentor llevado a cabo en la cruz de Jesucristo. Al colocarla como forma de vida y razón de ser de la cosmovisión cristiana, podría decirse que fundó una auténtica “espiritualidad de la cruz”, a contracorriente de la llamada “espiritualidad de la gloria”. En diversos lugares de sus escrotos apostólicos propone una forma de seguimiento de la cruz que va más de cualquier forma de legalismo tradicionalista, de “positivismo existencial” o, incluso, de la obediencia inconsciente de los nuevos mandatos cristianos, pues entre éstas y otras variantes que se han erigido como modelos para la vida cristiana se mueven todavía hoy muchas tendencias espirituales dentro de las iglesias.
Acaso algunos de los mejores indicios de la espiritualidad que proponía Pablo y que él extrajo como consecuencia de la acción salvadora de Dios en Jesús sean, por un lado, la afirmación de la cercanía de la salvación y, por otro, la superación del dualismo predominante en el pensamiento griego y que reaparece continuamente en la mentalidad cristiana. Lo primero lo expresa con una simplicidad asombrosa en Ro 10.6b-9: “No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo? […]; o, ¿quién descenderá al abismo? […] Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Lo segundo es expuesto en esa magnífica frase de I Co 6.19-20: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
En su carta a los efesios (2.11-22), utiliza el lenguaje de la cruz para referirse a la reconciliación humana que es base de cualquier forma de espiritualidad útil, práctica, en el mundo. El alejamiento antiguo respecto de la voluntad de Dios (v. 11-12) es sustituido por una nueva manera de situarse en el mundo, de percibir a Dios y de relacionarse con los demás, justamente todos los elementos de la nueva espiritualidad. Los antiguos preceptos, ejemplificados por la incircuncisión han sido superados por la mediación de Jesucristo (v. 13), cuya cruz es el punto de partida, el ancla y el motivo para la nueva espiritualidad humana fundada en la salvación y la consumación de los propósitos divinos en el cosmos entero.
La paz instalada por Jesucristo, la manera en que derribó las barreras de separación entre los seres humanos (v. 14) es el requisito básico para que la espiritualidad procedente de la cruz sea una realidad que verdaderamente trascienda los comportamientos religiosos instituidos y entendidos como trabas, limitaciones y condicionamientos para la vida de las personas. Su carne es el espacio de salvación que ha conseguido semejante logro, es decir, en medio de la historia y del sometimiento a la ley (v. 15). Esta contraposición tan impensable entre la carne y la ley parece una auténtica provocación para griegos y judíos por igual, porque manifiesta radicalmente los extremos ideológicos y culturales a los que podía llegar cada religión o visión del mundo por su lado. Pablo sugiere que una auténtica espiritualidad cristiana es capaz de ir más allá de ambas perspectivas y de ofrecer normas de vida y de fe suficientes y efectivas para situarse en el mundo ante todas las cosas.
La cruz ha conseguido reconciliar estos extremos y ha “matado las enemistades” (v. 16b) raciales, culturales y de todo tipo para fundar una nueva manera de vivir en el mundo. Así, será más espiritual quien sea más humano, más solidario y congruente con las convicciones que diga tener. “Las buenas nuevas de paz” traídas por Jesús llegan por ir a los cercanos y a los lejanos para que todos tengamos “entrada al Padre” (v. 18) mediante el mismo Espíritu. Pues el objetivo final será ser edificados mutuamente a través del edificio humano y espiritual que construye el Espíritu Santo (vv. 19-22).

A la luz del plan eterno de Dios, de la obra de Jesús en la cruz para hacer la paz, y del poder del Espíritu que obra extraordinariamente en la vida de los cristianos, éstos son llamados a vivir a la altura de su vocación: como primicias de la nueva creación, del shalom de Dios. Ello implica manifestar virtudes que caracterizaron a Jesús, el Mesías, es demostrar el fruto del Espíritu, y usar los dones que el mismo Espíritu da, para mantener la unidad y la reconciliación creadas por Dios en Cristo.[1]

Ésta es la espiritualidad de la cruz, de servicio y humildad autocrítica, a diferencia de la “espiritualidad de la gloria”, basada en el triunfalismo y en el supuesto éxito absoluto en todo lo que se hace. La orientación paulina es bastante clara al respecto.


[1] Mariano Ávila Arteaga. Carta a los efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas; 2008, p. 152.

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