8 de abril,
2012
Porque si no hay resurrección de muertos,
tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra
predicación, vana es también vuestra fe.
I Corintios 15.13-14
Obsesionado con el
tema de la resurrección de Jesús, Pablo escribió prácticamente un tratado
completo al respecto, el cap. 15 de I Corintios. Su introducción es un resumen
de las enseñanzas básicas que recibió como nuevo creyente y de la manera en que
Cristo se manifestó a sus seguidores después de la resurrección (vv. 1-11). A
continuación, presenta de manera polémica su preocupación principal: “Pero si
se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre
vosotros que no hay resurrección de muertos?” (v. 12), con base en algunas
afirmaciones presentes en medio de la comunidad. Es imposible no recordar la
manera en que el apóstol afrontó el rechazo y la burla al exponer este mismo
asunto, nada menos que en el Areópago de Atenas (Hch 17.16-34), en donde tuvo
que interrumpir su discurso, justamente al afirmar la resurrección de
Jesucristo ante un público reacio a aceptar la recuperación “metafísica” de las
realidades corporales.
Vanas serían la predicación y la fe y si Cristo resucitó,
argumenta Pablo (vv. 14, 17), para luego afirmar categóricamente. “Mas ahora
Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”.
(v. 20). La firmeza con que expone sus argumentos se complementa con la manera
en que encadena, a partir del v. 21, las raíces antiguas, en la revelación
histórica de Dios, de los sucesos. Si por una sola persona entró la muerte al
mundo, agrega, por una también la resurrección (v. 21), y si en el Adán bíblico
“todos mueren”, “en Cristo serán vivificados” (v. 22). El orden de salvación es
muy claro para él:
a) “Pero cada uno en su debido orden: Cristo,
las primicias” (v. 23a);
b) luego los que son de Cristo, en su venida
(v. 23b);
c) Luego el fin, cuando entregue el reino al
Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (v.
24);
d) Porque preciso es que él reine hasta que
haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (v. 25);
y e) Y el postrer
enemigo que será destruido es la muerte (v. 26)”.
Esta sucesión de acontecimientos escatológicos evidencia la
forma en que se encadena la actuación histórica y suprahistórica de Dios con la
existencia humana a fin de conducirla por los senderos misteriosos de la vida y
la muerte para así establecer, con todo ello, la victoria de Jesucristo, Hijo
de Dios, sobre todos los ámbitos. El propósito es firme: “La meta de Pablo […]
es que aquellos corintios que están negando la posibilidad de la resurrección
de los muertos en Cristo se den cuenta de la amplitud del impacto de la
resurrección de Cristo sobre sus hermanos y hermanas muertos en Cristo sobre la
historia entera de la humanidad y sobre la muerte y los poderes malignos del
mundo que bien conocen”.[1] Ciertamente, no se deja de reconocer que
el enemigo, por así decirlo, más difícil de someter, es precisamente la muerte.
Y es que el apóstol entiende, como continúa en su discurso, que si Jesucristo
ha sometido todas las cosas (vv. 27-28), la muerte inevitablemente perderá su
poder también. Sus palabras se atropellan un tanto, en su afán por demostrar, a
los ojos y oídos de la fe, que la resurrección no es un mito ni una patraña,
sino que es, nada menos, que el fundamento de la salvación conseguida por
Jesucristo. Bautizarse en su nombre, si él no volvió a la vida, sería vanidad
(v. 29).
En los vv. 30-34 no duda en combinar su testimonio con una
afirmación de corte místico y en contradecir a los epicúreos con un lenguaje
apasionado: “Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en
nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero” v. 31). Y: “Si los muertos no
resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (v. 32). La relación que
ve entre la resurrección y una vida cotidiana nueva, transformada, es muy
clara. Pero nuevamente regresa a la polémica y en ella se sostiene durante el
resto del capítulo hasta afirmar triunfalmente y con su correspondiente cita
del A.T.: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. […] ¿Dónde está, oh muerte,
tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es
el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vv. 51-52; 55-57).
La inevitabilidad de la muerte no es el problema que ve Pablo
sino todo lo que ella representa y la manera en que, mediante sus “armas”, se
hace presente en el mundo para deshumanizar y, sobre todo, restar la esperanza
humana en una vida plena, auténtica y libre. Su resistencia al plan divino la
coloca como “último enemigo” en el horizonte de la consumación del designio redentor,
pues se desdobla en diversas manifestaciones: enfermedades, tragedias,
crímenes, violencia, etcétera, pero en ninguna de ellas podrá prevalecer ante
el poder de Dios manifestado en Jesucristo.
Y la muerte no
impondrá su reino
Dylan Thomas
(Inglaterra, 1914-1953)
Y la muerte no impondrá su reino.
Desnudos hombres ya muertos se confundirán
Con el hombre en el viento y la luna del oeste;
Cuando los huesos sean descarnados y los ya mondados se hayan ido,
Habrá estrellas en torno al pie y entre sus codos
Y aunque pierdan la razón no perderán su lucidez
Aunque se hundan bajo el mar de nuevo en vilo se alzarán
Pues se acaban los amantes mas no el amor
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
Quienes yacen tendidos
Bajo interminables pálpitos del mar
No morirán palpitando de terror:
Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja
Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir;
La fe gemirá en sus manos al partirse en dos
Y demonios unicornes los penetrarán,
Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
El grito de la gaviota puede no estallar en sus oídos
Ni una ola ruidosa romper en la costa;
Donde una flor brotó quizá ya no exista ninguna
Que al golpe de la lluvia alce la frente;
Pero aunque estén ebrios y muertos como clavos
Y las calaveras hundan con su martilleo a las margaritas
Ellos golpearán al sol hasta que sus puertas cedan
Y la muerte no impondrá su reino. [2]
Desnudos hombres ya muertos se confundirán
Con el hombre en el viento y la luna del oeste;
Cuando los huesos sean descarnados y los ya mondados se hayan ido,
Habrá estrellas en torno al pie y entre sus codos
Y aunque pierdan la razón no perderán su lucidez
Aunque se hundan bajo el mar de nuevo en vilo se alzarán
Pues se acaban los amantes mas no el amor
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
Quienes yacen tendidos
Bajo interminables pálpitos del mar
No morirán palpitando de terror:
Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja
Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir;
La fe gemirá en sus manos al partirse en dos
Y demonios unicornes los penetrarán,
Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir
Y la muerte no impondrá su reino.
Y la muerte no impondrá su reino.
El grito de la gaviota puede no estallar en sus oídos
Ni una ola ruidosa romper en la costa;
Donde una flor brotó quizá ya no exista ninguna
Que al golpe de la lluvia alce la frente;
Pero aunque estén ebrios y muertos como clavos
Y las calaveras hundan con su martilleo a las margaritas
Ellos golpearán al sol hasta que sus puertas cedan
Y la muerte no impondrá su reino.
Versión
de Marco Antonio Montes de Oca (México, 1932-2009)
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