EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA (I)
Edesio Sánchez Cetina
Dos puntos
resaltan de todo cuanto hemos dicho: el contenido y el lugar de la enseñanza de
la fe y la vida. Ambos elementos son cruciales hoy día. Tomarlos en serio,
frente a nuestras prácticas contemporáneas, produce un viraje de ciento ochenta
grados en nuestras perspectivas y proyectos pastorales. La urgencia de un
cambio se acrecienta cuando colocamos la realidad de la “familia cristiana” de
nuestros tiempos junto con la demanda bíblica. Ya no podemos trazar una marcada
línea que distinga los estilos de vida, educación, prácticas y prioridades de las
familias cristianas de las no cristianas. Aquella romántica creencia de que los
cristianos vivimos lejos del “mundanal ruido” hoy se ha hecho trizas. ¡En
realidad eso nunca ha sido así!
Para
comprobarlo, hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la
vida de una familia. Se verá que los responsables de esa formación, en su mayor
parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y objetivos alejados de
la fe bíblica (y las más de las veces en contra de la misma). Se notará también
que la proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación es
escandalosamente “favorable” a la influencia de tales sujetos de formación. Al
comparar esa influencia con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la
vida cristiana, no cabe esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en
la vida de individuos y comunidades.
La
cultura uniformadora de los medios de comunicación masiva ha roto con los
límites de clases sociales, distancias geográficas y niveles de formación
académica. Vivimos en medio de un
sistema con poder «omnipresente», cuya filosofía de vida alcanza materialmente
a todos.
Necesitamos
desarrollar una pastoral de la .familia que mantenga un equilibrio entre la
enseñanza bíblica y las circunstancias históricas en las cuales se desenvuelven
nuestras familias. Qué se enseña y dónde se enseña constituyen los dos elementos
centrales en este estudio. Ellos nos sirven como directrices para tal pastoral,
pues proveen un “frente de combate” ante las fuerzas de la filosofía de vida
que propone el sistema en el que vivimos.
La teología (el contenido de la
enseñanza)
La afirmación
bíblica “El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo
tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (6:4-5), nos presenta
hoy día todo su peso ético y dogmático. Presenta un principio y una demanda con
valor perenne. Lo variable es el contexto histórico-geográfico en el que ella
se inserta.
Urge
desarrollar el discurso sobre Dios en el contexto de vida de nuestras actuales
comunidades latinoamericanas. Es necesario reencontrar en la Biblia las líneas
que definen a tal Dios y Señor y sus actos de gracia y juicio, frente a tanto
dios, ídolo y fetiche. Así, se podrán tener a mano pautas de diferenciación
entre Dios, el Señor, y los otros dioses e ídolos. Conceptos como “conocimiento
de Dios” e “idolatría” necesitan ser reestudiados tanto en la Biblia como en nuestra
sociedad contemporánea.
Falsas
lecturas de la Biblia y tendencias teológicas pueblan el sistema de «fe» de
nuestros pueblos. ¡Cuánto hace falta acercar a nuestros pueblos al Dios-lejano
del “más allá” y librarlos de los “Cristos” de la religiosidad popular! Urge “desenmascarar”
a tanto dios impostor, que ofrece con el «nombre» de Dios falsos y vanos
estilos de vida, y a una religión amordazada, sirvienta de este sistema
económico materialista y deshumanizador.
Es
imposible desarrollar aquí las ideas generales ya expresadas. Las mencionamos
sólo para acentuar la necesidad de mantener en buen balance el qué y el dónde
de la enseñanza de fe. Ambos son básicos e indivisibles. El desarrollo de una
estrategia de educación cristiana a partir del hogar sin la contribución de una
teología fidedigna es inoperante. De igual modo sucede si tan sólo existe la
preocupación por desarrollar una teología liberadora y se olvida al hogar como
su punto de partida. Es obvio que la mejor reflexión teológica no llega a los
miembros de las iglesias y mucho menos a los hogares. Sí, en cambio, los hogares
se ven bombardeados por el sistema idolátrico del mundo contemporáneo a través
de los medios de comunicación masiva: los valores y la “teología” de películas
y telenovelas; el concepto de la vida y las prioridades de los anuncios
publicitarios. Gran cantidad de iglesias y hogares han fundado su fe sobre la anti-teología
de la “teología-ficción” y del evangelio barato, presentes, sobre todo, en las
llamadas “librerías evangélicas”.
Así como
es necesario desarrollar una estrategia pedagógica desde el hogar (la iglesia
doméstica), de igual modo es urgente que se desarrolle un contenido teológico-bíblico
fidedigno de la educación cristiana. En ambos casos, el diálogo responsable y veraz
entre la fe bíblica y el contexto histórico-geográfico de nuestros pueblos
deberá tomar un lugar central.
El hogar (lugar de la enseñanza)
Dos realidades
aparentemente enfrentadas se nos presentan en un estudio conjunto sobre la familia
como educadora: “En nuestra sociedad no se puede ver a la familia como un
sistema cerrado. Debe ser visto como un sistema abierto a una multitud de
influencias externas... Cuando se toma en cuenta el tiempo que los miembros de
la familia pasan dentro y fuera del hogar, inmediatamente se hace claro que
considerar a la familia como la fuente de todas las influencias significativas
es una falacia”. El hogar es un "redondel" donde puede tomar lugar, virtualmente,
toda la gama de las experiencias humanas... Los padres harían muy bien en
cuidar de la educación de sus hijos, porque en el hogar se producen las
primeras y más duraderas influencias”. Para bien o para mal, todos debemos
reconocer que dentro de la familia sucede una rica variedad de encuentros educacionales: pleitos, violencia, amor, delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad privada, participación comunitaria, manipulación, decisiones en grupo, "centros" de poder, igualdad... Todo esto puede darse en el seno del hogar"...
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VOCACIÓN POLÍTICA, MAX WEBER Y LUTERO
(I)
Emilio Monjo Bellido
Protestante Digital, 11 de marzo de 2012
Cuando pensamos en la vocación, en
general, y en la política en particular, asumimos que estamos ante un terreno
propio del tiempo actual de salvación. Es decir, corresponde a la nueva
situación de ir “a todas las naciones”. Por supuesto que antes se pueden
encontrar ejemplos de vocación. Pensemos en José, en Daniel, en la actividad de
los Macabeos, etc. Jonás es modelo de una vocación particular, de un “encargo”
específico (unido a su condición de profeta); luego está que se elija ir
en paz o en pez a su cumplimiento, pero, al final, en estos casos siempre se
acaba en medio de Nínive.
Más en concreto, tenemos que acercarnos a la
época de la Reforma Protestante para ver esta cuestión. Luego se paraliza, casi
se seca (como otras parcelas), y volvemos a encontrar su tratamiento, ya con
muchos pormenores, en el siglo pasado. No vamos, sin embargo, a pararnos en una
situación con circunstancias de otro tiempo, (la de las colonias americanas es
muy valiosa) sino ver las extensas posibilidades de nuestro presente para
conocer y aplicar el excelente don de la gracia divina que supone la vocación
política. Y lo hacemos
desde el reconocimiento de la autoridad suprema de la Escritura para guiarnos
en toda buena obra (también en la esfera política, claro está).
Que sea necesario llegar a la Reforma para
encontrar la vocación política, se debe a que, por razones que ahora no viene
al caso mentar, el desarrollo del cristianismo en los primeros siglos configura
una transustanciación del Imperio romano en la Iglesia de Roma, y hasta que los
muros de esta, como un nuevo romper las fronteras (en este caso no por los
“bárbaros”, sino por los “herejes” del norte), no empiezan a caer, no se
liberan las esferas que Cristo hizo libres, pero que la estructura eclesial
había encadenado. Hasta ese momento, con fricciones conocidas, la autoridad
civil tenía su validez en ser un espacio de servicio bajo la autoridad
eclesiástica (que, al mismo tiempo, era un poder civil, con su territorio,
leyes, intereses propios y ejércitos). La única vocación posible era la
de servicio a la Iglesia, o en la Iglesia. (Existen iglesias evangélicas
donde pervive esta noción.)
El tiempo y el
espacio presente de nuestra historia se habían convertido en un camino para cosechar el mérito necesario con el que
ocupar un puesto en el más allá. La ocupación en el tiempo y el espacio actual era, de necesidad, un impedimento para
obtener sitio en el otro lado. El trabajo, la ocupación, la profesión, en las cosas de aquí abajo, se consideraban impedimentos para la
vida cristiana (=órdenes mendicantes), o, todo lo más, un instrumento para
ayudar a la única “profesión” válida, la eclesiástica, la del templo o
monasterio. [Todavía en el ideario cultural de nuestra lengua, la primera
imagen que se asocia con “vocación” o “llamamiento” es la religiosa.]
Cuando se trata sobre la vocación
política, es normal que se citen los trabajos de Max Weber (incluso tiene una
conocida conferencia dictada con el título de “la política como vocación”).
Aunque se suele identificar a este autor con la referencia de su ensayo famoso:
“La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, nos importa sobre todo
por el método que propone para conocer la realidad social. Rechaza
que la sociedad humana pueda ser medida por el método científico matemático,
pues la propia naturaleza del objeto impide que se pueda contar la
acción (y reacción) humana por medio de la estadística. [Si alguien quiere
algunos indicadores sobre este tema, puede meter en un buscador el término
“antipositivismo”.]
Esto creo que es fundamental,
pues el cristiano tiene que analizar la sociedad desde la perspectiva de su
conocimiento de la Revelación Escrita, y con ella precisamente se eliminan los
métodos “mecánicos” para la acción humana, la cual es compleja y variable . Es doblemente
importante este asunto en la actualidad porque, con independencia del color
político, hoy es común en los gobiernos de nuestra zona colocar el método
matemático, la estadística, como la luz que guía la acción de gobierno para la
economía, la sanidad, la productividad, las inversiones, etcétera. La primera
tarea de la vocación política cristiana debe ser la reforma del lenguaje, los
cambios de paradigma sobre el objeto y los medios de la acción política. [Hoy estamos de buscadores. Metan
si les parece en un buscador: “acción política” (seguramente saldrá algo del
autor de izquierdas Paolo Virno, y quizá algo de autores liberales de la
escuela austriaca), y si les queda tiempo, metan “oclocracia” o “multitud”. Son
asuntos que están en el terreno en el que reflexionamos como cristianos.]
Con Max Weber también nos
aprovechamos de su estudio sobre la vocación (= beruf), que él recoge
por primera vez en Lutero, porque puede ayudar a lo que quiero subrayar: la
cercanía, pero no identidad, entre deber y vocación . Weber
propone que el modelo de vida cristiana protestante no estaría ya en la
superación de lo terreno, lo “bajo”, con su “moralidad” propia, por medio de la
ascesis monástica, sino precisamente en el cumplimiento de los deberes que
a cada uno impone su situación, el lugar que ocupa en la vida aquí
abajo, que, por eso mismo, se convierte para esa persona en “profesión” (= beruf).
Cumplir mi deber aquí en la tierra, se convierte en mi profesión, y
cumplir con mi profesión es mi deber cristiano; pero la palabra también se puede traducir por “vocación”, así
que mi deber es mi vocación. En este momento nos
hallamos ante la idea de mecanismo, de fábrica, de producción en cadena [Donde,
dicho sea de paso, no cabe la acción vocacional que propongo en estas reflexiones.], donde el sitio, el lugar que se ocupa, es una pieza dentro de un mecanismo.
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