sábado, 19 de mayo de 2012

Letra 270, 20 de mayo de 2012


¿TENDRÁN FE NUESTROS HIJOS?
Edesio Sánchez Cetina

Uno de los resultados de nuestra cultura moderna es la distancia enorme que se ha creado entre individuos de distintas generaciones. En el hogar, cada miembro, sean padres o hijos, encuentra una cantidad de razones para mantener sus intereses distanciados de los del otro. La interacción entre generaciones diferentes es casi nula. La televisión y otras fuentes de información han tomado el tiempo que debería tener la familia para asegurar que los miembros de cada generación conozcan bien las necesidades, características y aportes de la otra. Son muy pocos los nietos que conocen bien a sus abuelos; ya no conviven con ellos y no saben casi nada de su infancia y juventud. Muy pocos individuos en nuestra moderna sociedad latinoamericana serían capaces de trazar su árbol genealógico más allá del nivel de sus abuelos.
Corremos el peligro de crear generaciones sin raíces propias. Con ese peligro viene también otro: el permitir que fuerzas extrañas a la tradición hogareña y nacional construyan nuestra identidad e idiosincrasia. Esto es crucial en el contexto de nuestra fe cristiana. En realidad se hace acuciante, casi desesperante, la pregunta con la que titula su libro John H. Westerhoff: ¿Tendrán fe nuestros hijos? ¿Qué tradiciones son las que los padres transmiten a sus hijos? ¿En qué se basa la exhortación dada a los hijos no sólo de hacerse cristianos, sino también de hacer la voluntad de Dios?
Por convicción doctrinal y teológica, y por experiencia familiar y personal, creo firmemente que la fe de los hijos es primeramente responsabilidad de los padres creyentes. Los niños que nacen en un hogar cristiano necesitan, por una simple disposición bíblica, ser evangelizados en el hogar y tener a los padres como sujetos de esa acción. Algunas veces he escuchado a padres cristianos que festejan que por fin sus hijos han recibido a Cristo como salvador en la universidad o en una experiencia de campamento, etcétera. ¿Por qué esto tiene que suceder así? ¿Por qué tiene una familia que esperar que los hijos vayan al templo o a la universidad o a un campamento para que se conviertan?
Mi convicción bíblico-teológica respecto a la participación de los niños en la vida cristiana total, tanto en el hogar como en la iglesia, es que los niños no son cristianos “de segunda”, ni miembros futuros del cuerpo de Cristo o el pueblo de Dios. Los hijos de hogares cristianos tienen el privilegio y la responsabilidad de participar en las actividades que demuestran que un grupo humano es iglesia, sea el bautismo o la Cena del Señor, el culto o la evangelización. En nuestra iglesia local, la experiencia nos ha enseñado que la participación de los niños en la Santa Cena les ha hecho más responsables en su fe y más dispuestos a usar sus conocimientos y dones para beneficio de los miembros jóvenes y adultos de la iglesia.
Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002, pp. 211-212.
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AYUDA MUTUA Y FAMILIA (I)
Emilio Monjo Bellido
Protestante Digital, 13 de mayo de 2012

Este escrito es continuación del anterior. Las referencias que hice a Roma, como iglesia perfecta, la que tiene el privilegio de no conocer el error, el peligro de que la familia se convierta en una institución humana, que se rija y administre por el derecho civil de las naciones, etcétera, al citar de memoria no entrecomillé, pero corresponden a encíclicas de León XIII, no eran frases irónicas de mi ocurrencia.
También en lo tocante a la familia, con la luz de toda la Escritura, reconociendo todo el consejo de Dios, desde Génesis a Apocalipsis, como palabra inspirada, infalible, sabiendo que en Cristo estamos completos, reconocemos que nuestras propuestas siempre tendrán carencias, limitaciones y pobreza. La palabra que anuncia el Evangelio de Cristo es una autoridad con la que uno ata y desata aquí para el cielo, es la salvación; sin embargo, para lo que proponemos para toda la sociedad, aquí en el presente, debemos atarnos a nuestra condición dependiente, pobre, de camino, histórica, circunstancial, para que no se desate nuestra soberbia, insensatez, “sabia” opinión, y se nos ocurra ofrecer nuestra propuesta como si fuese parte del Evangelio . Como Jeremías ya avisara contra los falsos profetas, el que tenga el Evangelio, que lo anuncie; el que tenga una “propuesta”, que la ofrezca, pero no la mezcle: una cosa no es la otra.
Si se anuncia una actividad bajo el lema “Matrimonio y Familia, el Futuro de la Sociedad”, pues muy bien, el título lo podrían usar perfectamente en un antiguo congreso o reunión fascista, por sí mismo no significa mucho. Si unido a ese lema se afirma que las políticas sobre la familia en las democracias occidentales están destruyendo la familia tal como la hemos conocido a lo largo de 20 siglos; pues, por simple curiosidad, habrá que investigar quiénes son esos y cuál la familia que han conocido a lo largo de 20 siglos, y convendrá preguntarles por qué han quitado los siglos anteriores, donde precisamente tenemos las leyes bíblicas.
Pero si, además, se anuncia que un cardenal hablará en dicha actividad sobre “la revolución contra la familia”, entonces suenan las alarmas, aquí hay “evangelio” encerrado. Ahora resulta que tantos rodeos eran para no mostrar que de lo que se trataba era de proponer la familia que el Vaticano reconoce.
Pues ante eso, ya no estamos con unas propuestas que tengan que ver con la institución familiar como algo civil, regida por las leyes civiles; ya no estamos en la mentada relatividad de nuestras propuestas para toda la sociedad en estas áreas temporales, ahora nos encontramos con el Testimonio del Redentor, y se acabó el relativismo: vida o muerte. Hay que poner de manifiesto las obras que edifican sin el Cristo.
Unas notas, pues, sobre esa “familia que conocemos a lo largo de 20 siglos”. La familia la conocemos desde el inicio de la Historia en Génesis, antes y después de la caída. La vemos en nuestro espacio actual, después de la caída. La familia “natural” más natural que uno pueda pensar está compuesta por Adán, Eva, Caín, Abel y los otros que no se nombran. Ahí tenemos no la columna de la sociedad, sino la “sociedad” toda . Y en esa familia, en medio, además, de un culto “familiar”, un hermano mata al otro. Luego toma a una hermana y construye una ciudad fuera de Dios. Mal empieza la columna: se ha desmoronado. Es la gracia de Dios la que posibilita la continuidad de la Humanidad, no una columna humana, aunque la construyeran en la unidad a favor de la familia humana natural: Babel.
Las promesas de Dios, en las que únicamente podemos ver si hay futuro, están dadas en su condición personal como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, cuyas “familias y matrimonios” no sé si pertenecen a esa que “conocemos” . Como parece que lo siguiente, las leyes dadas a través de Moisés para la familia en la República de Israel, son incómodas, dejemos el asunto en esos 20 siglos. Nos quedamos en el Nuevo Testamento que, aunque no se diga, se supone que es el inicio para empezar a contar. Los cristianos judíos tenían la familia judía; los cristianos gentiles, tenían la familia gentil. En el caso del ámbito geográfico del nuevo modelo y desarrollo del Cristianismo, la familia es la que se inscribía bajo la jurisdicción de la ley romana.
En Roma, además del matrimonio de altura, donde el padre de familia tenía potestad incluso sobre la vida de sus miembros, existe la modalidad común de familia, el concubinato, que era una especie de pareja de hecho. Estaba regulada por ley, solo se permitía una mujer, pero era un estado de menor categoría que el matrimonio. (No podían acceder a este estado superior, por ejemplo, las mujeres que ejercían trabajos manuales.) El concubinato era el modelo de familia, legal, para una buena parte de la población. Muchos cristianos no tenían otro “matrimonio y familia”. ¿Pertenece ese modelo a la “familia que conocemos” y que ahora quieren destruir? Otra buena parte de la población cristiana pertenecía a una esfera donde el único matrimonio y familia que se conocía era el de los amos, ellos, como esclavos, la única casa y mesa que tenían era la de sus amos. ¿Están esos fieles cristianos fuera de la columna honorable de la familia natural? Avanzando unos siglos; el gran porcentaje de siervos de la tierra, esa gran cantidad de campesinos que formaban parte del terreno donde vivían (las tierras se adquirían por conquista o concesión entre los nobles con los campesinos siempre incluidos). Dependían de los amos de la tierra, que por eso lo eran también de los campesinos (aunque no fuese un régimen jurídico de esclavitud).
La “cristiandad” que justificaba esa situación, la que casaba santamente a los hijos de los amos, la que no se ensuciaba las manos con los siervos, ¿qué modelo de familia nos ha dejado?, ¿es esa familia la que “conocemos”? Los que proponen como el gran bien para la sociedad actual el que se conserve la familia “como la conocemos”, deberían decirnos qué familia tenemos que conservar, por ejemplo, en el siglo V. Unos pasos más, también el siglo X, o en el XV. Mejor no comprometerlos con el XVI, porque ahí está la Reforma Protestante, que pone al descubierto al “estado” que más ha destruido a la familia, el estado monacal.
Proponemos perspectivas sobre la familia. Vamos a arreglarnos todos lo mejor que podamos. Esto es como el cuerpo, podemos indicar mejoras en nutrición, salud, ejercicio físico, etc., pero sabiendo que el fracaso es seguro : al final nos morimos, el cuerpo se derrumba. Saber que el final es el derrumbe no quita la responsabilidad de sostenernos lo mejor posible, así ocurre con la Historia, al final sabemos que todo será removido, pero cada día tenemos el deber de cultivar, sembrar, trabajar.
Aquí estamos todos, esto sí que es un congreso sobre las familias: las rotas, las que están para romperse, los separados, los abuelos con nietos de hijos divorciados, las compuestas por gente de una confesión religiosa u otra, o sin religión, los hijos que no saben con quien les toca el fin de semana, los perdidos; también los que tienen una familia feliz, bien arreglada; por supuesto, también los que tenemos una familia en el temor de Dios. Conviene, eso sí, que cada uno tenga la mirada abajada, para vernos mejor. Los que miran muy alto, al final sus ojos solo se encuentran con los que también miran desde el pedestal de la soberbia; eso es lo que más destruye a la familia, a la sociedad.
Una cuestión es, en mi opinión, clave en lo tocante a la familia: la idea de protección, de ayuda, de cuidado mutuo. Así está señalado antes de la caída (esto nos vale para los que creemos en la Revelación, pero es un elemento válido también en el argumento general, pues si la ayuda mutua es algo propio incluso en un estadio óptimo para la sociedad, cuanto más en medio de las dificultades propias que cada uno puede ahora ver), y continúa hasta el final. La familia la vemos, pues, como esfera o lugar de protección y ayuda mutua. El ser humano existe en la debilidad, tanto en su nacimiento como en su muerte: la protección la encuentra en la familia.
Es bueno para la familia, pues, todo lo que favorezca su condición protectora, y es malo todo lo que le quite esa condición. No hay familia donde no se proporcione protección, si la familia es donde se mata o pervierte al ser humano, en ese caso ha perdido su naturaleza, se ha convertido en otra cosa. Los Derechos y Deberes Humanos, que aquí hemos señalado como el marco de colaboración y participación con toda la sociedad, se viven, ejercitan, fortalecen y transmiten en la familia.

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