¿TENDRÁN FE NUESTROS HIJOS?
Edesio Sánchez Cetina
Uno de los resultados de nuestra cultura moderna es la distancia enorme
que se ha creado entre individuos de distintas generaciones. En el hogar, cada
miembro, sean padres o hijos, encuentra una cantidad de razones para mantener
sus intereses distanciados de los del otro. La interacción entre generaciones diferentes
es casi nula. La televisión y otras fuentes de información han tomado el tiempo
que debería tener la familia para asegurar que los miembros de cada generación
conozcan bien las necesidades, características y aportes de la otra. Son muy pocos
los nietos que conocen bien a sus abuelos; ya no conviven con ellos y no saben
casi nada de su infancia y juventud. Muy pocos individuos en nuestra moderna
sociedad latinoamericana serían capaces de trazar su árbol genealógico más allá
del nivel de sus abuelos.
Corremos el
peligro de crear generaciones sin raíces propias. Con ese peligro viene también
otro: el permitir que fuerzas extrañas a la tradición hogareña y nacional
construyan nuestra identidad e idiosincrasia. Esto es crucial en el contexto de
nuestra fe cristiana. En realidad se hace acuciante, casi desesperante, la pregunta
con la que titula su libro John H. Westerhoff: ¿Tendrán fe nuestros hijos? ¿Qué tradiciones son las que los padres
transmiten a sus hijos? ¿En qué se basa la exhortación dada a los hijos no sólo
de hacerse cristianos, sino también de hacer la voluntad de Dios?
Por convicción
doctrinal y teológica, y por experiencia familiar y personal, creo firmemente
que la fe de los hijos es primeramente responsabilidad de los padres creyentes.
Los niños que nacen en un hogar cristiano necesitan, por una simple disposición
bíblica, ser evangelizados en el hogar y tener a los padres como sujetos de esa
acción. Algunas veces he escuchado a padres cristianos que festejan que por fin
sus hijos han recibido a Cristo como salvador en la universidad o en una
experiencia de campamento, etcétera. ¿Por qué esto tiene que suceder así? ¿Por
qué tiene una familia que esperar que los hijos vayan al templo o a la universidad
o a un campamento para que se conviertan?
Mi convicción bíblico-teológica respecto a la participación de los niños en la vida cristiana total, tanto en el hogar como en la iglesia, es que los niños no son cristianos “de segunda”, ni miembros futuros del cuerpo de Cristo o el pueblo de Dios. Los hijos de hogares cristianos tienen el privilegio y la responsabilidad de participar en las actividades que demuestran que un grupo humano es iglesia, sea el bautismo o la Cena del Señor, el culto o la evangelización. En nuestra iglesia local, la experiencia nos ha enseñado que la participación de los niños en la Santa Cena les ha hecho más responsables en su fe y más dispuestos a usar sus conocimientos y dones para beneficio de los miembros jóvenes y adultos de la iglesia.
Mi convicción bíblico-teológica respecto a la participación de los niños en la vida cristiana total, tanto en el hogar como en la iglesia, es que los niños no son cristianos “de segunda”, ni miembros futuros del cuerpo de Cristo o el pueblo de Dios. Los hijos de hogares cristianos tienen el privilegio y la responsabilidad de participar en las actividades que demuestran que un grupo humano es iglesia, sea el bautismo o la Cena del Señor, el culto o la evangelización. En nuestra iglesia local, la experiencia nos ha enseñado que la participación de los niños en la Santa Cena les ha hecho más responsables en su fe y más dispuestos a usar sus conocimientos y dones para beneficio de los miembros jóvenes y adultos de la iglesia.
Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002, pp. 211-212.
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AYUDA MUTUA Y FAMILIA (I)
Emilio Monjo Bellido
Protestante Digital, 13 de mayo de 2012
Este escrito es continuación del
anterior. Las referencias que hice a Roma, como iglesia perfecta, la que tiene
el privilegio de no conocer el error, el peligro de que la familia se convierta
en una institución humana, que se rija y administre por el derecho civil de las
naciones, etcétera, al citar de memoria no entrecomillé, pero corresponden a
encíclicas de León XIII, no eran frases irónicas de mi ocurrencia.
También en lo
tocante a la familia, con la luz de toda la Escritura, reconociendo todo el
consejo de Dios, desde Génesis a Apocalipsis, como palabra inspirada,
infalible, sabiendo que en Cristo estamos completos, reconocemos que nuestras
propuestas siempre tendrán carencias, limitaciones y pobreza. La palabra que
anuncia el Evangelio de Cristo es una autoridad con la que uno ata y desata
aquí para el cielo, es la salvación; sin embargo, para lo que proponemos para
toda la sociedad, aquí en el presente, debemos atarnos a nuestra condición
dependiente, pobre, de camino, histórica, circunstancial, para que no se desate
nuestra soberbia, insensatez, “sabia” opinión, y se nos ocurra ofrecer nuestra
propuesta como si fuese parte del Evangelio . Como Jeremías ya avisara contra los falsos profetas, el que tenga el
Evangelio, que lo anuncie; el que tenga una “propuesta”, que la ofrezca, pero
no la mezcle: una cosa no es la otra.
Si se anuncia
una actividad bajo el lema “Matrimonio y Familia, el Futuro de la Sociedad”,
pues muy bien, el título lo podrían usar perfectamente en un antiguo congreso o
reunión fascista, por sí mismo no significa mucho. Si unido a ese lema se
afirma que las políticas sobre la familia en las democracias occidentales están
destruyendo la familia tal como la hemos conocido a lo largo de 20 siglos;
pues, por simple curiosidad, habrá que investigar quiénes son esos y cuál la
familia que han conocido a lo largo de 20 siglos, y convendrá preguntarles por
qué han quitado los siglos anteriores, donde precisamente tenemos las leyes
bíblicas.
Pero si,
además, se anuncia que un cardenal hablará en dicha actividad sobre “la
revolución contra la familia”, entonces suenan las alarmas, aquí hay
“evangelio” encerrado. Ahora resulta que tantos rodeos eran para no mostrar que
de lo que se trataba era de proponer la familia que
el Vaticano reconoce.
Pues ante eso,
ya no estamos con unas propuestas que tengan que ver con la institución
familiar como algo civil, regida por las leyes civiles; ya no estamos en la
mentada relatividad de nuestras propuestas para toda la sociedad en
estas áreas temporales, ahora nos encontramos con el Testimonio del Redentor, y
se acabó el relativismo: vida o muerte. Hay que poner de manifiesto las obras
que edifican sin el Cristo.
Unas notas, pues, sobre esa “familia que conocemos a lo largo de 20
siglos”. La familia la conocemos desde el inicio de la Historia en Génesis,
antes y después de la caída. La vemos en nuestro espacio actual, después de la
caída. La familia “natural” más natural que uno pueda pensar está compuesta por
Adán, Eva, Caín, Abel y los otros que no se nombran. Ahí tenemos no la columna
de la sociedad, sino la “sociedad” toda . Y en esa familia, en medio, además, de un culto “familiar”, un hermano
mata al otro. Luego toma a una hermana y construye una ciudad fuera de Dios.
Mal empieza la columna: se ha desmoronado. Es la gracia de Dios la que
posibilita la continuidad de la Humanidad, no una columna humana, aunque la
construyeran en la unidad a favor de la familia humana natural: Babel.
Las promesas de Dios, en las que únicamente podemos ver si hay futuro,
están dadas en su condición personal como el Dios de Abraham, Isaac y
Jacob, cuyas “familias y matrimonios” no sé si pertenecen a esa que “conocemos” . Como parece que lo siguiente, las leyes
dadas a través de Moisés para la familia en la República de Israel, son
incómodas, dejemos el asunto en esos 20 siglos. Nos quedamos en el Nuevo
Testamento que, aunque no se diga, se supone que es el inicio para empezar a
contar. Los cristianos judíos tenían la familia judía; los cristianos gentiles,
tenían la familia gentil. En el caso del ámbito geográfico del nuevo modelo y
desarrollo del Cristianismo, la familia es la que se inscribía bajo la jurisdicción
de la ley romana.
En Roma, además del
matrimonio de altura, donde el padre de familia tenía potestad incluso sobre la
vida de sus miembros, existe la modalidad común de familia, el concubinato, que
era una especie de pareja de hecho. Estaba regulada por ley, solo se permitía
una mujer, pero era un estado de menor categoría que el matrimonio. (No podían
acceder a este estado superior, por ejemplo, las mujeres que ejercían trabajos
manuales.) El concubinato era el modelo de familia, legal, para una buena parte
de la población. Muchos cristianos no tenían otro “matrimonio y familia”.
¿Pertenece ese modelo a la “familia que conocemos” y que ahora quieren
destruir? Otra buena parte de la población cristiana pertenecía a una esfera
donde el único matrimonio y familia que se conocía era el de los amos, ellos,
como esclavos, la única casa y mesa que tenían era la de sus amos. ¿Están esos
fieles cristianos fuera de la columna honorable de la familia natural?
Avanzando unos siglos; el gran porcentaje de siervos de la tierra, esa gran
cantidad de campesinos que formaban parte del terreno donde vivían (las tierras
se adquirían por conquista o concesión entre los nobles con los campesinos siempre incluidos). Dependían
de los amos de la tierra, que por
eso lo eran también de los campesinos (aunque no fuese un régimen jurídico de
esclavitud).
La “cristiandad” que justificaba esa situación, la que
casaba santamente a los hijos de los amos, la que no se ensuciaba las
manos con los siervos, ¿qué modelo de familia nos ha dejado?, ¿es esa familia
la que “conocemos”? Los que proponen como el gran bien para la sociedad actual el que se
conserve la familia “como la conocemos”, deberían decirnos qué familia tenemos
que conservar, por ejemplo, en el siglo V. Unos pasos más, también el siglo X,
o en el XV. Mejor no comprometerlos con el XVI, porque ahí está la Reforma
Protestante, que pone al descubierto al “estado” que más ha destruido a la
familia, el estado monacal.
Proponemos perspectivas sobre la familia. Vamos a
arreglarnos todos lo mejor que podamos. Esto es como el cuerpo, podemos
indicar mejoras en nutrición, salud, ejercicio físico, etc., pero sabiendo que
el fracaso es seguro : al final nos morimos, el cuerpo se derrumba. Saber que el final es el
derrumbe no quita la responsabilidad de sostenernos lo mejor posible, así
ocurre con la Historia, al final sabemos que todo será removido, pero cada día
tenemos el deber de cultivar, sembrar, trabajar.
Aquí estamos todos, esto sí que es un congreso sobre las familias: las
rotas, las que están para romperse, los separados, los abuelos con nietos de
hijos divorciados, las compuestas por gente de una confesión religiosa u otra,
o sin religión, los hijos que no saben con quien les toca el fin de semana, los
perdidos; también los que tienen una familia feliz, bien arreglada; por
supuesto, también los que tenemos una familia en el temor de Dios. Conviene,
eso sí, que cada uno tenga la mirada abajada, para vernos mejor. Los que miran
muy alto, al final sus ojos solo se encuentran con los que también miran desde
el pedestal de la soberbia; eso es lo que más destruye a la familia, a la
sociedad.
Una cuestión es, en mi opinión, clave en lo tocante a la
familia: la idea de protección, de
ayuda, de cuidado mutuo. Así está señalado antes de la caída (esto nos vale para los que creemos
en la Revelación, pero es un elemento válido también en el argumento general,
pues si la ayuda mutua es algo propio incluso en un estadio óptimo para la
sociedad, cuanto más en medio de las dificultades propias que cada uno puede
ahora ver), y continúa hasta el final. La familia la vemos, pues, como esfera o
lugar de protección y ayuda mutua. El ser humano existe en la debilidad, tanto
en su nacimiento como en su muerte: la protección la encuentra en la familia.
Es bueno para la familia, pues, todo lo que favorezca
su condición protectora, y es malo todo lo que le quite esa condición. No hay
familia donde no se proporcione protección, si la familia es donde se mata o
pervierte al ser humano, en ese caso ha perdido su naturaleza, se ha convertido
en otra cosa. Los Derechos y Deberes Humanos, que aquí hemos señalado como el
marco de colaboración y participación con toda la sociedad, se viven,
ejercitan, fortalecen y transmiten en la familia.
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