sábado, 5 de mayo de 2012

Las familias ante la fe en la actualidad, L. Cervantes-O.

6 de mayo, 2012

Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos.
Deuteronomio 4.9, Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy

Hace algunos años fue muy conocido un anuncio que decía: “Ser una familia así o tener una familia así…”, que insistía, obviamente, en la necesidad de reforzar los valores de unidad, confianza y comprensión. Ciertamente, son loables las intenciones por mantener dichos valores, aunque las realidades tan exigentes que se plantean hoy ponen en riesgo todo lo que represente tradiciones y certezas antiguas. Una de ellas es la presencia de la fe como norma de vida en las familias, pues ha dejado de ser la consigna o la base de la existencia y sólo se recurre a ella en situaciones extremas o lastimosas. Cuando se escribió el libro de Deuteronomio, un “documento puente” entre varias generaciones de familias de fe, la insistencia en mantenerse fieles a las acciones de Dios que ellas habían conocido en su historia fue una constante en la vida del pueblo, hasta el punto de que casi parecería que ésa fue la razón de su escritura.
Como bien ha explicado Edesio Sánchez Cetina, especialista en este libro, el Deuteronomio no sueña despierto con la posibilidad de instalar algún modelo nuevo de familia, sino que, desde adentro mismo de la tradición de fe de su pueblo promueve que la experiencia histórica de la fe se mantenga viva en la cotidianidad, ligada siempre también a la historia, para renovar continuamente la forma en que la fe enfrenta las nuevas situaciones: “La urgencia de un cambio se acrecienta cuando colocamos la realidad de la ‘familia cristiana’ de nuestros tiempos junto con la demanda bíblica. Ya no podemos trazar una marcada línea que distinga los estilos de vida, educación, prácticas y prioridades de las familias cristianas de las no cristianas. Aquella romántica creencia que los cristianos vivimos lejos del ‘mundanal ruido’ hoy se ha hecho trizas. ¡En realidad eso nunca ha sido así!”.[1]
Para tal fin, plantea una serie de exhortaciones que, por acumulación, se van presentando a los padres, madres y abuelos/as lectores y oyentes para que éstos, como responsables de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, tengan elementos suficientes para lograrlo. Porque este libro fue sensible a la necesidad de introducir cambios en la formación espiritual de las personas en el seno familiar. Actualizando esta reflexión, Sánchez Cetina propone un ejercicio:

Para comprobarlo, hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia. Se verá que los responsables de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y objetivos alejados de la fe bíblica (y las más de las veces en contra de la misma). Se notará también que la proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación es escandalosamente “favorable” a la influencia de tales sujetos de formación. Al comparar esa influencia con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la vida cristiana, no cabe esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y comunidades.[2]

Por su parte, Emilio Monjo, pastor presbiteriano español, advierte que no debemos idolatrar a la familia como algo eterno e inamovible (basada en la idea de la ley natural), pues incurrir en ello puede alejarnos del camino de las soluciones, así sean provisionales, de los verdaderos problemas. Si la carencia de una fe dinámica y actual es ahora la dificultad, la repetición de fórmulas o recetas absolutas no es el mejor rumbo. Por el contrario, es preciso cuestionar radicalmente si las evidencias bíblicas pueden seguirse utilizando como se ha hecho hasta ahora. Y pone el ejemplo más duro e “inaceptable” que puede haber al referirse nada menos que al “padre de la fe”, a Abraham mismo:P

La familia natural “tradicional” durante siglos, descrita y presentada por la Palabra (esta sí, infalible) podía estar compuesta por un hombre y una mujer (siempre, y no puede eso cambiarse), pero también por más de una esposa. Al que se le dice que en él serían benditas todas las familias de la tierra, no parece que tuviera una familia según las medidas de lo que hoy se proclama. Las mismas tribus que componen la Congregación del Señor, nacen de una familia que no entra en el molde actual. Las promesas sobre el trono de David están dadas a uno que de la familia “natural” sabía bien poco. Las bendiciones de la familia que el Señor promete en los salmos, esa “mujer” en tu mesa, con tus hijos, con los hijos de tus hijos, se da y se canta con una situación en la que podía haber (legal, santamente) más de una esposa. ¿Se refieren a esto cuando proponen valores judeo-cristianos? (La familia, betab = casa del padre, en muchos casos tenía varias madres, con sus hijos respectivos.) Las ricas y benditas fiestas para conocer y experimentar la gracia de Dios, los tabernáculos, la pascua, pentecostés, se celebraran en la familia, con la familia, allí podríamos encontrar a fieles creyentes con sus hijos, en casas donde había un marido y varias esposas.[3]

A este tipo de familias se dirigió el Dt, algo que muy frecuentemente se olvida en el afán de trasladar las exhortaciones a nuestro tiempo, de manera muy ligera. Pero lo constante, allá y acá, era la necesidad de transmitir adecuadamente el testimonio de una fe siempre en acción, nunca apática, indiferente o desconectada de la vida real, pues una de las grandes enseñanzas del libro es que la fe tiene que ver con todas las cosas que se hacen y se piensan. La obediencia a Yahvé, según Dt 4, era sinónimo de vida en la máxima extensión de la palabra. Guardar sus mandamientos era una garantía para asumir los retos con la certeza de hacer la voluntad divina (vv. 5-6) ante las evidencias claras de la actuación de Dios en favor del pueblo. Las familias y tribus de la nueva generación, aun cuando no habían vivido los momentos fundadores y épicos del éxodo, no estaban exentas de un compromiso efectivo con el pacto de fe que debía producir no sólo estabilidad social sino también una auténtica proclamación de la presencia divina. El pasaje “despide a la generación del ‘ayer’ y da la bienvenida a la del ‘hoy’. Arranca el Horeb de aquella generación mala y desobediente y se lo ofrece a la nueva generación que a partir de ahora estará en prueba. En efecto, el capítulo 4 pone la pauta que se repetirá por todo el libro: Israel no puede vivir sin mantenerse en la relación de alianza, sin ser fiel a Yavé”.[4]
De la misma manera, hoy somos confrontados con la obligación y necesidad de hacer de la fe el verdadero motor de la vida nuestras familias y de las que nos rodean. Una tarea titánica y sumamente exigente. La llamada en otras épocas “instrucción religiosa” hoy debe ser vivida en todas sus dimensiones.



[1] E. Sánchez, Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), pp. 194-195.
[2] Ibid., p. 195.
[3] E. Monjo Bellido, “El ídolo de la familia tradicional”, en Magacín, supl. de Protestante Digital, 6 de mayo de 2012, www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/4673/El-idolo-de-la-familia-tradicional.
[4] E. Sánchez, op. cit., p. 102.

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