EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA (II)
Edesio Sánchez Cetina
“Para bien o para mal, todos debemos reconocer que dentro de la familia
sucede una rica variedad de encuentros educacionales: pleitos, violencia, amor,
delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad privada, participación
comunitaria, manipulación, decisiones en grupo, ‘centros’ de poder, igualdad...
Todo esto puede darse en el seno del hogar”.
Sin embargo,
estas realidades no son excluyentes. Las influencias externas siempre se “cuelan”
a través de los miembros de la familia y no en el vacío. Los valores y
antivalores de la vida llegan a los hijos (y a los miembros de la familia en
general) a través de los padres, de manera directa o indirecta. En efecto, la enseñanza
más influyente es la de las actitudes, muy poco la de las palabras. Vez tras
vez los padres se extrañan del poco impacto de sus palabras. Con dolor, muchos
descubren la razón: sus palabras contradicen sus actitudes y prácticas. Los
hijos sufren con la contradictoria pedagogía paterna: por un lado, reciben los verdaderos
mandatos (la comunicación no verbal en actitudes y acciones) y por el otro, los
mandatos aparentes, que en realidad son contramandatos (la comunicación verbal
de lo que el hijo debe o no debe hacer).
Una madre, que
sufría al ver la vida descarriada de sus dos hijas adolescentes, nos decía: “¿Por
qué ellas nos han hecho esto si nos hemos preocupado por instruirlas en los
caminos del Señor?”. Y lo que decía era cierto en parte, pues se trataba de una
de esas familias cuya “fidelidad” se mostraba aun en la práctica del “culto
familiar”. Participaban en la mayoría de las actividades de la iglesia. Sin
embargo, una charla más extensa con toda la familia mostró el otro polo del
asunto. Había una comunicación consciente, el contramandato: “Ve al templo; lee tu Biblia...”. Pero también
existía la comunicación no verbal, el mandato: la relación de los padres, su
contacto con las hijas, los valores inculcados en las prácticas “no-religiosas”
llevadas a cabo fuera del ámbito “religioso”, la disciplina permisiva, la
televisión, las lecturas indiscriminadas de literatura “barata” en el hogar.
Es aquí donde
6:4-9 nos «da la mano» para obtener pautas que ayudarán en la búsqueda de una
solución.A semejanza del momento histórico particular de este pasaje bíblico,
nuestra situación actual señala al hogar como el lugar más lógico para la
formación de la vida cristiana. Allí las relaciones generacionales son más espontáneas
y significativas y los momentos pedagógicos más variados y ricos. Se tiene la oportunidad
de recibir la enseñanza tanto de manera “académica” como de la experiencia y el
ejemplo. Si bien los padres son los sujetos principales de la educación, se
abre toda una variada gama de oportunidades y posibilidades para que otros
miembros de la familia también lo sean. Se pasa más tiempo aquí que en los
centros de instrucción religiosa. En el hogar, inclusive la doctrina más
académica y esotérica tiene la oportunidad de convertirse en desafío y estilo
de vida.
Es necesario admitir
que todo intento por mantener el templo y el domingo como el lugar y el tiempo
para la educación de la vida cristiana ha fracasado y seguirá fracasando. La
educación cristiana clásica se ha manifestado incapaz de ser obediente al mandato
bíblico y dar respuesta a las necesidades actuales. Desde los centros de
educación teológica se tiende a promover una educación cristiana intelectualista
y teórica, que pasa por los templos y llega hasta a los hogares. Basta observar
el currículo de la mayoría de nuestros seminarios para darse cuenta de tal
hecho. Seminarios e iglesias, maestros y pastores, se han convertido en presas
del sistema educativo de escuelas y universidades del mundo actual. La
información es lo importante, no la formación. Currículo y clases se han
dividido por edades en la escuela dominical. Las actividades semanales
generalmente se programan teniendo en mente a las diferentes edades y sexos:
sociedad de damas, de caballeros, de jóvenes, de intermedios, de niños. En la mayoría
de las iglesias, el culto dominical principal está diseñado de tal manera que
los niños no quepan en él. ¿Existe una actividad significativa que involucre a
la familia entera? Por lo general, la respuesta es negativa. Ante tal
estructuración, no es difícil entender porqué los padres hallan tantos
problemas para «transmitir» hacia el hogar la fe que aprenden en el templo. Se
ha perdido la visión bíblica: el templo no es el punto de partida de la vida
cristiana, sino el hogar.
¿Qué hacer
entonces? He aquí algunos principios a seguir, tomando en cuenta las pautas
establecidas en el pasaje:
1. Luchar para que iglesias y familias se conviertan en centros donde se
enseñe una teología que entienda, evalúe y discrimine lo bueno y lo malo de la
cultura. Unir el testimonio bíblico y las realidades actuales para inculcar el
conocimiento y servicio de un Dios que aborrece las injusticias sociales, las
marginaciones, el racismo, el sexismo y todo tipo de palabras y acciones que en
su nombre subyuguen y deshumanicen a los semejantes.
2. Hacer todo lo posible para que las familias y las iglesias desarrollen
estrategias para contrarrestar a la cultura dominante —materialista, consumista
e individualista— y busquen vivir de acuerdo con la enseñanza bíblica y el
ejemplo de Cristo.
3. Reconocer e insistir que la iglesia está formada primordialmente por familias, no por individuos. Por ello, debe estructurarse teniendo a la familia en mente y no solamente al individuo. En efecto, la unidad familiar debe considerarse como el foco básico de la misión y la diaconía. Familias sirviendo a otras familias, familias evangelizando familias. Este concepto ayudará a destruir la idea de que en la iglesia los hombres son más importantes que las mujeres, o que los adultos son más importantes que los niños.
4. Con esta estructura se toma en serio la centralidad de la familia como
sujeto y objeto pedagógico. Por consiguiente ha de proveerse tiempo para
enseñar y preparar a las células familiares. Asimismo, el currículo ha de
planearse teniendo en cuenta a las células familiares, proveyendo guías para
que los cristianos desarrollen su fe desde el hogar.
5. En esta concepción de la educación cristiana, la enseñanza de los
hijos se relaciona de manera directa con los padres. Estos son los co-pastores
más efectivos. Así, la educación deja de ser una simple aseveración intelectual
y llega a ser el desarrollo de una vida responsable, inculcadora de valores
bíblicos e instrumento de disciplina a través de las experiencias de amor. Los
padres se ven desafiados a ser cristianos maduros. Es una educación de vida
para la vida.
6. Con tal perspectiva, se entiende y experimenta con más facilidad el principio
pedagógico de 6:4-9. “Estas palabras” son objeto de enseñanza en el ámbito
total de la vida cotidiana. La fe deja de ser una parte minúscula en el
programa de vida y llega a entenderse como la vida total. Así, ser cristiano
deja de ser el resultado de una aseveración intelectual, la afirmación de un credo
o la participación dominical en un lugar establecido y se convierte en un
estilo de vida, una nueva vida, que se manifiesta de la manera más genuina
hasta en las horas más seculares y profanas de la vida cotidiana. Ser
cristianos es vivir sometidos al Señor, y sólo a él, las veinticuatro horas del
día.
7. Si se tiene a la familia como la base de la estructura eclesiástica,
la programación de actividades y experiencias por edades, sexos y niveles
académicos adquiere un nuevo significado. Los circuitos de relaciones
interpersonales se enriquecen al permitirse tal variedad de experiencias, tanto
generacionales como intergeneracionales.
8. Una vida
eclesial así nos permite vislumbrar el culto dominical como una celebración
familiar de alabanza. En él nadie deberá sentirse extraño. Entonces, la Cena
del Señor logra recobrar su fundamento bíblico.
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VOCACIÓN POLÍTICA, MAX WEBER Y LUTERO (II)
Emilio Monjo Bellido
Protestante Digital, 11 de marzo de 2012
El deber es actuar como esa pieza debe funcionar. Eso, por sí
mismo no es negativo, es el fundamento del “trabajo en equipo”, pero la idea de
“lugar que se ocupa” es todavía muy estamental, refleja el modelo de sociedad
que precisamente el tipo de vocación política que aquí se propone debe
transformar.
El concepto de vocación
reducido a simple “cumplimiento del deber”, es válido para muchos casos, pero
aquí se propone la vocación política con un horizonte muy superior. En un
sentido, por el enorme bien que puede producir, se compararía a una vocación
ministerial (seguramente por eso en ambas hay tanta falsificación).
Este matiz diferencial puede notarse en la propia
impresión ética que provoca en nuestro lenguaje la traducción de beruf por
“profesión” o por “vocación” en la frase: “la política como profesión”,
con su carga más negativa que “la política como vocación”. No se trata
de pararnos en disquisiciones sobre la riqueza de una palabra u otra, sino de
considerar esta cuestión como cristianos.
Es evidente que, como cristianos, tenemos que cumplir con nuestro deber “según el lugar
que ocupemos”. No se trata de gusto por hacer algo, sino de que nos guste cumplir con nuestro deber. Esto es
algo aplicable en general. Ya tenemos un sitio, una parcela ocupada, y es
nuestro deber “ocuparnos” de los deberes que le son propios. En este
sentido, nadie está en el “paro”, no existe nadie desocupado. Como
padres, hijos, abuelos, estudiantes, maestros, mecánicos, peluqueros, etc.,
todos tenemos un lugar al que corresponden unos deberes (vale, también unos
derechos). El concepto de vocación política que usamos en estas reflexiones no
se refiere a un lugar ya existente donde cumplir sus deberes, sino a la
creación, transformación y progreso de la esfera social para que se puedan
disponer de sitios, de ocupaciones en libertad social para
desarrollar los dones que el Creador ha conferido a cada uno. Conociendo y
aprendiendo de todo lo realizado en el pasado, está casi todo por hacer, el
horizonte es amplísimo. Ahora es el tiempo.
Que somos peregrinos. Claro.
Que nuestra vida está escondida con Cristo en el cielo. Claro. Eso aquí
precisamente no se olvida, al contrario, está en cada letra que se escribe.
Miren, lo aclaramos en el próximo encuentro, d. v., con El progreso del peregrino, de Bunyan, como referente. Si no lo han hecho
antes, lean esta obra; hay traducción clásica de Carlos Araujo de libre
disposición en internet.
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