¡Qué bueno, qué agradable es/ que los hermanos vivan juntos!
Salmo 133.1
Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza (didajé) de los apóstoles, de compartir lo que tenían (koinonía), de partir el pan (klásei) y de participar en la oración (artou kai tais proseujais). […] El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar, y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común.
Hechos 2.42; 4.32, La Palabra (Hispanoamérica)
Es sinónimo de comunión
La común-unión
que experimentaron varios de los grupos judeo-cristianos del primer siglo, y de
lo cual da testimonio el libro de los Hechos de los Apóstoles alcanzó su
expresión doctrinal “oficial” en el llamado Credo Apostólico, en la afirmación
eclesiológica “Creo en la comunión de los santos”, que complementa a la otra
referida “a la santa iglesia universal”. Ambas afirmaciones dan fe de la
conciencia que se incubó en las comunidades en relación con el sentido de
pertenencia y fraternidad al que eran llamados/as sus integrantes. Con ello dieron
continuidad a lo expresado en diversos lugares del Antiguo Testamento, especialmente
en los salmos que subrayan la dimensión comunitaria de la fe, como es el caso
del muy famoso 133 acerca de lo agradable (“cuán bueno y delicioso”, Reina-Valera) y del 122: “Yo me alegré
con los que me decían: vamos a la casa del Señor”. Ambos textos, pertenecientes
a los llamados “salmos de la peregrinación” o “graduales” (120-134) manifiestan
el ímpetu colectivo que animaba la vida religiosa cotidiana de Israel. En momentos
especiales como las grandes reuniones para las fiestas, este ánimo ser
disparaba y hacía ver, incluso físicamente, la comunión de la que participaban
los integrantes del pueblo y de las tribus. “Dios trata de Israel como una
comunidad y cumple en ella sus promesas”.[1]
La posibilidad efectiva de encontrarse con Dios en el templo se
complementa siempre con el acompañamiento físico, la camaradería y el compartir
con los demás creyentes. La filiación racial, el acercamiento y la amistad hacían
de estos encuentros unas verdaderas efusiones comunitarias que exaltaban el
espíritu de fiesta y de compañerismo en la fe. Es lo que celebra el salmo 133:
la belleza y armonía de la comunión. Comenta María Cristina Ventura:
Así
este conjunto de salmos nos obliga a pensar en personas concretas y viviendo
situaciones concretas que desde sus imaginarios y mundo simbólicos practican
re-pensar, dar nuevos significados a la vida cotidiana.
El valorar la importancia de estar juntos/as a otras
personas revela, por un lado, que se tiene la experiencia de la soledad. Y, por
otro, puede ser la confirmación de una experiencia de encuentros en el que al
final se ven los resultados a favor del grupo que hace la constatación.[2]
Es sinónimo de comunidad
La comunión se
logra con presencia física, con participación con constancia, pues como insiste
el propio texto de Hechos, los y las discípulos “perseveraban” (“se mantenían
constantes”, 2.42), es decir, no se ausentaban con demasiada frecuencia. Esa
constancia salvó a las primeras comunidades de ser absorbidas por el judaísmo
como comunidad originaria y mayoritaria. De ahí que la koinonía sea, por así decirlo,
una “presencia ampliada”, una garantía de continuidad en el compromiso
comunitario, la certeza de que se contará con las personas. Y es que acaso el
comunitarismo actual ha perdido fuerza ante los embates del individualismo,
puesto que se trata de crear, establecer y mantener lazos continuos de
confianza, camaradería y visión (destino) común para las personas. El salmo 133
es incluso más abarcador, pues habla de “vivir juntos”: “‘habitar juntos/as’ es bueno, por
la vida, la frescura y la productividad. […] [porque] “allá ordenó Yahveh
bendición” (v. 3)” (Idem). Ventura
detalla muy bien la fuerza, el peso de esta contigüidad cotidiana:
La
raíz verbal yashab que tradujimos por
“habitar”, lo consideramos central en el texto. Un “habitar” que es considerado
“bueno” y “agradable”, precisamente por el hecho de estar “juntos”. Pero yashab está también relacionado con
“cesar”, “parar”, “parar de trabajar”, “estar quieta”, “inercia”. [..] Las
comparaciones son hechas con imágenes que parecen apuntar a cercanía, contacto,
toque, presencia: “aceite de oliva… bajando sobre la cabeza”, “rocío… que baja
sobre el monte Sión”. Las imágenes mismas nos llevan a imaginar contacto, pero
un contacto que no es estático, sino que corre, fluye (Idem).
Estar juntos forma parte de la bendición divina que da resultados
tangibles. “Vivir juntos” es una utopía “y Dios nos libre”, decimos,
apresuradamente… En lenguaje coloquial, se trata de estar “juntos y revueltos”,
más allá de las diferencias que tienden, socialmente, a separar, y esta
separación “beneficia” a otros:
El
término yahad que traducimos como
“juntos”, debe ser entendido también en el sentido de “comunidad”, “con cada
uno”. De nuevo, “habitar juntos” sugiere experiencias relacionadas con un
contexto en el que la soledad es una realidad y además valorada negativamente. ¿Qué
estará pasando que es recomendado estar “juntos/as”? Parece que la cuestión de
fondo es una crítica a la manera de “habitar” que no sea en compañía de
alguien. Sospechamos que se trata de mujeres y hombres conscientes del peligro
y lo infructífero de la soledad.
Traducir por “habitar” nos amplia la posibilidad de
pensar en una acción dinámica de permanencia junto a otras personas. Y de esta
manera puede tranquilamente estar relacionado con “estar”, “existir” junto a
alguien que da satisfacción. Pues no sólo es “bueno” es también na‘im,
“agradable”, “gracioso”. Colocándonos con esto en el plano de lo placentero.
[…] (Idem)
Lo sucedido en Hechos 4 hoy sonaría
escandaloso y provocativo:
En
Hch, en la descripción de la vida de la primitiva comunidad, se nos habla
también de la comunidad de bienes que en ella se practicaba. Este “comunismo
religioso basado en el amor” (Troeltsch) de la primitiva comunidad era la
consecuencia de un amor carismático, pero tenía como supuesto la permanencia de
la propiedad privada, así como la voluntariedad de la ofrenda y de la ayuda al necesitado.
No conocía ni la producción ni el consumo colectivo, no estaba organizado ni
tampoco hay que concebirlo a partir de categorías económicas. Surge de aquella
ausencia de inquietud que predicó Jesús y de su ilimitado desprecio de las
riquezas (Mt 6.25-34) y hay que reclamarlo como continuación de la vida en
común que Jesús realizó con sus discípulos (Lc 8.1-3; Jn 12, 4 ss; 13, 29).[3]
Es sinónimo de iglesia
“Hacer iglesia” es una expresión que restaura y reencarna
el sentido de la koinonía, pues para ser iglesia es necesario hacer comunidad,
practicar la comunión y experimentar la integración verdadera. La iglesia no se
siembra de arriba hacia abajo ni se instala como si fuera la sucursal o la
franquicia de una empresa. Tampoco es un club adonde se va a comparar o
confrontar con personas del mismo ingreso los avances sociales de cada familia.
La iglesia es “koinonía en movimiento”, a contracorriente de los mecanismos
dominantes de ser asociaciones o grupos únicos por algún interés o propósito,
que puede ser loable y hasta deseable, pero que no por ello serán iglesia. Un
ejemplo es la YMCA, cuya tercera letra ya no tiene razón de ser, pues ha
perdido lo cristiano desde hace mucho tiempo. Allí se pagan membresías anuales,
lo que no sucede en la iglesia, porque ésta compromete sin cobrar; integra, sin
obligar; garantiza “beneficios”, sin invertir; ayuda desinteresadamente, sin
dejarse engañar; abre los brazos a todos/as, sin olvidar las advertencias del
Señor sobre el “trigo” y la “cizaña”; se ofrece como una familia para los
desamparados, aunque no pueda resolver todos sus problemas; es un hospital de
enfermos rehabilitados, aunque no ofrezca recetas infalibles para nadie, etcétera…
Y es que en la iglesia, como en la
propia familia, los hermanos/as no se escogen en una especie de casting o selección minuciosa. Somos
hermanos/as y compañeros/as por la elección de alguien mayor que nosotros o que
cualquier cuerpo colegiado, por la acción integradora del Espíritu que desafía las
normas sociales e instala el amor (ágape)
como norma de conducta comunitaria. Las iglesias no son organizaciones no
gubernamentales (ong), aunque su
acción se oriente socialmente, no son organismos Las iglesias son expresiones
visibles, imperfectas y esperanzadas de la posible koinonía en el mundo: “El
hecho de que, en el tiempo comprendido entre la muerte de Jesucristo y el
último día, los cristianos puedan vivir con otros cristianos en una comunidad
visible ya sobre la tierra no es sino una anticipación misericordiosa del reino
que ha de venir. Es Dios, en su gracia, quien permite la existencia en el mundo
de semejante comunidad, reunida alrededor de la palabra y el sacramento”.[4]
[1] J. Schattenmann, “Kononía”, en
L. Coenen et al., eds., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. IV.
Salamanca, Sígueme, 1984, p. 230.
[2] M.C. Ventura, “¡Qué bueno estar juntos/as! Una
reflexión a partir del salmo 133”, en RIBLA,
núm. 50, http://claiweb.org/ribla/ribla50/quebueno%20es%20estar%20juntos.html.
[3] J. Schattenmann, op. cit., p. 231.
[4] D. Bonhoeffer, Vida
en comunidad. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1982, p. 10.
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