7 de abril, 2013
No acumulen riquezas en este mundo pues las riquezas de este
mundo se apolillan y se echan a perder; además, los ladrones perforan las
paredes y las roban. Acumulen, más bien, riquezas en el cielo, donde no se
apolillan ni se echan a perder y donde no hay ladrones que entren a robarlas.
Pues donde tengas tus riquezas, allí tendrás también el corazón.
Mateo
6.19-21
En medio
de la práctica de la koinonía es inevitable enfrentar la exigencia de la
mayordomía, es decir, la definición del manejo cristiano de los bienes
materiales, el dinero o las riquezas. Cuando Jesús de Nazaret delineó el perfil
de sus discípulos/as en el Sermón del Monte no podía dejar de lado la relación
con los bienes y al llegar a ese punto de la exhortación plantea un
distanciamiento hacia ellos en el marco de la venida del Reino de Dios. Se
trata del abordaje de la cuestión económica y cómo puede impactar la relación
con ese horizonte de fe en el seno de la comunidad. Allí se encuentra la
conexión con la koinonía, pues al partir de una sana relación con Dios en
términos económicos, resulta inmediata la interrelación con el prójimo en esos
mismos términos. El biblista canadiense Leif E. Vaage ha indagado muy bien en
lo que denomina el “Jesús economista” mediante una lectura ad hoc del famoso “sermón”. Así resume su abordaje en este terreno:
El perfil de Jesús-economista se destaca en los cinco
discursos principales del Evangelio de Mateo. Sea lo que fuera la cristología
completa del evangelio […] a la hora de hablar son notablemente asuntos
económicos los que más le preocupan a Jesús, o en cuyo ámbito busca poner el
dedo divino sobre la llaga humana.
Impresiona, pues, cuán concreta y
ligada a la vida es la enseñanza maestra de Jesús en el Evangelio de Mateo. La
imagen del hombre galileo que ofrece el mismo evangelista representa a Jesús a
través de su palabra como una persona muy próxima al mundo de la necesidad y la
deuda, de la preocupación por el pan diario y el sueldo que no alcanza.[1]
Lo que hoy llamamos pomposamente “mayordomía cristiana” fue
para Jesús una preocupación básica para el camino de fe del discípulo al grado
de que formuló el aforismo: “No se puede servir a dos señores: a Dios o al dinero”
(Mt 6.24b), en donde la existencia completa es llevada a una tensión extrema
entre esos dos opuestos irreconciliables sin término medio. Y la máxima
político-económica: “Den a César lo suyo a Dios también” (Mr 12.17; Mt 22.21), fuerte
crítica profética a la interiorización de los valores del mundo, del Estado y
del mercado, particularmente, como consigna espiritual para mantenerse fieles a
los principios de su mensaje central sobre el reinado de Dios en todas las
áreas de la vida humana. Según esta visión, de una sana relación espiritual y
psicológica con los bienes dependerá la adecuada percepción de lo que Dios espera
de cada ciudadano/a del Reino de Dios. De modo que la familiaridad, apego o
cercanía a las riquezas puede convertirse en un auténtico obstáculo para el
seguimiento de Jesús y la espiritualidad que propone el tantas veces citado
discurso de Jesús en Mt 5-7 es una propuesta compleja, pero viable, de vida en
la órbita de la esperanza por un nuevo estado de cosas, incluyendo la economía.
Dios como persona y
Mamón como persona se encuentran en conflicto. Jesús describe la relación entre
nosotros y uno u otro de la misma forma: es la relación entre siervo y maestro.
Mamón puede ser un amo del mismo modo en que lo es Dios; es decir, Mamón puede
ser un amo personal. […] Él habla de un poder que intenta ser como Dios, que se
convierte en nuestro amo y que tiene metas específicas.
Así, cuando afirmamos
que usamos el dinero, cometemos un gran error. Podemos, si estamos obligados,
usar el dinero, pero es el dinero el que en realidad nos usa y nos convierte en
sus sirvientes poniéndonos bajo su ley y subordinándonos a sus fines.[2]
La nueva sociedad humana propuesta por Jesús no está
dominada por un apego insaciable a los bienes materiales sino que más bien los
coloca en la esfera de lo controlable conscientemente por valores de fe, de lo
comprendido como una bendición de Dios y no como un eventual ídolo, y de lo
compartible como una vocación divina para el servicio. Al dirigirse a personas
depauperadas por el sistema, pero también a aquellas que poseían bienes, por lo
que trasluce la exhortación mateana, el ámbito de los bienes se convierte
inmediatamente en un asunto que se experimenta en la comunidad marcada por las
desigualdades existentes en el mundo.
Clave para entender el sentido preciso del llamado recíproco
en 6.20 de que “más bien amontonen riquezas en el cielo”, es el último
versículo del dicho en 6.21: “Pues donde esté tu riqueza, allí estará también
tu corazón”. Nótese que no se dice: “Pues donde esté tu corazón, allí estará
también tu riqueza”, como si se tratara aquí de un deber de ordenar las
prioridades sentimentales. Más bien se trata de la cuestión de un tesoro
“mantenible” o sea, de un “desarrollo” que no acarree que la vida se sacrifique.
Un tesoro “mantenible” será un sistema
económico que desde un principio y hasta el final tenga como meta única la
producción de una vida satisfecha para cada uno: “Pues donde esté tu riqueza,
allí estará también tu corazón”. El corazón que falle porque no puede más ante
las demandas insaciables de una economía devota a amontonar riquezas aquí en la
tierra, no es sino signo transparente de la muerte.
En realidad, todos los dichos en
6,19-34 pueden ser interpretados como un modo de preguntar dónde está tu
corazón. ¿Cuál será el perfil de la economía divina que confirme el bienestar
humano? (Idem).
Como comenta Jacques Ellul: “La idea de la mayordomía es un
recordatorio útil de que no poseemos nuestras posesiones y de que tendremos que
rendir cuentas, pero se vuelve plenamente viciosa cuando la utilizamos para
justificarnos, cuando nos permite fijar en concreto lo que Dios quiere que
sometamos al Espíritu Santo”.[3] Y agrega: “Jesucristo despoja a la riqueza del carácter
sacramental que hemos reconocido en el Antiguo Testamento. […] Y así como los
sacrificios fueron dejados de lado por el sacrificio de Jesús, del mismo modo
la riqueza ya no expresa una verdad espiritual porque la plenitud de la gracia
reside en Cristo. ¿Que significado tendría el don de las riquezas ahora que
Dios ha dado a su Hijo? Ahora él es nuestra única riqueza.”. Además, la actitud
de renuncia es, ciertamente, un esfuerzo que brota del “corazón”, es decir,
desde lo más profundo del ser. En pocas palabras, la “mayordomía” verdadera, la
más profunda es la que brota del corazón y no del convencimiento racional o
cerebralmente obtenido con base en el equilibrio de las variables económicas.
Esto se coloca, pues, en las antípodas de la llamada “teología de la
prosperidad”, pues la mayordomía no consiste en “invertir en Dios” sino en
abandonarse completamente a la gracia de Dios.
[1] L.E. Vaage, “Jesús-economista en el Evangelio
de Mateo”, en RIBLA, núm. 27, http://claiweb.org/ribla/ribla27/jesus%20economista.html.
[2] J. Ellul, Dinero
y poder. Trad. de Iván Balarezo P. Quito, Oveja Perdida Ediciones, 2003.
[3] Idem.
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