sábado, 13 de abril de 2013

Letra 315, 14 de abril de 2013


SEGUIR POR LA RUTA DE LA RESURRECCIÓN
Protestante Digital, 7 de abril de 2013

Seguir por la ruta de la resurrección

Tercera Reunión Nacional de la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas (CMIRP), Ciudad del Carmen, Campeche, 6-7 de abril, 2013

Esto es lo que les pido a quienes los dirigen, yo, que comparto con ellos la tarea y soy testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que está a punto de revelarse: apacienten el rebaño de Dios confiado a cargo de ustedes; cuídenlo, no a la fuerza o por una rastrera ganancia, sino gustosamente y con generosidad, como Dios quiere; no como dictadores sobre quienes estén a cargo de ustedes, sino como modelos del rebaño. Y el día en que se manifieste el Pastor supremo recibirán ustedes el premio imperecedero de la gloria. I Pedro 5.1-4

…cuando confesamos la santa Iglesia proclamamos su existencia; añadiendo la comunión de los santos precisamos cómo es la Iglesia que creemos [IRC 1536, II. OS 1, p. 92].
Testificar su naturaleza es tan importante como creer su existencia [IRC 1539, IV. CO 1, p. 541].
Juan Calvino

1. El Jesús-Resucitado acompañante
Al reencontrarse con el discípulo que lo había abandonado y negado días atrás, y encargarle formalmente el cuidado pastoral de la iglesia, el Jesús-Resucitado no solamente fundó un nuevo orden ministerial, colegiado y subordinado a la acción del Espíritu, sino que también indicó el horizonte por el cual debía circular la marcha de las comunidades desde entonces. Porque la dinámica trazada por Juan cap. 21 es muy clara y consistente: al retroceso de los discípulos que volvieron a sus quehaceres anteriores (vv. 1-3) le sigue un acercamiento de simpatía por parte de Jesús, quien les indica, sin recriminar su acción, por dónde deben pescar (vv. 4-6). Inmediatamente después, cuando obtienen el beneficio y reconocen a su Señor resucitado (vv. 7-11), pasan a los momentos de fraternidad, koinonía y comunión (vv. 12-14), en donde el texto subraya: “A ninguno de los discípulos se le ocurrió preguntar: “¿Quién eres tú?”, porque sabían muy bien que era el Señor” (v. 12b). Después de esos momentos relajados e inolvidables en los que el alimento del cuerpo los alegra y bendice, el relato adquiere una sólida formalidad, pues Jesús pregunta directamente a Pedro si lo ama, y a cada respuesta le encomienda apacentar sus ovejas y corderos (vv. 15-17), a él, que no había hecho los méritos suficientes para tamaña labor en consonancia con la obra de su Señor. Su respuesta es bien conocida y el ánimo que le produjo para responder afirmativamente también. A esta linealidad (trabajo-comida/comunión-encargo) le seguirían las acciones en las que el ministerio encargado producirá resultados palpables apenas el Señor desaparezca de su vista en la ascensión y los ahora apóstoles deban de enfrentar la oposición y el rechazo. El propio Pedro transformaría su discurso y la orientación de su pensamiento para exponer la historia salvífica con una convicción que debió sorprenderlo a él mismo en primer lugar. En el Pentecostés de los judíos (Hch 2) predicará con un énfasis histórico-profético sobresaliente y la presencia del Espíritu Santo se tornaría inteligible, a tal grado, que se integran miles de personas al grupo de seguidores, hombres y mujeres, de Jesús. Más tarde, Pedro llegaría también a la conclusión de que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5.29) y demostraría que aprendió la lección cuando al escribir su primera carta define óptimamente la labor de los pastores/as y ancianos/as (presbíteros): la presbiteralidad de la Iglesia, su colegialidad, pudo alejarlo de cualquier tentación de poder y por ello advierte que ésta debe quedar fuera del imaginario de quienes están al frente de una comunidad, no como “dictadores” (kléron) sino como “modelos” (ginómenoi) del rebaño (I P 5.3).
Con este cuadro de por medio se delinea con fortaleza el rumbo que debe seguir la Iglesia tras las huellas del resucitado, en medio de un panorama de pluralidad (deseado por el Espíritu), de convivencia humana (necesaria y hasta urgente), de crisis socio-cultural (por el sometimiento generalizado al poderío del Imperio Romano) y de una serie de compromisos de cambio expuestos para desarrollarse prontamente. A diferencia de una visión triunfalista de lo que no es, de lo que debe y puede ser la Iglesia, el texto neo-testamentario traza líneas de seguimiento de dicho horizonte que siguen vigentes hasta hoy, pues los liderazgos visibles de las comunidades no fueron concebidos como espacios o núcleos de poder sino de servicio, y lo que hoy se conoce aún como gobierno de la Iglesia, en realidad consiste en la circulación permanente de los dones otorgados por el Espíritu. El Jesús-Resucitado que suscita y (re)sucita continuamente a la comunidad (recuérdese el nombramiento del apóstol número 12) es quien conduce su destino y quien, periódicamente, le hace ver el tamaño de los desafíos que debe afrontar para que, aunque se equivoque, caiga e incluso desaparezca visiblemente, y vuelva a comenzar, el intento continuo sea la obediencia a sus dictados de amor, esperanza y justicia. Este Jesús, el mismo que en continuidad con aquel que camino sobre el mar, es el que exhorta continuamente a lanzar las redes y a encontrar siempre un buen número de peces, pues parte de un trabajo humano que es respetado y consolidado.

2. La iglesia renace siempre para seguir al Resucitado
Por lo anterior, cada vez que la Iglesia nace, muere y resucita como parte de la dinámica existencial que procede de Jesús, da comienzo nuevamente la espiral comunitaria que, vez tras vez, manifiesta la esperanza que el propio Dios tiene en aquellos/as que desean seguir en los pasos de su Hijo Resucitado: aunque las realidades históricas, religiosas y de todo tipo, se opongan a los planes para instalar su Reino en el mundo, las fuerzas espirituales convocadas por el Espíritu removerán conciencias, inercias, poderes fácticos y visibles, para que el magno propósito siga en marcha. Uno de los problemas consiste en la persistente negativa de los falsos poderes que surgen en las estructuras eclesiásticas a entrar y participar de esta dinámica en la que la resurrección es entendida como una marcha triunfal que inició el día que Jesús entró a Jerusalén, siendo que, mediante un proceso inverso, la toma de esa ciudad representó un espejismo para quienes supusieron que el Reino de Dios iba a establecerse mediante la violencia humana. Lo que los textos evangélicos desarrollan más tarde es lo que Lutero llamó teología de la cruz, es decir, una manera de percibir los acontecimientos que establecerían los propósitos de Dios en medio de una conflictividad reacia a dejarse dominar o poseer por los designios divinos.
La teología de la gloria, por el contrario, ha sido capaz de patrocinar proyectos eclesiales que, en nombre de lo sagrado, se sirve de un discurso que potencia acciones encaminadas a hacer creer que, en efecto, el “crecimiento eclesiástico” (numérico, económico o de influencia moral) es sinónimo del avance del Reino de Dios en el mundo. Ante ella, hay que afirmar proféticamente la necesidad de que las comunidades cristianas se conviertan de nuevo a ese proyecto amplio de dignificación humana, igualdad y restauración de todas las realidades al designio del Dios vivido y anunciado por Jesús de Nazaret. La vida que éste vivió, la muerte que atravesó, y el momento climático de su resurrección marcan “los tiempos y las sazones”, las coyunturas que las comunidades deben leer, interpretar y discernir constantemente para encontrar vías para una mejor fidelidad a la esperanza evangélica.
En nuestro caso, somos convocados a formas de renacimiento que ponen en juego replantear por entero la vivencia de la espiritualidad, la práctica del testimonio, la naturaleza del culto, la misión y la educación, así como los componentes básicos de la diaconía, la koinonía y el servicio mutuo, en el marco de nuevas condiciones, las cuales no fueron percibidas en los espacios tradicionales de los cuales provenimos. A la acusación de que se está fragmentando una vez más el cuerpo de Cristo, hay que responder con acciones y discursos ligados a la proyección de la resurrección continua de la Iglesia en el mundo, y con ésta en un proceso interminable de aprendizaje e identificación de los signos que Dios coloca en las circunstancias que nos toca vivir. Si la promoción y reivindicación de los ministerios de las mujeres fue la punta del iceberg de este movimiento, ahora hay que relanzar integralmente todo el corpus de la existencia cristiana, revisando a la luz de las Escrituras, de la tradición reformada y de la ya sólida tradición teológica latinoamericana y así poder inculturar nuevamente el mensaje evangélico en nuestra sociedad. Acaso a eso somos llamados/as en esta situación, pues a la otra crítica superficial de que “es más fácil destruir que construir”, es necesario responder con una creatividad dependiente de la movilidad y sorpresa del Espíritu a fin de que los pasos presentes verdaderamente canalicen un futuro viable, realista, pero también auténticamente fiel a las exigencias que, en otra época, acaso no se pudieron advertir, pero que hoy podemos reconocer que siempre estuvieron ahí: fortaleza en el diálogo ecuménico, interreligioso, de participación social, de formación completa de personas y de mantenimiento de la vida de la creación, entre otras cosas. Quizá por ahí va el rumbo de este seguimiento de la resurrección. Ojalá estemos a la altura de él. Que Dios nos bendiga a todos y todas en el camino, en la organización y el diálogo. (LCO)
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LA IGLESIA NO SE ARREGLA SÓLO CAMBIANDO DE ZAPATOS (I)
José María Castillo

En todo el mundo han sido noticia las nuevas costumbres que el papa Francisco ha introducido en la imagen pública que el sucesor de Pedro ofrece ante el mundo. Nadie duda ya que el papa se parece cada día más a un hombre normal, sin los zapatos rojos de Prada y cada vez con menos indumentarias de ésas, tan llamativas como trasnochadas. Por supuesto, esto es de elogiar, y expresa que este papa tiene una personalidad fuerte, original, ejemplar. Un papa es importante, no por su imagen pública, sino por su ejemplaridad. Es evidente que el papa Francisco tiene esto muy claro. Por eso lo admiramos, lo aplaudimos, lo sentimos más cerca. Y esperamos mucho de él.
Por supuesto, yo no soy quién para decirle al papa lo que tiene que hacer. ¿Quién soy yo para eso? De todas maneras, y con toda la modestia y humildad que me es posible, me atrevo a sugerir que solamente con simplificar la vestimenta y modificar algunas costumbres, se puede pensar que la Iglesia no se arregla. Será noticia, eso sí. Sobre todo entre personas y grupos más tradicionales. Algunos ya han puesto el grito en el cielo porque, el pasado jueves santo, el papa Francisco se atrevió a lavar los pies de dos mujeres. Da pena pensar que haya gente que, por semejante cosa, se alarmen tanto. ¿No sería más razonable pensar a fondo dónde está la raíz de los verdaderos problemas que sufre la Iglesia? Y, sobre todo, los problemas que sufre tanta gente desamparada, marginada y sin esperanzas de futuro.
Pues bien, planteada así la cuestión, lo que yo me atrevo a sugerir es que la raíz de los problemas, que arrastra la Iglesia, no está en la imagen pública que ofrece el papa. La raíz está en la teología que enseña la Iglesia. Porque la teología es el conjunto de saberes que nos dicen lo que tenemos que pensar y creer sobre Dios, sobre Jesucristo, sobre el pecado y la salvación, etcétera, etcétera.

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