25 de mayo, 2014
—¿Qué les parece? Una vez, un hombre tenía dos hijos le dijo a uno de ellos:
“Hijo, hoy tienes que ir a trabajar a la viña”. El hijo contestó: “No quiero
ir”. Pero más tarde cambió de idea y fue. Lo mismo le dijo el padre al otro
hijo, que le contestó: “Sí, padre, iré”. Pero no fue. Díganme, ¿cuál de los dos
cumplió el mandato de su padre? Ellos respondieron: —El primero.
Mateo 21.28-31, La Palabra (Hispanoamérica)
Una
de las cosas que con mayor claridad aparece en los cuatro evangelios es la
necesidad de que los seguidores/as de Jesús sean fieles y constantes.
Ciertamente, el propio Señor no se hacía muchas esperanzas al respecto porque
sabía que la prueba de fuego para cada uno de los discípulos sería la
transición de su muerte y resurrección a la responsabilidad de ejercer su
apostolado particular. De ahí que en diversas ocasiones se dirigió a ellos para
subrayar el hecho de que el seguimiento demandaba una disposición a toda prueba
con todo y la comprensión de la posibilidad de que la respuesta inicial al
llamado suyo fuera negativa, incompleta o insuficiente.
Cuando el Señor llama a seguirlo podría decirse
que se entra en un espacio de indefinición o de duda sobre el porvenir de esa
nueva relación con Dios. A cada paso, el discípulo potencial enfrenta vicisitudes
que tienen que ver en primer lugar con sus prioridades personales, luego con
las prioridades u obligaciones impuestas y, finalmente, con los alcances de ambos
tipos de prioridades en el desarrollo de su vida. El contexto de Mt 21.28-32
ciertamente es complejo, puesto que se trata de apenas unos pocos versículos en
los que Jesús polemiza con sus adversarios acerca de la obediencia a la
voluntad divina. El discipulado nuevo que él anunciaba se veía confrontado con
la sumisión irrestricta a la ley y el énfasis profético, renovador, con que
presentó la venida inminente del Reino de Dios a la vida de los integrantes del
pueblo de Dios.
Como parte de la historia de la pasión, camino
de Jerusalén, resulta interesante que Jesús plantea este dilema sobre la
obediencia ante los dirigentes que están cuestionando su papel o función dentro
del espectro religioso de su tiempo. Los dirigentes religiosos que supieron de
Jesús y escucharon acerca de su mensaje también eran destinatarios del mismo, pero
los separaba de él la enorme responsabilidad, mal asumida, de ejercer una autoridad
moral, política y espiritual que tenía resultados y efectos dudosos. Esa es la
razón por la que en el nivel más alto de la escala religiosa Jesús logró únicamente
un par de seguidores, que con reservas explicables no se manifestaron a su
favor aunque simpatizaron con su causa. La autoridad de Jesús, moral y
profética, enfrentó directamente la estructura de poder que movilizaba a
algunos y paralizaba a otros para responder a su llamado. Las tres parábolas de
Mt 21.28-22.14 muestran ese conflicto.
Por ello, la simplicidad de la historia
expuesta por Jesús (que sólo aparece en Mt) resume con claridad qué tipo de
respuesta se puede dar al mensaje y qué consecuencias prácticas puede tener
dicha respuesta para la vida cotidiana. Al situar en el espacio de la
cotidianidad la voz de Dios como padre para encomendar una tarea específica a
sus hijos, el Señor coloca el llamado al discipulado en una nueva situación que
ya no se realizará en el ámbito ritual o “religioso” sino en el terreno de
todos los días, en el horizonte del mundo donde cada quien se mueve. El primer
hijo abiertamente no quiso ir (lo cual recuerda la actitud de un profeta como
Jonás) al trabajo encargado. El segundo es incluso más cortés con su padre,
pero finalmente decide no obedecer. La disposición permanente para obedecer y
seguir los caminos del Señor sólo puede proceder de un auténtico compromiso que
deslinde a la persona de las demás prioridades que flotan en el ambiente.
El primer hijo, que experimenta remordimiento (metamelētheis), no arrepentimiento (metanóia). El remordimiento machaca en
el pensamiento y hace sentir mal a la persona, le altera su normalidad
psicológica y espiritual. Pero el pasaje no insiste tan claramente en esa
distinción, porque de cualquier manera a la persona aludida le resultó positiva
esa experiencia para reconsiderar su respuesta y así recapacitar y obedecer.
Sin ánimo de colocarlo en un lugar de superioridad sobre su hermano, el pasaje
expone dos tipos de respuestas muy claras: se puede tener la certeza de no
desear actuar y nadie podrá modificar esa actitud, pero abrir la posibilidad de
responder afirmativamente existe como algo real que puede modificar el curso de
las cosas.
El comentario de la parábola coloca a las
personas menos pensadas como aquellas que, habiendo recapacitado sobre las
características negativas de su vida, pueden dar una respuesta positiva al
llamado y llegar a ser, eventualmente, buenos discípulos/as de Jesús, persistentes
y confiables. La disposición que él espera, entonces, es una actitud de
respuesta que se va gestando en el interior de las personas por la obra del
mismo Dios a través de su Espíritu. Al final, Jesús reprocha que la actitud de
sus adversarios no llegó al nivel del primer hijo, de experimentar
remordimiento para actuar positivamente ante su llamado.
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