28 de septiembre,
2014
Así
pues, recomiendo ante todo que se hagan rogativas [deéseis], súplicas [proseujas],
peticiones [enteúxeis] y acciones de
gracias [eujaristías] por toda la
humanidad… […] Es éste un proceder hermoso y agradable a los ojos de Dios,
nuestro Salvador, […] Es, pues, mi deseo que en cualquier circunstancia
los varones eleven una oración pura, libre de odios y altercados.
I Tesalonicenses 2.1, 3, 8, La Palabra (Hispanoamérica)
La oración, para
los escritos paulinos, es una práctica fundamental para mantener viva la fe y
la comunión con Dios mediante Jesucristo. Para el apóstol Pablo “…la auténtica
oración ha de hacerse en el espíritu (Rom 8.15, 26; Gal 4.6; en ambos pasajes
Pablo emplea —junto a proseúchomai en
Rom 8.26— el verbo krázo, gritar,
clamar, que aquí expresa la libertad, el gozo y la confianza de la oración que
proceden de la conciencia de ser hijos de Dios)”.[1] Para él, la
oración “no nace de las posibilidades humanas ni puede considerarse como una
obra meramente humana. Al igual que la fe, de la cual procede y con la cual
casi se identifica, es un don de arriba (cf. también Ef 6.18: “orar en el
espíritu”)”. La oración a fin de cuentas, es “una conversación del espíritu que
habita en el creyente y que lo ‘mueve’ (Rom 8.14), con el mismo Dios, que ‘es
espíritu’ (2 Cor 3.17; cf. Jn 4.23 s)”. Por todo ello, la eficacia de la
oración tampoco depende de humanas de persuasión “ni de una determinada
condición interior”. El apóstol siempre destacó “que la oración en el espíritu da
testimonio de la certidumbre de la salvación y a la vez la corrobora (Rom 8.16)”.
En el Nuevo Testamento se manejan diversos matices para referirse a la
oración y, particularmente, en el inicio de I Timoteo 2 aparecen desplegados
con singular intensidad, sobre todo por la forma en que el texto exhorta a la
práctica de la oración “por toda la humanidad” (2.1) y, más adelante, porque
todos los creyentes lo hagan “en cualquier circunstancia” como “oración pura” (“levanten
manos santas”, RVC) ajena a todo tipo de odio o enemistad (2.8). En el primer
caso se emplean hasta cuatro términos relacionados que corroboran la
orientación del conjunto de documentos neo-testamentarios de acuerdo con sus
significados propios como se resume aquí. El primero de ellos, “rogativas” (deéseis) designa la súplica, “que
casi siempre hace mención de la persona a la que va dirigida y sólo se
pronuncia en el acto de orar propiamente dicho”,[2] es
interceder. El segundo, “súplicas” (proseujas) “designa
la oración en el sentido más amplio” y “expresa
toda manera de entrar en contacto con Dios”.[3] La
tercera, “peticiones” (enteúxeis),
originalmente en el sentido de dirigirse a un monarca para solicitar algo. La
última, es una plegaria de alabanza y acción de gracias.
Todo esto va encaminado, en el lenguaje de las
llamadas “cartas pastorales”, a establecer un ambiente de oración propicio para
canalizar las diversas preocupaciones humanas ejemplificadas en la plegaria
permanente por los gobernantes, pero sin olvidar que, al colocar delante a “toda
la humanidad”, el énfasis de la oración es, diríamos hoy, “democrático”,
abierto e incluyente. Es decir, que ninguna realidad humana debería quedar
fuera del horizonte de oración de los seguidores/as de Jesucristo. Eso se
logrará, además, con un adecuado conocimiento de las realidades humanas presentes,
sociales, políticas y, por supuesto, espirituales. La comunidad en donde ejerce
Timoteo es una expresión de la diversidad que obliga a orar de esta manera:
Otros sectores sociales se han arrimado, y ahora conviven con los
esclavos y artesanos de los primeros tiempos grupos cada vez más numerosos de
comerciantes, algún propietario de tierras de mediana extensión, gentes con
otros recursos y posibilidades. Si bien estos no son mayoría, y difícilmente
estemos en presencia de los sectores más altos y ricos de la sociedad, su
presencia se hace sentir en las comunidades y plantean problemáticas distintas.
[…]
El paso del tiempo y su crecimiento han ido transformando a
las iglesias en comunidades más amplias, donde se han agregado nuevas
experiencias que tienen otro origen, donde hay familias de dos o tres
generaciones de “cristianos” (II Tim 1.5). Los cristianos no son aún mayoría ni
mucho menos, así que han tenido que encontrar formas de convivencia con sus
vecinos, de interactuar con el mundo circundante en términos de colaboración y
convivencia.[4]
La universalidad de Dios (vv. 4-5: “que quiere que todos se salven y conozcan
la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo es el
mediador entre Dios y la humanidad: el hombre Cristo Jesús”) deberá mostrarse en la apertura para
tratar de comprender las necesidades y urgencias de toda la humanidad. La
consigna parece ser: “Nada humano me es ajeno”, es decir, avanzar en la práctica
de un humanismo cristiano bien entendido y asumido, capaz de superar
nacionalismos, etnocentrismos y de salir hacia una serie de “encuentros
misioneros” que posibiliten la comunicación más efectiva del Evangelio en medio
de un “diálogo cultural” para el que no siempre se está dispuesto. El texto
agrega que este encuentro puede y debe darse porque se basa también en la auto-entrega
de Jesús: “que
se entregó a sí mismo como rescate por todos, como testimonio dado en el tiempo
prefijado” v. 6).
Esa entrega abre las puertas para que los seguidores de Jesús sean, dentro de
lo posible, los seres humanos más sensibles a las necesidades humanas mediante
una clara comprensión de las mismas en sus contextos específicos.
La actitud
para orar por toda la humanidad será, finalmente, una muestra de la superación
de las enemistades y conflictos humanos: “Es, pues, mi deseo que en cualquier
circunstancia los varones eleven una oración pura, libre de odios y altercados” (v. 8). A través de una práctica sana e inclusiva de la oración,
con una mirada universal, los/as creyentes podrán capacitarse también para el
servicio en todas sus manifestaciones y no hallarán conflicto alguno entre fe y
acción en medio del mundo, puesto que cada creyente será “de aquí, de allá y de
todas partes”: “Ya no ve el mundo rodeado por la nada y por el caos, sino
abarcado por la fidelidad de Dios y puede en adelante trabajar dentro de él con
confianza y poner en él sus esperanzas. Oración y acción en el mundo están,
pues, íntimamente relacionadas. Pero la una no puede reemplazar a la otra; la
oración no dispensa de la acción, ni ésta de aquélla”.[5]
[1] H. Schönweiss, “Oración”, en L.
Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo testamento. III. 3ª ed. Salamanca,
Sígueme, 1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, 28), p. 221.
[2] Ibid., p. 212.
[3] Idem.
[4] Néstor
Míguez, “Yo soy de aquí y soy de allá. La ‘oiko-nomía’ en 1 Timoteo”, en
RIBLA, núm. 51, www.claiweb.org/ribla/ribla51/yo%20soy%20de%20aqui.html.
[5] H. Schönweiss, “Para la praxis pastoral”,
en L. Coenen op. cit., p. 225.
No hay comentarios:
Publicar un comentario