7 de septiembre,
2014
No cesen de orar. Manténganse
en constante acción de gracias, porque esto es lo que Dios quiere de ustedes
como cristianos.
I Tesalonicenses 5.17-18, La Palabra (Hispanoamérica)
Muy cerca del
final del primer documento que produjo el cristianismo, la primera epístola a
los Tesalonicenses, completamente situada en el horizonte de la esperanza por
la segunda venida de Jesucristo, propone a los/as creyentes un panorama de vida
que bien se puede definir como un “paquete de ética provisional” ante la
eventualidad de que el Señor no venga aún. Luego de una serie de exhortaciones
específicas sobre su pertenencia a la luz (5.5) y la necesidad de “permanecer
despiertos” (5.6), se afirma que los/as cristianos deben vivir sobriamente, “armados
con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de
la salvación” (5.8). Estamos, pues, ante una serie de instrucciones que
deben caracterizar a quienes esperan de manera militante la venida definitiva del
Señor al mundo. De ahí que las recomendaciones acerca de quienes desempeñan una
tarea específica (“ministerio”, 5.12-13) se ve seguida de un conjunto de
exhortaciones concretas para desarrollar en la comunidad:
a) corregir
a los indisciplinados,
b) animar
a los tímidos y sostener a los débiles,
c) tener paciencia con todos (v. 14),
d) no devolver mal por mal y hacer
el bien mutuamente (v. 15),
e) estar siempre alegres, no dejar de
orar (v. 17),
f) dar acción de agracias continuamente
(v. 18),
g) no apagar la fuerza del Espíritu
(v. 19)
h) no despreciar los dones
proféticos (v. 20)
i) examinarlo todo y quedarse con
lo bueno,
j) evitar toda clase de mal y
buscar siempre hacerse el bien (v. 21)
Como se aprecia, prácticamente así concluye la
carta, en un espíritu propositivo y de esperanza, establecida como la
racionalidad de la vida de fe para la comunidad de Tesalónica. Resistir los
embates del sistema dominante con el recurso fundamental de la fe era una
opción sumamente arriesgada para los habitantes de macedonia que, como los
demás súbditos del imperio romano, debían echar mano de todo lo que estuviera a
su alcance para sobrevivir. Cada mandato está orientado hacia una vida
comunitaria efectiva y creciente, a contracorriente de las imposiciones oficiales
de un imperio nada preocupado por elevar la dignidad de las personas. Se
trataba, en palabras de Néstor Míguez, de “sostener la esperanza bíblica en
medio de la opresión”: “La fe bíblica afirma el fin de todos los imperios, la
caída del imperio como el acto redentor de Dios en la historia. Pablo, el
militante de la escatología contra-imperial, anuncia que la realidad imperial
está pasando. Y aun cuando en algunos puntos, y durante algún tiempo, tenemos
que aceptar las imposiciones ásperas de los imperios, habrá un ‘después del
imperio’, un después de cada imperio –también de éste— porque el imperio es
sólo la apariencia de este mundo, nunca su verdad”.[1] En
ese contexto aparece la oración como un recurso espiritual invaluable en medio de
las luchas cotidianas.
Si el Señor Jesús aún no se hace presente
nuevamente, los cristianos/as de Tesalónica no debían actuar ni pensar “como aquellos
que no tienen esperanza” (4.13). Por el contrario, el recurso a la oración hace
presente el contacto con el Señor que ha de venir y que se encuentra en
contacto continuo con quienes integran su nuevo pueblo. Orar es un ejercicio
contra-cultural y de resistencia ante los embates de la realidad alienante que
contradicen el deseo divino de establecer su Reino por encima de todas las
cosas. Es situarse en el horizonte de Dios para percibir las cosas como Él y así
superar progresivamente las imposiciones ideológicas y “realistas” de quienes
pretenden gobernar los corazones con sus discursos pretendidamente optimistas,
pero que en los hechos niegan la posibilidad de avanzar. La oración no es una
protesta ciega contra lo inevitable, es, más bien, un ejercicio humano
sostenido para sumarse a las promesas de que el cambio conducido por Dios en Cristo
pisa fuerte y viene a abrir las puertas que parecen estar permanentemente cerradas.
Por todo ello será posible “dar gracias a Dios
permanentemente”, pues todo lo que acontezca en camino hacia la consumación de
la historia debe ser visto como una acción divina que se encuentra en lucha
contra las realidades aparentemente inamovibles. Si el Señor pospone su venida,
como ha sucedido a lo largo de la historia, la fe no debe acomodarse a la “dictadura
de los hechos” sino que debe amoldarse, más bien, a la forma en que la consumación
de la esperanza en situaciones concretas se va presentando como signo visible y
experimentable de lo que Dios sigue haciendo para establecer definitivamente su
voluntad. La exhortación paulina a orar sin descanso (adialeíptos proseújesthe) es un llamado a la conciencia cristiana a
no desmayar y a sostener la esperanza como razón de ser de toda la experiencia
de fe dentro de la historia humana.
[1] N. Míguez, “El imperio y después. Sostener
la esperanza bíblica en medio de la opresión”, en RIBLA, núm. 48, www.claiweb.org/ribla/ribla48/el%20imperio%20y%20despues.html.
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