REFLEJO
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 134.
¡Alabadlo
en su gran gloria!
Salmo 150.2
He Qi, La llamada de los discípulos
N
|
o podemos negar que Dios es
espléndido por el modo en que irradia alegría y que, por tanto, todo cuanto él
es lo es con belleza. Siempre que se afirme otra cosa, el anuncio de su gloria
tendrá en sí mismo algo de peligrosamente triste, sin brillo, sin humor, por no
decir aburrido. Dios se brinda a la criatura. Ésta es su gloria revelada en
Jesucristo. Y la criatura a la que Dios se brinda puede alabarlo. Allí donde
hay luz, es inevitable exponerse a la misma. Allí donde hay brillo se produce
un reflejo. En consecuencia, todas las criaturas pueden contemplar que su
destino consiste en dar en el tiempo una respuesta fuera de toda proporción, aunque
fiel, al júbilo de que la divinidad está colmada desde la eternidad. Lo hacen
los ángeles, pero lo mismo hace también la más ínfima criatura, para vergüenza
y enseñanza nuestra.
El ser humano recupera en
Jesucristo su destino, sí, con la promesa de que participará en la gloria de
Dios; pero su ingreso en el coro de la creación celestial y terrena es tan sólo
el de un rezagado lleno de vergüenza: la exultación de dicho coro nunca quedó
interrumpida, pues, si padeció y suspiró, fue siempre y únicamente debido al
ser humano, el cual, con inconcebible necedad e ingratitud, negó la
participación de su propia voz en el júbilo que lo rodeaba.
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“CON LA REFORMA, LA BIBLIA SE ELEVA A UNA
POSICIÓN ÚNICA DE AUTORIDAD”, Protestante
Digital, 30 de octubre de 2014
Como cada 31 de octubre, millones de cristianos en todo el mundo
recuerdan el movimiento que surgió en Europa en el siglo XVI que cambiaría para
siempre el mundo: la Reforma protestante. Tras acercarnos a la figura de Lutero
y los sucesos históricos que le tocó vivir, y repasar asimismo la influencia
del pensamiento protestante en la formación de la sociedad europea, examinamos
la teología de la Reforma, los principios que sostuvo entonces, y si éstos
siguen siendo válidos para la iglesia del siglo XXI. Atiende Bernard Coster;
teólogo, profesor bíblico en varios seminarios protestantes en España y
coescritor del libro La reforma ayer y
hoy.
Este 31 de octubre se celebra el Día
de la Reforma. ¿Cuál era la situación de la iglesia cristiana ante la que
Lutero “protestó”? ¿Qué creía aquella iglesia y por qué reaccionó así aquel
fraile alemán?
Debemos comprender la reforma protestante como un momento en el
que se forma una nueva tradición cristiana. En este siglo vemos un agotamiento
de las tradiciones medievales: la institución del papado, la jerarquía, la
teología escolástica, y los movimientos monásticos principales. Ya en el XV el
pueblo cristiano busca una espiritualidad propia, independiente de la iglesia.
No obstante, esta espiritualidad propia estaba desorientada. Esta
espiritualidad recibe un impulso enorme de la Reforma por dos cosas: una teología
nueva y una orientación nueva hacia la Biblia. Al mismo tiempo aparece un nuevo
modelo de la iglesia. No tan jerárquico y autocrático, sino más aristocrático,
aproximándose hacia una forma democrática.
El día 31 de octubre se relaciona
con las 95 tesis de Lutero, un tratado contra la venta de indulgencias. Pero,
¿qué había detrás de esta protesta?
Lutero es mucho más que la lucha contra las indulgencias. Más
que una nueva soteriología, aunque el movimiento de la Reforma, comienza con
una acción teológica para despertar el debate sobre el abuso de poder de las
almas por la Iglesia Católica, muy corrupta en Alemania. En aquella época, por
ejemplo en España, la iglesia está mucho más controlada por los reinos, las
autoridades, que en Alemania, donde la iglesia papal tiene mucho más espacio
para abusar de un pueblo ingenuo por medio de este sistema de indulgencias.
Lutero reacciona contra este engaño. […]
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LA REFORMA PROTESTANTE Y SU INFLUENCIA EN LA
CULTURA OCCIDENTAL (III)
Valparaíso, Chile, 10 de octubre de 2015
En otro texto, Alicia Mayer explica la forma en que Lutero fue
trasplantado, deformado y atacado en Nueva España, sin olvidar su aspecto
físico, con tal de erigirlo como la encarnación de todos los males:
Condenar la
Reforma y a quien se consideraba el padre de la misma fue la consigna y la
política defendida por el estado-Iglesia español. […]
Lutero fue
expuesto en la pivota propagandística del catolicismo postridentino, exhibido
como el mayor enemigo de la fe. […] Enjuiciado Lutero desde el punto de vista
moral y religioso, resultó, de ahí en adelante, un ente diabólico y execrable.
[…]
Entre 1580 y
1645, se formuló en la historiografía colonial una imagen que podríamos llamar
“mítica” de Lutero, pero en un sentido negativo, como antihéroe. […]
Se sacó a Lutero
a puntapiés de su contexto histórico y se proyectó a un mar de categorías.
Llovieron sobre él infamantes adjetivos: era maldito, perverso, vil. Comúnmente
se referían a él los autores como lobo, serpiente o cuervo.[1]
Importaba realmente poco si Lutero, el personaje, el ser
humano como tal, en una imagen confiable, arribaba o no a las costas
americanas. Lo que había llegado era el estereotipo de la herejía, la
heterodoxia encarnada en un nombre y en un símbolo que representaba lo que
tantos habían imaginado sin conseguir llevarlo a la realidad: la rebeldía
instituida y formal en contra del gran edificio católico, hasta entonces
intocado y vetusto. Todo ello como parte de un trasplante a tierras americanas
del conflicto entre los dos movimientos antagónicos, que con todo y sus
similitudes de fondo, escenificarían aquí nuevas y portentosas batallas
ideológicas y culturales:
…cuando hablamos
de América como nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma, nos
referimos precisamente a que el continente fungió como un gran teatro donde
católicos y protestantes vivieron su diferente espiritualidad; los primeros
tratando de hacerse dignos de la salvación mediante la renuncia, la caridad y
las buenas obras; los segundos por medio del cumplimiento de su vocación sui
generis, a través de la regeneración en esta vida con la confianza de una
elección individual asegurada en el éxito personal y material. Ambos, caminando
por diferentes vías, reflejan modos de vivir dramáticos.[2]
Miguel León-Portilla, en una reseña del libro de Mayer,
señaló agudamente el fuerte contraste cultural, particularmente pictórico,
descrito allí, y que marca una diferencia sustancial en la ideología religiosa
y estética de la época: “En tanto que el protestantismo destruía imágenes, en
Europa la Contrarreforma católica propició su exaltación”.[3] Y agrega una cita
muy específica y elocuente del crítico de arte Francisco de la Maza sobre el
barroco, aludida también por Mayer: “el barroco existe, querámoslo o no,
gracias a Lutero”.
Pues bien, henos aquí, en uno de los territorios más
barrocos y celosamente protegidos para impedir la presencia de la cultura
(secularizada, autónoma, liberal) a cuyo surgimiento contribuyó parcialmente la
Reforma Protestante, Ante este tipo de reflexiones, hemos de preguntarnos,
forzosamente: ¿qué celebramos al recordar la Reforma?: ¿la lucha de un hombre o
la emergencia de nuevos paradigmas de vida y cultura en medio de los inicios de
la llamada modernidad?, o más bien, ¿el comienzo del fin de una manera determinada
de creer para enfrentar el advenimiento de una nueva civilización, de una nueva
cultura, de una nueva economía?
Tal vez todo al mismo tiempo, pero sin casarnos
necesariamente con la idea burguesa de cultura ni de religión. La muerte de una
determinada cultura religiosa asentada en los criterios medievales, como bien
asentó hace de más de 100 años Ernst Troeltsch, cedió su lugar a nuevas
conductas y mentalidades que, sin ser todavía del todo modernas, abrirían la
puerta a otras formas de pensar y de situarse en el mundo, aunque todavía a
medio camino entre las ideas medievales tradicionales y los ímpetus de lo que más
tarde se conocería como modernidad.
Así lo expresa: “A pesar de su sacerdocio universal y de
la interioridad del sentir, el viejo protestantismo cae bajo el concepto de la
cultura rigurosamente eclesiástica y sobrenatural, que descansa en una
autoridad directa y rigurosamente delimitable, diferenciable de la secular. Con
sus métodos trataba precisamente de desarrollar esta tendencia de la cultura
medieval de un modo más riguroso, íntimo y personal que podía hacerlo el
instituto jerárquico de la Edad Media”.[4]
Ya desde esta perspectiva, iconográfica e ideológica,
afloran elementos útiles para hacer valoraciones de los énfasis culturales de
la Reforma, pues como han evidenciado diversos autores, como Werner Weisbach y
Santiago Sebastián, tal movimiento obligó a la radicalización de su
contraparte, la Contrarreforma, a tal grado que el barroco alcanzó niveles de
expresión especialmente intensos al considerar sus autores que con él resistían
el avance incontenible del protestantismo.
En España, particularmente, se extendió ampliamente la
sensibilidad barroca. La exageración ornamental, propia de esa sensibilidad,
sirvió como propaganda política y religiosa. La política utilizó ese arte
exuberante como manifestación de su poder, mientras que la religión lo hizo para
responder a la actitud iconoclasta protestante. Sebastián lo resume así: “El
arte se contagia del espíritu religiosa de la época, y el arte
contrarreformista tendrá como como nota el amor a lo recargado y fastuoso, como
nota característica frente a la severidad y desnudez de la Reforma. […] A la
Reforma contestó la Iglesia multiplicando las imágenes”.[5] Y a continuación,
pasa a demostrar con interminables ejemplos la forma específica en que el
catolicismo se defendió de la agresión iconoclasta.
Este autor sigue a Emile Mâle, quien exclamó: “La
Reforma, en lugar de destruir las imágenes, las multiplicó; hizo crear nuevos
temas, dio a los antiguos una significación y una belleza nuevas; en fin, fue
sin duda uno de los más poderosos estimulantes del arte católico”.[6] Carl
Gustav Jung exploró en profundidad las implicaciones de esta actitud radical
del protestantismo:
La iconoclasia de
la Reforma produjo literalmente una brecha en el muro de protección de las
imágenes sagradas, que desde entonces fueron desintegrándose una tras otra.
Resultaban molestas porque chocaban con la razón que despertaba. Por lo demás,
hacía mucho que se había olvidado qué querían decir. […] ¿O quizá nunca se
había sabido qué significaban y sólo en la época moderna sintió el hombre
protestante que en verdad se ignoraba en absoluto qué se quería decir con el
parto virginal, la divinidad de Cristo o las complejidades de la Trinidad?
Aparece, entonces, el tercer elemento en discordia, la
modernidad, ante la cual las diversas vertientes cristianas tenían que
situarse, no necesariamente a favor o en contra, pero sí mediante un
atormentado debate en ocasiones. Aunque, ciertamente, el manejo de la imagen
impresa se realizó simultáneamente al de los textos controversiales y
propagandísticos, puesto que en ambas trincheras teológicas se caricaturizó,
hasta ofensivamente, al enemigo.
1 A. Mayer, “Lutero y Alemania en la conciencia novohispana”, en Alemania y México: percepciones mutuas a través de impresos, siglos XVI-XVIII. México, Universidad Iberoamericana, 2005, pp. 203, 206, 211. 2 A. Mayer, “América: nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma”, en María Alba Pastor y Alicia Mayer, coords., Formaciones religiosas en la América colonial. México, UNAM-Facultad de Filosofía y Letras, 2000, p. 17. Mayer habla sobre su libro en: https://www.youtube.com/watch?v=NO7o3PQs5rc.
3 M. León-Portilla, “¿Lutero en la Nueva España?”, en Históricas. Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, núm. 87, enero-abril de 2010, p. 24, www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/boletin/pdf/bol87/bol8704.pdf.
4 E. Troeltsch, El protestantismo y el mundo moderno. México, Fondo de Cultura Económica, 1951, pp. 31-32.
5 S. Sebastián, Contrarreforma y barroco. Lecturas iconográficas e iconológicas. Madrid, Alianza Editorial, 1981 (Alianza Forma, 21), p. 145, énfasis agregado. Cf. W. Weisbach, El barroco, arte de la Contrarreforma. Madrid, Espasa-Calpe, 1942; y Emile Mâle, “El arte y el protestantismo”, en El arte religioso de la Contrarreforma. Madrid, Ediciones Encuentro, 2001: “La Iglesia no sólo le contestó [a Lutero] a través de sus doctores, sino principalmente a través de sus artistas” (p. 53).
6 E. Mâle, op. cit., p. 101.
7 C.G. Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo. Barcelona, Paidós, 1970, p. 24; cf. Ídem, Psicología y religión. Barcelona, Paidós, 1981: “A consecuencia de la destrucción de los muros de salvaguardia, los protestantes perdieron las imágenes sagradas como expresión de importantes factores inconscientes, y, asimismo, el rito, que desde tiempos inmemoriales ha constituido un camino firme para acomodarse con los poderes insondables de lo inconsciente”.
8 Elizabeth Eisenstein, La revolución de la imprenta en la Edad Moderna europea. Madrid, Akal, 1994, p. 46. Cf. Eduardo Galeano, “31 de octubre. Los abuelos de las caricaturas políticas”, en Los hijos de los días. Madrid, Siglo XXI, 2012.
9 N. Boileau, sátira citada por Olivier Millet y Philippe de Robert, Cultura bíblica. Madrid, Universidad Complutense, 2003, p. 276.
10 Javier Aranda Luna, “La lectura democrática”, en La Jornada, 11 de agosto de 2015, www.jornada.unam.mx/2004/08/11/04aa1cul.php?origen=opinion.php&fly=1.
11 O. Millet y P. de Robert, op. cit., p. 77.
(LC-O)