8 de mayo, 2016
Júrenme en
el nombre de ese Dios que tratarán bien a toda mi familia, así como yo los he
tratado bien a ustedes. Denme alguna prueba de que así lo harán. ¡Prométanme
que salvarán a todos mis familiares! ¡Sálvennos de la muerte!
Josué 2.12-13, TLA
El
nombre de Rahab ha llegado hasta nosotros asociado a una situación histórica
muy peculiar: su recepción favorable de los espías enviados por Josué, el
sucesor de Moisés, para dar comienzo a la conquista de la “tierra prometida”
(Jos 2.15). Lo que más se destaca al hablar de ella es el trabajo que,
aparentemente, desempeñaba (la prostitución) al vivir junto a las murallas de
la antigua Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo y que debía ser sometida
por los hebreos para comenzar a tomar posesión de Canaán. Según Xabier Pikaza,
en un agudo acercamiento a su figura, hasta el significado de su nombre resulta
importante al momento de interpretar su papel en esa historia: “La raíz hebrea
de su nombre (rjb) significa
ensancharse o anchura: aquello que es dilatado espacioso. Por eso se utiliza
para indicar una calle abierta y sobre todo una plaza (pudiéndose aplicar para
una prostituta)”.[1]
La explicación de su oficio atraviesa por un sesudo y útil análisis
etimológico, a contracorriente de lo que se ha dicho sobre ella, que
contribuyen a modificar la percepción de su actuación, especialmente si se
observa que vive con su familia, con su padre y con su madre, como subraya el
texto (Jos 6.23):
Algunos piensan incluso que se ha tratado de una prostituta
sagrada, pero el término empleado en ese caso debería ser distinto (quedesha: cf. Dt 23.18-19). Pues bien,
en la raíz del texto y de acuerdo a una antigua visión matrimonial, zonah significa más bien una mujer
libre, señora de sus bienes, que puede vincularse voluntariamente con aquellos
hombres y mujeres a los que ella elija, sin estar sometida a un marido. Por eso
es preferible presentarla, sin más, como “hospedera”: mujer dueña de casa, que
puede recibir en ella a quienes quiera. Éstos son los rasgos básicos de Rajab,
la zonah de Jericó, que aparece como
responsable de toda su familia.[2]
La conquista violenta de ese territorio fue la condición sin la
cual no podría cumplirse la promesa de Yahvé para ese pueblo, de volver a
habitar la tierra de sus antepasados, la cual según la famosa fórmula, “manaba
leche y miel”.[3]
Sus lazos familiares, pero sobre todo la representación que ejercía y su
capacidad de decisión al momento de exponer a los espías su visión de la
historia de salvación que se estaba desarrollando entre los hebreos (Jos 2.9-10)
hicieron de ella una persona bastante activa y consciente de las acciones de
Yahvé, lo que la convirtió en una fuerte candidata para integrarse al pueblo de
Dios, como sucedería más tarde (Jos 6.25b). En esa misma línea, en la edición
de la Biblia Isha, se lee: “Más allá
de los servicios sexuales que pudiera ofrecer, su casa era una parada
estratégica para los espías. Por su profesión, Rahab tendría toda la
información necesaria, pues por allí pasarían, seguramente, hombres de Jericó
que le contarían asuntos relevantes de la política de la ciudad”.[4]
Lo que menos se menciona sobre Rahab es su función como “jefa de
familia” o estirpe (lo que se corrobora al ser citada como una de las “abuelas”
extranjeras de Jesús en la genealogía de Mateo 1.5, como esposa de Salmón,
padre de Booz, esposo de Rut, la moabita[5]) en
un ambiente dominado por la cultura patriarcal y su participación en el derrumbe
del sistema que gobernaba la ciudad: “En Canaán, Rahab es la instigadora del
derrocamiento de las estructuras administrativas opresoras de la ciudad de
Jericó y logra integrar su pueblo en el nuevo sistema social de Israel”.[6] “Es
la sociedad sin estado que ejercita formas liberadas de poder que se expresan
en el protagonismo de Rahab y también en una memoria que no se deja vencer por
el horizonte narrativo del conjunto del texto, que insiste en la aniquilación
total de la población local”:[7] en el texto que refiere su
historia la alianza fue hecha a partir de una unidad familiar.
De esta manera, Rahab pone al servicio de
la causa liberadora de Yahvé su presencia como jefa de familia dispuesta a
participar en la lucha por el cambio y, al mismo tiempo, obtiene garantías para
que su familia se salve y se integre al pueblo triunfante. Ese proceso aconteció
simultáneamente a la reafirmación de su liderazgo familiar, tal como lo explica
Pikaza entretejiendo ambos aspectos: “1. Es una mujer con casa propia. Puede quizá tener marido, pero no está
sometido a él sino que gobierna su familia, en matrimonio uxorilocal (o
matrilocal), viviendo en su vivienda y no en la de su esposo. […] Es lo que hoy
podríamos llamar una hospedera, siendo mujer autónoma y dueña o, mejor dicho,
responsable de una extensa familia de padres y hermanos de sangre de quienes se
preocupa, pues dependen de ella y reciben su nombre (son la “casa” de Rahab)”.[8] Además, agrega: “2. No está integrada en la estructura patriarcal de
Jericó, dominada por un rey y por una administración de varones.
Conforme al relato bíblico, ella aparece al interior de la ciudad “adversa”
(cuya estructura no quiere defender) como aquella persona (cabeza de familia)
en quien pueden confiar los exploradores de Israel, pues no forma parte del
entramado de relaciones familiares y sociales de Jericó”.
La misión de Rahab y, por extensión, de
su familia, adquirirá un significado permanente, al ser respetada su vida e
integrada en el pueblo hebreo. De ahí que los enviados traten con ella de
manera muy transparente. “3. Los espías de
Israel parecen confiar en ella precisamente porque no se encuentra
integrada en Jericó y de esa manera la salvan (salvan a toda su familia) cuando
toman la ciudad más tarde, al filo de la espada. Al ponerse al servicio de los
israelitas invasores, no actúa sin más como traidora, pues tanto ella como la
casa de su padre forman en Jericó un cuerpo distinto: pueden inclinarse a un
lado u otro, decidiendo el curso de la guerra (favoreciendo la invasión de los
israelitas o la defensa de los habitantes de Jericó)”. Finalmente,
los alcances de su actuación rebasan el mero interés conquistador e impactan en
su persona y en el futuro de su familia, al percibir las dimensiones de lo que
está por acontecer en Jericó: “Ella conoce y acepta así la visión israelita de
la historia, repitiendo unas palabras que habían sido previamente proclamadas
por el mismo Dios, quien había dicho que, por fidelidad a sus promesas, él
concedería a los israelitas la tierra de los cananeos. De esta manera, ella
confiesa en el fondo su fe en el Dios de Israel”. Los espías cumplirán su promesa
y harán una notable excepción con ella y su familia dándole un importante giro ideológico
a los sucesos: “Conforme al comentario del narrador, la familia de Rajab ‘habita
en Israel hasta el día de hoy’ (Jos 6, 25). Esto indica que mucho después de la
entrada de los israelitas, el entorno de Jericó conservaba una población
mezclada, con cananeos que se habían vuelto israelitas o que mantenían su
propia identidad dentro de la federación de Israel, presentándose como ‘familia
o casa de Rajab’, es decir, de una mujer y no de un hombre”.
Rahab tampoco acepta la estructura
patriarcal judía “y por eso la tradición
posterior (hasta el día de hoy, dice el texto: Jos 6.25) tiende a mirarla como una excepción buena,
como prostituta convertida que ha aceptado por gracia la ‘fe’, es decir, la
institución social israelita. Pero la tradición de Jos 2-6 no la presenta como
una simple excepción ni como prostituta, sino como mujer libre, posiblemente de
origen extranjero, que no acepta las normas patriarcalistas de Jericó y decide
ponerse del bando de los israelitas en la guerra (sin aceptar tampoco el
patriarcalismo israelita)” (énfasis agregado). Es rarísimo el hecho de que, sin
ser madre, aparezca como “cabeza” de estirpe, lo que es “quizá el hecho más
significativo de su historia”. Este cambio sustancial en la estructura familiar
antigua salta aún más a la vista al momento de encontrar a Rahab como parte de
la genealogía de Jesús, en donde las mujeres extranjeras y “pecadoras” (misma
condición de sus compañeros varones) coincidentemente fueron capaces de tomar
determinaciones Las menciones de las
cartas a los Hebreos (11.31) y de Santiago (2.25), confirman que Rahab es, nada
menos, que un modelo de fe pues, en el primer caso, es elogiada por recibir a
los espías en paz, y en el segundo, se afirma, nada menos, ¡que fue justificada
por las obras!, al igual que Abraham: “Obsérvese como el centro de esta última
etapa (vv. 23 y 24) [el texto] divide los dos personajes radicalmente
distintos, un hombre y una mujer, un hebreo y una cananea, un hombre de buena
reputación y una mujer prostituta de oficio. Ambos, sin discriminación, son
acogidos por Dios gracias a sus obras buenas, las cuales muestran una fe
genuina en Dios”.[9]
Ambos representaron familias cuya misión fue permanente y dejó un gran legado a
la posteridad, una exigencia que permanece hoy totalmente vigente.
[1] X. Pikaza, “Rajab, hospedera de
Jericó”, en La familia en la Biblia. Una
historia pendiente. Estella, Verbo Divino, 2014, p. 115.
[2] Ibíd.,
p. 116.
[3] Cf. Roy H. May Jr., Josué y la tierra prometida. Nueva York, Ministerios Globales de la
Iglesia Metodista Unida, 1997.
[4] “Rahab, salvada por su fe”, en La Biblia Isha. La mujer según la Biblia. Sociedades Bíblicas
Unidas, 2008, p. 245.
[5] Cf. Mercedes Lopes Torres, “Mujeres que se inventan
salidas (Mt 1.1-17)”, en RIBLA, núm.
25, pp. 52-58.
[6] Alicia Winters, “La mujer en el Israel
pre-monárquico”, en RIBLA, núm. 15,
p. 21.
[7] Nancy Cardoso Pereira, “Construcción
del ‘cuerpo’ geopolítico y simbólico Josué 1-12”, en RIBLA, núm. 60, p. 23.
[8] X. Pikaza, op. cit., p. 116. Cf. X. Pikaza, “Rajab, hospedera de Jericó”, en El
camino de la Palabra, http://blogs.21rs.es/pikaza/2010/03/04/rajab-hospedera-de-jerico1/
[9] Elsa Tamez, “La integridad
reflejada en una espiritualidad liberadora. Un aporte a la Carta de Santiago”,
en RIBLA, núm. 70, p. 18.
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