15 de mayo, 2016
Josué
bendijo a Caleb, y a él y a sus descendientes les dio el territorio de Hebrón. Así
fue como Hebrón llegó a pertenecer a Caleb y a su familia, porque Caleb
obedeció fielmente al Dios de Israel. Y todavía le pertenece.
Josué 14.13-14, TLA
Espía,
conquistador y estratega. pero, sobre todo, fiel creyente en Yahvé, Caleb (“temerario”,
hijo de Jefone, de origen quenezeo, posiblemente un edomita adoptado por la
tribu de Judá,[1]
otro signo de inclusión de extranjeros en el pueblo y en la fe hebreos) fue un
personaje que acompañó a Josué durante la invasión a Canaán, tal como lo
describe el libro que lleva el nombre del sucesor de Moisés al frente de las 12
tribus de Israel. Su valiente labor descrita en el libro de los Números fue
premiada con la entrada a la “tierra prometida” como uno de los pocos integrantes
de la nueva generación que no se amedrentó ante los mitos que rodeaban a los
habitantes de Canaán (Núm 13.30; 14.30): “Sólo entrarán
Caleb y Josué, porque confiaron en mí” (Núm 32.12) escucharon
decir a Yahvé como parte de una amplia promesa que incluiría bendiciones
materiales y espirituales. Entre las primeras, la principal sería la posesión
de una parcela de tierra para ellos y sus familias, puesto que el apego y el
aprecio que se tenía por la tierra formaba parte del pacto que Yahvé hizo con
el pueblo. Poseer la tierra que Él les entregaba no fue una especie de comodato
que les garantizara la posesión absoluta e indefinida de la misma, sino que, en
el marco del pacto, la entrada a la tierra y su ocupación estarían
condicionadas a la obediencia estrictamente religiosa de las cláusulas de dicho
pacto.
Por lo anterior, la figura de Caleb cobra fuerte relevancia debido
a su fe, constancia y valor, puesto que su actuación al lado de Josué lo colocó,
según afirma Núm 34.18 en un lugar de eminencia y de autoridad sobre el pueblo
(en el primer lugar de la lista de líderes tribales), lo que le aseguró la
obtención de ese espacio para él y su familia, tal como asevera Dt 1.36: “Y
como Caleb fue el único obediente, Dios dijo que él sería el único que
disfrutaría de ella. Por eso también sus descendientes recibirían toda la
tierra que tocaran con la planta de sus pies”. Destaca notablemente el hecho de
que, siendo Josué el protagonista principal de la conquista de Canaán, no se
desprecia el lugar de Caleb y, por el contrario, se le coloca como un actor fundamental
en semejante esfuerzo militar, tanto así, que algunos estudiosos han sugerido
que, en realidad, en el libro de los Números (13-14) la figura de Josué fue
añadida a la suya.[2]
Por ello en Jos 14 adquiere notoriedad al momento de comenzar el reparto de la
tierra por parte del sacerdote Eleazar y de Josué entre los jefes de familias mediante
sorteos (14.1), una auténtica reforma agraria como se diría en estos tiempos, tal
como estaba estipulado en el acuerdo tribal mediado con Yahvé por Moisés (14.5).
Reunidos en Gilgal, otro sitio crucial para la historia israelita,
varios líderes de Judá se acercaron a Josué, entre ellos Caleb, quien le recordó
sus servicios prestados al pueblo en los años pasados: siendo de 40 años, Moisés
lo envió desde Cadés-barnea a explorar la tierra (14.7a) y él dijo la verdad de
lo que había visto allí (14.7b); no tuvo miedo ni creyó las historias
fantásticas sobre esos lugares pues confió plenamente en Yahvé (8). Esa fe fue
la causa de que Moisés jurase que Caleb recibiría una fracción de la tierra
como patrimonio para él y su familia, que siempre lo apoyó (9). De todo ello
habían transcurrido ya 45 años y él seguía fiel al servicio del pueblo (10)
incluso con fuerzas para continuar en la lucha pendiente (11). Con base en esos
servicios, solicita a continuación la región
montañosa que Dios le había prometido y que seguía en posesión del gigante Anac.
Caleb empeña su palabra formal de desalojarlo con la ayuda divina, para hacer
suya esa región (12), nada menos que la ciudad de Hebrón (13-15), una de las más
importantes de Cisjordania. En 15.13-14 se constata que cumplió su promesa y la
recibió como suya. Allí sería David proclamado rey de Judá e Israel (II S 2.1-4; 5.1-3) y
sería la capital del nuevo reino hasta la conquista de Jerusalén (I R 2.11).
Toda la región recibiría su nombre (Neguév de Caleb, I S 30.14, es decir, la
llanura entre Hebrón y el Carmelo, que él entregó a su hija Acsa como dote: Jos
15.16-19).[3]
No debe pasar desapercibida la última frase de Jos
14.15 (“Después de esto hubo paz en la región”) pues evidencia que la
preocupación de Caleb por garantizar un patrimonio para su familia se cumplió
cabalmente y que el establecimiento de la misma en ese territorio se condujo
por un camino de tranquilidad y estabilidad como fruto de su fe en la promesa
que había recibido. No era poca cosa que las guerras de conquista terminasen y
que las familias retomaran la normalidad tan largamente anhelada. Luego de ser
un modelo de creyente y conquistador,[4] con todas las dificultades
planteadas por el uso de la violencia, también Caleb debía recuperar la vida
cotidiana, el acercamiento a su familia, de lo que da tan buen testimonio el
trato hacia su hija (Jue 1.12-15). La vocación para las armas debía
complementarse con una “vocación familiar” que debía aprender a desarrollar en
la convivencia cotidiana. Había sido muy importante el logro de conseguir ese
territorio para él y los suyos, pero la ocupación pacífica del mismo debió
plantear nuevas exigencias para todos ellos/as. En su caso se entrecruzaron
venturosamente la fe, el servicio y la fidelidad a Dios en el contexto de una
tarea muy específica que Dios le dio y de la que salieron airosos, pues Caleb
siempre recibió el apoyo de sus tres hijos (I Cr 4.15), como sugiere continuamente
el texto bíblico. Un sobrino suyo, Otoniel, sería juez de Israel años más tarde
(Jue 3.7-11). En eso consiste su aplicabilidad para nuestro tiempo, en que las
familias, en la medida de lo posible, y con base en compartir convicciones y
propósitos, busquen servir a Dios según sus capacidades.
[1] A. Ropero, “Caleb”, en Gran diccionario enciclopédico de la Biblia. Terrassa, CLIE, 2013, p.
382.
[2] Ana María Rizzante y Sandro Galazzi,
“Y violaron, también, su memoria”, en RIBLA,
núm. 41, p. 22, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/41.pdf.
[3] A. Ropero, op.cit.
[4] Cf. Carlos Dreher, “Josué, modelo de
conquistador”, en RIBLA, núm. 12, pp.
49-67, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/12.pdf.
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