sábado, 7 de mayo de 2016

Letra 467, 8 de mayo de 2016

EL ALTAR EN DONDE SE ORA POR EL REGRESO (Fragmento)
Rubem Alves,  Padre Nuestro. Meditaciones

Y
 allí, justamente en el lugar de la ausencia, en donde las cosas que moran en mi mundo dejaron sus señales de partida, construyo un altar. Mi deseo dice que la partida es triste, que debería haber un reencuentro. Quisiera poder encerrar todo en mi abrazo, puestas de sol, pinos solitarios, Navidades tristes, oratorias, rostros, como si yo fuera un gran padre, una gran madre…
Me gustaría que mis palabras fueran mágicas y que nada en el universo se perdiera. Mis brazos son demasiado pequeños para una magia tan grande, y mi cuerpo se transforma entonces en ese lugar sagrado, altar, donde es pronunciado este nombre, símbolo de nuestra esperanza de una eterna juventud del universo. Entonces invoco tu nombre: Dios.
No, no es la eterna caricia de la mano el gesto más tierno. Antes de la caricia tienen que estar estas palabras: “Te amo…”. Y es preciso que hayan sido oídas, aunque hayan sido palabras mudas.
Porque amo, deseo repetir. Una sola vez no basta…
Tu nombre es una declaración de amor al universo, mi bendición, mi gesto mágico…
Aunque no existieras
tu nombre estaría en mi boca…

¿Será que aquel que ama olvida el nombre de la amada porque ha partido, para jamás volver? ¿No sonarán sus poemas, en el dolor de la ausencia, todavía más bellos?

    

 

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RAJAB, HOSPEDERA DE JERICÓ
Xabier Pikaza
Las familias de la Biblia. Una historia pendiente. Estella, Verbo Divino, 2014.

Entre las “heroínas” del Éxodo/Conquista ocupa un lugar especial una mujer cananea llamada Rajab, de la que se trata en la conquista de Jericó por Josué. La raíz hebrea de su nombre (rjb) significa ensancharse o anchura: aquello que es dilatado espacioso. Por eso se utiliza para indicar una calle abierta y sobre todo una plaza (pudiéndose aplicar para una prostituta). Ese nombre puede tener un sentido teóforo (”Dios ensancha”; cf. Rejabiah: 1 Cron 23.17; 24.21). Así se llamaba, según la tradición una mujer “cananea” de Jericó, que hospedó en su casa a los espías israelitas que venían a explorar la tierra: ella, la Ancha/Espaciosa, “hospedera” de Jericó, los escondió y protegió, contribuyendo de esa forma a la conquista de la ciudad. […]
Muchos comentarios consideran a Rajab una prostituta, conforme al sentido que de la palabra zonah ha tomado, en la teología posterior israelita y cristiana (cf. Heb 11.31; Sant 2.25). Algunos piensan incluso que se ha tratado de una prostituta sagrada, pero el término empleado en ese caso debería ser distinto (quedesha: cf. Dt 23.18-19). Pues bien, en la raíz del texto y de acuerdo con una antigua visión matrimonial, zonah significa más bien una mujer libre, señora de sus bienes, que puede vincularse voluntariamente con aquellos hombres y mujeres a los que ella elija, sin estar sometida a un marido. Por eso es preferible presentarla, sin más, como “hospedera”: mujer dueña de casa, que puede recibir en ella a quienes quiera. Éstos son los rasgos básicos de Rajab, la zonah de Jericó, que aparece como responsable de toda su familia.

1. Es una mujer con casa propia. Puede quizá tener marido, pero no está sometido a él sino que gobierna su familia, en matrimonio uxorilocal (o matrilocal), viviendo en su vivienda y no en la de su esposo. Esto le permite tener independencia y recibir a quienes quiera (a riesgo de que la supongan prostituta, aunque nuestro texto nada diga en esa línea). Es lo que hoy podríamos llamar una hospedera, siendo mujer autónoma y dueña o, mejor dicho, responsable de una extensa familia de padres y hermanos de sangre de quienes se preocupa, pues dependen de ella y reciben su nombre (son la “casa” de Rahab).
2. No está integrada en la estructura patriarcal de Jericó, dominada por un rey y por una administración de varones. Conforme al relato bíblico, ella aparece al interior de la ciudad “adversa” (cuya estructura no quiere defender) como aquella persona (cabeza de familia) en quien pueden confiar los exploradores de Israel, pues no forma parte del entramado de relaciones familiares y sociales de Jericó. Eso significa que ella tiene libertad e independencia para actuar, no está sometida al orden de la ciudad.
3. Los espías de Israel parecen confiar en ella precisamente porque no se encuentra integrada en Jericó y de esa manera la salvan (salvan a toda su familia) cuando toman la ciudad más tarde, al filo de la espada. Al ponerse al servicio de los israelitas invasores, no actúa sin más como traidora, pues tanto ella como la casa de su padre forman en Jericó un cuerpo distinto: pueden inclinarse a un lado u otro, decidiendo el curso de la guerra (favoreciendo la invasión de los israelitas o la defensa de los habitantes de Jericó). Pues bien, ella acoge a los espías israelitas aún con riesgo de su vida, desobedeciendo el mandato del rey.
4. En el texto actual de la Biblia ella aparece como “profeta” (aunque no se le llama así) y así expone los motivos que tiene para ponerse del lado de los israelitas, en contra de los habitantes anteriores de la ciudad: los relatos que refieren los éxitos de Israel en el desierto le han convencido de la grandeza especial del Dios de Israel. Ella conoce y acepta así la visión israelita de la historia, repitiendo unas palabras que habían sido previamente proclamadas por el mismo Dios, quien había dicho que, por fidelidad a sus promesas, él concedería a los israelitas la tierra de los cananeos (Jos 1.2-3; 2.9-11). De esta manera, ella confiesa en el fondo su fe en el Dios de Israel.
5. Los espías israelitas, a quienes ella ha salvado, le prometen que respetarán su vida y la vida de su familia, cuando Jericó sea destruida. Según Jos 6, ellos cumplen su promesa y salvan a Rajab con su casa (que está formada por sus familiares, no por sus prostitutas). Conforme al comentario del narrador, la familia de Rajab “habita en Israel hasta el día de hoy” (Jos 6.25). Esto indica que mucho después de la entrada de los israelitas, el entorno de Jericó conservaba una población mezclada, con cananeos que se habían vuelto israelitas o que mantenían su propia identidad dentro de la federación de Israel, presentándose como “familia o casa de Rajab”, es decir, de una mujer y no de un hombre.
6. Rajab ha favorecido a los hebreos, pero ella no acepta la estructura patriarcal judía y por eso la tradición posterior (hasta el día de hoy, dice el texto: Jos 6.25) tiende a mirarla como una excepción buena, como prostituta convertida que ha aceptado por gracia la “fe”, es decir, la institución social israelita. Pero la tradición de Jos 2-6 no la presenta como una simple excepción ni como prostituta, sino como mujer libre, posiblemente de origen extranjero, que no acepta las normas patriarcalistas de Jericó y decide ponerse del bando de los israelitas en la guerra (sin aceptar tampoco el patriarcalismo israelita). Eso significa que en el entorno de Jericó siguió existiendo hasta tiempos tardíos un grupo de personas, es decir, un tipo de “clan” de descendientes de Rahab, en cuyo origen se recuerda la historia de una mujer aliada con los israelitas en el momento de la toma de Jericó.
7. Rajab no aparece como “madre” en el sentido patriarcal y sin embargo es “cabeza” de estirpe. Éste es quizá el hecho más significativo de su historia. Hay un grupo de habitantes de la zona de Jericó que siguen apelando a ella para justificar su identidad israelita, aunque no provengan de los hebreos “salidos de Egipto”. Ciertamente, tal como se narra actualmente en la Biblia Judía, su historia parece tener algunas incongruencias: así Jos 2.15 supone que la casa de Rajab está pegada a la muralla, pero por dentro de la ciudad, como lo exige el hecho de que los espías están tienen que salir de la ciudad por esa muralla. Por el contrario, en 6.22 parece que la casa de Rajab y su “familia” (padre, madre, hermanos…) está fuera de la muralla, pues no se destruido con la caída de la ciudad. Pero, sea como fuere, ella es “cabeza de estirpe”.

La historia de Rajab ha sido conservada y recreada en un momento en que los judíos del entorno de Jerusalén (tras el exilio) sienten un gran recelo por las mujeres extranjeras, a las que acusan de destruir la identidad israelita. Pues bien, el testimonio de Rajab nos sitúa en una línea totalmente distinta: ella fue una extranjera (una cananea) que acogió y ayudó a los israelitas, como mujer activa, como cabeza de familia. Eso significa que no se puede rechazar a las mujeres extranjeras en general.

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LA “DERECHA EVANGÉLICA” (I)
Juan Stam
ALC Noticias, 4 de mayo de 2016

En el discurso político de nuestro tiempo, “evangélico” y “derechista” se tratan como sinónimos intercambiables. En este contexto semántico, ser evangélico significa apoyar al gobierno golpista de Honduras y la oposición derechista de Venezuela y Brasil. En Estados Unidos, significa pertenecer al Partido Republicano, a lo mejor en sus sectores más reaccionarios. Encontrar un “evangélico demócrata” es más difícil que encontrar una aguja en un pajar.
En esta situación, el término “evangélico” no tiene absolutamente nada que ver con su raíz: el Evangelio, las buenas nuevas del reino de Dios. De hecho, en su uso actual es un membrete que carece totalmente de significado teológico. Donald Trump puede jactarse, “I’m evangelical, and proud of it” (“Soy evangélico, con mucho orgullo”), sin la menor sospecha del significado del término. Alzó una Biblia y la declaró el libro más grande de todos los siglos, pero no pudo citar ningún versículo favorito, ni aun Juan 3:16. (Recientemente dijo que la frase “ojo por ojo” le parece un texto muy apropiado para nuestro tiempo, sin darse cuenta de que esa frase no justifica la venganza sino que la limita). Él no acostumbra arrepentirse, dijo, porque no comete actos malos de qué arrepentirse. Así es el evangelicalismo de Donald Trump y muchos otros “evangélicos”.
De hecho, muy pocas de las personas e iglesias “evangélicas” lo son realmente. La gran mayoría son fundamentalistas, que es esencialmente lo contrario. Veamos un poco de historia.
El título “evangélico” tiene una historia larga y muy honrosa. Algunas iglesias nacidas de la Reforma optaron por llamarse “Iglesia Evangélica”. En el siglo XIX los evangélicos estadounidenses luchaban por la emancipación de los esclavos y el sufragio de la mujer. Después de la guerra civil el movimiento perdió fuerza y comenzó la lucha de los fundamentalistas contra los liberales (modernistas). Éstos últimos, en su intento de acomodar el evangelio al pensamiento moderno, negaban la deidad de Cristo y su resurrección, la inspiración bíblica y otras doctrinas históricas. Los fundamentalistas en cambio santificaron las tradiciones doctrinales como verdades absolutas más allá de todo cuestionamiento. Insistieron en la creación literal del mundo, la inspiración verbal (y después la inerrancia) de la Biblia, la deidad, resurrección y retorno de Jesús (y después, el premilenialismo y el rapto pretribulacionista). Faltó una teología de la iglesia, del Espíritu Santo, de la historia y la sociedad, entre otros renglones. Esa reduccionista teología fundamentalista iba acompañada de un código moral igualmente reduccionista: no fumar, no tomar, no bailar, no ir al cine.
En los años cincuenta un grupo de teólogos y líderes, inspirados/as por los Reformadores del siglo XVI, decidieron romper con el fundamentalismo e iniciar un movimiento neo-evangélico que no sería ni liberal ni fundamentalista sino una nueva opción teológica. Intentaban ser menos dogmáticos, y más bien mucho más críticos, desde la ciencia exegética y la teología bíblica. Tomaban una actitud más abierta y objetiva, más honesta, hacia los demás teólogos/as y teologías (ver “Ética y estética del discurso teológico” en J. Stam, Haciendo teología en América Latina, Tomo I, pp.23-46). Se abrieron también a toda la problemática ética, incluso un incipiente compromiso con los pobres y con la justicia.

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