1 de mayo, 2016
Si no
quieren serle obedientes, decidan hoy a quién van a dedicar su vida. Tendrán
que elegir entre los dioses a quienes sus antepasados adoraron en Mesopotamia,
y los dioses de los amorreos en cuyo territorio ustedes viven ahora. Pero mi
familia y yo hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios.
Josué 24.15, TLA
Cada
nuevo acercamiento al tema de las familias obliga a repensar el momento desde
el cual se reflexiona y se observa la problemática: ya en pleno siglo XXI, y
ante los diversos escenarios planteados por las exigencias sociales y éticas,
muchos se esfuerzan por demostrar que, en efecto, la estructura familiar actual
se tambalea profundamente y que se corre el riesgo de una catástrofe. Acudir a
la evidencia bíblica permite, en primer lugar, referirnos a la pluralidad de
esquemas representados en las varias etapas de la historia y, además, observar
las contribuciones que las familias y clanes antiguos hicieron al desarrollo de
la interacción con Yahvé, siempre en condiciones conflictivas y sumamente
exigentes. Como lo expresa Jorge E. Maldonado. “Es probable que lo que hoy
llamamos ‘familia’ muy poco tenga que ver con las expresiones culturales de la
época bíblica. Una comprensión de esas diferencias nos ayudará a retomar la
tarea siempre nueva de encontrar en la Escritura —en medio de los elementos
culturales en que ésta fue escrita— los principios y valores necesarios para
orientar nuestro trabajo teológico y pastoral hoy en día y en nuestro contexto”.[1]
De ahí que no busquemos ya en estos tiempos a la familia, desde un punto de vista esencial o absoluto, porque lo
que aparece a cada paso en los relatos bíblicos son grupos humanos relacionados
entre sí por fuertes lazos de tradiciones culturales desarrolladas durante
mucho tiempo, aunque sin ignorar la manera en que los elementos de la revelación
divina trataron de influir en la conformación de conjuntos sociales más justos
y armónicos. Desde la aparente sencillez de los momentos fundadores del Génesis,
en los albores de la humanidad, hasta las complejas relaciones de personas como
José, sus padres y sus hermanos, no deja de asombrar la forma en que las
prácticas familiares son expuestas y confrontadas pata instalar en medio de
ellas los proyectos divinos como realidades alternativas y adecuadas para
cumplir con ellos. Un ejemplo mayúsculo es el experimentado por Abraham, Sara, Agar,
Ismael e Isaac, cuya enorme dificultad desembocó en la intervención directa de
Dios para hacer justicia a los integrantes más débiles de la cadena de
relaciones, alterada por los celos, las envidias y la falsa superioridad de
algunos/as. En todos los casos, las familias fueron portadoras y transmisoras
de una fe que se esforzaba por estar a la altura de las circunstancias, pues como
subraya Edesio Cetina, al referirse a la situación presente: “La crisis que hoy
día sufre la mayoría de nuestras iglesias se debe, en mucho, al hecho de haber
transferido la enseñanza de fe y vida cristiana de su lugar esencial, el hogar.
Es el hogar, no el templo, el centro de enseñanza vital de la fe”.[2]
La reiterada insistencia en la presencia y actuación de las
familias de Israel (51 menciones) en el libro de Josué, por ejemplo, evidencia
la importancia de considerar cada unidad familiar como un espacio doméstico
activo en todos los aspectos, desde la productividad agrícola y ganadera hasta
la representación religiosa y militar. Descrito como “un libro de límites”,[3] pues comienza
con la muerte de Moisés y un nuevo grupo de líderes; se establecen límites para
los territorios tribales; y a cada momento se cruzan límites (el Jordán, sitios
cananeos); además, se refuerzan los límites religiosos al mostrar la obligatoria
obediencia de la Ley, la prohibición de ídolos y altares, considerar anatema forzoso
lo que acarreaba impureza ritual. Josué, al igual que Génesis y Éxodo, es una
obra fundacional, dado que
cierra un periodo y abre otro con renovadas coordenadas sociales y
religiosas”. Como toda obra “que busca fundar un nuevo periodo en la historia,
se preocupa por dejar en claro qué queda dentro de Israel y qué fuera de él y
cuáles son las conductas que lo hará prosperar y cuáles caer en desgracia.
Josué es un libro que establece el nuevo escenario social, político y cultural
para el desarrollo de ese nuevo periodo y sus consecuencias para la relación
entre Dios e Israel.[4]
Un elemento llamativo para entrar en diálogo con este libro ante las
realidades de hoy lo constituye su insistencia en los “jefes de familia” (14.1;
19.51; 21.1-12; 22.14) que manifiesta la forma en que los núcleos se
representaban ante el conjunto del pueblo y la participación activa que
llevaban a cabo en las grandes decisiones del pueblo. La conquista violenta de
Canaán, a la que prácticamente se dedica todo el libro, valida implícitamente esa
colaboración desde una perspectiva un tanto heterodoxa, como en el caso de la
familia de Rahab, a quien se puede considerar, con todo derecho, como jefa de
familia, aunque dedicada a un trabajo cuestionado profundamente. Según cifras oficiales,
ha aumentado, entre 2012 y 2015, en 560 mil
personas o 14.6% el número de jefas de familia. De poco más de 3 millones, llegó
a 3 millones 832 mil, a fines de 2014. “De 48 millones 823 mil mexicanos que
trabajan, 18 millones 791 mil son mujeres, es decir 38.4%. De ellas, las que
son madres de uno y hasta más de 6 hijos suman 13 millones 853 mil
trabajadoras, es decir 73% de la población laboral femenina. Las madres que
cumplen con la doble condición de trabajar y ser jefas de familia suman, a su
vez los 3 millones 832 mil 689 referidos. Dicha cantidad representa, a su vez,
89% entre el total de jefas de familia (se incluyen las que no tienen hijos),
27.6% entre las madres trabajadoras y apenas 20% o la quinta parte entre todas
las mexicanas que trabajan”.[5] Cifras elocuentes que
reclaman interpretaciones consecuentes, sobre todo ante la exigencia social de
que esas mismas mujeres transmitan valores y creencias adecuadas, sólidas y
permanentes.
La asamblea de Siquem, en la que se hace un recuento histórico (24.16-28)
fue una magnífica oportunidad para que las familias y tribus de Israel
refrendasen su compromiso espiritual con el Dios liberador. Ante la inminente
muerte de Josué, su despedida ofrece un elocuente discurso y, si está pensando
en las familias, en la suya primeramente, está atisbando, en el final de su
vida, un largo y duro escenario de adaptación para que los mínimos conjuntos
familiares, así como los clanes y las tribus, siguieran siendo un reflejo de la
intervención de Dios en la historia de un pueblo que no dejaba de construirse
sobre la marcha, aunque siempre con las exigencias de representar adecuadamente
las intenciones supremas por establecer nuevas condiciones de vida y
sobrevivencia, en consonancia con las palabras que resuenan en el corazón de
esta tradición histórica y teológica: “Escoger la vida” (Dt 30.19) permanentemente,
como consigna cultural y espiritual que atraviesa el centro de la existencia
del pueblo. La respuesta de éste en Jos 24.16-28 fue un signo esperanzador que
debía enfrentar la prueba de fuego de los siguientes acontecimientos históricos,
en los que las familias seguirían siendo actores fundamentales.
[1] J.E. Maldonado, “La familia en
los tiempos bíblicos”, en Fundamentos
bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. 2ª ed. rev. y aumentada. Grand
Rapids, Libros Desafío, 2006, p. 11.
[2] E. Sánchez Cetina, “La familia, educadora
de la fe”, en Fundamentos…, p. 73.
[3] L. Hawk, Joshua. Collegeville,
Minneapolis, Liturgical Press, 2000, p. XI, cit. por Pablo Andiñach, “Una introducción
al libro de Josué”, en Antiguo Oriente:
Cuadernos del Centro de Estudios de Historia del Antiguo Oriente, vol. 9,
2011, p. 48, http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/introduccion-libro-josue-pablo-andinach.pdf.
[4] P. Andiñach, op cit.
[5] Susana González G., “Cerca de 4 millones
de mujeres son jefas de familia: Inegi”, en La
Jornada, 10 de mayo de 2015, www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/05/10/cerca-de-4-millones-de-mujeres-son-jefas-de-familia-en-mexico-inegi-6250.html.
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