domingo, 22 de mayo de 2016

Familias especiales: los levitas, Lic. José Luis Pérez Sántiz

23 de mayo de 2016

Detrás de las principales narrativas que se le ha atribuido al libro de Josué, y que han dado mucho de qué hablar, como la situación militar y de crueldad donde ciudades enteras son masacradas, Dios exige el exterminio de las poblaciones locales para que su pueblo elegido pueda tomar posesión y repartirlas. El libro, guarda elementos singulares y de utilidad para el ser cristiano de hoy. El texto que nos ocupa, se ubica dentro de la estructura narrativa, donde se habla sobre el reparto del territorio en doce partes, según el número de las tribus de Israel.
            Lo poco común de nuestras lecturas del texto sagrado es hablar precisamente de las familias que componen todo el discurso. La narración bíblica se compone a partir de personas y familias como los que aparecen en Josué. Cada vez que nos acercamos a los primeros libros del Antiguo Testamente, hablamos de las tribus de Israel o sin más detalles como el “pueblo de Israel”. Usamos una categoría que generaliza y opacamos la singularidad, la particularidad, la peculiaridad de individuos o familias que la componen. Al generalizar las tribus de Israel corremos el riesgo de pensar que todos los clanes eran iguales, que actuaban y tenían un objetivo común.
            Cada una de las familias o clanes que posteriormente conformaron lo que se llegó a conocer como el pueblo de Israel, tienen características propias, y viene al caso reafirmar el título pensado para la homilía de este domingo: “Familias especiales: el caso de los levitas.” La riqueza de la narración bíblica en general, radica en identificar las características propias de la persona, de las familias, de los pueblos y comprender cómo el Señor se manifiesta en cada una de estas vidas.
Hoy, nos damos cuenta que el concepto de familia ha estado cambiando aceleradamente en nuestra sociedad. Hoy, no es posible hablar de un modelo familiar, la familia nuclear (papá, mamá, hijos) ha entrado en crisis. En estos tiempos se cuestiona que la familia ideal o “natural” es conformada por papá, mamá e hijos. Ahora somos testigos de la diversidad de ideas, creencias y prácticas de ser familia. En los levitas, y así era en general con las demás tribus, había una familia nuclear como base, y sobre esa base se conformaban muchas experiencias de inclusión y de reconocimiento, a tal grado de sentirse como familia.

Los levitas
¿Quiénes eran los levitas? El caso de los levitas es complicado e interesante. Según el sistema genealógico de Génesis, la tribu de Leví, que inicialmente aparece junto con Simeón como tribu independiente, se separa posteriormente como “tribu sacerdotal” sin posesiones territoriales (Dt 18,1-8).[1] Históricamente los levitas era una tribu pequeña, siempre lo fue. Su caso en el Antiguo Testamento a veces se ve opacado, su presencia es ensombrecida por otra tribu especialmente por Simeón.  Por tratarse de un clan pequeño, con el paso del tiempo, tuvo que hacer frente a los demás clanes, haciendo que fueran reconocidos como tal. Muy pronto ante las presiones sociales, y sobre todo política-religiosas, se fundieron con el grupo de Judá. Al ser dominado todo el territorio por Judá, las tribus o familias pequeñas se vieron absorbidas. Por supuesto que Leví, así como Simeón y los quenitas tienen una historia singular, pero ante un proyecto nacionalista y de homogenización, Judá no hace más que englobarlos a la suya.[2]
            Desde los primeros tiempos israelíticos, cada una de las tribus estaban conformadas por relaciones consanguíneas. El caso de los levitas no era la excepción, pero por ser una “tribu sacerdotal” muchos sacerdotes rurales de otros clanes se agregaron a este lazo familiar, un lazo que no se fundaba a partir de una relación de parentesco sino de oficio. En este sentido, la familia levítica no se reducía a ser conformada exclusivamente a los lazos sanguíneos. Otra de las características del pueblo de Israel en general, es que fue una sociedad estratificada, la casta sacerdotal era jerárquica, esta es la razón de que exista una historia un tanto oscura entre los sacerdotes y levitas.
Los levitas constituían una clase social específica, en los textos más antiguos como en Deuteronomio y Josué se les llama simplemente sacerdotes (Jos 3,6; 4,6; 6,4). Pero en una época tardía, como en Ezequiel, los levitas no pertenecían necesariamente al orden sacerdotal, sino a ciertos grupos pertenecientes al “clero menor”, que como dice en Números 16,4-11 suspiraban por ampliar sus competencias.[3] Para la época del exilio y posexilio, sacerdote y levita no era lo mismo. Los levitas estaban dedicados a un ministerio auxiliar para los sacerdotes, esta es la imagen generalizada que se tiene de los levitas hasta el día de hoy.

Su función
Desde antes que Israel se consolidara como Estado-Nación, las tribus disponían de un santuario propio. Cada tribu se encargaba en erigirlo y mantenerlo debidamente, no estaban sometidos a ninguna autoridad, más bien, eran el poder y el prestigio de una tribu los factores que elevaban la importancia de sus santuarios. La función principal de los levitas radicaba en los santuarios nomádicos. Los levitas eran los servidores, los encargados de transportar y montar el tabernáculo, ellos estuvieron al cuidado del arca de la alianza del Señor (Jos 3,3; 8,33) y se encargaron del cuidado de la ley y de todos los concejales de Israel (Dt 31,9). Los levitas junto a Moisés, imponen al pueblo la observancia de la ley deuteronómica (Dt 27,9-26) para proclamarla durante la celebración litúrgica. Fue gracias a los levitas, por ejemplo, que el rey Josías llevara a cabo su reforma, ya que se encontró un rollo con un ejemplar de la ley, que los levitas se habían encargado de preservarla.
Más tarde, cuando se institucionaliza la religión y el culto, sobre todo en la época de Josías, los sacerdotes levitas tienen que retirarse de los santuarios alternos y trasladarse al santuario de Jerusalén a emplearse con funciones secundarias. Lo plasmado en Dt 18, de que los levitas no tendrán herencia, de que dependerán al cien por ciento del Señor por estar al servicio de su persona, sus hermanos de todas las tribus deberían hacerse cargo de ellos. Y que, si un levita residente en cualquier poblado de Israel se trasladara a otro lugar, podría servir personalmente al Señor, su Dios, como el resto de sus hermanos levitas que están allí a su servicio; era una visión realmente utópica, pues la realidad se estaba dando de forma distinta.
No todos los levitas que provenían de los santuarios de las provincias podían encontrar puesto de trabajo en el templo de Jerusalén. Por ejemplo, en 1 Re 12, 31 se le reprocha a Jeroboam de haber puesto como sacerdotes a gente de la plebe que no pertenecía a la tribu de Leví. Era evidente que habían luchas de poder entre los sacerdotes y las familias levíticas, el sacerdocio de Sadoc ante la presencia de tantos levitas en Jerusalén, no podía cederles el lugar que ocupaba. La reforma de Josías hizo que los levitas, no fueran ya sacerdotes, sino servidores del templo, sustituyendo de esta forma los esclavos extranjeros por levitas.[4] Con Nehemías, hubo una preocupación por el santuario de Jerusalén. “Algunos levitas no pudieron permanecer en el templo, porque las provisiones no eran suficientes, y habían abandonado el santuario. No se habían entregado ofrendas en suficiente cantidad.[5]
            Con la reforma de Josías, las tribus deberían reservar una especie de terreno sagrado y en él acotar para los sacerdotes y levitas una parcela. Allí, los sacerdotes podían edificar sus casas y encontrar pastos para su ganado. También los levitas tendrían derecho incluso a una propiedad estable, en la que practicaran la agricultura (Ez 45,4-5). Estas disposiciones contradecían claramente la antigua regla levítica del tiempo en que se los consideraba como una especie de hermandad de clérigos itinerantes (Dt 18,1). Esta reforma afectó en gran medida a los levitas a tal grado que desaparecieron.
Esta es la razón de que Josué 21 hable de localidades en donde debían residir algunos miembros de las familias levíticas y por consiguiente sacerdotes. En esas listas aparece por una parte una concentración del sacerdocio en la región de Jerusalén, mientras que en Hebrón donde había otro santuario no se menciona ninguna residencia sacerdotal, en Bethel también hay un vacío. Se puede ver ahí una consecuencia de las medidas de Josías, que despojó de sacerdotes a las zonas rurales y, como dijimos, ese acto contradecía el Deuteronomio, que deseaba una proporcionada distribución de residencias levíticas en el país, y no a la formación de ciudades sacerdotales próximas al templo central de Jerusalén.

Desafíos para la familia cristiana de hoy
Ante lo que se ha dicho ¿por qué reafirmar a los levitas como una familia especial? ¿Dónde radica lo especial de esta familia sacerdotal dentro de la historia del pueblo de Israel? Hermanos/nas, cada una de las familias que conformaron el pueblo de Israel, tenían una función y un papel único que desempeñar. Algunas familias eran guerreras, otras agricultoras y ganaderas, en el caso de los levitas, ejercieron una función única para la sociedad: su trabajo consistía, como ya mencioné, en preparar, cuidar, transportar el santuario del Señor; así como velar, cuidar y preparar el culto. Se encargaban de los rituales de purificación y la dedicación (Num 8, 5).
            La familia levítica adquiere su importancia desde el punto de vista teológico pero más, desde lo histórico y existencial. Los textos referidos a las funciones de la familia levítica, son palabras de institución, ya que está de por medio el Señor mismo. El Señor gratuitamente, a través de la organización cultual, es accesible y disponible para Israel. Este es el desafío de las familias cristianas, de las iglesias, de las comunidades cristianas de hoy. Así como en los levitas, depende en gran medida de nosotros, a través de cómo organizamos, preparamos y cuidamos el culto, que la presencia de Dios sea real en nuestra sociedad actual. ¿Porqué? Porque el culto está interesado en nada más y nada menos que en dicha presencia. Ya desde el Sinaí, el Señor al autorizar este culto, promete a través de Moisés, que al erigir un santuario él habitará entre ellos (Ex 25,8). [6]
            Lo que condiciona la presencia real de Dios, la propia vida de Dios en medio de Israel, es el cuidado y la organización del culto. Esto es exageradamente maravilloso y único para la experiencia de vida de los levitas. Para lograr eso, los levitas debían tener gran cuidado en la construcción del tabernáculo, debían hacerlo bien. Los levitas por más que fuera una familia pequeña con riesgo a pasar desapercibida, que fueran personas dotadas de un grado menor de santidad que los “sacerdotes del templo” (Ez 44,6-9), lucharon enérgicamente por mantenerse y cumplir con esta función: hacer realidad la presencia de Dios a través del cuidado del santuario, a través de la organización y cuidado del culto.
            El desafío hoy, para nuestras familias (ya que creemos en el sacerdocio universal de los creyentes) y para nuestras comunidades de fe que también es una forma de ser familia, es la producción de presencia de Dios en un contexto hostil como el nuestro. El culto que organizamos, que arreglamos, que le damos cuidado, debe estar interesado únicamente en condicionar (Mt 16,19), en producir la presencia real de Dios. Así como los levitas eran absolutamente imprescindibles para el cuidado del culto, nosotros hoy día tenemos esta enorme responsabilidad.
Sí, somos una familia pequeña, familia con sus altas y bajas, con procesos de cambios; somos una comunidad protestante pequeña que pasamos muchas veces desapercibidos, y a pesar de eso, hermanos y hermanas, que la vida de los levitas nos motive a mantenernos firmes, levantarnos y decir, aquí estamos, buscamos ser reconocido como tal: servidores legítimos del Dios único. No somos perfectos o santos, otros puede que lo sean más que nosotros; pero somos una familia especial, donde la sociedad puede encontrarse con Dios. Somos una familia que incluye, que ama. Pero que además nosotros, así como los levitas en su servicio secundario en el santuario, somos mediadores entre lo sacro y lo profano. ¡Qué hermosa tarea! qué tarea privilegiada es condicionar por medio de lo que hacemos en el ámbito litúrgico, cultico y de vida cristiana, la presencia real de Dios, en un mundo dolido y necesitado.
¡Qué el Señor nos ayude!



[1] Siegfried Herrmann, Historia de Israel, Salamanca, Sígueme, 1985, p. 133.
[2] Francois Castel, Historia de Israel y Judá. Desde los orígenes hasta el siglo II d. C., Navarra, Verbo Divino, 1998, p. 51.
[3] Rainer Albertz, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento. Desde el exilio hasta la época de los macabeos. T II, Madrid, Trotta, 1999, p. 557.
[4] F. Castel, op cit, p. 116.
[5] S. Herrmann, op. cit., p. 396.
[6] Walter Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, 2007, p. 696.

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