23 de mayo de 2016
Detrás de las principales narrativas
que se le ha atribuido al libro de Josué, y que han dado mucho de qué hablar, como
la situación militar y de crueldad donde ciudades enteras son masacradas, Dios
exige el exterminio de las poblaciones locales para que su pueblo elegido pueda
tomar posesión y repartirlas. El libro, guarda elementos singulares y de
utilidad para el ser cristiano de hoy. El texto que nos ocupa, se ubica dentro
de la estructura narrativa, donde se habla sobre el reparto del territorio en
doce partes, según el número de las tribus de Israel.
Lo
poco común de nuestras lecturas del texto sagrado es hablar precisamente de las
familias que componen todo el discurso. La narración bíblica se compone a
partir de personas y familias como los que aparecen en Josué. Cada vez que nos
acercamos a los primeros libros del Antiguo Testamente, hablamos de las tribus
de Israel o sin más detalles como el “pueblo de Israel”. Usamos una categoría
que generaliza y opacamos la singularidad, la particularidad, la peculiaridad
de individuos o familias que la componen. Al generalizar las tribus de Israel
corremos el riesgo de pensar que todos los clanes eran iguales, que actuaban y
tenían un objetivo común.
Cada
una de las familias o clanes que posteriormente conformaron lo que se llegó a
conocer como el pueblo de Israel, tienen características propias, y viene al
caso reafirmar el título pensado para la homilía de este domingo: “Familias
especiales: el caso de los levitas.” La riqueza de la narración bíblica en
general, radica en identificar las características propias de la persona, de
las familias, de los pueblos y comprender cómo el Señor se manifiesta en cada
una de estas vidas.
Hoy, nos
damos cuenta que el concepto de familia ha estado cambiando aceleradamente en
nuestra sociedad. Hoy, no es posible hablar de un modelo familiar, la familia
nuclear (papá, mamá, hijos) ha entrado en crisis. En estos tiempos se cuestiona
que la familia ideal o “natural” es conformada por papá, mamá e hijos. Ahora
somos testigos de la diversidad de ideas, creencias y prácticas de ser familia.
En los levitas, y así era en general con las demás tribus, había una familia
nuclear como base, y sobre esa base se conformaban muchas experiencias de
inclusión y de reconocimiento, a tal grado de sentirse como familia.
Los levitas
¿Quiénes eran los levitas? El caso de
los levitas es complicado e interesante. Según el sistema genealógico de
Génesis, la tribu de Leví, que inicialmente aparece junto con Simeón como tribu
independiente, se separa posteriormente como “tribu sacerdotal” sin posesiones
territoriales (Dt 18,1-8).[1]
Históricamente los levitas era una tribu pequeña, siempre lo fue. Su caso en el
Antiguo Testamento a veces se ve opacado, su presencia es ensombrecida por otra
tribu especialmente por Simeón. Por
tratarse de un clan pequeño, con el paso del tiempo, tuvo que hacer frente a
los demás clanes, haciendo que fueran reconocidos como tal. Muy pronto ante las
presiones sociales, y sobre todo política-religiosas, se fundieron con el grupo
de Judá. Al ser dominado todo el territorio por Judá, las tribus o familias
pequeñas se vieron absorbidas. Por supuesto que Leví, así como Simeón y los
quenitas tienen una historia singular, pero ante un proyecto nacionalista y de
homogenización, Judá no hace más que englobarlos a la suya.[2]
Desde
los primeros tiempos israelíticos, cada una de las tribus estaban conformadas
por relaciones consanguíneas. El caso de los levitas no era la excepción, pero por
ser una “tribu sacerdotal” muchos sacerdotes rurales de otros clanes se
agregaron a este lazo familiar, un lazo que no se fundaba a partir de una
relación de parentesco sino de oficio. En este sentido, la familia levítica no
se reducía a ser conformada exclusivamente a los lazos sanguíneos. Otra de las
características del pueblo de Israel en general, es que fue una sociedad
estratificada, la casta sacerdotal era jerárquica, esta es la razón de que
exista una historia un tanto oscura entre los sacerdotes y levitas.
Los
levitas constituían una clase social específica, en los textos más antiguos
como en Deuteronomio y Josué se les llama simplemente sacerdotes (Jos 3,6; 4,6;
6,4). Pero en una época tardía, como en Ezequiel, los levitas no pertenecían
necesariamente al orden sacerdotal, sino a ciertos grupos pertenecientes al
“clero menor”, que como dice en Números 16,4-11 suspiraban por ampliar sus
competencias.[3] Para la
época del exilio y posexilio, sacerdote y levita no era lo mismo. Los levitas
estaban dedicados a un ministerio auxiliar para los sacerdotes, esta es la
imagen generalizada que se tiene de los levitas hasta el día de hoy.
Su función
Desde antes que Israel se consolidara
como Estado-Nación, las tribus disponían de un santuario propio. Cada tribu se
encargaba en erigirlo y mantenerlo debidamente, no estaban sometidos a ninguna
autoridad, más bien, eran el poder y el prestigio de una tribu los factores que
elevaban la importancia de sus santuarios. La función principal de los levitas radicaba
en los santuarios nomádicos. Los levitas eran los servidores, los encargados de
transportar y montar el tabernáculo, ellos estuvieron al cuidado del arca de la
alianza del Señor (Jos 3,3; 8,33) y se encargaron del cuidado de la ley y de
todos los concejales de Israel (Dt 31,9). Los levitas junto a Moisés, imponen
al pueblo la observancia de la ley deuteronómica (Dt 27,9-26) para proclamarla
durante la celebración litúrgica. Fue gracias a los levitas, por ejemplo, que
el rey Josías llevara a cabo su reforma, ya que se encontró un rollo con un
ejemplar de la ley, que los levitas se habían encargado de preservarla.
Más tarde,
cuando se institucionaliza la religión y el culto, sobre todo en la época de
Josías, los sacerdotes levitas tienen que retirarse de los santuarios alternos
y trasladarse al santuario de Jerusalén a emplearse con funciones secundarias. Lo
plasmado en Dt 18, de que los levitas no tendrán herencia, de que dependerán al
cien por ciento del Señor por estar al servicio de su persona, sus hermanos de
todas las tribus deberían hacerse cargo de ellos. Y que, si un levita residente
en cualquier poblado de Israel se trasladara a otro lugar, podría servir
personalmente al Señor, su Dios, como el resto de sus hermanos levitas que
están allí a su servicio; era una visión realmente utópica, pues la realidad se
estaba dando de forma distinta.
No todos los
levitas que provenían de los santuarios de las provincias podían encontrar
puesto de trabajo en el templo de Jerusalén. Por ejemplo, en 1 Re 12, 31 se le
reprocha a Jeroboam de haber puesto como sacerdotes a gente de la plebe que no
pertenecía a la tribu de Leví. Era evidente que habían luchas de poder entre
los sacerdotes y las familias levíticas, el sacerdocio de Sadoc ante la
presencia de tantos levitas en Jerusalén, no podía cederles el lugar que
ocupaba. La reforma de Josías hizo que los levitas, no fueran ya sacerdotes,
sino servidores del templo, sustituyendo de esta forma los esclavos extranjeros
por levitas.[4] Con
Nehemías, hubo una preocupación por el santuario de Jerusalén. “Algunos levitas
no pudieron permanecer en el templo, porque las provisiones no eran suficientes,
y habían abandonado el santuario. No se habían entregado ofrendas en suficiente
cantidad.[5]
Con
la reforma de Josías, las tribus deberían reservar una especie de terreno
sagrado y en él acotar para los sacerdotes y levitas una parcela. Allí, los
sacerdotes podían edificar sus casas y encontrar pastos para su ganado. También
los levitas tendrían derecho incluso a una propiedad estable, en la que
practicaran la agricultura (Ez 45,4-5). Estas disposiciones contradecían
claramente la antigua regla levítica del tiempo en que se los consideraba como
una especie de hermandad de clérigos itinerantes (Dt 18,1). Esta reforma afectó
en gran medida a los levitas a tal grado que desaparecieron.
Esta es la
razón de que Josué 21 hable de localidades en donde debían residir algunos
miembros de las familias levíticas y por consiguiente sacerdotes. En esas
listas aparece por una parte una concentración del sacerdocio en la región de
Jerusalén, mientras que en Hebrón donde había otro santuario no se menciona
ninguna residencia sacerdotal, en Bethel también hay un vacío. Se puede ver ahí
una consecuencia de las medidas de Josías, que despojó de sacerdotes a las
zonas rurales y, como dijimos, ese acto contradecía el Deuteronomio, que
deseaba una proporcionada distribución de residencias levíticas en el país, y no
a la formación de ciudades sacerdotales próximas al templo central de
Jerusalén.
Desafíos para la
familia cristiana de hoy
Ante lo que se ha dicho ¿por qué
reafirmar a los levitas como una familia especial? ¿Dónde radica lo especial de
esta familia sacerdotal dentro de la historia del pueblo de Israel? Hermanos/nas,
cada una de las familias que conformaron el pueblo de Israel, tenían una
función y un papel único que desempeñar. Algunas familias eran guerreras, otras
agricultoras y ganaderas, en el caso de los levitas, ejercieron una función única
para la sociedad: su trabajo consistía, como ya mencioné, en preparar, cuidar,
transportar el santuario del Señor; así como velar, cuidar y preparar el culto.
Se encargaban de los rituales de purificación y la dedicación (Num 8, 5).
La
familia levítica adquiere su importancia desde el punto de vista teológico pero
más, desde lo histórico y existencial. Los textos referidos a las funciones de
la familia levítica, son palabras de institución, ya que está de por medio el
Señor mismo. El Señor gratuitamente, a través de la organización cultual, es
accesible y disponible para Israel. Este es el desafío de las familias
cristianas, de las iglesias, de las comunidades cristianas de hoy. Así como en los
levitas, depende en gran medida de nosotros, a través de cómo organizamos,
preparamos y cuidamos el culto, que la presencia de Dios sea real en nuestra
sociedad actual. ¿Porqué? Porque el culto está interesado en nada más y nada
menos que en dicha presencia. Ya desde el Sinaí, el Señor al autorizar este
culto, promete a través de Moisés, que al erigir un santuario él habitará entre
ellos (Ex 25,8). [6]
Lo
que condiciona la presencia real de Dios, la propia vida de Dios en medio de
Israel, es el cuidado y la organización del culto. Esto es exageradamente
maravilloso y único para la experiencia de vida de los levitas. Para lograr
eso, los levitas debían tener gran cuidado en la construcción del tabernáculo,
debían hacerlo bien. Los levitas por más que fuera una familia pequeña con
riesgo a pasar desapercibida, que fueran personas dotadas de un grado menor de
santidad que los “sacerdotes del templo” (Ez 44,6-9), lucharon enérgicamente
por mantenerse y cumplir con esta función: hacer realidad la presencia de Dios
a través del cuidado del santuario, a través de la organización y cuidado del
culto.
El
desafío hoy, para nuestras familias (ya que creemos en el sacerdocio universal
de los creyentes) y para nuestras comunidades de fe que también es una forma de
ser familia, es la producción de presencia de Dios en un contexto hostil como
el nuestro. El culto que organizamos, que arreglamos, que le damos cuidado,
debe estar interesado únicamente en condicionar (Mt 16,19), en producir la
presencia real de Dios. Así como los levitas eran absolutamente imprescindibles
para el cuidado del culto, nosotros hoy día tenemos esta enorme responsabilidad.
Sí, somos
una familia pequeña, familia con sus altas y bajas, con procesos de cambios; somos
una comunidad protestante pequeña que pasamos muchas veces desapercibidos, y a
pesar de eso, hermanos y hermanas, que la vida de los levitas nos motive a
mantenernos firmes, levantarnos y decir, aquí estamos, buscamos ser reconocido
como tal: servidores legítimos del Dios único. No somos perfectos o santos,
otros puede que lo sean más que nosotros; pero somos una familia especial,
donde la sociedad puede encontrarse con Dios. Somos una familia que incluye,
que ama. Pero que además nosotros, así como los levitas en su servicio
secundario en el santuario, somos mediadores entre lo sacro y lo profano. ¡Qué
hermosa tarea! qué tarea privilegiada es condicionar por medio de lo que
hacemos en el ámbito litúrgico, cultico y de vida cristiana, la presencia real
de Dios, en un mundo dolido y necesitado.
¡Qué el Señor nos ayude!
[1]
Siegfried Herrmann, Historia de Israel,
Salamanca, Sígueme, 1985, p. 133.
[2]
Francois Castel, Historia de Israel y
Judá. Desde los orígenes hasta el siglo II d. C., Navarra, Verbo Divino,
1998, p. 51.
[3]
Rainer Albertz, Historia de la religión
de Israel en tiempos del Antiguo Testamento. Desde el exilio hasta la época de
los macabeos. T II, Madrid, Trotta, 1999, p. 557.
[4] F. Castel, op cit, p. 116.
[5] S. Herrmann, op. cit., p. 396.
[6] Walter Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, 2007, p. 696.
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