5 de febrero, 2017
Ustedes, en
cambio, queridos, edifiquen su existencia sobre la santísima fe, oren movidos
por el Espíritu Santo, consérvense en el amor de Dios y esperen de la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo la vida eterna.
Judas 1.20-2121, La Biblia de Nuestro Pueblo. Biblia del
Peregrino
Los
tiempos adversos inevitables
Afirmar la fuente de la fortaleza para la fe cristiana es, en medio de
tiempos adversos, una obligación y un desafío. La fe es cristiana es una experiencia
que se vive por los senderos trazados por el amor de Dios, muchas veces
sinuosos e incomprensibles. En esas condiciones, al interior de las comunidades
cristianas es preciso desplegar todo un conjunto de estrategias encaminadas a
fortalecer la fe y a consolidar la visión espiritual de cada creyente. Todo
ello a fin de sustentar el testimonio cristiano sobre sanas bases bíblicas y
doctrinales que permitan compartir la certeza y la confianza de que el Señor Dios
sigue cumpliendo sus planes en la historia, aunque muchas veces no los comprendamos
bien. No se trata de recordar insistentemente, como hacen muchos, en hacernos a
la idea de que “Dios sigue teniendo el control de las cosas” o de que “por algo
sucede todo”, y otras frases hechas que poco abonan al análisis y a la solidez
de la fe y más bien suenan como parte de un discurso psicologizante y
voluntarista a veces bastante alejado de la doctrina cristiana y reformada.
El Nuevo Testamento da fe ampliamente de la enorme cantidad de obstáculos
que debieron vencer las comunidades cristianas iniciales, así como de su reacción
propositiva ante ellos. Desde los evangelios hasta el Apocalipsis se pueden
encontrar testimonios de esta actitud y de la creatividad espiritual con que
desarrollaron las respuestas que el momento les exigió. Como se aprecia en
varias epístolas, los tiempos adversos que se enfrentaban eran vistos como una parte
de una auténtica lucha ideológica y espieitual. La carta de Judas, por ejemplo,
comienza con el adjetivo “queridos” o “amados”, lo que indica la importancia de
la práctica del amor en la carta y en la teología de la misma. “Desde la clave
del amor el autor invita a desarrollar los motivos de la carta: luchar por la
fe y resistir contra quienes desde dentro amenazan la armonía de las
comunidades. La lucha es tarea no sólo de los dirigentes, sino de todos los
cristianos, considerados santos en virtud de una fe recibida. Los adversarios
se caracterizan por ser falsos, manipuladores, impíos y apóstatas” (La Biblia de Nuestro Pueblo).
El
amor de Dios sostiene la fe
Cuántas veces, al quejarnos sobre “los tiempos malos que corren”
articulamos reflexiones más llevadas por creencias tradicionales, que consideramos
necesarias, aunque no disciernan la realidad tal como se manifiesta. Hoy
podríamos hablar de estas adversidades mediante diferentes términos: enfriamiento
espiritual, indiferencia, superficialidad, ateísmo, inmoralidad, egoísmo,
blasfemias, actos anti-naturales, etcétera. Pero lo cierto es que, siguiendo la
línea de Judas, se reclama contrastar en los hechos y acciones la supuesta
superioridad de la fe cristiana ante estos y otros embates. “El autor refuerza
sus acusaciones con cuatro metáforas sapienciales tomadas de la naturaleza
(12s) que indican el contraste entre la posibilidad de ser buenos y la opción
de los adversarios por no serlo, por una vida estéril, desvergonzada y sin
claridad”.
Después del brillante repaso profético y doctrinal de los vv. 1-16, en
los que queda claro que el mundo sigue exigiendo respuestas firmes a las
comunidades sobre su fe, Judas 1.20-21 ofrecen claves que, sin lugar a dudas,
deberían presidir cualquier intento por afrontar los tiempos difíciles: primero,
recordar lo anunciado por los apóstoles (v. 17), pero en donde la acción de
ejercitar la memoria significa hacer presente el impacto de esa enseñanza para
la vida diaria. En segundo lugar, asumir un compromiso moral, en perspectiva
escatológica (v. 18), ante las insidiosas prácticas de las personas señaladas: al
no ser espirituales, sus valores son muy diferentes (18b-19). Finalmente, los
vv. 20-21 trazan una ruta de acción completamente ligada a la acción de Dios en
el mundo y en su iglesia: los creyentes han “edificado su existencia sobre la
santísima fe” recibida y el contacto con el señor mediante la oración es su
actitud permanente. “Conservarse en el amor de Dios” es la consigna que
conlleva afirmarse permanentemente en esa gran realidad mediada por el Señor
Jesucristo:
Dios nos ha dado sobreabundantemente su amor.
Debemos conservarlo, acrisolándolo siempre. Si la fe se expresa en la oración,
saldrá airosa en la vida y en el amor. Nuestra postura no es sólo de temor ante
el juicio, aunque la carta no descuida el despertar este temor, sino de espera
confiada en que nuestro señor Jesucristo usará de misericordia.
Nuestro
actuar debe ser única y exclusivamente amor. “Conservad el amor” es la única
expresión de actividad del versículo; todo lo demás a que se nos exhorta
participa del amor. El Padre nos da el amor; del Señor Jesucristo aguardamos
misericordia; el Espíritu Santo ora en nosotros y con nosotros. El Padre tiene
la iniciativa, dándonos su amor; el Espíritu Santo es la fuerza vivificadora de
nuestro caminar; el Señor Jesucristo nos da la plenitud final de la salvación.[1]
Si la comunidad se siente amenazada, sólo puede responder con el amor de
Dios como único recurso y así, siguiendo la huella de su Señor, podrá resistir
y salir airosa, pues no responderá agresivamente sino mediante palabras y
acciones que efectivamente reflejen el amor de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario