Mi madre y mis hermanos son todos aquellos que
escuchan y obedecen el mensaje de Dios.
Lucas 8.21, Traducción
en Lenguaje Actual
Jesús puso al Reino de Dios
por encima de su familia
La familia de Jesús tuvo un inicio conflictivo pues su madre
tomo la decisión de tenerlo, por intervención directa de Dios, mientras aún no
se casaba. El propio Dios tuvo que convencer a José de participar en su plan acerca
de la aparición de su Hijo en el mundo como una persona humana y de sumarse al
mismo con todas las atribuciones de un padre que cubriría las necesidades
afectivas y materiales de Jesús.
Jesús creció en un ambiente familiar de
características propias del judaísmo tradicional de su tiempo, en el marco de
la obediencia a la Ley y a las costumbres sociales. Como hijo y hermano (Mr
6.3) debió guardar una serie de mandatos para ubicarse adecuadamente en su
núcleo familiar: debía obediencia a sus padres, a pesar de que en un episodio
muy temprano comenzó a poner por delante su visión del proyecto divino (Lc
2.41-52) y al estar sujeto a ellos dependió de su autoridad durante su niñez y
parte de su juventud.
Como Hijo de Dios, pero también como un ser humano
completo, Jesús debía conocer el amor filial en el seno de una familia y
regirse por los valores transmitidos por sus padres humanos. Seguramente siguió
la costumbre de José en cuanto al oficio de carpintero y la comunidad a la que pertenecía
lo identificó con ella (Mt 13.55). Al ser “nacido de mujer” y “estar bajo la
Ley” (Gál 2.20), observó con fidelidad todas las tradiciones de su pueblo y
participó en las fiestas junto con su familia. El evangelio de Lucas es el más
minucioso en la descripción de los sucesos relacionados con su familia.
Cumplida su etapa formativa, Jesús “salió de su
casa”, al parecer sin oposición de su madre, para cumplir el propósito de su
venida: proclamar e instaurar la presencia del Reino de Dios en el mundo, sin
rehuir los conflictos propios de semejante proyecto. Su aparición como profeta
y maestro itinerante rompió radicalmente con lo que se esperaba de él en su
familia, de tal modo que se unió a la tradición profética de su pueblo en medio
de un ambiente de dominación extranjera. Sus sentimientos nacionalistas formaban
parte de la mentalidad de su época y él los canalizó para darle forma a su
práctica y mensaje.
Para él, el Reino de Dios era lo primero, por lo
que todo lo demás, incluso la familia no era un absoluto.[1] Así es
posible comprender varias de sus expresiones relacionadas con la tensión
ocasionada entre ese proyecto superior y los proyectos inferiores o relativos,
como era la formación de una familia, algo a lo que él mismo renunció. Sus palabras
deben situarse en el contexto de esta tensión que afloró en el hecho de que,
como señala Juan 7.5, “ni siquiera sus hermanos creían en él”.
La radicalidad con que se refiere a la familia es
digna de llamar la atención: “Si ustedes prefieren a su padre o a su madre más
que a mí, o si prefieren a sus hijos o a sus hijas más que a mí, no merecen ser
míos” (Mt 10.37). y esas palabras están precedidas por otras aún más duras: “He
venido para poner al hijo en contra de su padre, a la hija en contra de su
madre, y a la nuera en contra de su suegra. El peor enemigo de ustedes lo
tendrán en su propia familia (Mt 10.35-36). En Mt 19.29 anunció el premio que
recibiría quien dejase a su familia por causa de él. Y en ese mismo tono y
orientación está la frase que dedicó a quien quería primero ir a enterrar a su
padre (Lc 9.60; Mt 8.22).
Jesús estableció las bases
para la familia de Dios
Al formar una comunidad de seguimiento que colocó de otra
manera los lazos de consanguinidad, Jesús creó nuevas bases para la convivencia
humana en el horizonte del Reino de Dios que relativizó esos lazos, lo cual no fue
(ni es) poca cosa en una sociedad tan tradicionalista como la judía. No
obstante, con frecuencia se refirió a la nueva realidad humana y comunitaria traída
por la cercanía del Reino de Dios como el surgimiento de una nueva “familia”:
Cuando Jesús habla del Padre,
de Dios, del Reino, del comportamiento del discípulo… al hablar de su mensaje,
utiliza sobre todo imágenes familiares: Dios es un Padre que hace que todos
seamos hermanos; Dios es un Padre que espera a su hijo todos los días hasta que
vuelva; Dios es un Padre que, fundamentalmente, todo lo da por sus hijos… En
muchas de sus parábolas, de sus maneras de hablar, de sus mensajes, de sus
ejemplos, utiliza la familia de manera positiva, sobre todo para ilustrar quién
es Dios: “Dios es un Padre”; para ilustrar cuál es el comportamiento del
discípulo, como “un buen hijo”; y para ilustrar, en el fondo, cómo es el Reino:
“una nueva familia”. La simbología familiar ayuda a Jesús en su mensaje.[2]
Cuando lo buscaron su madre y sus hermanos existía
una barrera ideológica y espiritual entre ellos, la cual marcó la distancia con
quienes eran sus discípulos: “En su respuesta deja claro que lo que más
profundamente vincula a los seres humanos no es el origen, sino la participación
en el mismo proyecto. ‘Mi madre y mis hermanos, dice, son quienes se ponen en
camino para hacer lo que Dios anhela’. La participación en el Reino de Dios,
viene a decir, no se funda tanto en la sangre o la carne, representada allí por
su madre, cuanto en el proyecto de fraternidad que constituye a la gente por
igual en hermanos y hermanas”.[3]
La aparente dureza con que trató a su familia fue
resultado de la profunda convicción y el compromiso con el advenimiento del
Reino de Dios, que llegó para transformar todas las relaciones humanas. La familia
nueva, en ese horizonte de esperanza y acción, no podría ya ser un espacio
enajenante, opresivo, sino profundamente liberador, en el que se deben preparar
a los seres humanos para sumarse a las intenciones divinas de comenzar una
nueva creación en todos los ámbitos de la vida. Lamentablemente, eso no
sucedía, ni sigue sucediendo, sobre todo por los ímpetus con que las familias
se presentan a sí mismas (incluso las cristianas) como un fin y no como un
medio. La preservación de otros valores, ajenos a la primacía del reino de Dios
sigue siendo una realidad.
En la práctica y la enseñanza de Jesús surgió un
nuevo modelo de familia capaz de realizarse con base en la fidelidad a la
esperanza en el Reino de Dios. Y capaz también de superar los absolutismos de
las tradiciones que no se relacionen sanamente con esa utopía fundamental. Las familias,
en el horizonte de fe de Jesús de Nazaret, deben convertirse en talleres de
justicia, solidaridad y compromiso en la espera y búsqueda militante de la
venida del Reino Dios al mundo.
[1] Javier
de la Torre, “Jesús de Nazaret y la familia. Una respuesta válida a
los desafíos actuales de la moral familiar”, en Universidad de
Cantabria, https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/CursoTeologiaCicloIIJesusDeNazaretYLaFamilia2014-2015.pdf.
[2] Ibíd., p.
3.
[3] Evaristo
Villar, “Jesús y su familia en los Evangelios: una relación conflictiva y
superadora”, en Éxodo, www.exodo.org/jesus-y-su-familia-en-los-evangelios-una-relacion-conflictiva-y-superadora/
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