domingo, 21 de mayo de 2017

"¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?": la familia de Jesús ante el advenimiento del Reino de Dios, L. Cervantes-O.


21 de mayo, 2017

Mi madre y mis hermanos son todos aquellos que escuchan y obedecen el mensaje de Dios.
Lucas 8.21, Traducción en Lenguaje Actual

Jesús puso al Reino de Dios por encima de su familia
La familia de Jesús tuvo un inicio conflictivo pues su madre tomo la decisión de tenerlo, por intervención directa de Dios, mientras aún no se casaba. El propio Dios tuvo que convencer a José de participar en su plan acerca de la aparición de su Hijo en el mundo como una persona humana y de sumarse al mismo con todas las atribuciones de un padre que cubriría las necesidades afectivas y materiales de Jesús.
Jesús creció en un ambiente familiar de características propias del judaísmo tradicional de su tiempo, en el marco de la obediencia a la Ley y a las costumbres sociales. Como hijo y hermano (Mr 6.3) debió guardar una serie de mandatos para ubicarse adecuadamente en su núcleo familiar: debía obediencia a sus padres, a pesar de que en un episodio muy temprano comenzó a poner por delante su visión del proyecto divino (Lc 2.41-52) y al estar sujeto a ellos dependió de su autoridad durante su niñez y parte de su juventud.
Como Hijo de Dios, pero también como un ser humano completo, Jesús debía conocer el amor filial en el seno de una familia y regirse por los valores transmitidos por sus padres humanos. Seguramente siguió la costumbre de José en cuanto al oficio de carpintero y la comunidad a la que pertenecía lo identificó con ella (Mt 13.55). Al ser “nacido de mujer” y “estar bajo la Ley” (Gál 2.20), observó con fidelidad todas las tradiciones de su pueblo y participó en las fiestas junto con su familia. El evangelio de Lucas es el más minucioso en la descripción de los sucesos relacionados con su familia.
Cumplida su etapa formativa, Jesús “salió de su casa”, al parecer sin oposición de su madre, para cumplir el propósito de su venida: proclamar e instaurar la presencia del Reino de Dios en el mundo, sin rehuir los conflictos propios de semejante proyecto. Su aparición como profeta y maestro itinerante rompió radicalmente con lo que se esperaba de él en su familia, de tal modo que se unió a la tradición profética de su pueblo en medio de un ambiente de dominación extranjera. Sus sentimientos nacionalistas formaban parte de la mentalidad de su época y él los canalizó para darle forma a su práctica y mensaje.
Para él, el Reino de Dios era lo primero, por lo que todo lo demás, incluso la familia no era un absoluto.[1] Así es posible comprender varias de sus expresiones relacionadas con la tensión ocasionada entre ese proyecto superior y los proyectos inferiores o relativos, como era la formación de una familia, algo a lo que él mismo renunció. Sus palabras deben situarse en el contexto de esta tensión que afloró en el hecho de que, como señala Juan 7.5, “ni siquiera sus hermanos creían en él”.
La radicalidad con que se refiere a la familia es digna de llamar la atención: “Si ustedes prefieren a su padre o a su madre más que a mí, o si prefieren a sus hijos o a sus hijas más que a mí, no merecen ser míos” (Mt 10.37). y esas palabras están precedidas por otras aún más duras: “He venido para poner al hijo en contra de su padre, a la hija en contra de su madre, y a la nuera en contra de su suegra. El peor enemigo de ustedes lo tendrán en su propia familia (Mt 10.35-36). En Mt 19.29 anunció el premio que recibiría quien dejase a su familia por causa de él. Y en ese mismo tono y orientación está la frase que dedicó a quien quería primero ir a enterrar a su padre (Lc 9.60; Mt 8.22).

Jesús estableció las bases para la familia de Dios
Al formar una comunidad de seguimiento que colocó de otra manera los lazos de consanguinidad, Jesús creó nuevas bases para la convivencia humana en el horizonte del Reino de Dios que relativizó esos lazos, lo cual no fue (ni es) poca cosa en una sociedad tan tradicionalista como la judía. No obstante, con frecuencia se refirió a la nueva realidad humana y comunitaria traída por la cercanía del Reino de Dios como el surgimiento de una nueva “familia”:

Cuando Jesús habla del Padre, de Dios, del Reino, del comportamiento del discípulo… al hablar de su mensaje, utiliza sobre todo imágenes familiares: Dios es un Padre que hace que todos seamos hermanos; Dios es un Padre que espera a su hijo todos los días hasta que vuelva; Dios es un Padre que, fundamentalmente, todo lo da por sus hijos… En muchas de sus parábolas, de sus maneras de hablar, de sus mensajes, de sus ejemplos, utiliza la familia de manera positiva, sobre todo para ilustrar quién es Dios: “Dios es un Padre”; para ilustrar cuál es el comportamiento del discípulo, como “un buen hijo”; y para ilustrar, en el fondo, cómo es el Reino: “una nueva familia”. La simbología familiar ayuda a Jesús en su mensaje.[2]

Cuando lo buscaron su madre y sus hermanos existía una barrera ideológica y espiritual entre ellos, la cual marcó la distancia con quienes eran sus discípulos: “En su respuesta deja claro que lo que más profundamente vincula a los seres humanos no es el origen, sino la participación en el mismo proyecto. ‘Mi madre y mis hermanos, dice, son quienes se ponen en camino para hacer lo que Dios anhela’. La participación en el Reino de Dios, viene a decir, no se funda tanto en la sangre o la carne, representada allí por su madre, cuanto en el proyecto de fraternidad que constituye a la gente por igual en hermanos y hermanas”.[3]
La aparente dureza con que trató a su familia fue resultado de la profunda convicción y el compromiso con el advenimiento del Reino de Dios, que llegó para transformar todas las relaciones humanas. La familia nueva, en ese horizonte de esperanza y acción, no podría ya ser un espacio enajenante, opresivo, sino profundamente liberador, en el que se deben preparar a los seres humanos para sumarse a las intenciones divinas de comenzar una nueva creación en todos los ámbitos de la vida. Lamentablemente, eso no sucedía, ni sigue sucediendo, sobre todo por los ímpetus con que las familias se presentan a sí mismas (incluso las cristianas) como un fin y no como un medio. La preservación de otros valores, ajenos a la primacía del reino de Dios sigue siendo una realidad.
En la práctica y la enseñanza de Jesús surgió un nuevo modelo de familia capaz de realizarse con base en la fidelidad a la esperanza en el Reino de Dios. Y capaz también de superar los absolutismos de las tradiciones que no se relacionen sanamente con esa utopía fundamental. Las familias, en el horizonte de fe de Jesús de Nazaret, deben convertirse en talleres de justicia, solidaridad y compromiso en la espera y búsqueda militante de la venida del Reino Dios al mundo.




[1] Javier de la Torre, “Jesús de Nazaret y la familia. Una respuesta válida a los desafíos actuales de la moral familiar”, en Universidad de Cantabria, https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/CursoTeologiaCicloIIJesusDeNazaretYLaFamilia2014-2015.pdf.
[2] Ibíd., p. 3.
[3] Evaristo Villar, “Jesús y su familia en los Evangelios: una relación conflictiva y superadora”, en Éxodo, www.exodo.org/jesus-y-su-familia-en-los-evangelios-una-relacion-conflictiva-y-superadora/

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