14 de mayo, 2017
Y luego él solo regresó al
otro lado y allí luchó con un desconocido hasta que el sol salió. Cuando el
desconocido se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo golpeó en la
cadera, y se la zafó.
Génesis 32.24-25, Traducción
en Lenguaje Actual
Jacob como hijo, esposo y
padre
La familia originaria de Jacob traía la marca de la
alianza con Yahvé, el Dios de su padre y abuelo. No había estado exenta de
dificultades, sobre todo al momento de la repartición de la herencia material y
espiritual que lo confrontó duramente con su hermano Esaú, quien antes le había
intercambiado la primogenitura en una historia célebre.
Por su parte, las cuatro familias que había formado
el patriarca enfrentarían diversas crisis dada la manera en que se habían
formado: engaños, sorpresas, falta de sinceridad en las relaciones y afectos. Todo
ello inició desde el momento en que quiso casarse con Raquel, pero fue engañado
por Labán al entregarle a su hija mayor.
La saga de Jacob es un buen modelo de desarrollo
espiritual masculino. Las tres etapas que recorre el varón están claramente
delineadas en el texto del Génesis que muestran las características del alma
varonil en proceso de liberación e integración. El ciclo de Jacob es una guía
potencial del proceso al que está llamado todo varón que busque una afirmación
de su propio ser masculino con el objetivo de la defensa de la vida y la
cohesión social de la comunidad humana. La primera etapa, de “ascenso personal”
es, quizá, la más negativa, aunque sea la más aceptada y practicada, la mayor
parte de las veces inconscientemente:
La mayoría de los varones
continúa hasta morirse en la dirección de (A). Es decir, adquirir, lograr,
superar, aventajar y morir peleando por mantener lo arrebatado a otros machos
igualmente deseosos de ascender en la empresa, la política o la iglesia. Es la
etapa de los discípulos de Jesús que compiten por los primeros lugares (Mc 10.35-45)
y discuten entre ellos por ser el más importante (Mc 9.33-36). En (A) no hay
amistad o fraternidad con otros varones; no existe la noción de equipo con otros
hombres, mucho menos con mujeres, quienes son vistas solo como colaboradoras
inferiores o seres débiles a quienes proteger, pero nunca escuchar. […] Mientras
el hombre espiritual permanezca en (A), su camino es el de la ambiciosa
disciplina, del auto-empoderamiento, del reforzamiento espiritual de sí mismo;
si continúa en este camino se convierte en un ministro hábil y eficiente,
víctima de su propia acumulación de poder, varón luchando contra varones por
ser el primero.[1]
Jacob no valoraba adecuadamente a su familia al
exponerla a los riesgos del reencuentro con su hermano, pero, aun así, su
decisión de reencontrarse con Esaú y recuperar su fraternidad muestra algunos
avances o, más bien, tanteos en la construcción de una nueva masculinidad y de
una manera diferente de ser persona. El patriarca avanzará a la segunda etapa,
la de la solidaridad, “que permite al varón hacerse uno con sus hermanos y
hermanas, renunciando al camino ascendente del control y la dominación. Es la
búsqueda amplia por la justicia y la equidad”.[2] Es
una etapa horizontal, ya no en ascenso sino en un plano de práctica del respeto
a los demás como iguales. Se comienzan a ceder derechos de otros, a compartir
funciones y a celebrar la diversidad. “La amistad con otros varones le ayuda a
visualizar mejor sus heridas y a solicitar ayuda de quienes conocen mejor el
alma viril, es decir otros hermanos de género. Este es un camino de reconciliación
con la imagen paterna, de
autoconocimiento de la psiquis masculina en sus profundos repliegues y
experimentación de un nuevo modelo de vivir en la iglesia”.[3]
Hacia el reencuentro con Esaú:
reconstrucción y nuevo inicio
La lucha con el “ángel”: instante fundador de una nueva
persona, de un nuevo integrante de la familia de la alianza. Es la “vía
negativa”, la tercera etapa, “donde hay que desaprender el camino del poder,
potenciar a otros, hacerse hermano de la creación, derribar barreras para ser
parte de una nueva humanidad. Es ir en contracorriente al camino que la
sociedad y la estructura eclesial disponen para el hombre religioso, una
posición de privilegios y ventajas. Es vivir como el producto definitivo del
Espíritu que hace de todos uno, ser el logro de Cristo que reconcilia todas las
cosas en Sí mismo (Col 1.20)”.[4] Ya
consumado como padre con una gran parentela, Jacob se considera consumado a sí
mismo, pero es como si sus esposas, concubinas e hijos no tuvieran rostro, pues
sólo representan un logro en el camino de su masculinidad afirmada.
Después de asegurarse de
colocar a sus cuatro esposas y once hijos del otro lado del torrente, es decir
de preservar la vida como una opción esencial, Jacob se queda solo, la noche oscura se inicia, lo que provoca el
encuentro con el ser misterioso —aun la Biblia es ambigua, primero un hombre (32,25),
después Dios (32,29)— por medio de lo único que Jacob sabe hacer: luchar. […] Ésta es la noche espiritual masculina, su
naturaleza se aferra, lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante.
Pero es noche del alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer otro
hombre, el hombre transformado por la superación de las experiencias de
enfrentamiento y frustraciones y dar paso a la experiencia auténtica de
paternidad: no esperar nada excepto la salvación de la prole. En la oscuridad
ve el rostro de Dios y éste le revela un nuevo nombre.[5]
El nuevo nombre de Jacob define su nueva percepción
de la acción de Dios en su vida y en su familia adecuada para seguir afrontando
las luchas cotidianas con una mejor percepción de la fe y la existencia: “Jacob
ha tenido la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a
Dios que la oscuridad. De allí puede regresar a reconciliarse a fondo con su
hermano, a convertirse en verdadero padre y esposo, el varón liberado de
oposición y temor”.[6]
De manera distinta a su abuelo y su padre, quienes se cubrieron tras las
mujeres para salvar su vida (Gn 12.10-20; 20; 26.6-1), Jacob ahora se colocaría
delante de su hermano protegiendo el clan para solicitar humildemente la misericordia
de Esaú (Gn 33.3).
Dios reconstruye familias todo el tiempo y las
encamina hacia nuevos horizontes de fe y de acción. El modelo de Jacob, visto
ya no solamente como un “héroe” sino como un hombre de familia en proceso de reconstrucción,
manifiesta cómo Dios, desde la antigüedad, ha insistido constantemente en formar
y consolidar familias de fe dispuestas a encontrarse con él en la historia.
[1] Hugo
Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a
través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, pp. 20-21, www.claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2#52-63.
[2] Ibíd., p.
21.
[3] Ídem.
Énfasis original.
[4] Ídem.
[5] Ibíd., p.
25. Énfasis original.
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