7 de mayo, 2017
No es fácil
vivir para Dios. Él no tolera el pecado ni acepta dioses rivales, y espera que
se le obedezca en todo. Si le son infieles no los va a perdonar.
Josué 24.19, TLA
La asamblea de Siquem:
momento crucial
En la
conclusión del imponente libro de Josué, cima literaria posterior a la
exposición de la Ley antigua y continuación grandiosa del proyecto
historiográfico deuteronomista, se encuentra uno de los momentos fundamentales
del antiguo Israel. Los acentos teológicos del libro se concentran en el último
capítulo de tal forma que se engarzan ampliamente
a) La tierra liberada no
conoce reyes. Los capítulos
13-24 hablan de una tierra en la cual el rey no está previsto. La sociedad es
claramente tribal, dispuesta a ser fiel a Yahvé, cuyas acciones junto a su
pueblo son conocidas.
b) La ciudad es integrada
en esta sociedad. La ciudad no se presenta más como una amenaza a los campesinos de las
tribus. Ella es integrada a las tribus, distribuida, como lo es la tierra.
c) La tribu sustituye el
reinado como grandeza política. Junto a Josué y Eleazar, son los líderes de las tribus los que
determinan la distribución de los territorios tribales, claramente delimitados.
d) El acceso a la tierra
es garantizado para la familia. Aunque no lo hayamos destacado antes, en la división de los territorios
es la familia la que tiene el acceso a la tierra. La tribu se presenta como un
gran grupo que congrega clanes y familias, cuyos derechos defiende y
representa. La tierra pasa a ser herencia, y como tal es innegociable.
e) La tierra liberada es
tierra dada. Aunque el
libro de Josué relata una conquista, especialmente Josué 24 resaltará que la
tierra es dádiva de Yahvé. Por eso, ésta no puede ser comprada. Las herencias
son concedidas a través de sorteo, para que todas las familias integrantes de
la tribu puedan tener acceso a ella.[1]
El “choque”
entre Israel y Canaán no es el enfrentamiento de dos etnias, sino el de un
grupo de esclavos liberados de Egipto y un conjunto de gente marginada social y
económicamente contra los terratenientes y poderosos de la ciudades-Estado de
Canaán...[Sánchez sigue, citando a Walter Bruggemann:] Los cananeos conforman
la “elite urbana” que controla la economía y que goza de un poderoso privilegio
político, en detrimento de los “campesinos” productores de los alimentos, y
quienes se definen a sí mismos como “israelitas”.[2]
Cuando la
figura de Josué llenó todo el panorama de la marcha de Israel, pocos pensaban
en su familia, la familia de un gran líder. Su caminar espiritual fue la base
de sus decisiones enérgicas y sumamente conflictivas.
El cap. 24
inicia con la formulación de un bellísimo Credo Histórico (vv. 2b-13). Ante la
totalidad del pueblo convocado después de la conquista de la tierra, Dios mismo
reconstruye la historia. Las familias de Israel deberían tener bien claro su origen,
desarrollo y proyección pues la entrega de la tierra propició un profundo
compromiso espiritual ante Dios, por encima de las contrariedades para su
realización.
Renovar el pacto desde las
familias
Las tribus,
clanes y familias de Israel recibieron la exhortación (¿o ultimátum?) de Josué:
la fe yahvista debía imponerse después de la ocupación de la tierra (vv.
14-15). Sin ella, resultaría imposible establecer una verdadera nueva sociedad
acorde con el plan divino de marcar una auténtica diferencia con el resto de
los pueblos y culturas. La lucha contra el politeísmo y la idolatría fue un
conflicto cultural signado por el ímpetu teológico de ajustar la percepción de
la fe completa en el mismo horizonte para avanzar como nación. Como se pregunta
Dreher: “¿No sería de
imaginar que más que una celebración repetitiva reuniendo los mismos grupos,
Jos. 24 represente la constante adhesión de nuevos grupos a este Israel
emergente, cuyo catalizador es la fe en el Dios Yahvé que libera esclavos y que
da la tierra?”.[3]
El pueblo
respondió positivamente (vv. 16-18), pero era preciso hacer un “esfuerzo
teológico” para depurar la fe tribal y familiar. Semejante esfuerzo se llevaría
mucho tiempo, puesto que las tendencias que afloraban cíclicamente hacían que
la labor profética enfrentase oposición, en ocasiones muy marcada. Todo el
libro de Josué es resultado de un debate interno sobre la necesidad o no de
contar con monarcas. La primacía de Yahvé como gobernante supremo del pueblo se
discutió en acto muchas veces y las consecuencias de la discusión afectó
directamente la vida del pueblo.
Josué, muy
lejos de la neutralidad, tomó la iniciativa para superar, de una vez por todas,
el politeísmo y la idolatría (vv. 19-20), a sabiendas de que la lucha continuaría
ya con la tierra ocupada. Las familias de Israel debían hacer un fuerte
ejercicio de introspección para superar completamente la orientación que amenazaba
con imponerse. La opción es presentada contundentemente:
Todos los grupos otrora marginados por el
sistema cananeo, representados prototípicamente en Rajab (Jos. 2), que optasen
por adherir a este Israel solidario e igualitario, tenían que pasar por un
ceremonial, como el de Jos. 24, en el cual, después de ser notificados de los
hechos salvíficos de Yahvé en el pasado, eran puestos delante de la decisión:
servirlo exclusivamente o no. La razón de esta exclusividad me parece radicar
en el hecho de que la opción por el Dios de los esclavos, es inequívocamente la
negación de los dioses que puedan legitimar el sistema cananeo”.[4]
La respuesta favorable tenía que abarcar todos los niveles de la vida del
pueblo: personas, familias, comunidades, tribus (vv. 21-24). La familia, clan y
tribu de Josué serían las vanguardias teológicas, morales y espirituales para
seguir aspirando a la formación de una verdadera comunidad alternativa en medio
de la historia. Se trataba de construir un conjunto de relaciones equitativas
basado en las leyes y mandamientos divinos (vv. 25-28). Cada familia se
establecería en su territorio para poner en marcha ese proyecto divino
largamente acariciado.
Las famosas palabras
de Josué son el resumen de un proyecto espiritual y social que implicó directamente
a las familias en el marco del intercambio cultural con otros pueblos. ¿Qué debía
integrarse y que no a la vida y mentalidad de las familias?: era una pregunta crucial
para resolver el destino del pueblo en los tiempos futuros. Sus avances, retrocesos
y dificultades se alcanzarían a apreciar durante la época posterior, en el libro
de los Jueces, muestra realista de la cotidianidad de un pueblo que trató de llevar
adelante los ideales yahvistas con desigual fortuna.
[1] Carlos Arthur Dreher, “La
distribución de la tierra”, en RIBLA, núm.
60, p. 33, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/60.pdf.
[2] E.
Sánchez Cetina, “Josué”, en William R. Farmer, ed. Comentario Bíblico
Internacional. Estella,
Verbo Divino, 1999, p. 487, cit. por Thomas Hanks, “Cap. 6. Josué”, p. 1, en www.fundotrasovejas.org.ar/Libros/La%20Biblia%20Hebrea%20Subversiva%20Josu%E9%20.pdf.
[3] Cf. Carlos A. Dreher, “Josué, ¿modelo
de conquistador?”, en RIBLA, núm. 12,
1992, pp. 64-65, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla
[4] Ibíd.,
p. 65.
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