LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (IX)
Ana María Tepedino
No obstante,
Marcos termina su evangelio diciendo: “Y no dijeron nada a nadie, del miedo que
tenían” (Mr 16.8b). Algunos autores interpretan tal procedimiento como
fidelidad a un motivo que se utiliza siempre en su evangelio: el secreto
mesiánico. Por eso, las mujeres guardan silencio sobre Jesús-Mesías.
Otros
especialistas afirman con respecto a Mr 16.8b que el miedo de las mujeres tiene
relación con la reacción humana normal ante una teofanía (cf. Ex 3.6b). Se
trata del miedo y del silencio, señales de los límites de la humanidad en
presencia de lo divino. Las mujeres tienen miedo y tiemblan como cuando se está
en presencia de Dios.
Malbon
interpreta el silencio de las mujeres en el texto en cuestión, comparándolo con
Mr 1.44. En ese pasaje, Jesús advierte al leproso que no diga nada, sino que
vaya al sacerdote y ofrezca por su curación lo determinado por Moisés. Pero,
con certeza, al presentarse al sacerdote, el leproso le diría algo. No
obstante, éste no sería un cualquiera, sino el único al que el leproso debía
informar. Según esto, nuestra perícopa puede significar: no dicen nada a nadie
en general, sino que van a decírselo a los discípulos, pues, ¿quién, sino un
discípulo seguidor de Jesús podría aceptar y entender la historia de las
mujeres?
Ya en el
evangelio de Lucas, los ángeles preguntan a las mujeres:”¿Por qué buscan entre
los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. No objetan que lo
busquen, sino que lo hagan en un lugar erróneo.
Lucas, más que
Marcos y Mateo, pone el acento en el anuncio hecho por Jesús cuando estaba en
Galilea. La primera parte del discurso reproduce las palabras de Jesús. El
evangelio nos dice que ellas recordaron las palabras de Jesús y comenzaron a
creer, no porque vieran a los ángeles y el sepulcro vacío, sino porque su
recuerdo confirmaba las palabras que habían escuchado a Jesús. Ellas recuerdan,
vuelven y se lo cuentan a los Once y a los demás, lo que nos proporciona otro
argumento sobre el discipulado de las mujeres: oír la palabra, meditarla,
conservarla viva e ir a anunciarla a los otros forma parte de la vida de todo
discípulo, como vimos antes.
Según Juan,
María Magdalena, tras hallar retirada la losa del sepulcro, vuelve y dice a
Pedro y al discípulo amado que se habían llevado el cuerpo del Señor.A pesar de
las variaciones, la historia básica es la misma: Al llegar las mujeres al
sepulcro de Jesús y encontrarlo vacío, reciben el mensaje celeste y actúan en
consecuencia. Podemos concluir, por tanto, que cada evangelio toma buena nota
de que las mujeres no refieren la novedad en cualquier sitio: “Evitan la dispersión
entre las multitudes, que son inconstantes y están sujetas al delirio”. Las
mujeres transmiten estos acontecimientos a testigos seguros que podían
aceptarlos y entenderlos.
Las mujeres que dieron testimonio de la muerte mantuvieron viva la Buena
Nueva de la manifestación del poder de vida que Dios revela en la Resurrección
de Jesús de Nazaret. Ellas, que habían recibido de él más vida, se convierten
en sus mensajeras para anunciar el poder de la vida sobre la muerte, el poder
del amor sobre la destrucción, y lo anuncian a los amigos y seguidores de
Jesús.
Se ha dicho muchas veces que las mujeres “prepararon” el camino a
quienes se convirtieron en apóstoles. Ellas no preparan el camino sino que
proclaman el fundamento de la vocación de todo apóstol. No desempeñan un papel
secundario, sino principal, decisivo52. Las mujeres galileas continuaron el
movimiento iniciado por Jesús.
Al escoger al sustituto de Judas, la exigencia para ser apóstol era
haber participado en la misión terrestre y haber sido testigo de la
Resurrección (cf. Hch 1.21). Los datos del evangelio muestran que las mujeres
cumplían esas condiciones y sin embargo ¡parece que ni siquiera se pensó en
ellas para esa función!
No obstante, E. Schüssler Fiorenza no duda en proponerlas como
apóstoles, seguidoras de la misión, testigos de la muerte y mensajeras de la
vida.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich
Bonhoeffer
Jesús diría: ¡Sal! Pero nosotros sabemos que, en realidad, quiere decir: ¡Quédate dentro! Desde luego, como una persona que, en su
interior, ha salido.
Jesús diría: No
os preocupéis. Y nosotros entenderíamos: Naturalmente, debemos preocuparnos y
trabajar por los nuestros y por nosotros mismos. Toda otra actitud sería irresponsable.
Pero interiormente debemos sin duda estar libres de preocupaciones.
Jesús diría: Si
alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Y nosotros
entenderíamos: Precisamente en el combate, precisamente devolviendo los golpes
es como crece el verdadero amor al hermano.
Jesús diría:
Buscad primero el reino de Dios. Y nosotros entenderíamos: Naturalmente,
debemos buscar primero todas las otras cosas. Si no, ¿cómo podríamos subsistir?
Jesús se refiere a la disponibilidad última a comprometerlo todo por el reino
de Dios.
Siempre
encontramos lo mismo: la supresión consciente de la obediencia sencilla, de la
obediencia literal. ¿Cómo es posible tal cambio? ¿Qué ha ocurrido para que la
palabra de Jesús haya debido prestarse a este juego, para que haya sido
entregada de este modo a la burla del mundo? En cualquier parte del mundo donde
se dan órdenes las cosas quedan claras. Un padre dice a su hijo: jVete a la cama!,
y el niño sabe muy bien de qué se trata. Pero un niño educado en esta pseudoteología
debería argumentar: Papá me dice: vete a la cama. Quiere decir: estás cansado;
no quiere que yo esté cansado. Pero también puedo descansar jugando. Por
consiguiente, mi padre ha dicho: vete a la cama, pero, de hecho, quiere decir:
vete a jugar. Si el niño utilizase un argumento semejante con su padre, o el
ciudadano con la autoridad, se llegaría a un lenguaje completamente claro: el
de la sanción. Las cosas sólo cambian cuando se trata de las órdenes de Jesús.
Por lo visto, aquí hay que convertir la obediencia sencilla en pura
desobediencia. ¿Cómo es esto posible?
Es posible
porque, en el fondo de esta falsa argumentación, se da una cosa verdadera. La
orden dirigida por Jesús al joven rico, es decir, la llamada a colocarse en una
situación en la que es posible creer, tiene efectivamente por único fin llamar
al hombre a la fe en Jesús, llamarlo a la comunión con él.
En definitiva,
nada depende de talo cual acto del hombre, sino de la fe en Jesús, en cuanto
Hijo de Dios y mediador. Nada de- pende de la pobreza o de la riqueza, del
matrimonio o del celibato, de la vida profesional o de la ausencia de ella,
sino que todo depende de la fe. En esto tenemos razón hasta cierto punto; es
posible creer en Cristo siendo ricos y poseyendo bienes de este mundo, con tal
de que se tengan como si no se tuviesen. Pero esta es una posibilidad última de
la existencia cristiana en general, una posibilidad con vistas a la espera
seria de la vuelta inminente de Cristo, y no precisamente la posibilidad
primera ni la más sencilla.
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LUCHA Y VERGÜENZA DE DANIEL BARENBOIM
La Jornada, 10 de agosto de 2018
Nació en Argentina
en 1942. Desciende de una familia judía y ostenta también las nacionalidades de
España, Israel y Palestina. Goza de fama mundial como director de orquesta y
pianista y por su lucha en favor de la convivencia pacífica entre Israel y
Palestina. Para ello, Daniel Borenboim sostiene que es fundamental reconocer a
Palestina como Estado, devolverle los territorios que Israel le ha quitado de
mala manera y acabar con la tragedia que significa la ocupación militar y de
asentamientos humanos en ellos.
El problema data de 1948, cuando más de 700 mil palestinos fueron
desalojados de donde vivían para crear el Estado de Israel. Hoy más de 5
millones de descendientes directos de aquellos desplazados viven un exilio
forzoso, que Barenboim califica de ‘‘moral y físicamente intolerable, un
desastre ético y estratégico’’.
La situación se agravó con Donald Trump en la Casa Blanca. El magnate
tiene una estrecha amistad y apoya sin reservas a Benjamín Netanyahu, primer
ministro de Israel.
Este apoyo llevó a que Israel declarara a Jerusalén como su capital,
contraviniendo acuerdos que tienen a esa ciudad como símbolo de cristianos,
islamitas y judíos. Y que recientemente una ley estableciera el carácter judío
del país y al hebreo como única lengua oficial.
Una medida que Daniel Barenboim, el escritor David Grossman y miles de israelíes y otras
nacionalidades califican de discriminatoria, pues ignora los derechos de otros
grupos que también viven allí.
Hace 15 años Daniel Barenboim dijo estar orgulloso de que Israel
reconociera ‘‘la igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus
ciudadanos, con independencia de su religión, raza o sexo; y garantizara la
libertad religiosa, de conciencia, idioma, educación y cultura”.
Ante una ley que califica de racista y confirma la condición de apartheid y de ciudadanos de segunda
clase a la población árabe, el músico proclama: ‘‘Hoy me avergüenzo de ser
israelí’’. Ojalá esa vergüenza cunda por doquier.
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“En 2004
pronuncié un discurso ante la Kneset —el Parlamento israelí— en el que hablé de
la Declaración de Independencia del Estado de Israel. La califiqué de ‘fuente
de inspiración para creer en los ideales que nos hicieron dejar de ser judíos y
nos transformaron en israelíes’, y proseguí diciendo que ‘este documento
extraordinario expresaba este compromiso: ‘El Estado de Israel se consagrará al
desarrollo de este país en beneficio de todos sus pueblos; se fundamentará en
los principios de libertad, justicia y paz, guiado por las visiones de los
profetas de Israel; reconocerá la plena igualdad de derechos sociales y
políticos a todos sus ciudadanos, con independencia de su religión, raza o
sexo; garantizará la libertad religiosa, de conciencia, idioma, educación y
cultura’”.
El País, Madrid, 24 de julio de 2018
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