martes, 7 de agosto de 2018

Material para el estudio del martes 7 de agosto


IGLESIA PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY
ESTUDIO: EL LIBRO DE DANIEL: HISTORIA, APOCALÍPTICA Y RESISTENCIA ESPIRITUAL

LA LITERATURA APOCALÍPTICA
Pablo Richard

La apocalíptica surge en períodos de persecución para animar la esperanza del pueblo de Dios; la apocalíptica anuncia el juicio de Dios que pone fin a la crisis que sufre el pueblo y anuncia la llegada inminente del Reino de Dios en la historia; la apocalíptica descubre la realidad de Dios en la historia que es la realidad del pueblo pobre de Dios; la apocalíptica es el momento de la verdad y de la justicia. En ese sentido la apocalíptica es la esperanza de los oprimidos. La apropiación de la literatura apocalíptica exige un estudio exegético y un discernimiento histórico. […]

Esta literatura, a su vez, es el testimonio visible de muchos y variados movimientos apocalípticos. Estos movimientos y esa literatura, desde Daniel hasta el Apocalipsis, es el contexto histórico, cultural, religioso, teológico y espiritual, al interior del cual surgirá el movimiento de Jesús y la primera misión apostólica. Cada día se descubre más el trasfondo apocalíptico de Jesús y de Pablo.

La literatura apocalíptica tiene como contexto histórico fundamental el enfrentamiento Pueblo de Dios-Imperio. No se trata tanto de un enfrentamiento político-militar, sino de un enfrentamiento cultural, ético, espiritual y teológico. El Imperio, idolátrico y asesino, se enfrenta con el Pueblo de Dios, que busca construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Los que están con el Imperio, están contra el Reino de Dios. Los que están con el Reino, están contra el Imperio. El Reino de Dios, realidad espiritual y teológica, adquiere en la apocalíptica una radical densidad histórica y política. […]

La apocalíptica es sobre todo una “reconstrucción del cielo”. Cuando la tierra aparece destruida y amenazada de muerte, cuando las mayorías pobres y oprimidas son cada día más excluidas de las posibilidades de vida, entonces se hace imperioso reconstruir en la conciencia el proyecto de Dios, ese misterio de Dios, oculto a los poderosos, pero revelado a los humildes (Mt 11.25-26). La apocalíptica es la conquista de la conciencia (la reconstrucción del cielo), para la transformación de la tierra. Cuando la destrucción de la vida es tan intensa, el pueblo de Dios necesita de apocalipsis, de revelación, para tener claro dónde está Dios y dónde está el demonio en esta nuestra historia. La revelación va en contra del ocultamiento; la apocalíptica es lo contrario de la ideología. Lo que el Imperio oculta, la apocalíptica lo revela, pero lo revela a los pobres, a los oprimidos por el Imperio. […]

En la apocalíptica de tipo histórico, lo escatológico es lo que pone fin a una situación de crisis y sufrimiento del pueblo. Lo escatológico no es fundamentalmente lo que está al final de la historia, sino lo que en la historia pone fin a la crisis que sufre el pueblo. El juicio de Dios, que destruye a la Bestias-Imperios y que da todo el poder al pueblo de los santos (cf. Dn 7), es lo que pone fin a la crisis. Lo que viene después de la crisis es el Reino de Dios, realidad opuesta al interior de la historia al poder de los Imperios. Nace así una escatología histórica, que anima la esperanza del pueblo en su lucha contra los imperios y por el Reino de Dios.
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APOCALÍPTICA Y ESPERANZA DE LOS OPRIMIDOS
Severino Croatto

La literatura apocalíptica se desarrolló notablemente en los últimos siglos antes de Cristo y en los primeros de nuestra era. No muchos de sus textos ingresaron en el “canon” de Escrituras sagradas. Los fariseos no eran afectos a la apocalíptica, porque expresaba un canal revelatorio no manejable por la Torá. El libro de Daniel, sin embargo, se recomienda a sí mismo por su primera parte (1-6), en la que se perfila la figura de un judío modélico, observante fiel de las leyes y de las costumbres del pueblo hebreo. […]

Más numerosos que los que ingresaron en el canon del AT (hebreo o griego)y en el del NT son los textos apocalípticos que quedaron fuera, pero que no por eso son menos importante. Al menos lo fueron para los grupos que lo transmitieron. El volumen y el proceso de formación de alguno de ellos son indicadores de su enorme gravitación en ciertos círculos. […]

Ante todo, hay un contexto socio-político y cultural. Por un lado, el dominio extranjero sobre Judá, que generaba muchas frustraciones políticas y económicas desde el exilio hasta después de formado el NT. Una de sus expresiones está en la elocuente oración de Neh 9.36s: “Míranos hoy a nosotros esclavos, y en el país que habías dado a nuestros padres para gozar de sus frutos y bienes; mira que aquí en servidumbre nos sumimos: sus muchos frutos son para los reyes...”. Estos reyes no eran propios sino persas. Para los judíos de la diáspora, el problema era principalmente cultural y religioso: su religión monoteísta los segregaba de la sociedad, sus costumbres los hacían “diferentes”. Cabían tres consecuencias posibles: ser marginados de la sociedad, ser absorbidos por ella (con la pérdida de su propia identidad), o ser perseguidos como desestabilizadores. […]

Los “temas” apocalípticos del juicio, del reino escatológico, de la “visita” última de Dios, de la resurrección, etcétera; están marcados por esa polarización religiosa, que muchas veces quiere invertir una polarización social de efectos opuestos. Hablar de “elegidos” es corriente en esta literatura. Estos, y no todo Israel, son los destinatarios de las revelaciones (de ahí el vocablo “apocalipsis”) mediadas por el personaje protagónico (Moisés, Enoc, Jesús, Juan, o el que sea). […] En resumen, los grupos “apocalípticos” surgen como una forma de protesta, y a veces de resistencia, frente a un sistema opresor centralizador del poder, ideológicamente discriminador, religiosamente monopólico, etcétera; que de hecho los margina. Esto los aproxima a la condición de pobres y periféricos, al menos en una primera instancia. […]

Los apocalípticos aparecen, en efecto, cuando Israel ya no es un pueblo aparte sino que está totalmente arrojado al torbellino de los sucesos mundiales, lo que sucede con el advenimiento de los grandes “imperios” como el de los griegos (seléucidas) y el de los romanos. Pero como las promesas históricas a Israel no se ven realizadas en el presente y el tremendo poder opresor de los imperios, o la prosperidad y prepotencia de los impíos y perseguidores no se condicen con la justicia de Dios, los grupos apocalípticos ponen todo el peso de su esperanza en el futuro salvífico, un futuro ya diseñado por Dios y que se cumplirá según él lo ha fijado. De ahí el angustiante “¿cuándo sucederá todo esto (ya revelado)?” que se lee muchas veces (Dn 12,6b “¿cuándo será el cumplimiento de estas maravillas?’”. […]

No se da entonces solamente una relectura de las promesas (como en otros contextos) sino la revelación de otras promesas que tiene que ver con el fin de este mundo o historia y el advenimiento de un nuevo mundo/historia en que los grupos ahora marginados, oprimidos, perseguidos, únicos “fieles” a Dios, serán los salvados y disfrutadores. […]

En un contexto concreto como el de la invasión (cultural, religiosa, política, económica) helenística o romana, los textos apocalípticos no alimentaban solo una esperanza futura para aletargar a sus adeptos sino también una praxis de preservación de la identidad frente a otra praxis alienante y devastadora. La consecuencia de esta actitud era el martirio, o por lo menos la persecución y la marginación social. […]

La apocalíptica tiene, por tanto, desde su nacimiento, una gran potencia querigmática: proclama una esperanza cuando todo parece perdido; sostiene la fidelidad a Dios cuando lo recibido —y generalmente codificado en normas y leyes— no responde adecuadamente a las crisis presentes. […]

Conviene tener en cuenta previamente que los textos apocalípticos son esencialmente simbólicos (y, en algunas partes, también alegóricos). Este es un rasgo del lenguaje religioso que expresa la experiencia de lo trascendente a través de las cosas de la experiencia común elevadas a las categorías de “remisoras” a un segundo sentido. Pero se puede decir que en lo apocalíptico el simbolismo está en todos los niveles.
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APOCALÍPTICA
Luis Alonso Schökel

Con el libro de Daniel entra en el AT un género nuevo en un caso único; porque todas las imitaciones y expansiones de este género fecundo se quedan fuera del canon judío, y sólo un descendiente se incorpora al final del canon del NT. La novedad significa gran fuerza creativa, precisamente cuando parecía agotada la inspiración literaria y clausurada la inspiración profética.

Siendo un género tardío, en él confluyen diversas corrientes bíblicas, como afluentes de un caudal nuevo. Ante todo, la apocalíptica es heredera de la profecía: surge cuando ésta se ha extinguido y pretende llevar adelante su misión. Recoge de la profecía el interés por la historia, la atención al destino de los imperios, la función de predecir. De estirpe profética es la invitación a la esperanza confiando en Dios. En varias ocasiones, la apocalíptica se presenta como interpretación actualizada de una profecía.

Ahora bien, interpretar un escrito oficial es más bien actividad sapiencial. Es verdad que los profetas clásicos reinterpretaban oráculos de sus predecesores, pero el apocalíptico lo hace con su reflexión, sin apelar a un nuevo oráculo de Dios. El influjo sapiencial se limita a referencias concretas y al tipo de actividad, no alcanza a los temas ni al modo de exposición. Basta leer rápidamente este libro después de leer el Eclesiástico, escrito dos o tres decenios antes. También influye en este libro la tradición narrativa en su vertiente de ficción, sólo que en dimensiones reducidas. Por eso se parecen algunos capítulos a páginas de Tobías, Judit y Ester, pero el conjunto no forma una narración unitaria y sustentada. La ficción sirve aquí de marco y de vehículo para transmitir algunas ideas sobre la coexistencia y colaboración con los imperios dominantes.

La historia y su desenlace
Tal es el gran tema del presente libro y de muchos que le siguieron. La historia había sido ocupación primordial de los autores bíblicos, tanto profetas como narradores insignes; desde el territorio minúsculo de Israel o Judá se extendía la mirada a otras naciones que hacían sentir su influjo político o militar. El libro de Daniel es un salto audaz: de golpe se interesa por la historia universal en sus etapas. Para ello tiene que simplificar y concentrar, es verdad; pero lo impresionante es ver cómo el autor se remonta a un observatorio elevado para contemplar en mirada panorámica un horizonte de siglos e imperios del orbe. El autor no pierde la cabeza por el vértigo; al contrario, si se desorienta es cuando mira a algunos sucesos próximos.

El apocalíptico periodiza la historia esquemáticamente o se detiene a captar dramáticamente un relevo de imperios. Es una historia pasada que arranca de la destrucción del templo por Nabucodonosor, llega a saltos hasta el momento en que se escribe y se abre hacia el desenlace. […]

El paso dramático de un imperio a otro anticipa y prefigura el cambio final en que Dios mismo confiere un poder nuevo a su pueblo. El autor se detiene en el desenlace, no pretende describir las condiciones del reino futuro e inminente; esto lo habían hecho, con imágenes heterogéneas, las citadas escatologías. La esperanza del autor no quiere encenderse ni embriagarse con descripciones magníficas. […]

El autor finge recibir de Dios revelaciones importantes. No las presenta como oráculos del Señor ni emplea las fórmulas clásicas de la profecía, sino que empalma con formas menos precisas y verbales, los sueños y visiones. Esto no es novedad total, puesto que tiene antecedentes remotos en la historia patriarcal y próximos en formas proféticas más frecuentes en Ezequiel y Zacarías. Piensa el autor que sueño y visión pueden ser más sugestivos y dejar más espacio a las imágenes. Y como se desdoblan en visión y explicación, permiten el juego de diversos personajes: uno ve y otro interpreta. […]

El libro de Daniel, tal como aparece en el canon, resulta una obra compleja, escrita en tres lenguas distintas: hebreo (1.1-2, 4a y caps. 8-12), arameo (2.4b-7.28) y griego (3.24-90 y caps. 13-14). Es un fenómeno curioso, único dentro del AT, que nos hace entrever un complicado proceso de formación del libro. Es muy fácil separar los fragmentos griegos como adiciones posteriores, escritas en esa lengua o traducidas de un original semítico. Pero la mezcla del hebreo y el arameo es difícil de explicar.
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LOS GÉNEROS LITERARIOS
Pierre Grelot

El Antiguo Oriente conocía ya mucho antes ciertas formas narrativas que no corresponden a lo que nosotros llamamos “historia”, aun cuando la palabra griega historía designa ante todo el “relato”; el narrador reúne ciertas “tradiciones” que ha recogido (Herodoto) o narra detalladamente un episodio proponiendo una interpretación del mismo (como La guerra del Peloponeso de Tucídides). En Mesopotamia se cultivaba la epopeya (Gilgamés) y en Egipto el cuento (Wenamón) y la novela histórica (Sinuhé). […]

Daniel es un héroe del mismo género, asignado a la época del destierro o cautividad en Babilonia. Así pues, en el libro que lleva su nombre encontramos un conjunto de relatos didácticos a los que no hay que atribuir ninguna “historicidad” en el sentido moderno de la palabra. Su relación con las circunstancias concretas de la época en que vive el narrador es muy diferente según los casos. La historia de Daniel arrojado en el foso de los leones y la de los tres jóvenes en el horno, ¿se refieren a un tiempo de persecución o al menos a un tiempo en que se la está temiendo? Es posible, pero el objetivo de estos relatos tiene un valor más general. El segundo es una ilustración de la promesa de Isaías 43.2: “Si caminas sobre el fuego, no te quemarás y las llamas no te consumirán”. Por consiguiente, para cada relato hay que preguntarse ante todo cuál es su intención, su mensaje. A partir de allí, se vislumbra a veces una referencia a la historia real: la del tiempo del autor, más bien que aquella en la que se piensa que vivió el (o los) héroe(s).

Esta forma literaria de relato convencional ofrece un marco en donde el autor puede situar otro género que tiene que ver al mismo tiempo con la profecía, con la reflexión sapiencial y con la interpretación teológica de la historia: el apocalipsis. El apocalipsis es una “revelación” del sentido de un bloque de acontecimientos pasados, examinados a cierta distancia de tiempo y colocados en la perspectiva de un futuro que se abre sobre el término del designio de Dios. En el caso presente, el “profeta” Daniel mira la actualidad del tiempo del autor con el distanciamiento necesario. Puede, por tanto, a partir de allí, reflexionar sobre el desarrollo del designio de Dios en la historia de su pueblo, mezclada con la historia de todo el Oriente. Por eso mismo, la lucidez del profeta prevalece sobre la de los “sabios” y “adivinos” babilonios, o mejor dicho “caldeos”, como se designaba a los astrólogos en la época romana.

La ley de la "inminencia" escatológica es común a todos los oráculos proféticos. Aquí está más acentuada todavía por el hecho de que se presenta al final de un largo camino, que se considera "predicho" como un futuro. Sería un error atribuir al autor el recurso a una ficción mentirosa: una "profecía ex eventu", después de haber sucedido la cosa. La ficción es real, pero es ella precisamente la que permite la interpretación profética de todo un trozo de historia evocado en líneas generales. De este modo, el pretendido "adivino" no hace más que lo que había hecho, en otro marco, el autor del Deuteronomio (29.1-30,10) al mostrar las perspectivas de futuro abiertas por Moisés en el marco de la alianza sinaítica, o el historiador deuteronómico de 1 Re (8.30-51) al redactar la gran oración de Salomón. Se trata siempre de descifrar el destino del pueblo de Dios en medio de las naciones; tan sólo cambia el horizonte que propone la actualidad.

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