IGLESIA
PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY
ESTUDIO:
EL LIBRO DE DANIEL: HISTORIA, APOCALÍPTICA Y RESISTENCIA ESPIRITUAL
LA
LITERATURA APOCALÍPTICA
Pablo
Richard
La apocalíptica surge en períodos de persecución para
animar la esperanza del pueblo de Dios; la apocalíptica anuncia el juicio de
Dios que pone fin a la crisis que sufre el pueblo y anuncia la llegada
inminente del Reino de Dios en la historia; la apocalíptica descubre la
realidad de Dios en la historia que es la realidad del pueblo pobre de Dios; la
apocalíptica es el momento de la verdad y de la justicia. En ese sentido la
apocalíptica es la esperanza de los oprimidos. La apropiación de la literatura
apocalíptica exige un estudio exegético y un discernimiento histórico. […]
Esta
literatura, a su vez, es el testimonio visible de muchos y variados movimientos
apocalípticos. Estos movimientos y esa literatura, desde Daniel hasta el
Apocalipsis, es el contexto histórico, cultural, religioso, teológico y
espiritual, al interior del cual surgirá el movimiento de Jesús y la primera
misión apostólica. Cada día se descubre más el trasfondo apocalíptico de Jesús
y de Pablo.
La
literatura apocalíptica tiene como contexto histórico fundamental el
enfrentamiento Pueblo de Dios-Imperio. No se trata tanto de un enfrentamiento
político-militar, sino de un enfrentamiento cultural, ético, espiritual y
teológico. El Imperio, idolátrico y asesino, se enfrenta con el Pueblo de Dios,
que busca construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Los que están con el
Imperio, están contra el Reino de Dios. Los que están con el Reino, están
contra el Imperio. El Reino de Dios, realidad espiritual y teológica, adquiere
en la apocalíptica una radical densidad histórica y política. […]
La
apocalíptica es sobre todo una “reconstrucción del cielo”. Cuando la tierra
aparece destruida y amenazada de muerte, cuando las mayorías pobres y oprimidas
son cada día más excluidas de las posibilidades de vida, entonces se hace
imperioso reconstruir en la conciencia el proyecto de Dios, ese misterio de
Dios, oculto a los poderosos, pero revelado a los humildes (Mt 11.25-26). La
apocalíptica es la conquista de la conciencia (la reconstrucción del cielo),
para la transformación de la tierra. Cuando la destrucción de la vida es tan
intensa, el pueblo de Dios necesita de apocalipsis, de revelación, para tener
claro dónde está Dios y dónde está el demonio en esta nuestra historia. La
revelación va en contra del ocultamiento; la apocalíptica es lo contrario de la
ideología. Lo que el Imperio oculta, la apocalíptica lo revela, pero lo revela
a los pobres, a los oprimidos por el Imperio. […]
En la
apocalíptica de tipo histórico, lo escatológico es lo que pone fin a una
situación de crisis y sufrimiento del pueblo. Lo escatológico no es
fundamentalmente lo que está al final de la historia, sino lo que en la
historia pone fin a la crisis que sufre el pueblo. El juicio de Dios, que
destruye a la Bestias-Imperios y que da todo el poder al pueblo de los santos
(cf. Dn 7), es lo que pone fin a la crisis. Lo que viene después de la crisis
es el Reino de Dios, realidad opuesta al interior de la historia al poder de los
Imperios. Nace así una escatología histórica, que anima la esperanza del pueblo
en su lucha contra los imperios y por el Reino de Dios.
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APOCALÍPTICA
Y ESPERANZA DE LOS OPRIMIDOS
Severino
Croatto
La literatura apocalíptica se desarrolló notablemente
en los últimos siglos antes de Cristo y en los primeros de nuestra era. No
muchos de sus textos ingresaron en el “canon” de Escrituras sagradas. Los
fariseos no eran afectos a la apocalíptica, porque expresaba un canal
revelatorio no manejable por la Torá. El libro de Daniel, sin embargo, se
recomienda a sí mismo por su primera parte (1-6), en la que se perfila la
figura de un judío modélico, observante fiel de las leyes y de las costumbres
del pueblo hebreo. […]
Más
numerosos que los que ingresaron en el canon del AT (hebreo o griego)y en el
del NT son los textos apocalípticos que quedaron fuera, pero que no por eso son
menos importante. Al menos lo fueron para los grupos que lo transmitieron. El
volumen y el proceso de formación de alguno de ellos son indicadores de su
enorme gravitación en ciertos círculos. […]
Ante
todo, hay un contexto socio-político y cultural. Por un lado, el dominio
extranjero sobre Judá, que generaba muchas frustraciones políticas y económicas
desde el exilio hasta después de formado el NT. Una de sus expresiones está en
la elocuente oración de Neh 9.36s: “Míranos hoy a nosotros esclavos, y en el
país que habías dado a nuestros padres para gozar de sus frutos y bienes; mira
que aquí en servidumbre nos sumimos: sus muchos frutos son para los reyes...”.
Estos reyes no eran propios sino persas. Para los judíos de la diáspora, el
problema era principalmente cultural y religioso: su religión monoteísta los
segregaba de la sociedad, sus costumbres los hacían “diferentes”. Cabían tres
consecuencias posibles: ser marginados de la sociedad, ser absorbidos por ella
(con la pérdida de su propia identidad), o ser perseguidos como
desestabilizadores. […]
Los
“temas” apocalípticos del juicio, del reino escatológico, de la “visita” última
de Dios, de la resurrección, etcétera; están marcados por esa polarización
religiosa, que muchas veces quiere invertir una polarización social de efectos
opuestos. Hablar de “elegidos” es corriente en esta literatura. Estos, y no
todo Israel, son los destinatarios de las revelaciones (de ahí el vocablo
“apocalipsis”) mediadas por el personaje protagónico (Moisés, Enoc, Jesús,
Juan, o el que sea). […] En resumen, los grupos “apocalípticos” surgen como una
forma de protesta, y a veces de resistencia, frente a un sistema opresor
centralizador del poder, ideológicamente discriminador, religiosamente
monopólico, etcétera; que de hecho los margina. Esto los aproxima a la
condición de pobres y periféricos, al menos en una primera instancia. […]
Los
apocalípticos aparecen, en efecto, cuando Israel ya no es un pueblo aparte sino
que está totalmente arrojado al torbellino de los sucesos mundiales, lo que
sucede con el advenimiento de los grandes “imperios” como el de los griegos
(seléucidas) y el de los romanos. Pero como las promesas históricas a Israel no
se ven realizadas en el presente y el tremendo poder opresor de los imperios, o
la prosperidad y prepotencia de los impíos y perseguidores no se condicen con
la justicia de Dios, los grupos apocalípticos ponen todo el peso de su
esperanza en el futuro salvífico, un futuro ya diseñado por Dios y que se
cumplirá según él lo ha fijado. De ahí el angustiante “¿cuándo sucederá todo
esto (ya revelado)?” que se lee muchas veces (Dn 12,6b “¿cuándo será el cumplimiento
de estas maravillas?’”. […]
No se da
entonces solamente una relectura de las promesas (como en otros contextos) sino
la revelación de otras promesas que tiene que ver con el fin de este mundo o
historia y el advenimiento de un nuevo mundo/historia en que los grupos ahora
marginados, oprimidos, perseguidos, únicos “fieles” a Dios, serán los salvados
y disfrutadores. […]
En un
contexto concreto como el de la invasión (cultural, religiosa, política,
económica) helenística o romana, los textos apocalípticos no alimentaban solo
una esperanza futura para aletargar a sus adeptos sino también una praxis de
preservación de la identidad frente a otra praxis alienante y devastadora. La
consecuencia de esta actitud era el martirio, o por lo menos la persecución y
la marginación social. […]
La
apocalíptica tiene, por tanto, desde su nacimiento, una gran potencia
querigmática: proclama una esperanza cuando todo parece perdido; sostiene la
fidelidad a Dios cuando lo recibido —y generalmente codificado en normas y
leyes— no responde adecuadamente a las crisis presentes. […]
Conviene
tener en cuenta previamente que los textos apocalípticos son esencialmente
simbólicos (y, en algunas partes, también alegóricos). Este es un rasgo del
lenguaje religioso que expresa la experiencia de lo trascendente a través de
las cosas de la experiencia común elevadas a las categorías de “remisoras” a un
segundo sentido. Pero se puede decir que en lo apocalíptico el simbolismo está
en todos los niveles.
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APOCALÍPTICA
Luis
Alonso Schökel
Con el libro de Daniel entra en el AT un género nuevo
en un caso único; porque todas las imitaciones y expansiones de este género
fecundo se quedan fuera del canon judío, y sólo un descendiente se incorpora al
final del canon del NT. La novedad significa gran fuerza creativa, precisamente
cuando parecía agotada la inspiración literaria y clausurada la inspiración
profética.
Siendo un
género tardío, en él confluyen diversas corrientes bíblicas, como afluentes de
un caudal nuevo. Ante todo, la apocalíptica es heredera de la profecía: surge
cuando ésta se ha extinguido y pretende llevar adelante su misión. Recoge de la
profecía el interés por la historia, la atención al destino de los imperios, la
función de predecir. De estirpe profética es la invitación a la esperanza
confiando en Dios. En varias ocasiones, la apocalíptica se presenta como
interpretación actualizada de una profecía.
Ahora
bien, interpretar un escrito oficial es más bien actividad sapiencial. Es
verdad que los profetas clásicos reinterpretaban oráculos de sus predecesores,
pero el apocalíptico lo hace con su reflexión, sin apelar a un nuevo oráculo de
Dios. El influjo sapiencial se limita a referencias concretas y al tipo de
actividad, no alcanza a los temas ni al modo de exposición. Basta leer rápidamente
este libro después de leer el Eclesiástico, escrito dos o tres decenios antes. También
influye en este libro la tradición narrativa en su vertiente de ficción, sólo
que en dimensiones reducidas. Por eso se parecen algunos capítulos a páginas de
Tobías, Judit y Ester, pero el conjunto no forma una narración unitaria y
sustentada. La ficción sirve aquí de marco y de vehículo para transmitir
algunas ideas sobre la coexistencia y colaboración con los imperios dominantes.
La
historia y su desenlace
Tal es el gran tema del presente libro y de muchos que
le siguieron. La historia había sido ocupación primordial de los autores
bíblicos, tanto profetas como narradores insignes; desde el territorio
minúsculo de Israel o Judá se extendía la mirada a otras naciones que hacían
sentir su influjo político o militar. El libro de Daniel es un salto audaz: de
golpe se interesa por la historia universal en sus etapas. Para ello tiene que
simplificar y concentrar, es verdad; pero lo impresionante es ver cómo el autor
se remonta a un observatorio elevado para contemplar en mirada panorámica un horizonte
de siglos e imperios del orbe. El autor no pierde la cabeza por el vértigo; al
contrario, si se desorienta es cuando mira a algunos sucesos próximos.
El
apocalíptico periodiza la historia esquemáticamente o se detiene a captar
dramáticamente un relevo de imperios. Es una historia pasada que arranca de la
destrucción del templo por Nabucodonosor, llega a saltos hasta el momento en
que se escribe y se abre hacia el desenlace. […]
El paso
dramático de un imperio a otro anticipa y prefigura el cambio final en que Dios
mismo confiere un poder nuevo a su pueblo. El autor se detiene en el desenlace,
no pretende describir las condiciones del reino futuro e inminente; esto lo
habían hecho, con imágenes heterogéneas, las citadas escatologías. La esperanza
del autor no quiere encenderse ni embriagarse con descripciones magníficas. […]
El autor
finge recibir de Dios revelaciones importantes. No las presenta como oráculos
del Señor ni emplea las fórmulas clásicas de la profecía, sino que empalma con
formas menos precisas y verbales, los sueños y visiones. Esto no es novedad
total, puesto que tiene antecedentes remotos en la historia patriarcal y
próximos en formas proféticas más frecuentes en Ezequiel y Zacarías. Piensa el
autor que sueño y visión pueden ser más sugestivos y dejar más espacio a las
imágenes. Y como se desdoblan en visión y explicación, permiten el juego de
diversos personajes: uno ve y otro interpreta. […]
El libro
de Daniel, tal como aparece en el canon, resulta una obra compleja, escrita en
tres lenguas distintas: hebreo (1.1-2, 4a y caps. 8-12), arameo (2.4b-7.28) y
griego (3.24-90 y caps. 13-14). Es un fenómeno curioso, único dentro del AT,
que nos hace entrever un complicado proceso de formación del libro. Es muy
fácil separar los fragmentos griegos como adiciones posteriores, escritas en
esa lengua o traducidas de un original semítico. Pero la mezcla del hebreo y el
arameo es difícil de explicar.
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LOS
GÉNEROS LITERARIOS
Pierre
Grelot
El Antiguo Oriente conocía ya mucho antes ciertas
formas narrativas que no corresponden a lo que nosotros llamamos “historia”,
aun cuando la palabra griega historía
designa ante todo el “relato”; el narrador reúne ciertas “tradiciones” que ha
recogido (Herodoto) o narra detalladamente un episodio proponiendo una
interpretación del mismo (como La guerra del Peloponeso de Tucídides). En
Mesopotamia se cultivaba la epopeya (Gilgamés) y en Egipto el cuento (Wenamón)
y la novela histórica (Sinuhé). […]
Daniel es
un héroe del mismo género, asignado a la época del destierro o cautividad en
Babilonia. Así pues, en el libro que lleva su nombre encontramos un conjunto de
relatos didácticos a los que no hay que atribuir ninguna “historicidad” en el
sentido moderno de la palabra. Su relación con las circunstancias concretas de
la época en que vive el narrador es muy diferente según los casos. La historia
de Daniel arrojado en el foso de los leones y la de los tres jóvenes en el
horno, ¿se refieren a un tiempo de persecución o al menos a un tiempo en que se
la está temiendo? Es posible, pero el objetivo de estos relatos tiene un valor
más general. El segundo es una ilustración de la promesa de Isaías 43.2: “Si
caminas sobre el fuego, no te quemarás y las llamas no te consumirán”. Por
consiguiente, para cada relato hay que preguntarse ante todo cuál es su
intención, su mensaje. A partir de allí, se vislumbra a veces una referencia a
la historia real: la del tiempo del autor, más bien que aquella en la que se
piensa que vivió el (o los) héroe(s).
Esta
forma literaria de relato convencional ofrece un marco en donde el autor puede
situar otro género que tiene que ver al mismo tiempo con la profecía, con la
reflexión sapiencial y con la interpretación teológica de la historia: el
apocalipsis. El apocalipsis es una “revelación” del sentido de un bloque de
acontecimientos pasados, examinados a cierta distancia de tiempo y colocados en
la perspectiva de un futuro que se abre sobre el término del designio de Dios.
En el caso presente, el “profeta” Daniel mira la actualidad del tiempo del
autor con el distanciamiento necesario. Puede, por tanto, a partir de allí,
reflexionar sobre el desarrollo del designio de Dios en la historia de su
pueblo, mezclada con la historia de todo el Oriente. Por eso mismo, la lucidez
del profeta prevalece sobre la de los “sabios” y “adivinos” babilonios, o mejor
dicho “caldeos”, como se designaba a los astrólogos en la época romana.
La ley de la "inminencia" escatológica es común a
todos los oráculos proféticos. Aquí está más acentuada todavía por el hecho de
que se presenta al final de un largo camino, que se considera "predicho" como
un futuro. Sería un error atribuir al autor el recurso a una ficción mentirosa:
una "profecía ex eventu", después de haber sucedido la cosa. La ficción es
real, pero es ella precisamente la que permite la interpretación profética de
todo un trozo de historia evocado en líneas generales. De este modo, el
pretendido "adivino" no hace más que lo que había hecho, en otro marco, el
autor del Deuteronomio (29.1-30,10) al mostrar las perspectivas de futuro
abiertas por Moisés en el marco de la alianza sinaítica, o el historiador
deuteronómico de 1 Re (8.30-51) al redactar la gran oración de Salomón. Se
trata siempre de descifrar el destino del pueblo de Dios en medio de las
naciones; tan sólo cambia el horizonte que propone la actualidad.
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