21
de octubre de 2018
Es importante entender y comprender el
mensaje de la reconciliación con Dios, que es una acción de la cual es
necesaria vivirla para poder proclamarla al mundo que nos rodea.
Nos remontamos hacia la
vida del apóstol Pablo en los primeros años de la Iglesia. En el cual cuando él
vive su reconciliación en la ciudad de Damasco, sus pensamientos y su vida
cambian radicalmente y desde lo más profundo de su ser se derrama de sus poros la
proclamación y el deseo de compartir a cada momento de su vida a todas las
personas con las que se encuentra, el mensaje de la Cruz y de la salvación. Las
invita para disfrutarla, como si fuera un delicioso platillo que comparte y al probarla
y haberla saboreado deja una sensación de paz al corazón, borrando conflictos y
tribulaciones que el hombre sobrevive cada día esclavo de sus pasiones y con una
vida sin esperanza.
¿Cómo era la ciudad de
Corinto? Era un puerto comercial donde abundaba el turismo, el comercio y, por
lógica, el dinero y la vida fácil. Los historiadores mencionan que Pablo vivió
en ese lugar aproximadamente año y medio, Corinto era una provincia de Grecia
en la cual vivían griegos, romanos y judíos; se practicaba la idolatría, la
brujería, la homosexualidad. La gente vivía sin ninguna regla moral. Cuando
llegó Pablo a ese lugar y se dio cuenta de la forma de vida que tenían sus
habitantes, sin duda para él fue un choque de emociones porque él estaba
viviendo la alegría de anunciar el mensaje de la redención del pecado de la
naturaleza humana. Pablo anunciaba la vida de Jesús que sin culpa había muerto
para la salvación del pueblo. Señala qué es fundamental entender que para el
cristiano la muerte y resurrección de Cristo vinieron a ser el eslabón que nos
une para ser la creación de una nueva criatura.
La vida de las personas
en Corinto estaba completamente en otra frecuencia. Así que fue un difícil
trabajo para Pablo, más no imposible porque su fe lo sostenía y lo alentaba
para seguir con su propósito y su deseo de abrir el camino para establecer la
historia de la salvación, así como el derecho de poseer un cielo nuevo y una
tierra nueva. El sacrificio que Jesús hizo en la cruz, por mí, por ti, y por
todos nosotros que somos pecadores, nos hace ver su grande amor redimiéndonos
de todo pecado y nos lleva ante la presencia de Dios otorgándonos la más
hermosa de las herencias que tenemos como sus hijos y que debemos de anunciar como
lo hizo Pablo en Corinto y en cada lugar que visitó en el pasado.
Escuchar a Pablo debió
ser una experiencia impresionante y cautivadora cuando él hablaba de esa vivencia
tan especial que había cambiado su vida y de los momentos vividos de su
conversión en la ciudad de Damasco a los habitantes de Corinto.
No hay nada oculto del
cielo a la tierra, porque yo puedo mostrar una forma de vida y vivir realmente
otra, sin embargo, Dios que conoce realmente mi corazón, mi vida y mis
pensamientos. A Él no lo podemos engañar.
El ser humano por
naturaleza no suele reconocer sus faltas o debilidades y trata de escudarse y
aparentar situaciones de vanidad y orgullo. Por lo que generalmente no
expresamos verdaderamente lo que nos sucede o estamos viviendo, temiéndole a lo
que dirán o a qué pensarán de cada uno de nosotros. Sobre todo, cuando, como
cristianos, demostramos nuestra fe en Cristo y solemos libremente testificar
sobre las bendiciones derramadas en nuestras vidas. Porque si creemos que
verdaderamente Cristo al morir en esa cruz, su sangre nos limpia de todo pecado
y cuando seamos llamados a su presencia, seremos resucitados para la vida eterna.
Vivir con Cristo nos
cambia nuestra forma de ser. Como humanos, con el tiempo nuestro cuerpo se va desgastando,
pero nuestra fe en el Señor nos va fortaleciendo porque somos nuevas criaturas
en el Señor y nos vamos renovando día tras día.
El pasado de nuestras
vidas se ha ido y ahora al aceptar a Cristo como nuestro Salvador nos redime
del pecado y nos toma y nos coloca en el hueco de su mano y nos entrega una
vida nueva. Eso es precisamente el camino de la reconciliación porque podemos
hablar con Él para sentir su presencia en nuestra existencia.
En el Evangelio de Juan
(14.6), Jesús nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie viene
al Padre si no es por mí”. Por ese motivo la reconciliación que tenemos con el
Padre es por medio de su Hijo Jesucristo, quien por su sangre que derramó en
ese madero nos reconcilia con Dios sin tener en cuenta nuestros pecados y
regalándonos el mensaje del perdón y la redención de nuestra vida.
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