sábado, 6 de octubre de 2018

Letra 589, 7 de octubre de 2018


EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE MARCOS
Paula Andrea García Arenas

El discipulado es claramente uno de los temas centrales del evangelio de Marcos y el contraste entre los discípulos y los personajes secundarios, en la que se advierte un intenso trabajo redaccional, pone de manifiesto su interés por dar continuidad a una paradoja que comienza durante el ministerio de Jesús: aquellos discípulos más cercanos que le siguieron desde el principio acaban no entendiéndole y le abandonan, mientras que otros personajes secundarios encarnan las actitudes del verdadero discípulo que le sigue hasta la cruz.
En la segunda parte, luego de la confesión de fe en Jesús (Mr 8.27-30, en un tríptico compuesto por el evangelista, los que están con Jesús en casa de Simón (sus discípulos) son incapaces de comprender el sentido de su muerte cercana (Mr 14.3-10) y Judas, uno de los Doce, pacta con los jefes de los sacerdotes la entrega de Jesús (Mr 14.11-12). Del mismo modo, el relato de la oración de Getsemaní (Mr 14.32-42), subraya su incapacidad para permanecer junto a Jesús en el momento de la prueba.
En dicho relato los discípulos aparecen bajo una luz negativa:

• Los Doce abandonan a Jesús (el anuncio de Mr 14.27 se cumple en Mr 14.50);
• Judas le traiciona (el anuncio de Mr 14.20-21 se cumple en Mr 14.43.46) y
• Pedro le niega (el anuncio de Mr 14.30 se cumple en Mr 14.66-72).

Marcos acentúa esta presentación negativa y hace del relato de la pasión el momento culminante de un proceso de incomprensión iniciado mucho antes en la sección de los panes (Mr 6.52; 8.14-21) y acentuado con motivo de los anuncios de la pasión (Mr 8.32; 9.33-34; 10.35-40).
Sobre el trasfondo de este fracaso de los Doce como seguidores de Jesús, Marcos presenta a una serie de personajes secundarios que se comportan como verdaderos discípulos.
Estos personajes comienzan a aparecer ya en Mr 1-13, pero en el relato de la pasión son más visibles. Su actitud hacia Jesús contrasta con el abandono, la traición y la negación que caracterizan a los Doce en este momento decisivo.

• La mujer que unge a Jesús en casa de Simón lo hace anticipando su sepultura (Mr 14.8).
• Simón de Cirene toma sobre sí la cruz de Jesús (Mr 15.21).
• El centurión es el primero en reconocer que es Hijo de Dios cuando acaba de morir en la cruz (Mr 15.39).
• José de Arimatea, que espera la irrupción del reinado de Dios, se atreve a pedir a Pilatos el cuerpo de Jesús (Mr 15.42- 47).
• Un pequeño grupo de mujeres “que le habían seguido y servido cuando estaba en Galilea y habían bajado con él a Jerusalén” son las únicas que presencian su sepultura y reciben el anuncio de su resurrección (Mr 15.40-41; 16.1-8).

Es interesante observar que algunas de las actitudes encarnadas por estos personajes secundarios coinciden con las que aparecen explícitamente en las instrucciones sobre el seguimiento que se encuentran después de los tres anuncios de la pasión: tomar la cruz (Mr 8.34 evocado en Mr 15.21) o servir (Mr 9.35; 10,43.45 evocado en Mr 15.41).
La mayor parte de estos personajes secundarios fueron introducidos por Marcos para resaltar cómo debe ser el verdadero discípulo y que no sólo el discipulado está reservado a los doce, cualquiera que quiera seguir a Jesús y acepta sus condiciones puede serlo.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra”. Ningún derecho propio protege a la comunidad de los extranjeros en el mundo. Ellos tampoco lo reivindican, porque son los mansos, los que viven por amor a Jesús en la renuncia a todo derecho propio. Se les injuria y callan, se les oprime y lo soportan, se les empuja y se apartan. No pleitean por sus derechos, no protestan cuando son tratados con injusticia. No reivindican ningún derecho propio. Prefieren dejarlo todo a la justicia de Dios; non cupidi vindictae, reza la exégesis de la antigua Iglesia. Lo que a su Señor parece justo, debe parecérselo también a ellos. Sólo eso. En cada palabra, en cada ademán, resulta evidente que no pertenecen a este mundo. Dejadles el cielo, dice el mundo compasivo, puesto que les pertenece. (El emperador Juliano, en su carta 43, escribía burlonamente que confiscaba los bienes de los cristianos sólo para que pudiesen entrar como pobres en el reino de los cielos).
Pero Jesús dice: Ellos poseerán la tierra. La tierra pertenece a estos hombres débiles y sin derechos. Los que ahora la poseen con la fuerza y la injusticia, terminarán perdiéndola, y los que han renunciado a ella completamente, mostrándose mansos hasta la cruz, dominarán la nueva tierra. No hay que pensar aquí en una justicia intramundana y castigadora de Dios (Calvino), sino que cuando venga el reino de los cielos, quedará renovada la faz de la tierra y esta se convertirá en herencia de la comunidad de Jesús. Dios no abandona la tierra. La ha creado. Ha enviado a ella a su Hijo. Edificó sobre ella su comunidad. Todo comenzó en este tiempo. Se dio un signo. Ya aquí se ha dado a los débiles un trozo de tierra: la Iglesia, su comunidad, sus bienes, hermanos y hermanas, en medio de persecuciones hasta la cruz. También el Gólgota es un trozo de tierra. A partir del Gólgota, donde murió el más manso de todos, debe ser renovada la tierra. Cuando llegue el reino de Dios, los mansos poseerán la tierra.
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POR QUÉ NO ESTABLECIMOS UNA IGLESIA “MENONITA” EN LA ARGENTINA
Albert y Lois Buckwalter
EcuPres, 3 de octubre de 2018

TobasAl llegar en 1950 a la región del Chaco del norte argentino, jamás imaginamos el profundo cambio que se gestaría en nosotros durante el primer periodo de servicio (con los auspicios de la Junta Menonita de Misiones).
Seguimos debidamente los patrones tradicionales ya establecidos por la misión menonita, a fin de fundar una iglesia que fuese claramente reconocida como menonita, utilizando para ello el tradicional plantel de una misión. Este contaba con la capilla, la escuela, la clínica, la carpintería, el almacén, la granja y nuestras viviendas, instalaciones que ya existían nueve años antes de nuestra llegada.
A medida que convivíamos con los aborígenes seminómadas de la tribu toba (que subsistían de los productos no cultivados de su medio subtropical), advertíamos cada vez más que realmente no se daba entre los tobas y nosotros una comunicación franca y abierta. Nos preguntábamos si ello se debía sólo a la barrera que significaba la diferencia de idiomas, o algo más complejo.
Ante tan gran frustración, recurrimos a una pareja de antropólogos-lingüistas, a quienes solicitamos colaboración con el idioma toba, que hasta entonces no se hallaba en forma escrita. Nos introdujeron al análisis científico del lenguaje y, lo que es mucho más significativo, nos abrieron los ojos a lo que estaba sucediendo, una realidad que nosotros, de plano, habíamos rechazado.
Los tobas, por su cuenta, estaban elaborando una respuesta al evangelio cristiano culturalmente aceptable para ellos, hecho que mantenían en secreto para que no nos ofendiéramos y nos fuéramos (reacción demasiado típica del misionero). Ya sabían de rechazos. Recordamos cuán intimidados nos sentíamos al principio cuando alguien nos comentó que los tobas estaban congregando en una de las capillas “menonitas”, para realizar reuniones no autorizadas, y en su propio idioma.
Varias veces a la semana celebraban sus cultos según su estilo, que sus propios líderes dirigían. Cuando llegábamos los domingos, ellos se adaptaban al “estilo menonita” del culto en castellano. Fue trascendental el momento en que les comunicamos a los tobas que ya no seguiríamos estando a cargo de sus congregaciones. Al principio suponían que les habíamos abandonado. Les prometimos entonces que seguiríamos visitando las congregaciones, llevando la palabra de Dios -promesa que muy pronto comprendería también la traducción de la Biblia.
Es así como, a pesar de las duras críticas de los cristianos no-aborígenes, acompañamos a los tobas con nuestro apoyo solidario en respuesta a sus invitaciones. Confiando en que Dios levantaría una iglesia, observábamos cómo los tobas acudían a Jesucristo para que él les sanara de cuerpo y alma. Confiaban menos en los sanadores nativos, en las creencias ancestrales y en los espíritus que ellos creían que en el pasado les habían sanado.
Fundaron la Iglesia Evangélica Unida que se convierte en el principal factor integrador de los aborígenes de la región chaqueña. Eligen a su manera a sus líderes. Son profundamente evangelizadores. Su teología es auténticamente propia. Poseen la capacidad de enfrentar problemas que son muy difíciles de resolver y de abordarlos, a su vez, con la verdadera sabiduría de Dios.
Por ello, los creyentes tobas atraían a muchas personas a sus cultos fraternales, lugar en el que la Biblia cumplía un papel central, y podían escuchar y responder auténticamente a la voz de Dios. ¿Quién se atrevería a interferir y a despojar a un pueblo de los privilegios y responsabilidades que Dios le había concedido?
A lo largo de nuestro peregrinaje de más de cuarenta años junto a ellos, quedó grabada en lo más íntimo de nuestro ser la realidad de un Dios cuyo amor y poder son mucho más grandes de lo que jamás habríamos podido conocer si no hubiese sido por las vivencias que compartimos con los creyentes aborígenes del Chaco argentino.
Llegamos a comprender que cada pueblo tiene su propia historia, su manera de encarar la realidad, y que cualquier concepto nuevo debe ser recibido y reinterpretado a la luz de la propia experiencia. Es imposible que un pueblo responda auténticamente a Dios de ninguna otra manera que no sea la propia.
Cuando nos sentimos tan seguros de que nuestro conocimiento superior nos revela cómo debe expresarse la fe cristiana, nos privamos —atención, a nosotros mismos— de ver la grandeza de Dios en toda su plenitud.

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