sábado, 6 de octubre de 2018

"Poner en libertad a los oprimidos": lectura liberadora de la Reforma Protestante, L. Cervantes-O.



7 de octubre, 2018

Esto quiero de ti:
que abras los ojos de los ciegos,
que des libertad a los presos,
y que hagas ver la luz
a los que viven en tinieblas.
Isaías 42.7, Traducción en Lenguaje Actual

Ante una nueva conmemoración, esta vez ya de 501 años de la Reforma Protestante, es bueno preguntarse por qué los énfasis más radicales de la misma con los que menos han trascendido en la historia de la iglesia y del pensamiento cristiano. Acaso se deba al hecho de que tales énfasis están ligados a los aspectos del Nuevo Testamento que mayores demandas le hacen a la fe, al testimonio y a la misión. Nos referimos al Sermón del Monte especialmente, el cual fue leído e interpretado por las comunidades anabautistas (o menonitas, como se les conocería más tarde) de manera casi lateral, al mismo tiempo que estos grupos de creyentes rechazaron cualquier forma de negociación con los poderes establecidos. Ciertamente, restan siete años para llegar a la fecha precisa en que la llamada “Reforma radical” apareció en el escenario religioso y político de su tiempo. La vida y obra de Thomas Müntzer y la oposición al liderazgo de Ulrich Zwinglio que tuvo lugar en Zürich, Suiza, definieron el perfil de estos movimientos, aun cuando muchas de las iglesias derivadas de los mismos asumieron el pacifismo como su bandera y reivindicación principal, derivado de una sólida lectura de las enseñanzas de Jesús en los cuatro evangelios.

Todo ello está narrado con lujo de detalles en el magno volumen escrito por George H. Williams, La Reforma radical, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1983. De allí proceden estas palabras: “…los radicales, especialmente los anabaptistas, tomaron muy en serio la instrucción de Jesús (en el evangelio de San Lucas 12.11-12), depositaron su confianza en el Espíritu Santo para que éste pusiera en su boca, en momentos de crisis, las palabras que había que decir ante los tribunales ante los eclesiásticos inquisitoriales. Pero esta confianza no les impidió dedicarse intensamente al estudio de las Escrituras como preparación para el momento crucial” (p. 913).

Pero los antecedentes de los énfasis liberadores del evangelio provienen directamente de los profetas del Antiguo Testamento, particularmente de diversas secciones de la segunda parte del libro de Isaías, caps. 40-55, en donde se perfila muy bien la figura de un “Siervo sufriente” cuya labor mediadora, crítica y renovadora no deja margen a dudas sobre la función que debía desempeñar el pueblo de Dios en la historia de su tiempo, con fuertes proyecciones hacia el futuro inmediato e incluso más allá. Los llamados “Cánticos del Siervo” son poemas o manifiestos que describen anticipadamente la acción de ese enviado divino como un “liberador” de todas las formas de opresión conocidas. A partir de la experiencia del éxodo antiguo, esos textos actualizan esa experiencia al confrontarla con los acontecimientos posteriores de la historia de Israel, sobre todo los relacionados con el fin de la monarquía, el exilio y las posibilidades del regreso a la tierra de Canaán. Situarse de una manera genuinamente liberadora ante ese contexto de crisis y esperanza era el gran desafío de los creyentes de la época. Se trataba de descubrir los nuevos elementos esperanzadores para cambiar la situación desde la raíz misma del problema: la ausencia de libertad para decidir sobre su destino. Nada menos.

La forma en que los aspectos liberadores de la profecía bíblica fueron asumidos por los autores del Nuevo Testamento pasa directamente de por la interpretación de Jesús como el Siervo Sufriente y fue reforzada por el episodio de la lectura de Isaías 61 en Lucas 4. Esta bifurcación permite relacionar el mensaje de los Cánticos con la manera en que Jesús se apropió del pasaje de Isaías. Si en el caso de los primeros, Jesús vino a encarnar en plenitud la labor que originalmente estaba destinada para todo el pueblo, en el caso del cap. 61 no queda la menor duda de que se aplicó a sí mismo la tarea liberadora del enigmático personaje que habla ahí. En ambos casos, los textos apuntan hacia el regreso y la reconstrucción del pueblo, lo que se avizoraba como un trabajo sumamente complejo, especialmente al momento de confrontarse con los imperios de turno. Llama mucho la atención que en Isaías 41.2-5 se hable de una forma tan alentadora del rey medo-persa Ciro, quien es presentado como un auténtico verdugo en nombre de Yahvé. En ese capítulo, una auténtica cascada de promesas a favor de Israel, se prepara el camino para el anuncio del Siervo de Yahvé, quien hará un trabajo liberador pleno al servicio de los oprimidos. Este siervo se concentrará en la defensa de los débiles: “Al contrario, fortalecerá a los débiles/ y hará que reine la justicia” (42.3b). Su labor consiste en “establecer la justicia (mishpat) en la tierra” (v. 4a) y en hacer universales las enseñanzas de Dios (4b). Será una luz que ilumine a todas las naciones (6b), tal como lo resume Samuel Pagán:

La misión del Siervo de implantar la justicia pone de relieve un componente prioritario del mensaje deuteroisaiano y subraya decididamente un aspecto protagónico en la enseñanza bíblica. que un poema biográfico o autobiográfico, este primer Cántico presenta el fundamento misionero de las personas que desean contribuir a la paz: la misión del Siervo desafía a las personas de bien a que trabajen para la implantación de la justicia, que ciertamente no es una tarea hipotética ni una labor teórica; alude, en efecto, al establecimiento real de las estructuras sociales, políticas, educativas y espirituales necesarias para el disfrute pleno de la vida.[1]

Se trata de actuar radicalmente en medio de las enormes carencias sociales, es decir, de implantar un “programa restaurador que afirme los valores y principios” basados en la voluntad bienhechora de Dios para todos los seres humanos, destacados por el uso del concepto mishpat, “justicia”, “derecho”, “juicio” o “veredicto”. Inmediatamente se anuncia el conjunto de acciones liberadoras que llevará a cabo: “Esto quiero de ti:/ a) que abras los ojos de los ciegos,/ b) que des libertad a los presos,/ y c) que hagas ver la luz/ a los que viven en tinieblas” (7). 

Los oprimidos, los débiles, son el objeto de su dedicación, tal como lo muestra San Pablo en Romanos 15 al retomar esta idea en relación con aquellos integrantes de la comunidad cristiana que requieren más atención, más cuidado y sensibilidad en el trato, pues de eso depende que ellos puedan confiar más en Dios (Ro 15.2) porque la buena noticia de libertad y liberación es para todos (vv. 7-12). Porque, finalmente, el objetivo central de todo esto es: “Que Dios, quien nos da seguridad, los llene de alegría. Que les dé la paz que trae el confiar en él. Y que, por el poder del Espíritu Santo, los llene de esperanza” (15.13).


[1] S. Pagán, Experimentado en quebrantos. Estudio en los Cánticos del Siervo del Señor. Nashville, Abingdon Press, 2000, p. 86.

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