¿DIOS MÍO, DIOS MÍO, POR
QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
Reinerio Arce Valentín
É
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stas fueron las palabras de Jesús cuando
“sintió” la ausencia de Dios Padre en aquel momento de dolor en la cruz como es
la de muchos en estos momentos de crisis producto de la pandemia que asecha a
toda la humanidad.
En medio de
esta realidad, otros se preguntan reiteradamente: ¿Dónde está Dios? Algunos van
más allá, casi cuestionado a Dios: ¿Por qué Dios permite este mal? De la misma
manera otros afirman que lo que estamos experimentando en el mundo es un
castigo divino por nuestra incredulidad y pecados.
Tanto
preguntas como afirmaciones son el resultado de una enorme incertidumbre, del
temor que nos provoca el hecho de que nunca, en nuestros tiempos, ha habido una
pandemia como esta en donde millones de personas alrededor del mundo han
enfermado y, sobre todo, porque miles han muerto y han dejado una estela de
dolor entre sus familiares y seres queridos. Además, nuestra vida, nuestros
hábitos, nuestras relaciones se han trastocado. No poder besarnos, abrazarnos,
compartir con familiares y amistades han comenzado a formar parte de esta nueva
realidad, entre otras muchas cosas.
Las
preguntas que nos hacemos en medio de esta realidad de incertidumbre y
sufrimiento son existenciales. Son preguntas que siempre afloran en aquellas
circunstancias de la vida en las que nos sentimos desamparados. Hasta el mismo
Jesús, Hijo de Dios, sintió esa desolación en la cruz y en un momento de
inmenso dolor, no sólo físico sino existencial, clamó diciendo: “Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?”.
Esa pregunta
que nos hacemos acerca de Dios en situaciones dolorosas ciertamente no es
nueva. Gottfried Leibniz, escribió un libro en 1710 que tituló Ensayo de
Teodicea. Acerca de la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del
mal. Leibniz trataba de explicar la existencia de un Dios amoroso y
todopoderoso, frente a la realidad del mal.
Él, de
cierta manera, intentaba defender a Dios y justificarlo por permitir el mal.
Sin embargo, en 1755, después de publicado en libro, hubo un gran terremoto en
Lisboa, seguido de un tsunami, en los que fallecieron entre 64 y 100 mil
personas y fue prácticamente destruida esa ciudad junto con muchas otras de la
península ibérica. Esta tragedia puso en cuestionamiento las afirmaciones de
Leibniz y, para muchos, la responsabilidad de Dios frente al mal volvió a
levantarse como una pregunta válida.
Así, el filósofo
francés Voltaire, intentando contradecir a Leibniz, escribió la novela satírica
Cándido, en la que a través de su trama cuestiona las afirmaciones del
teólogo y matemático alemán. La Teodicea se fue desmontando del pensamiento de
muchos pensadores de la época los que en gran número llegaron a la conclusión
de que Dios no puede intervenir en la aparición del mal.
Por otro
lado, la idea de que lo que la humanidad está viviendo hoy es un castigo divino
por la incredulidad del mundo, viene de los textos apocalípticos de la Biblia.
Fundamentalmente el libro de Daniel, en el Antiguo Testamento, y el Apocalipsis
de Juan en el Nuevo Testamento. De la misma forma hay textos en los Sinópticos
que utilizan un lenguaje similar, a saber, Marcos cap. 13, Mateo cap. 24 y
Lucas cap. 21.
Para una
comprensión apropiada de estos textos habría que tener en cuenta dos aspectos.
El primero, el simbolismo presente en los mismos, de manera que no se pueden
entender a través de una lectura literal sino por el conocimiento de la
simbología utilizada de acuerdo con la época de su redacción, la tradición que
los conformó y la intencionalidad del autor. En segundo lugar, habría que
entender que el gran propósito de este tipo de literatura está en compartir de
manera simbólica un mensaje acerca de la grandeza y el poder de Dios frente al
que debemos respeto y humildad.
Si
pensásemos que la intención del Dios creador fuese ésa, estaríamos negando lo
que Jesucristo quiso enseñarnos acerca de Dios como padre amoroso, la
definición bíblica de Dios como Amor. Si Dios es amor, ¿cómo va a castigar y
traer sufrimiento y muerte a millones de seres humanos? Si Dios es un Dios que
justifica, como afirma el Apóstol Pablo, y al mismo tiempo perdona, ¿cómo va a
actuar de manera agresiva fomentando dolor y muerte? Si Dios es el manantial de
Vida, ¿cómo va a quitarla? Dios no es eso. El Dios Padre de Jesucristo y padre
nuestro es un Dios de amor, de justicia y de vida.
Sin embargo,
tanto la existencia del mal como realidad en el mundo y la acción de Dios en
él, continúa siendo un misterio. Ese Dios en todo y al mismo tiempo todo en Él,
permanece como misterio. Sólo nos queda pedir, confiar y actuar
consecuentemente, es decir, obrar de manera que podamos poner en práctica la
vida que emana del amor que nos ofrece Dios como don.
¿Qué decir
entonces desde nuestra comprensión limitada de Dios? Ante todo, sería absurdo
que Dios actuase en contra de sí mismo y de la perfección de su propia
Creación, donde también habita. Su Creación constituye su Shechiná, es
decir, su morada. Toda la Creación se mantiene y trascurre a través de un
equilibrio perfecto, sólo alterado por las acciones de los seres humanos contra
ella. Estamos sufriendo las consecuencias de nuestras acciones irresponsables
hacia la Naturaleza. La explotación irracional de los recursos naturales que
incluye, por supuesto, al mundo animal, es algo que se acrecienta cada día, a
pesar del llamado de muchos científicos alrededor del mundo. La Confesión de
Accra, que forma parte del Libro de Confesiones de la Iglesia
Presbiteriana Reformada en Cuba, describe esta problemática claramente:
5. Hemos escuchado que la creación sigue gimiendo, en
cautiverio, esperando su liberación (Ro 8.22). El clamor de las personas que
sufren y las heridas de la creación misma no se están cuestionando. Observamos
una convergencia drástica entre el sufrimiento de las personas y el daño hecho
al resto de la creación.
6. Los signos de los tiempos se han vuelto más alarmantes
y hemos de interpretarlos. Las causas subyacentes de los tremendos peligros
para la vida son, sobre todo, producto de un sistema económico injusto
defendido y protegido mediante la fuerza política y militar. Los sistemas
económicos constituyen una cuestión de vida o muerte.
Así, estamos sufriendo las consecuencias de paradigmas de
desarrollo irracionales, que explotan y depredan los recursos que la Naturaleza
nos regala. Nos creemos erróneamente que somos el centro de la Creación, y asumimos
nuestra “mayordomía” como saqueo sin límites. Equivocadamente asumimos que
somos dueños absolutos de la Creación. Y así de pronto, una pandemia nos
recuerda que no somos los amos, que somos una parte de la misma y que somos tan
o más vulnerables que el resto de ella, al punto de correr el riesgo de
extinguirnos de la misma manera que se han extinguido otras especies.
Por el
contrario, por mandato divino, somos mayordomos de la Naturaleza y no sus
dueños. Paradójicamente, cuando nos referimos a las narraciones de la Creación
en Génesis, caps. 1 y 2, pensamos que la obra de la creación de Dios culminó
con el ser humano, el sexto día. Sin embargo, no fue así. La narrativa de la
Creación termina el séptimo día cuando Dios vio todo lo que había hecho y lo
bendijo. Nos olvidamos que somos parte de ese todo y que nos fue dada la
responsabilidad de cuidarlo en nombre de Dios. Nos hemos olvidado de tal
responsabilidad. Hemos destruido y roto ese equilibrio perfecto que Dios creó.
Estamos sufriendo las consecuencias de nuestro actuar, contrario a la intención
de Dios. Hasta que no tomemos conciencia del daño que le estamos infringiendo a
la Naturaleza y rectifiquemos nuestro actuar sobre ella, seguiremos sufriendo
las consecuencias de nuestra irresponsabilidad.
Por otro
lado, si partimos de la idea de que la Creación constituye la casa de Dios y
que por lo tanto Él habita en todo, y todo habita en Él, incluyendo los seres
humanos, entonces tenemos que entender que Dios está presente siempre. En medio
del sufrimiento causado por la misma Naturaleza o causado por las acciones de
los seres humanos contra ella o causado por los seres humanos unos contra
otros, Dios está ahí.
Dios se
mantiene a nuestro lado, compartiendo junto a nosotros el sufrimiento y
acompañando todas las acciones que emprendamos o emprendan otras personas a
favor de la Vida. Dios sufre en nuestros sufrimientos, pero también celebra
nuestras alegrías. Está a nuestro lado, compartiendo, sosteniéndonos y
guiándonos.
Es imposible
comprender la existencia del mal, pero es posible actuar con la fuerza que Dios
nos da y con su presencia que nos sostiene, trabajando para apalear las
consecuencias del mal y obrar para bien. No podemos explicar por qué existe el
mal, pero sí podemos actuar por el bien, porque a la larga el mal es la
ausencia del bien. Por lo tanto, nuestra obligación es trabajar por el bien,
que significa trabajar por la promoción y la defensa de la vida, de la justicia
a través de la práctica del amor, porque Dios es amor.
Si
preguntásemos dónde está Dios ahora, yo afirmaría que está allí donde el
personal de la salud, obrando con ellos para atender a los que padecen por esta
enfermedad y por otras. Está en los científicos, ayudando a encontrar la vacuna
necesaria y a mejorar los tratamientos a las víctimas de esta pandemia. Dios
está en los que ayudan, en medio de la pandemia, a las personas de la tercera
edad, a las personas con discapacidad y a las personas que no tienen recursos.
Dios está en los que han perdido sus seres queridos sosteniéndolos y en los que
los acompañan en estos momentos de dolor. En fin, Dios están donde quiera que
se hace el bien y se lucha por la vida.
No nos
podemos quedar con el grito desesperado de la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?”. Porque en el versículo 24 de ese mismo salmo 22 que
Jesús repite, se encuentra también la afirmación del salmista: “porque no
menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro;
sino que cuando clamó a él lo oyó”.
No podemos
explicar el mal, pero con la presencia, la ayuda y el acompañamiento de Dios,
que está entre nosotros, podemos trabajar por el bien, que es trabajar por la
vida.
SEGUNDA REUNIÓN VIRTUAL DE ORACIÓN Y REFLEXIÓN
19 de junio, 20 hrs.
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