7 de junio, 2020
Dios hiere, pero cura la herida;
Dios golpea, pero alivia el dolor.
Una y otra vez vendrá a ayudarte,
y aunque estés en graves peligros
no dejará que nada te dañe.
Job 5.18-19, Traducción en Lenguaje Actual
La literatura bíblica sapiencial, expresada en forma
poética, viene en nuestro auxilio en estos días de incertidumbre, temor y ansiedad.
El libro de Job, con su sabiduría milenaria y la fuerza existencial de sus
palabras trae hasta nuestra época el sabor de una profunda intuición espiritual
que aparece desde el planteamiento mismo del problema: lo primero, Yahvé y
Satán se ponen de acuerdo acerca de la prueba que recibirá Job; luego, este
hombre sufre inexplicablemente la perdida de toda su riqueza y solicita que la
divinidad, en la que cree sinceramente, intervenga para sacarlo del conflicto o
para darle una explicación; enseguida, sus amigos acuden a verlo, pero sólo
para recriminarle su actuación y la posible existencia de un pecado oculto que
le ha ocasionado tantas tragedias; cada uno se explaya y discute con él su
visión del asunto, a lo que él responde apasionadamente, defendiendo su causa; la
divinidad se dirige a él y, sin responder directamente sobre la causa del
sufrimiento vivido, le hace sentir ampliamente su magnificencia creadora y
providente (“Yo soy el Dios todopoderoso; / tú me criticaste
y desafiaste, / ahora respóndeme”, 40.1-2), atenta a todo lo que
acontece en el cosmos; finalmente, Job es (re)compensado con nuevos bienes y
una nueva familia, asegurando que no conocía bien a la divinidad y que ahora “mis
ojos te han visto / y he llegado a conocerte” (42.5, TLA).
Muchos niveles de lectura e interpretación se han
acumulado sobre esta historia extraordinaria e incluso desde el México contemporáneo
se ha escrito sobre ella, formulando otras hipótesis sobre las razones del sufrimiento,
cuyo carácter inexplicable cuesta tanto trabajo resolver, exactamente como
ahora mismo se discuten, en todos los tonos, las causas y los eventuales
propósitos de lo que estamos viviendo.
Octavio Paz escribió en 1977: “Los sufrimientos de Job pueden verse como una
ilustración del poder de Dios y de la obediencia del justo. Ése es el punto de
vista divino pero el de Job es otro; aunque está ‘vestido de llagas’ —como
dice, admirablemente, la versión castellana de Cipriano de Valera— persiste en
sostener su inocencia. Cierto, se inclina ante la voluntad divina y admite su
miseria; al mismo tiempo, confiesa que encuentra incomprensible el castigo que
padece”.[1] Isabel Cabrera, por su parte, afirma: “…el Dios de Job
no es tan remoto; Job lo padece y lo tiene encima, lo reconoce en sus males,
Yahveh es quien lo ‘hiere’, lo ‘atormenta’ y lo ‘aplasta’. Y, al final es Yahveh
también quien, desde la tormenta, le señala una dirección en la cual mirar. El
Dios de Job calla, pero no por eso está ausente, es un dios de silencios
elocuentes”.[2]
Hoy podríamos intentar una visión un tanto alegórica de
la historia de Job y trazar algunos puentes de comprensión que podrían servirnos
para alimentar nuestra fe y reflexión personal sobre lo sucedido con él y lo
que ahora nos acontece. El propio protagonista puede representar a la humanidad
sufriente (aunque no toda creyente) que trata de entender los orígenes
profundos del sufrimiento; los amigos, a su vez, en su afán de defender a
Yahvé, serían hoy los creyentes o las iglesias que pretenden conocer las causas
profundas del suceso e instan a Job a confesar su pecado. Y la divinidad está
allí, escuchando callada el debate e interviniendo al final para zanjar el
asunto muy a su estilo, con una manifestación de grandeza y de magnanimidad
para venir a compensar su sufrimiento y enfermedad.
Desde el cap. 4 hay afirmaciones sugerentes de Elifaz que
ayudan a iluminar el camino: “En esta vida estamos de paso; / un
día nacemos / y otro día morimos. / ¡Desaparecemos para siempre,
/ sin que a nadie le importe! / ¡Morimos sin llegar a ser sabios!”
(4.21). En el cap. 5, este amigo de Job despliega su argumento, después de amonestarlo
con dureza (vv. 1-5): “¡Siempre hay una razón / para el mal y la
desgracia! / Así como el fuego es la causa / de que salten
chispas, / nosotros somos responsables / de nuestra propia
desgracia” (5.6-7). Ésta es la sólida base para lo que dirá después y en cuya
reflexión combinará acusaciones con consejos, aderezado todo con observaciones
sobre el comportamiento divino con los seres humanos. Si “Dios hace que la
lluvia / caiga sobre los campos”, también “da poder a los humildes
/ y ayuda a los afligidos” (10-11). Él desbarata planes impíos y destruye las
malas acciones (13), además de que salva a la gente pobre (15) y se opone a los
malvados (16), algo que citó María en su cántico. Ésta es la línea providencial
de la “acción natural” de Dios, sobre la que no es necesario influir y ante la
que la conducta tampoco puede tener nada que objetar.
La exhortación que sigue reorienta la reflexión para
orientar a Job, pues cuando Yahvé específicamente corrige a sus seguidores lo
hace para su bien y eso no debe despreciarse (17). Lo que continúa parece
atender más a la situación de su amigo, aunque de manera bastante general: “Dios
hiere, pero cura la herida; / Dios golpea, pero alivia el dolor.
/ Una y otra vez vendrá a ayudarte, / y aunque estés en graves peligros
/ no dejará que nada te dañe” (18-19). El cuidado divino, siempre dentro
del marco providencial, es indiscutible, en tiempos de hambre o de guerra (20),
de maldición, la cual no tendrá ningún efecto (21). El creyente afligido podrá
superar el hambre, las calamidades y el acecho de los animales salvajes
(22-23). Todo eso está previsto en el cuidado amoroso de Dios. pero Elifaz no
aborda de lleno el sufrimiento inexplicable, pues lo único que ha dicho al
respecto es que hay causas para todo, incluso para eso.
Las grandes preguntas, todas complejas, subraya
Cabrera, siguen allí: “¿hasta qué punto Dios es responsable de lo que sucede a
los hombres?, ¿por qué sufren quienes no merecen sufrir?, ¿qué sentido tiene la
vida cuando es sólo sufrimiento?; de cara a la muerte, ¿no es la vida un afán
inútil?”.[3] En este punto de la historia, Elifaz no alcanzará a agotar
el tema, pero consigue esbozar una buena comprensión de la actuación
providencial de Dios, necesaria para mantener la estabilidad psicológica, moral
y espiritual. La imagen de Dios es lo que está en juego: “Pues se trata de un Dios
benéfico, protector de oprimidos contra opresores. Es un Dios que desde el
cielo riega la tierra sin discriminación […]. Un Dios que se interesa y ocupa
de los asuntos humanos”.[4] El peso de la reflexión está en consonancia con la
afirmación del propio Job en 2.10b: “Si aceptamos todo lo bueno que Dios nos da, también debemos
aceptar lo malo”. Ésta es una experiencia sumamente paradójica, pues Dios es
capaz de utilizar las cosas malas para expresarse, para hablar (a veces, incluso,
desde el silencio) y para hacerse presente en la vida humana.
La pregunta obligada para hoy es clara: ¿qué quiere
decir Dios con todo esto, con toda la combinación de sucesos que se han
precipitado en cascada? Y la respuesta no es fácil, pues se requiere una buena
dosis de discernimiento teológico y espiritual. Como decía Karl Barth: si todo
el tiempo estamos bajo el juicio divino, ahora es tiempo de atender la forma en
que Él se manifiesta y atender su palabra con seriedad y disposición para ser
reprendidos y levantados, lastimados y sanados, atormentados, pero con la
certeza de que Dios actuará, quizá en el último momento, como lo hizo Jesús en
la barca, luego de haber estado dormido (Marcos 4.35-41). La respuesta, en
ambos casos, vino en medio (Job 37.1-13; 38.1; 40.6-7) y después de una
tormenta (Marcos 4.39), de un momento de crisis. En eso debemos confiar
plenamente.
Elifaz, a fin de cuentas, predijo, lo que ocurriría con
Job al final por tratar con este Dios: “vivió para experimentar prosperidad, descendencia
abundante y una muerte apacible a edad avanzada (5.19-27)”.[5]
En tu
casa vivirás tranquilo,
y cuando cuentes tu ganado
no te faltará un solo animal.
Tendrás muchos hijos y muchos nietos;
¡nacerán como la hierba del campo!
Serás como el trigo
que madura en la espiga:
no morirás antes de tiempo,
sino cuando llegue el momento.
Esto es un hecho comprobado.
Si nos prestas atención,
tú mismo podrás comprobarlo (vv. 24-27).
y cuando cuentes tu ganado
no te faltará un solo animal.
Tendrás muchos hijos y muchos nietos;
¡nacerán como la hierba del campo!
Serás como el trigo
que madura en la espiga:
no morirás antes de tiempo,
sino cuando llegue el momento.
Esto es un hecho comprobado.
Si nos prestas atención,
tú mismo podrás comprobarlo (vv. 24-27).
[1] O. Paz, “Discurso de Jerusalén”, en
El ogro filantrópico. Historia y política 1971-1978. México, Joaquín Mortiz,
1979 (Confrontaciones. Los críticos), p. 279.
[2] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM-Paidós,
1998 (Biblioteca iberoamericana de ensayo, 2), p. 87.
[3] Ibid., p. 83.
[4] L.
Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. Madrid, Cristiandad,
1983, p. 144.
[5] Carol Ann Newsom, The Book of Job. A Contest of
Moral Imaginations. Universidad de Oxford, 2003, p. 21.
No hay comentarios:
Publicar un comentario