sábado, 6 de junio de 2020

Providencia, amor y cuidado divino (Job 5.10-23), L. Cervantes-O.


7 de junio, 2020

Dios hiere, pero cura la herida;
Dios golpea, pero alivia el dolor.
Una y otra vez vendrá a ayudarte,
y aunque estés en graves peligros
no dejará que nada te dañe.
Job 5.18-19, Traducción en Lenguaje Actual

La literatura bíblica sapiencial, expresada en forma poética, viene en nuestro auxilio en estos días de incertidumbre, temor y ansiedad. El libro de Job, con su sabiduría milenaria y la fuerza existencial de sus palabras trae hasta nuestra época el sabor de una profunda intuición espiritual que aparece desde el planteamiento mismo del problema: lo primero, Yahvé y Satán se ponen de acuerdo acerca de la prueba que recibirá Job; luego, este hombre sufre inexplicablemente la perdida de toda su riqueza y solicita que la divinidad, en la que cree sinceramente, intervenga para sacarlo del conflicto o para darle una explicación; enseguida, sus amigos acuden a verlo, pero sólo para recriminarle su actuación y la posible existencia de un pecado oculto que le ha ocasionado tantas tragedias; cada uno se explaya y discute con él su visión del asunto, a lo que él responde apasionadamente, defendiendo su causa; la divinidad se dirige a él y, sin responder directamente sobre la causa del sufrimiento vivido, le hace sentir ampliamente su magnificencia creadora y providente (“Yo soy el Dios todopoderoso; / tú me criticaste y desafiaste, / ahora respóndeme”, 40.1-2), atenta a todo lo que acontece en el cosmos; finalmente, Job es (re)compensado con nuevos bienes y una nueva familia, asegurando que no conocía bien a la divinidad y que ahora “mis ojos te han visto / y he llegado a conocerte” (42.5, TLA).

Muchos niveles de lectura e interpretación se han acumulado sobre esta historia extraordinaria e incluso desde el México contemporáneo se ha escrito sobre ella, formulando otras hipótesis sobre las razones del sufrimiento, cuyo carácter inexplicable cuesta tanto trabajo resolver, exactamente como ahora mismo se discuten, en todos los tonos, las causas y los eventuales propósitos de lo que estamos viviendo.

Octavio Paz escribió en 1977: “Los sufrimientos de Job pueden verse como una ilustración del poder de Dios y de la obediencia del justo. Ése es el punto de vista divino pero el de Job es otro; aunque está ‘vestido de llagas’ —como dice, admirablemente, la versión castellana de Cipriano de Valera— persiste en sostener su inocencia. Cierto, se inclina ante la voluntad divina y admite su miseria; al mismo tiempo, confiesa que encuentra incomprensible el castigo que padece”.[1] Isabel Cabrera, por su parte, afirma: “…el Dios de Job no es tan remoto; Job lo padece y lo tiene encima, lo reconoce en sus males, Yahveh es quien lo ‘hiere’, lo ‘atormenta’ y lo ‘aplasta’. Y, al final es Yahveh también quien, desde la tormenta, le señala una dirección en la cual mirar. El Dios de Job calla, pero no por eso está ausente, es un dios de silencios elocuentes”.[2]

Hoy podríamos intentar una visión un tanto alegórica de la historia de Job y trazar algunos puentes de comprensión que podrían servirnos para alimentar nuestra fe y reflexión personal sobre lo sucedido con él y lo que ahora nos acontece. El propio protagonista puede representar a la humanidad sufriente (aunque no toda creyente) que trata de entender los orígenes profundos del sufrimiento; los amigos, a su vez, en su afán de defender a Yahvé, serían hoy los creyentes o las iglesias que pretenden conocer las causas profundas del suceso e instan a Job a confesar su pecado. Y la divinidad está allí, escuchando callada el debate e interviniendo al final para zanjar el asunto muy a su estilo, con una manifestación de grandeza y de magnanimidad para venir a compensar su sufrimiento y enfermedad.

Desde el cap. 4 hay afirmaciones sugerentes de Elifaz que ayudan a iluminar el camino: “En esta vida estamos de paso; / un día nacemos / y otro día morimos. / ¡Desaparecemos para siempre, / sin que a nadie le importe! / ¡Morimos sin llegar a ser sabios!” (4.21). En el cap. 5, este amigo de Job despliega su argumento, después de amonestarlo con dureza (vv. 1-5): “¡Siempre hay una razón / para el mal y la desgracia! / Así como el fuego es la causa / de que salten chispas, / nosotros somos responsables / de nuestra propia desgracia” (5.6-7). Ésta es la sólida base para lo que dirá después y en cuya reflexión combinará acusaciones con consejos, aderezado todo con observaciones sobre el comportamiento divino con los seres humanos. Si “Dios hace que la lluvia / caiga sobre los campos”, también “da poder a los humildes / y ayuda a los afligidos” (10-11). Él desbarata planes impíos y destruye las malas acciones (13), además de que salva a la gente pobre (15) y se opone a los malvados (16), algo que citó María en su cántico. Ésta es la línea providencial de la “acción natural” de Dios, sobre la que no es necesario influir y ante la que la conducta tampoco puede tener nada que objetar.

La exhortación que sigue reorienta la reflexión para orientar a Job, pues cuando Yahvé específicamente corrige a sus seguidores lo hace para su bien y eso no debe despreciarse (17). Lo que continúa parece atender más a la situación de su amigo, aunque de manera bastante general: “Dios hiere, pero cura la herida; / Dios golpea, pero alivia el dolor. / Una y otra vez vendrá a ayudarte, / y aunque estés en graves peligros / no dejará que nada te dañe” (18-19). El cuidado divino, siempre dentro del marco providencial, es indiscutible, en tiempos de hambre o de guerra (20), de maldición, la cual no tendrá ningún efecto (21). El creyente afligido podrá superar el hambre, las calamidades y el acecho de los animales salvajes (22-23). Todo eso está previsto en el cuidado amoroso de Dios. pero Elifaz no aborda de lleno el sufrimiento inexplicable, pues lo único que ha dicho al respecto es que hay causas para todo, incluso para eso.

Las grandes preguntas, todas complejas, subraya Cabrera, siguen allí: “¿hasta qué punto Dios es responsable de lo que sucede a los hombres?, ¿por qué sufren quienes no merecen sufrir?, ¿qué sentido tiene la vida cuando es sólo sufrimiento?; de cara a la muerte, ¿no es la vida un afán inútil?”.[3] En este punto de la historia, Elifaz no alcanzará a agotar el tema, pero consigue esbozar una buena comprensión de la actuación providencial de Dios, necesaria para mantener la estabilidad psicológica, moral y espiritual. La imagen de Dios es lo que está en juego: “Pues se trata de un Dios benéfico, protector de oprimidos contra opresores. Es un Dios que desde el cielo riega la tierra sin discriminación […]. Un Dios que se interesa y ocupa de los asuntos humanos”.[4] El peso de la reflexión está en consonancia con la afirmación del propio Job en 2.10b: “Si aceptamos todo lo bueno que Dios nos da, también debemos aceptar lo malo”. Ésta es una experiencia sumamente paradójica, pues Dios es capaz de utilizar las cosas malas para expresarse, para hablar (a veces, incluso, desde el silencio) y para hacerse presente en la vida humana.

La pregunta obligada para hoy es clara: ¿qué quiere decir Dios con todo esto, con toda la combinación de sucesos que se han precipitado en cascada? Y la respuesta no es fácil, pues se requiere una buena dosis de discernimiento teológico y espiritual. Como decía Karl Barth: si todo el tiempo estamos bajo el juicio divino, ahora es tiempo de atender la forma en que Él se manifiesta y atender su palabra con seriedad y disposición para ser reprendidos y levantados, lastimados y sanados, atormentados, pero con la certeza de que Dios actuará, quizá en el último momento, como lo hizo Jesús en la barca, luego de haber estado dormido (Marcos 4.35-41). La respuesta, en ambos casos, vino en medio (Job 37.1-13; 38.1; 40.6-7) y después de una tormenta (Marcos 4.39), de un momento de crisis. En eso debemos confiar plenamente.

Elifaz, a fin de cuentas, predijo, lo que ocurriría con Job al final por tratar con este Dios: “vivió para experimentar prosperidad, descendencia abundante y una muerte apacible a edad avanzada (5.19-27)”.[5]

En tu casa vivirás tranquilo,
y cuando cuentes tu ganado

no te faltará un solo animal.
Tendrás muchos hijos y muchos nietos;
¡nacerán como la hierba del campo!
Serás como el trigo
que madura en la espiga:
no morirás antes de tiempo,
sino cuando llegue el momento.
Esto es un hecho comprobado.
Si nos prestas atención,
tú mismo podrás comprobarlo (vv. 24-27).




[1] O. Paz, “Discurso de Jerusalén”, en El ogro filantrópico. Historia y política 1971-1978. México, Joaquín Mortiz, 1979 (Confrontaciones. Los críticos), p. 279.
[2] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM-Paidós, 1998 (Biblioteca iberoamericana de ensayo, 2), p. 87.
[3] Ibid., p. 83.
[4] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job. Comentario teológico y literario. Madrid, Cristiandad, 1983, p. 144.
[5] Carol Ann Newsom, The Book of Job. A Contest of Moral Imaginations. Universidad de Oxford, 2003, p. 21.

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