sábado, 17 de octubre de 2020

Job 14.1-16, versión de Francisco Serrano / Romanos 6.1-10, TLA

Nacido de mujer, corto de días,
harto de infortunios, el hombre

como las flores brota y se marchita,

y pasa como sombra que no vuelve.

¿Y sobre un ser así fijas los ojos

y lo llamas a juicio?

¿Mas quién puede sacar

lo puro de lo inmundo? ¡Nadie!

Es verdad que sus días están determinados,

que conoces la cuenta de sus meses,

que le has fijado un límite

que no traspasará.

Si tú lo abandonaras,

él dejará de ser

y entre tanto ansiará

su día, como el jornalero.

El árbol tiene siempre una esperanza:

cortado, puede renacer un día

y sus retoños seguirán brotando

pues aunque envejeciera en tierra su raíz

y su tronco en el polvo se secara,

apenas siente el agua reverdece

y echa follaje, como planta joven.

Pero el hombre, si muere, queda inerte.

¿A dónde se va el hombre cuando muere?

Pueden faltar las aguas de los mares,

los ríos cegar sus fuentes y secarse,

así el hombre que cae

no vuelve a levantarse.

Se acabarán los cielos

antes que él se despierte de su sueño.

¡Ojalá me llevaras al sepulcro

y que allí me ocultaras

mientras pasa tu cólera,

y una tregua me dieras

para acordarte de mí luego!

[…]

*

1 ¿Qué más podemos decir? ¿Seguiremos pecando para que Dios nos ame más todavía? ¡Por supuesto que no! Nosotros ya no tenemos nada que ver con el pecado, así que ya no podemos seguir pecando. Ustedes bien saben que, por medio del bautismo, nos hemos unido a Cristo en su muerte. Al ser bautizados, morimos y somos sepultados con él; pero morimos para nacer a una vida totalmente diferente. Eso mismo pasó con Jesús, cuando Dios el Padre lo resucitó con gran poder.

Si al bautizarnos participamos en la muerte de Cristo, también participaremos de su nueva vida. Una cosa es clara: antes éramos pecadores, pero cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con él. Así que el pecado ya no nos gobierna. Al morir, el pecado perdió su poder sobre nosotros.

Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó, y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su poder sobre él. La vida que ahora vive, es para agradar a Dios.

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