domingo, 25 de octubre de 2020

Nobleza, cautividad y libertad: los grandes documentos de Lutero de 1520, L. Cervantes-O.



México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), 258 pp.

25 de octubre, 2020

 

A pesar de que soy un hombre libre y sin amo, me he hecho esclavo de todos para llevar a muchos [a Cristo].

Ἐλεύθερος γὰρ ὢν ἐκ πάντων πᾶσιν ἐμαυτὸν ἐδούλωσα, ἵνα τοὺς πλείονας κερδήσω:

I Corintios 9.19, Nueva Traducción Viviente

 

Quizá uno de los grandes problemas que han enfrentado las iglesias evangélicas mexicanas (y latinoamericanas) en relación con su identidad religiosa, teológica, ideológica y cultural haya sido (y siga siendo) su escasa comprensión de los grandes episodios y documentos de las Reformas protestantes del siglo XVI. Y no se trata de la acumulación de nombres y fechas, o de la celebración anual del acontecimiento sino, más bien, de una falta de afinidad más cercana con los momentos fundadores de la gran tradición evangélica. Si alguien nos pregunta qué textos o documentos de la Reforma son los esenciales para el entendimiento de su gran proyecto renovador, los primeros que deberían acudir a nuestra mente deberían ser los tres cuyo 500º aniversario estamos conmemorando. Y me atrevería a decir que, además de sus títulos, también deberíamos decir las fechas precisas de su publicación y hacer un resumen breve de su contenido e importancia para esos movimientos de renovación religiosa y cultural. Y todavía más, deberíamos recomendar, en México, la edición que de ellos hizo el gobierno federal a fines de 1988, bajo la coordinación del escritor Carlos Montemayor (1948-200). Esos documentos son: A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca del mejoramiento del estado cristiano (agosto; publicado ante por la UNAM en 1977), La cautividad babilónica de la iglesia (octubre) y La libertad cristiana o del cristiano (noviembre).

1520 fue un año crucial para el movimiento encabezado por Lutero y que comenzaba a agitar las aguas religiosas por toda Europa. En palabras de Thomas Kaufmann, fue “el año milagroso de Lutero”, pues ya encontraba “en el horizonte de la reforma de Dios”.[1] Con menos de tres años en el escenario religioso y político por causa de las tesis dadas a conocer en octubre de 1517, el monje agustino alemán, que ya estaba amenazado por la excomunión desde junio de ese año dedicó el resto del tiempo a producir varias respuestas a la bula papal. Para ello, se valió del inmenso impulso otorgado por la imprenta a la difusión de las ideas y desplegó toda su capacidad expresiva y literaria. Prueba de esa influencia fueron los miles de ejemplares vendidos en sólo cinco días del primer documento. Luego de la Disputa de Heidelberg, abril de 1518, en la que expuso sus puntos de vista ante los compañeros de su orden, y de la realizada en Leipzig, junio-julio de 1519, en la que aceptó positivamente los dogmas de John Wyclif y Jan Hus, lo que estuvo en juego fue la autoridad de la iglesia romana, con lo que las indulgencias pasaron a un segundo plano.

En el primero, un auténtico manifiesto dirigido a la nobleza de su país, desde sus primeras palabras, se siente el enorme furor profético con que lo pensó y redactó:

 

¡Ante todo, gracia y paz de Dios, reverendo, digno y amado señor y amigo! Pasó el tiempo de callar y ha llegado el tiempo de hablar, como dice el Eclesiastés. Según nuestro propósito, hemos reunido algunos fragmentos acerca de la reforma del estado cristiano para proponerlos a la nobleza cristiana de la nación alemana, si acaso Dios quisiera auxiliar a su Iglesia mediante el estado laico, puesto que el estado eclesiástico, al cual con más razón esto corresponde, lo ha descuidado completamente.[2]

 

Documento religioso-político, fue un enérgico llamado a que los nobles germanos asumieran su papel cristiano de conducción de la iglesia por causa de que los dirigentes religiosos, especialmente desde Roma, estaban fallando profundamente en su misión. Las “tres murallas” del poder papal que atacó Lutero, esto es, que la Iglesia tuviera su propia ley espiritual, que el papado fuera el único autorizado para interpretar las Escrituras y que sólo él pudiera convocar un concilio, son evidenciadas sólidamente. Puede decirse que es un documento nacionalista y, al mismo tiempo, el que mejor expresó en ese momento el sacerdocio universal de los creyentes: “Como el poder secular ha sido bautizado como nosotros y tiene el mismo credo y evangelio, debemos admitir que sus representantes sean sacerdotes y obispos que consideran su ministerio como un cargo que pertenece a la comunidad cristiana y le debe ser útil. Pues el que ha salido del agua bautismal puede gloriarse de haber sido ordenado sacerdote, obispo y papa, si bien no le corresponde a cualquiera desempeñar tal ministerio”. Los príncipes recibieron el aval para organizar una nueva iglesia, ciertamente más cercana a sus intereses, como se ha dicho, pero al mismo tiempo con un enfoque jurisdiccional derivado de aquellos. Las consecuencias de todo esto rebasarían ampliamente las expectativas del reformador y perfilarían lo que hasta entonces era impensable, una verdadera revolución cultural que daría un rostro completamente distinto a la iglesia y a la sociedad.

 

La cautividad babilónica de la iglesia aborda los aspectos sacramentales y reduce a solamente dos los que debe administrar la iglesia, además de que la Eucaristía debía ser para todos los fieles en las dos especies. Sus palabras son claras y directas:

 

El sacramento no es propiedad de los sacerdotes sino de todos. Los sacerdotes no son amos sino siervos (ministri). Deben dar ambas especies a los que las piden y cuantas veces las pidieran. Si arrebatan a los laicos este derecho y se lo niegan por fuerza son tiranos. Los laicos están libres de culpa si carecen de una especie o de ambas. Con tal de que mientras tanto conserven la fe y el deseo de recibir el sacramento íntegro. Los mismos ministros deben dar el bautismo y la absolución a quien los pida, puesto que tiene derecho a ello. Si no lo dan, el solicitante tiene pleno mérito por su fe. Y ellos mismos serán acusados ante Cristo como siervos inútiles.[3]

 

El reformador “se lanza contra todo el sistema sacramental católico. En el fondo, ha compuesto una sinfonía violenta cuyos movimientos vienen a caer siempre en el tema de que la iglesia de Roma, con el papa y sus secuaces, han reducido al pueblo cristiano a un cautiverio que ha hecho de los sacramentos cadenas, lazos explotados avaramente por el pontífice y su cortejo”.[4] Con este texto, vendría a erosionar “una de las fibras más sensibles de la espiritualidad medieval”.[5] La negación de cinco de los siete sacramentos es absoluta. A la Eucaristía dedicó la mayor parte de la obra. Un biógrafo de Lutero sintetizó esto el impacto de este planteamiento:“Este ataque a la enseñanza católica era más devastador que todo lo anterior […] La razón de esto reside en que las pretensiones de la Iglesia Católica Romana descansan en forma absoluta en los sacramentos como únicos caminos de gracia y sobre las prerrogativas del clero, por quien los sacramentos son administrados en forma exclusiva. Si se socava el sacramentalismo, entonces el sacerdocio está condenado a caer”.[6]

 La libertad cristiana o del cristiano es, tal vez, el más profundo y agudo de los documentos, pues apunta hacia la práctica viva e interior de la fe por parte de cada creyente, además de que resume en su argumento principal la razón de ser de la transformación integral de la vida para experimentar la vida justificada por la obra de Cristo mediante la fe. Después de las 95 Tesis, este tratado marcó el que es, quizá, el momento más alto de la primera gran etapa de Lutero como reformador. “El tono de su carta refleja que Lutero se pone en una condición de igualdad al Papa, como si fuese su consejero o confesor. La actitud de Lutero, aunque gentil, no esconde sus cuestionamientos”.[7] Las palabras que ha tomado del apóstol Pablo refulgen con luz propia: “El cristiano es libre señor de todas las cosas, y no está sujeto a nadie. / El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”.[8] Jean Delumeau (1923-13 de enero de 2020, autor de obras importantes como Nacimiento y afirmación de la Reforma, 1965) se refirió al documento como “la obra más bella del Reformador” y destacó sus elementos principales en los términos de la religiosidad individual: “El alma, iluminada por la gracia, tiene la certidumbre de hallarse liberada de todo lo que no sea Dios, pese a lo que pueda acaecer al ‘hombre exterior’. Dios se ha convertido en la fortaleza del alma”.[9]

Y es que el tono con que se dirige a todo creyente es afable, didáctico y pastoral: “Tú sientes que tu Dios dijo que toda la vida y la obra no son nada delante de Dios, de hecho, deberías, con todo aquello que hay en ti, ir a la perdición eterna. [...] Mas para que te sea posible salir de ti mismo, esto es, de tu perdición, Dios te presenta a su amadísimo Hijo Jesucristo, y con su palabra viva y consoladora, te dice: Entrégate a él con fe inquebrantable, confía en él sin desmayar”.[10] “Para Lutero, el hecho de que la fe se demuestre en el comportamiento correspondiente se sustenta en el ser mismo de la fe. La verdadera fe no puede existir sin obras. En la fe se experimenta el amor de Dios como fuerza transformadora y renovadora, y ésta se muestra luego en las obras y en el comportamiento. La famosa imagen de Lutero del árbol y los frutos lo explica claramente”:[11]

 

“Las obras buenas y justas jamás hacen al hombre bueno y justo, sino que el hombre bueno y justo realiza obras buenas y justas”. […] Se desprende de esto que la persona habrá de ser ya buena y justa antes de realizar buenas obras, o sea, que dichas obras emanan de la persona justa y buena, como dice Cristo: “El árbol malo no lleva buenos frutos; el árbol bueno no da frutos malos”. Ahora bien, está claro que ni los frutos llevan al árbol ni se producen los árboles en los frutos, sino que por el contrario los árboles llevan los frutos y los frutos crecen en los árboles.

 

El día que entró en vigor la excomunión, el 10 de diciembre de 1520, Lutero llevó a cabo un acto central para su labor reformadora: “…con voz temblorosa y casi inaudible pronunció la sentencia de herejía contra la iglesia pontificia que había caído en la falsedad”.[12] Basándose en el Salmo 21.11, quemó el Derecho canónico, algunos libros escolásticos y, como de paso, la bula de amenaza de excomunión. Esa fecha “marcó el ‘giro copernicano’ de la historia del cristianismo de Occidente”.[13] La gran trilogía de textos reformadores sería una inmensa semilla que germinaría progresivamente en los diversos campos a los que llegaría para expandir con sus frutos la posibilidad latente de una iglesia nueva, siempre conflictiva y contradictoria, pero más libre y dispuesta, en teoría, a someterse al impulso renovador de su Señor.



[1] T. Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017 (Estructuras y procesos), p. 53.

[2] M. Lutero, en Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 27.

[3] M. Lutero, en Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 128.

[4] T. Egido en Lutero. Obras. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977 (El peso de los días, 1), p. 86.

[5] Ídem.

[6] Roland Bainton, México, Casa Unida de Publicaciones, 1989, p. 148.

[7] V. Westhelle, “Introducción” a La libertad cristiana, en Giacomo Cassese y Eliseo Pérez, eds., Lutero al habla. Antología. México, varias instituciones, 2005, p. 136.

[8] H. Martínez, op. cit., p. 234. Énfasis original.

[9] J. Delumeau, El caso Lutero. Barcelona, Luis de Caralt, 1988, p. 16. Énfasis agregado.

[10] M. Miegge, Martín Lutero. La Reforma Protestante y el nacimiento de la sociedad moderna. Barcelona, CLIE, 2016 (Biografía e historia), p. 49. H. Martínez, op. cit., p. 236.

[11] M. Hoffmann, La locura de la cruz. La teología de Martín Lutero. Textos originales e interpretaciones. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 2014, pp. 103-104.

[12] Thomas Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017, p. 54.

[13] Ídem.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...