Juan Bautista Vilar Ramírez
Pocas personalidades españolas de la I Reforma tan relevantes como Reina y al propio tiempo menos conocidas y más controvertidas. La primera cuestión planteada es su lugar de nacimiento. Si Menéndez Pelayo (1956, II, 111) le considera natural de Granada, Shäffer (1902, I, 20) dice haber nacido aquél en Montemolín (Badajoz) según parece indicar las actas del auto de fe de Sevilla de 24 de septiembre de 1559, en tanto que Boehmer (1883, II, 135) y la mayoría de los autores le tienen por nacido en la urbe hispalense por cuanto el propio interesado afirma ser oriundo de Sevilla, pero sin precisar más. Con harta probabilidad puede afirmarse que nació en Reina, lugar inmediato a la villa de Montemolín, actual provincia de Badajoz y entonces en el Reino de Sevilla, según apuntó ya Nicolás Antonio, de forma que Casiodoro, cuyo apellido real ignoramos, adoptó el de su localidad de origen al entrar en religión, según era habitual en la época (y todavía continúa siéndolo en algunos institutos del clero regular), de igual forma que lo hizo su compatricio Cipriano, compañero en el claustro y luego en el exilio, natural de Valera, también Reino de Sevilla y hoy en la provincia surestremeña. Sólo que en tanto éste era castellano viejo de hidalgo linaje, Reina descendía de cristianos nuevos de moros y más exactamente de los de Granada internados en la Andalucía occidental al término de la conquista.
Todo ello explica su ascendencia granadina y que reiteradas veces declarase ser sevillano: “Cassiodorus Reinius Hispanus Hispalensis” se firma, por ejemplo, en la dedicatoria autógrafa del ejemplar de su biblia que regaló al municipio de Fráncfort.
Por A. G. Kinder (1975, 18 y ss.), autor de la mejor documentada biografía de Reina, algo sabemos sobre sus estudios en la Universidad hispalense, su vocación religiosa y su incorporación como monje profeso al monasterio jerónimo de San Isidoro del Campo, en las inmediaciones de Sevilla. Mejor conocidas son las circunstancias que determinaron la penetración y arraigo de doctrinas protestantes en el expresado cenobio hasta convertirse en foco de irradiación luterana en la ciudad y comarca, episodio cerrado en 1557 con la fuga de doce de los monjes (entre ellos Reina y la plana mayor del monasterio, el prior incluido), el proceso y condena dos años más tarde de los mismos (y de otros diez más) por el Tribunal inquisitorial de Sevilla, y el asilo otorgado a los huidos por sus correligionarios en el extranjero, en particular la república de Ginebra, principal centro calvinista en Europa, donde Reina y los más de ellos hallaron seguridad y protección en los momentos iniciales de un duro y perpetuo exilio.
A su llegada a Ginebra el emigrado hispalense se integró en la comunidad calvinista italiana allí existente, si bien no tardó en formarse otra minúscula con los españoles inmigrados, cuya dirección tomó a su cargo conjuntamente con el también sevillano y exrector del Colegio de la Doctrina, Dr. Juan Pérez de Pineda, pero abominando de los excesos de la teocracia calvinista local, todavía más rigurosa que la eclesial que dejara en España, y augurando, según decía, que Ginebra terminaría convirtiéndose en una nueva Roma, un año después (1558) marchó a Fráncfort, buscando la tranquilidad de espíritu de que carecía.
Recibido en la Congregación calvinista francesa allí establecida, la urbe alemana no le desagradó y en ella anudó amistades y relaciones perdurables, pero se quedó poco tiempo. Estrecheces económicas y proyectos profesionales por el momento inviables, le impulsaron en el siguiente año 1559 a emigrar a la Inglaterra de Isabel I, país seguro para un protestante en medio de las agitaciones religiosas de la época. Para ello tuvo que correr serios riesgos al tener que atravesar media Europa, dado que había sido quemado en efigie por la Inquisición de Sevilla, era buscado con los restantes disidentes huidos, y los españoles controlaban las rutas centroeuropeas entre Flandes e Italia.
En Londres desde finales de 1559, la Congregación francesa calvinista le acogió no sin reservas. Igual que hiciera en Ginebra, Reina quiso formar otra española con sus compatricios inmigrados, clientela de las iglesias extranjeras allí establecidas, con el consiguiente rechazo de las mismas a tal proyecto. No obstante, el sevillano supo sacar adelante sus planes, contando con poderosos valedores y muy especialmente el mitrado Edmund Grindal, obispo de Londres y luego arzobispo de Canterbury, quien le logró las licencias oportunas, que se asignara a la nueva comunidad protestante de habla española el templo de Saint Mary Axe y que la reina otorgará a su pastor una asignación anual de 60 libras. Para que el reconocimiento oficial fuera pleno la nueva asociación debería presentar una Confessio Fidei, que Reina redactó, contando al parecer con la colaboración de Valera, también refugiado en Londres, y que pudo presentar el 11 de marzo de 1560.
Al conocerse el texto, acaso de redacción un tanto apresurada, fue objeto de casi unánime rechazo tanto por calvinistas como por luteranos, enzarzados por entonces en ásperas disputas teológicas en toda Europa, y a quienes desagradó por igual la vía transaccional propugnada por el español, por cierto no lejana del modelo de anglicanismo, propugnado por Isabel. Pero tampoco convencieron por entero a los anglicanos los particulares puntos de vista del exfraile jerónimo sobre la Trinidad, la Eucaristía, la Santa Cena, la transustanciación, la ascensión de Cristo a los cielos, o su doctrina sobre la predestinación. Todo ello, sumado a haber caído en desgracia cerca de la soberana por haber contraído matrimonio sin su expresa autorización (es conocida la aversión de Isabel por los clérigos casados), hizo que se abriese la veda a los numerosos enemigos de C. Reina, atacado ahora en todos los frentes e instancias entre 1561 y 1563, incluida la formal condena de su Confessio Fidei en el coloquio protestante de Poissy, al que pudo asistir con la ayuda de su amigo Lord Belford, para ser tildada aquella de criptoluterana por el grupo mayoritario calvinista asistente. La campaña descendió al terreno personal con las más repugnantes acusaciones (sodomía...), a todas luces calumniosas, como finalmente pudo probarse, pero no sin antes ocasionar a Reina humillaciones y sufrimientos sin tasa. No queriendo someterse a un proceso tan penoso como prolongado y estéril, en momentos en que necesitaba de toda su atención para llevar a buen puerto el magno empeño de la traducción de la Biblia a lengua castellana, proyecto a la sazón ya muy avanzado, desconfiando de tener un juicio justo al verse fácil presa de sus enemigos, optó por la fuga, quedando así en muy mal lugar ante aquellos que continuaban apoyándole, ante la congregación que regentaba y ante su propia familia.
Hay que decir que en los orígenes de tan fea trama se hallaba ante todo las envidias e intereses mezquinos de los dirigentes de las otras congregaciones extranjeras autocalificadas de evangélicas con evidente impropiedad a juzgar por su actuación y comportamiento.
Pero también las intrigas del embajador español Álvaro de la Cuadra, inducido en tal sentido desde Madrid, al objeto de obtener la captura de Reina y del Dr. Francisco de Zapata, colaborador de éste en los trabajos de traducción de la Biblia en lengua romance, empeño conceptuado como peligrosísimo si tal versión, una vez ultimada e impresa, llegaba a circular en España. En efecto, en carta de Felipe II a Cuadra (El Escorial, 15 de agosto de 1563), el Monarca referirá al embajador: “[...] holgaría mucho que se pudiera hallar algún remedio para sacar de ahí al dicho Francisco [de Zapata] y al Casiodoro. Os encargo mucho que mireis sobre ello y me aviseis de la orden que se pod[r]ía [ob]tener para sacarlos de allí y traerlos a estas partes[...]” (Colec. Doc. Ined. Hta. de España, XXVI, 461-62).
En cuanto a las discrepancias doctrinales que posibilitaron tan desaforados ataques contra el reformista español, éste, igual que su amigo A. del Corro en circunstancias parecidas, con su Confessio Fidei sólo había pretendido abrir una vía transaccional, de justo medio, entre su formación calvinista básica, los treinta y dos Artículos anglicanos de T. Cranmer y el credo luterano de la Confesión de Augsburgo. Ahora bien, descontentó a todos con sus ajustes, recortes y ambigüedades. Sobre todo a los calvinistas.
Casiodoro de Reina abandonó Inglaterra en el invierno de 1563-1564. Al término de corta estancia en Amberes, donde esperó a su familia, marcharon todos a Orleans, donde fueron acogidos por A. del Corro, y pasaron luego a Fráncfort. Aquí el sevillano procuró superar sus dificultades económicas con incursiones en negocios diversos (el comercio de sedas por ejemplo, por cierto muy de moriscos), según ya había hecho antes y lo haría después en momentos difíciles. Habiéndole llegado una invitación de la comunidad calvinista de Estrasburgo para que asumiera su dirección pastoral, el proyecto se vio frustrado por la oposición de los teólogos Beza y Olevianus, que tildaron al español de hereje y subvertidor de las doctrinas de Calvino. En los veinte años siguientes (1565- 1585), sin abandonar por completo los negocios, se dedicó fundamentalmente a trabajos intelectuales — comentarios a los Evangelios de Mateo y Juan (1573), edición crítica de la Biblioteca Sacra de Sixtus Senesis (1575), reimpresión de su Confessio Fidei de Londres (1577), etc.—, a la predicación y a adelantar su traducción de la Biblia, que ultimó y editó en Basilea en 1569. Por entonces se movía entre Fráncfort, Estrasburgo y Basilea, y entre tanto nacían sucesivamente sus hijos Marcos, Agustín, Margarita, Servas y Juan.
En 1577 recibirá una propuesta para cierto trabajo pastoral en Polonia, que no acepta, y opta finalmente por permanecer en Francfort, cuya ciudadanía le fue concedida. En esas fechas un tribunal anglicano presidido por su todavía amigo E. Grindal había limpiado ya enteramente el buen nombre de C. Reina, proclamando su inocencia (1573), en tanto el español derivaba hacia posiciones doctrinales conservadoras de signo luterano. Entre 1579 y 1585 ejercerá en Amberes como pastor de la iglesia de esta denominación, aunque tuvo que afrontar acusaciones de criptocalvinismo, siempre por su actitud transaccional, al tiempo que regresaba a Francfort, donde en el 87 editaba el Dialogus paulino de su amigo A. del Corro.
Poco se sabe de sus actividades en años posteriores, pródigos en confrontaciones de orden teológico con los de su confesión por los resabios calvinistas que se le atribuían, circunstancia que dificultaba su acceso a cargos eclesiásticos y a la deseada estabilidad espiritual y económica, por más que alguno de sus biógrafos reputen esa fase de su azarosa existencia como de “tranquila oscuridad” (Hauben, 1978, 153). Finalmente esos inconvenientes cesaron (8 de marzo de 1593) al aceptar Reina plenamente y sin restricción alguna la doctrina luterana oficial. Ello posibilitó la obtención de un beneficio eclesiástico, modesto pero suficiente para cubrir sus necesidades en su ancianidad. Apenas pudo disfrutarlo, dado que falleció en Francfort en la noche del 15 al 16 de marzo de 1594. Le asistió en sus últimos momentos su primogénito Marcos, desde 1596 pastor de la congregación francesa luterana de Francfort hasta su muerte en 1625.
Casiodoro de Reina es hoy recordado como eximio traductor de la Biblia a la lengua castellana y primero que abordó en tiempos modernos un empeño de tal magnitud y trascendencia. El proyecto parece haber hallado su aliento inicial en el apoyo en tal dirección de Juana de Albrit, soberana de Navarra, al humanista A. del Corro en la época de su residencia en el Béarn.
Corro interesó a Reina, quien finalmente tomó sobre sí el peso de la empresa durante su estancia en Inglaterra, contando con la colaboración de los ya mencionados Pérez de Pineda, Zapata y el propio Corro, entre otros, y de estos mismos y otros varios a su regreso al continente. Cuando en 1567 se trasladó con su familia a Basilea, tenía concluido todo el Antiguo Testamento, empeño para cuya feliz culminación no dejó de consultar los materiales disponibles. Aparte de versiones globales (la Biblia de los Setenta) y fragmentarias existentes en griego y en las lenguas orientales, la judeo-castellana de Ferrara, la de Sanctes Pagninus y en menor medida al Vulgata latina.
La versión al castellano del Nuevo Testamento le llevó menos tiempo. En este empeño pudo contar, entre otros textos, con las traducciones de Juan de Valdés de la epístola de Pablo a los Romanos y la I a los cristianos de Corinto (anteriormente ya había manejado la versión de los Salmos por este autor), las traducciones neotestamentarias de Francisco de Enzinas y sobre todo la versión completa del Nuevo Testamento por el Dr. J. Pérez de Pineda, excelente helenista, y cuya obra transcribe casi literalmente desde la II carta de Pedro al Apocalipsis. Todo ello ante el temor de dejar inconclusa la obra por su mala salud y frecuentes enfermedades, o por dificultades económicas insuperables, ya que apenas alcanzaba a cubrir el elevado coste de edición un legado que dejase Pérez de Pineda para tal fin, y las aportaciones de los creyentes de Estrasburgo y Basilea, entre ellas las muy generosas de los pastores Simon Sultrer y Huldrich Köchlein. El aval teológico de Johann Sturm, rector de la Universidad protestante de Estrasburgo, allanó, por su parte, otro tipo de obstáculos, y en el plano técnico tomó a su cargo la empresa el impresor Johannes Oporinus, y fallecido éste en julio de 1568, no sin antes haberse declarado en quiebra con gran susto de Reina, que le tenía adelantados 500 florines, continuó y completó la edición Thomassus Glarinus y su asociado Samuel Apiarius, cuyo emblema del oso comiendo las mieles de una colmena estampó en la portada, de ahí el que sea conocida como Biblia del Oso.
Concluyeron los trabajos de impresión en septiembre de 1569, siendo la tirada de dos mil seiscientos ejemplares, que no los mil cien pactados inicialmente con Oporinus. Precede un breve prefacio de Sturm y una introducción del traductor —“Amonestación” al lector la rotula—, en la cual se nos informa sobre la labor realizada, las fuentes que utilizó, la terminología castellana por la que optó para renovar la arcaica de la versión de Ferrara, los criterios seguidos en la selección de textos y en la traducción, y el tiempo que dedicó a tan ardua tarea. En total los doce últimos años, de los cuales “[...] Sacado el tiempo que nos han llevado o [las] enfermedades, o viajes y otras ocupaciones necesarias en nuestro destierro y pobreza, podemos afirmar que han sido bien los nueve que no hemos soltado la pluma de la mano” (“Amonestación”). Se conoce una decena larga de ediciones, algunas posteriores a 1602 en que C. de Valera publicó el texto de la misma por él revisado (veinte años de dedicación). Éste terminó siendo el generalmente aceptado, y base de innumerables ediciones y revisiones posteriores realizadas por las sociedades bíblicas y de evangelización protestantes en Europa y América para su difusión en todo el mundo hispanófono.
Ello hace de la Biblia de Reina-Valera, considerada por largo tiempo muy superior a las que vinieron después, el libro más editado y difundido en nuestro idioma junto con el Quijote de Cervantes, y como éste, monumento imperecedero de la lengua y cultura españolas.
Obras de Casiodoro de Reina
Confessio Fidei, Londres, 1560 (eds. posteriores: la de Londres, 1577, refundida y ampliada; hay trad. española de A. Gordon Kinder, Exeter, 1988 y Salamanca, 1988);
trad. de: La Biblia, / que es, los Sacros Libros del / Viejo y Nuevo Te/ stamento, Basilea, 1569 (reeds. en 1586, 1587, 1596 e innumerables tras la ed. revisada de C. de Valera en 1602. en 1970 se hizo ed. facs. de la 1569 por J. Flores Espinosa [Barcelona] y en 1986 por la Sociedad Bíblica de España [Madrid] y reed. de la misma, Madrid 1992);
Evangelium Ioannis: hoc est, iusta ac vetus Apologia pro aeterna Christi Divinitate, Francfort, 1573;
Expositio primae partis capitis quarti Mathei, commonefactoria ad Ecclesiam Christi, de periculis piorum Ministrorum Verbi in tempore cavendis, Francfort, 1573 (eds. españolas: Francfort, 1573 y Madrid, 1998, facsimilar, trad. de M. Araujo Fernández con intr. de C. López Lozano);
Confessio in articolo Coena, Francfort, 1573;
Sixtus Senesis, Bibliotheca Sacra, ed. de ~, Francfort, 1575;
A. del Corro Dialogus ed. de ~, Francfort, 1587.
Bibliografía
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H. N. Tollin, “Cassiodoro de Reyna”, en Bulletin Societè Histoire Protestantisme Français, 31 (1882-1883), pp. 241-250 y 385-397;
E. Shäffer, Beiträge zur Geschihte des Spanichen Protestantismus und der Inquisition im 16. Jahrhundert [...], Güeterlosloh, 1902, 3 vols.;
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A. Fluri, “Cassiodoro de Reina Spanische Bibelübersertzung”, en Gutenberg-Jahrbuch, IX, num. 2-3 (1923), pp. 3-23;
M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol. II, Madrid, La Editorial Católica, 1956;
P. J. Hauben, “A Spanish Calvinist Church in Elizabethan London, 1559-1565”, en Church History, 34 (1965), pp. 50-56;
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