Voy a defenderme ante Dios,
aunque él quiera matarme;
voy a jugarme la vida,
pues no tengo nada que perder.
Job 13.14-15, TLA
Los reformadores del siglo XVI no solamente propugnaron por un vigoroso
retorno a la primacía de las Sagradas Escrituras en la vida de fe de la iglesia
sino que además practicaron intensamente la interpretación bíblica para ponerla
al servicio de la predicación y el estudio cotidiano. Con esa orientación
expresa, Martín Lutero quiso hacer un servicio a la iglesia y, para tal fin, redactó
una serie de prefacios a cada sección y libro de la Biblia que se pueden leer hasta
la fecha con mucho provecho. En el caso del libro de Job, su abordaje y
apropiación del mismo se debió, sobre todo, a la manera en que se identificó
con el personaje hasta el punto de que es difícil distinguir cuándo se refiere
a sí mismo y cuándo a Job. En el prefacio en cuestión, escrito en 1524, se
refiere al libro como un texto difícil por su lenguaje. Dice, yendo de frente
hacia lo esencial de su contenido: “…el que lo compuso trata la cuestión de si
también en el caso de los piadosos la desgracia procede de Dios. En esto Job se
mantiene firme, sosteniendo que Dios somete a tormento también a los piadosos
sin causa alguna, solamente para su alabanza, como atestigua también Cristo
respecto del ciego de nacimiento, Juan 9”.[1] Al hablar de los amigos
de Job, afirma que ellos buscaban “defender a Dios en el sentido de que no
castiga a ningún piadoso. Si castiga a alguien, es porque éste ha pecado.
Tienen de Dios y de su justicia un concepto propio del mundo y de los hombres,
como si Dios fuera igual a los hombres, y su derecho igual al derecho del mundo”.
A pesar de su brevedad (cinco párrafos), el prefacio apunta hacia
los aspectos controversiales del libro con solvencia y profundidad. Así califica
el proceder de Job: “Es cierto que también Job, al caer en la angustia de muerte,
habla demasiado contra Dios por la debilidad humana y peca en el sufrimiento,
insistiendo no obstante en que no ha merecido tal sufrimiento más que otras
personas, lo cual es cierto”. Para Lutero, el autor de la historia dramática
llega a la conclusión de que sólo Dios es justo, y
que, sin embargo, un hombre puede estar en lo justo ante el otro, incluso
delante de Dios. Pero el hecho de que Dios hace tropezar a sus grandes santos
ha sido escrito para nuestro consuelo, especialmente en la adversidad. Pues,
antes de caer en angustia de muerte, Job alaba a Dios por el robo de sus bienes
y por la muerte de sus hijos. Pero, cuando se acerca al umbral de la muerte y
Dios se retira, sus palabras evidencian los pensamientos que abriga contra Dios
un hombre —por muy santo que sea— en la angustia de muerte, cómo le parece que
Dios no es Dios, sino un juez y un tirano colérico que procede con violencia y
no pregunta por la vida proba de nadie.[2]
Lutero destaca que el lenguaje del libro “es tan vigoroso y
magnífico como el de ningún otro en toda la Escritura” para luego abundar en
algunas dificultades de traducción con ejemplos puntuales y sobre los
propósitos de su labor en ese campo. Lo cierto es que, como subraya el notable estudioso
australiano David J.A. Clines en un magnífico análisis sobre el impacto de la
espiritualidad que brota de este libro en la Reforma Protestante: “Lutero nunca
escribió ni dio conferencias sistemáticamente sobre Job, por lo que su
construcción del carácter de Job debe extraerse poco a poco del corpus de sus
escritos. Pero no es difícil discernir las líneas generales de su visión de
Job, porque hay algunos temas distintivos que se repiten constantemente”.[3] De ese modo, este
autor demuestra cómo en diversos lugares de sus comentarios bíblicos Lutero
habla de Job como un modelo de fe y como un personaje crucial para la
definición de una fe individualizada, justamente en la línea de los postulados
de la Reforma eclesial y teológica que él condujo.
Por ejemplo, en su comentario sobre Gálatas 2.18 (“Si yo digo que la ley no sirve, pero luego vuelvo a obedecerla,
demuestro que estoy totalmente equivocado”), dice: “Dios, que no puede mentir, declara a Job
un hombre justo e inocente en el primer capítulo (Job 1.8). Sin embargo, más
tarde Job confiesa en varios pasajes que es un pecador, especialmente en los
capítulos noveno y séptimo... (9.20; 7.21). Pero Job debe estar diciendo la
verdad, porque si estuviera yaciendo en la presencia de Dios, Dios no lo
declararía justo. En consecuencia, Job es justo y pecador (simul justus,
simul peccator)”.[4] Lutero se
identificó hondamente con el conflicto que Job debió sentir, atrapado como
estuvo en la paradoja entre piedad y culpa. ¿Cómo manejó Job ese problema?, se
preguntó Lutero. Así lo expresa al comentar el Salmo 34: “Nadie bendice al
Señor, excepto el que está enojado consigo mismo y se maldice a sí mismo y a
quien solo Dios agrada. Entonces Job maldijo el día de su nacimiento (Job 3.1).
El que se considera a sí mismo como cualquier cosa que no sea completamente
detestable, claramente se alaba a sí mismo en su boca... [Nosotros] nunca
alabamos a Dios correctamente a menos que primero nos menospreciemos a nosotros
mismos”.[5]
Pero quizá sean las palabras de Job 9.28 (“…pero me asusto de tanto sufrimiento, / pues sé bien que ante Dios, / no resulto inocente”), las que más llamaron la atención del reformador, puesto que él no experimentaba confianza en sus propios méritos, muy en consonancia con sus avances teológicos sobre la doctrina de la gracia: “[Nuestra] preocupación total debe ser magnificar y agravar nuestros pecados y así siempre acusarlos más y más... Cuanto más profundamente una persona se ha condenado a sí misma y magnificado sus pecados, es más apta para la misericordia y gracia de Dios... [Nosotros] sobre todo y en todas las cosas deberíamos estar disgustados [con nosotros mismos] y así con Job temer todas nuestras obras (Job 9.28)”.[6] este texto fue especialmente impactante para él, pues lo citó una y otra vez para hablar del riesgo de confiar en sus propias obras (“Temí todas mis obras”, en contraste con la versión de la Vulgata, referida a los “dolores”): “Lutero se deleitó [en él] como una expresión de los peligros de la justicia por las obras”,[7] de ahí su constante referencia a él. Para Lutero, “Job refleja una profunda tensión en Lutero de autonegación: ‘No me permitas considerar nada carnal como agradable para Ti....’ Así sucede en Job 3. Sí, la carne está maldita, y Job ora para que no sea contado con sus sentidos, para que el espíritu sea salvo” (Sobre el Salmo 69.27).[8]
Su valoración general
del conflicto expuesto en el libro es sumamente edificante, pues sugiere que “la
misma adversidad puede entonces funcionar como un ejemplo de tentación satánica
a la desesperación y pérdida de la fe, y como un ejemplo de prueba divina”: “A veces Dios envía castigos, no porque encuentre en el
hombre un pecado que merezca tal castigo, sino porque quiere poner a prueba su
fe y paciencia. Job no merecía tales castigos... Tiende a instruirnos y
consolarnos cuando aprendemos que Dios a menudo hace que incluso los inocentes
experimenten las desgracias y los castigos más graves, simplemente para
ponerlos a prueba” (Sobre Gén 12.18-19).[9]
Ecos de toda esta percepción del reformador son claramente
identificables en el Job 13, adonde, una vez más, el personaje reivindica su
calidad moral (v. 2) y vuelve a solicitar el diálogo directo con Dios (v. 3),
dado que sus amigos no aportan gran cosa (4-5, 12) al querer defender a Dios con
engaños (7-8). Dios acabaría con ellos (9-11) y él defenderá su causa pues ya
no tiene nada que perder (13-15). Sus palabras son finales son dignas de su fe
persistente y bien situada: “Ningún malvado se atrevería / a presentarse ante
él, / así que él mismo me salvará” (16).
[1] M. Lutero, “Prefacio al libro de Job”, en Obras de
Martín Lutero. Vol. 6. Buenos Aires, La Aurora, 1976, p. 62.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] David
A.J. Clines, “Job and the spirituality of Reformation”, en W. Peter Stephens,
ed., The Bible, the Reformation and the Church. Essays in Honour of James
Atkinson. Sheffield Academic Press, 1995, p. 59. Versión: LC-O.
[5] Ibid., p. 60.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Ídem.
[9] Ibid., p. 62.
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