15 de julio de 2007
Exactamente dentro de dos años se cumplirán los 500 años del natalicio de Juan Calvino (1509–1564) figura señera de la Reforma Protestante del siglo XVI, en Noyon, Francia. Fue él quien logró consolidar el rumbo de este movimiento para que fuera capaz de sobrevivir ante los embates de la modernidad naciente, aun cuando la tradición reformada como tal dio inicio en Zürich con la obra de Ulrico Zwinglio, quien fallecería muy joven en un campo de batalla.
Como reformador de la segunda generación, desarrolló y profundizó lo realizado por Lutero y Zwinglio. Cuando Calvino tenía 9 años, Lutero inició la lucha reformadora y así, al llegar a ser un ávido estudiante de letras clásicas y derecho, experimentó la ruptura de la iglesia de su época. Veinte años más tarde, reconocido ya como un sólido erudito avecindado en París, entra en contacto con el movimiento reformista y comienza a cambiar su manera de pensar acerca de Dios y la fe. Acababa de publicar un libro sobre la obra del filósofo latino Séneca y no imaginaba los caminos que recorrería apenas tuviera que salir rumbo al exilio debido a sus ideas, plasmadas genialmente en la Institución de la Religión Cristiana (1536), su obra maestra.
En 1533 vivió lo que calificó como una “súbita conversión”. A partir de entonces, todo su talento se dedicó a renovar profundamente la misión de la Iglesia, pues Dios reorientó su vida para consagrarla a su servicio. Basilea, Estrasburgo y Ginebra fueron las ciudades que lo vieron crecer hasta convertirse en una referencia inevitable de la Iglesia de todos los tiempos.
Exactamente dentro de dos años se cumplirán los 500 años del natalicio de Juan Calvino (1509–1564) figura señera de la Reforma Protestante del siglo XVI, en Noyon, Francia. Fue él quien logró consolidar el rumbo de este movimiento para que fuera capaz de sobrevivir ante los embates de la modernidad naciente, aun cuando la tradición reformada como tal dio inicio en Zürich con la obra de Ulrico Zwinglio, quien fallecería muy joven en un campo de batalla.
Como reformador de la segunda generación, desarrolló y profundizó lo realizado por Lutero y Zwinglio. Cuando Calvino tenía 9 años, Lutero inició la lucha reformadora y así, al llegar a ser un ávido estudiante de letras clásicas y derecho, experimentó la ruptura de la iglesia de su época. Veinte años más tarde, reconocido ya como un sólido erudito avecindado en París, entra en contacto con el movimiento reformista y comienza a cambiar su manera de pensar acerca de Dios y la fe. Acababa de publicar un libro sobre la obra del filósofo latino Séneca y no imaginaba los caminos que recorrería apenas tuviera que salir rumbo al exilio debido a sus ideas, plasmadas genialmente en la Institución de la Religión Cristiana (1536), su obra maestra.
En 1533 vivió lo que calificó como una “súbita conversión”. A partir de entonces, todo su talento se dedicó a renovar profundamente la misión de la Iglesia, pues Dios reorientó su vida para consagrarla a su servicio. Basilea, Estrasburgo y Ginebra fueron las ciudades que lo vieron crecer hasta convertirse en una referencia inevitable de la Iglesia de todos los tiempos.
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