viernes, 13 de julio de 2007

Ser iglesia “Ammi-Shadday”: un espacio donde Cristo sea el centro, L. Iván Jiménez J.

25 de marzo de 2007

Juan 14:5-7

Este domingo damos por concluidas nuestras reflexiones en este espacio sobre lo que significa ser iglesia cristiana y que propósitos, objetivos y metas tenemos como tal. Hemos aprendido y recordado varios temas que forman la base de nuestra Iglesia: el amor al prójimo como prioridad en nuestra adoración a Dios, la necesidad de recuperar los conceptos de “comunidad”, ser la Iglesia que Jesucristo quería que fuésemos. También ser una comunidad donde todos nos sintiéramos parte de ella y, por lo mismo, incluir a todos y todas en ella. Como parte de nuestros objetivos y metas recordábamos la importancia del servicio (diaconado) dentro de la comunidad, también la predicación de la Palabra y la impartición comunitaria de los sacramentos, la necesidad e importancia del culto dominical y varios temas más. Tratamos de reflexionar en pocos domingos sobre la esencia de la Iglesia cristiana. Sin embargo, me parece, que falta algo más. De todos estos temas, ¿qué podemos decir en particular de nuestra iglesia “Ammi-Shadday”?, ¿hay algo que decir en particular para nosotros integrantes de esta comunidad cristiana?


Sin duda es una cuestión importante y a la vez complicada. Trataré de decir el porqué de esta dificultad. Resulta que nuestra iglesia Ammi-Shadday es diferente en muchos aspectos con respecto a las demás congregaciones presbiterianas. Algunos ya sabrán cuáles son estas diferencias. Al contrario de la aplastante mayoría de congregaciones de nuestra denominación aquí aceptamos y reconocemos el ministerio de la mujer dentro de las iglesias, por ejemplo, tenemos ordenadas ancianas y diaconisas de Iglesia, y seguramente no tendríamos problemas si una pastora atendiera nuestra vida espiritual. Otra diferencia: consideramos que todos nosotros tenemos gran importancia dentro de nuestra comunidad y que podemos aportar, todos y todas, mucho de nuestros talentos, vocaciones y dones para mejorar nuestra congregación. También consideramos que es toral para la vida de la Iglesia cristiana la ayuda y acompañamiento hacia los que menos tienen y de los que más necesitan de nuestro apoyo. Como un último ejemplo, de una muy larga lista de elementos que hacen especial nuestra congregación, diré que somos un grupo de hermanas y hermanos con un muy particular interés por reflexionar con profundidad lo que dice la Palabra de Dios y por ello dedicamos importantes espacios para este fin como el culto dominical tanto a mediodía como por la tarde, la Escuela bíblica dominical y muy diversos espacios más. Hacemos lo posible por aprender nuevas cosas relativas a nuestra fe.

Como decíamos, esto hace muy diferente a nuestra congregación en relación con otras de la misma denominación, pero también la convierte en todo un reto para el predicador y, aún más, proporciona nuevos desafíos a todos nosotros como iglesia. Tal vez se nos presentan nuevos retos siguiendo la ya conocida sentencia: “al que mucho se le es dado mucho se le exigirá.” El primer problema con el que nos enfrentamos es claro: saber que retos tenemos frente a nosotros. No nos podemos quedar conformes habiendo comprendido la importancia del ministerio de la mujer; sí, eso es importante, pero no es lo único que debemos aprender. Aún quedan muchos aspectos por pulir y reflexionar como congregación.

Paradójicamente, en mi opinión, el primer reto no es aprender algo nuevo sino recordar algo ya aprendido. Para esto diremos lo mismo que Pablo dijo a Timoteo y que nosotros hemos dicho recientemente en algunos espacios, pero que es bueno retomar: “Acuérdate de Jesucristo” (2 Timoteo 3.8). A primera vista esto se ve realmente absurdo. ¿Cómo Pablo le dice a Timoteo, amigo suyo, encargado de una comunidad cristiana, que se acuerde de Jesucristo?, y aún más: ¿cómo nos atrevemos a decir a una iglesia cristiana que se acuerde de Jesucristo?, ¿no resulta esto contradictorio?

Una iglesia cristiana obviamente está fundamentada de Jesucristo… o bueno, eso queremos creer. Lo cierto es que todas las iglesias cristianas, y la nuestra no es la excepción, corren el riesgo de olvidar al Jesucristo de los evangelios y construir sus propios ídolos con nombre de “Jesucristo”. Digámoslo con más claridad. Cuando “olvidamos” a Jesucristo (tal como Pablo lo diría), es decir, cuando dejamos de escudriñar la Palabra, cuando por diferentes causas perdemos el celo por reflexionar, por aprender más del mensaje de Dios, de las Escrituras, empezamos a distorsionar (voluntaria o involuntariamente) el mensaje de Jesucristo sucede que, como no reflexionamos, meditamos, estudiamos la Palabra, pues comenzamos a olvidar lo ya aprendido y empezamos a desviarnos de nuestra fe. Así comienzan los grandes problemas de la historia cristiana. Alguien, algún día, dijo que el ministerio de la mujer no era importante, es más que la mujer era “un hombre defectuoso”. El problema realmente no es que alguien lo hubiera dicho sino que miles (o millones) de congregantes aceptaron ese dicho sin escudriñar lo que realmente Dios dice al respecto… millones que creen en esto y que aun hoy siguen pensando en ese sentido. Otro día un hombre expresó que Dios sólo había creado a semejanza e imagen suya a las personas de tez blanca y que, por lo tanto, los hombres y mujeres de color no eran creación de Dios sino del diablo y por tanto se les podía esclavizar. Nuevamente el problema no es que lo haya dicho alguien sino que miles y miles de congregantes oyeron esos discursos, los aceptaron y los llevaron a la práctica sin reflexión alguna.

Un tercer y último ejemplo. No diremos nombres pero hace poco alguien dijo que la guerra en Irak es parte del mandato de Jesucristo de ir y llevar el Evangelio a todo el mundo y, como en los ejemplo anteriores, miles de personas lo siguen sin una reflexión bíblica. Estaremos de acuerdo que ese “Jesucristo” que autoriza la masacre en una guerra, que rechaza a la mujer y que manda oprimir grupos minoritarios no es el Jesucristo revelado en los Evangelios. Ese “Jesucristo” es un ídolo. A grandes rasgos a eso se refiere Pablo en estas breves palabras: Olvida a Jesucristo-ídolo (que tú has creado) y acuérdate de Jesucristo-revelado.

Tal vez en aspectos más locales (por no decir pequeños) podamos estar creando a un Jesucristo-ídolo. Descubrir esto lo debemos hacer cada uno de nosotros y también lo debemos hacer como comunidad. Tal vez en lugar de confesar a un Jesucristo-amor confesemos a un Jesucristo-rechazo; tal vez en lugar de confesar a un Jesucristo-unidad confesemos a un Jesucristo-separación; tal vez en lugar de confesar a un Jesucristo-aceptación-en-amor confesemos a un Jesucristo-condena. Basados en la Revelación debemos siempre buscar por medio de la reflexión y el estudio al Dios revelado y así estar dispuestos a modificar a cada momento la imagen de Dios que tengamos con el fin de ser congruentes con el mensaje Evangélico que predicamos. Por tanto, de esta manera siempre será vigente, aun para el cristiano más experimentado, la recomendación de Pablo: “Acuérdate de Jesucristo”.

Pero, ¿quién es este Jesucristo que predicamos y en el cual creemos?, ¿quién fue este hombre Jesucristo de quien también confesamos es Hijo de Dios? Estas son preguntas siempre vigentes en la vida del cristiano. Hay una doble pregunta que siempre debiera estar en el corazón de la Iglesia: ¿Quién fue Jesucristo?, y ¿quién es Jesucristo hoy? Predicamos al Jesucristo que vivió, murió y resucitó; que en vida realizó milagros y enseñó grandes cosas, que al morir se solidariza con nosotros y nos salva, y que resucitó venciendo a la muerte y ofreciendo la vida; por eso preguntamos ¿quién fue Jesucristo? Pero también confesamos al Cristo que vive hoy; que se refleja en personas y situaciones determinadas, y que tiene un mensaje actual y nuevo para cada uno de nosotros; por eso preguntamos ¿quién es Jesucristo hoy?

La mejor manera de comenzar en la resolución de estas interrogantes es revisar lo que dijo Jesucristo de sí mismo. Por esto hemos elegido el pasaje ya leído para nuestra reflexión. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14.6). Tres elementos interesantes y que dan mucho para hablar: camino, verdad y vida. Me parecen que estas tres palabras resumen de un modo maravilloso el mensaje y misión de Jesucristo. Si queremos ser verdaderamente iglesia cristiana, debemos basarnos de manera absoluta en el mensaje evangélico de Jesucristo.

Jesucristo es el Camino. Es Camino porque El ha mostrado ya por donde podemos andar. Al ser humano como cualquiera de nosotros y al disfrutar de alegría y placer, al padecer dolor y momentos difíciles como cualquiera de nosotros nos ha mostrado ya como enfrentar los momentos de la vida. Con alegría y con gran celebración cuando estamos de fiesta y cuando estamos en buen momento (por ejemplo, las bodas de Caná); con firmeza en la fe cuando se está a prueba (p.e. las tentaciones del desierto); con prudencia cuando la situación no amerita el desgaste (p.e. sus huidas a otros poblados); con radicalidad cuando es necesario y no existe otro medio (p.e. la denuncia de los vendedores y sacerdotes en Jerusalén); y sobretodo con amor hacia todos y todas, sin importar su condición, tal como lo hizo en cada momento de su ministerio.

El Camino que muestra es el del amor. Amor que no por ser tal solapa, permite o calla ante las situaciones que son contrarias a la Palabra de Dios. Es Camino de Amor porque perdona al otro, porque hace del otro su prójimo, porque es una continua entrega del yo por los demás. Es Camino de Amor porque no hay espacio en ese sendero para rechazar a alguien, ni para condenar a nadie, sino que es Camino que debe ser andado en unidad, hombro con hombro, en solidaridad con el pequeño y a la par de los demás compañeros y compañeras del sendero. Con esto verdaderamente llegaremos al conocimiento pleno de Dios. Una iglesia que camina por el Camino-Jesucristo-Amor será siempre una iglesia cristiana.

El Camino que ofrece Jesucristo es el del Amor. Claro, llevará también una cruz. En este Camino hay que cargar también la cruz que advierte Jesucristo. Pero ésta no es una carga, aunque es pesada y tampoco condena aunque es instrumento de muerte, sino que libera y da vida (verdadera vida) porque es llevada por todos, juntos, soportando el peso del hermano y la hermana de junto en amor, ayudándonos como iglesia, todos unidos, a cargar esta cruz para que entre todos pese menos.

Jesucristo también es la Verdad. Es Verdad porque es el primer y último criterio en nuestras decisiones. El criterio Verdad es aquel que nos lleva a decidir, en primer lugar, en libertad. Somos capaces cada uno de nosotros para tomar nuestras decisiones de manera individual. Ayudados por el Señor, en compañía de la iglesia y en la libertad individual podemos decidir el rumbo, la dirección, de nuestras vidas. El criterio Verdad también nos lleva a que, al decidir, no consideremos todo de manera egoísta sino conscientes de nuestro prójimo. Bajo este criterio nunca podremos decidir (y por tanto hacer) nada que lastime o vaya en contra de los demás.

De manera casi lógica decimos: el criterio Verdad no nos permite vivir en Mentira. Aquí retomamos parte de lo que hemos dicho con anterioridad. Vivir bajo la Verdad nos lleva a buscar siempre al Dios verdadero, a reflexionar sobre el verdadero mensaje del Evangelio, y el verdadero significado de la vida cristiana. Siempre que vivamos bajo este criterio de Verdad no podremos aceptar que se nos predique la Mentira, de que nos quieran engañar (sea quien sea pastor, gobernante, amigo, compañero) e imponernos estatutos equivocados.

Finalmente, y por el momento, decimos que el criterio Verdad nos lleva a una autocrítica como congregación. Es fácil vivir en algún momento bajo el criterio Mentira y hacer a un lado, no aceptar o incluso rechazar lo que pase dentro de nuestras filas. Sin embargo, la confesión de Jesucristo-Verdad nos lleva a aceptar, reconocer y saber nuestras fallas, las cuales con normales, humanas e incluso edificantes, para poder madurar y crecer con la resolución que demos a ellas.
Siempre que vivamos bajo el criterio de Verdad podremos disfrutar de una “verdadera” vida como iglesia e individuos, alejada de las ficciones y siempre dispuesta a crecer, madurar y de esta manera ser mejor.

Pero el pasaje que redacta Juan nos da un tercer criterio: Vida. Jesucristo es Vida también. La Iglesia debe ser cuidadosa por ser siempre defensora de la Vida y no ser un instrumento más de los aparatos y sistemas de muerte que prevalecen en la sociedad que nos rodea. Es necesario aclarar lo siguiente: hay muerte biológica pero también consideramos como “muerte” los ataques hacia la psique, hacia la mente y sentimientos, del ser humano.

A lo largo de la historia la Iglesia, tristemente, ha sido herramienta de la Muerte. Recordamos a la Santa Inquisición, las Cruzadas o la persecución hacia los judíos en la II Guerra Mundial por parte de algunas iglesias alemanas. En el contexto en el que vivimos probablemente ya no suceda esto. Pero si podemos llegar a ser herramientas de muerte en el segundo sentido que mencionábamos.

Con nuestras actitudes, con nuestra conducta o nuestras palabras podemos lastimar y “matar” la buena voluntad, las buenas intenciones y la inocencia de nuestros hermanos y hermanas. Conocemos todos los medios por los que podemos hacer lo mencionado. Al contrario de esto, nuestra congregación debe ser (como lo ha sido) un espacio se promueva las acciones en pro de la Vida, no sólo de la “orgánica” (por decirlo de algún modo) sino en el sentido completo de Vida, es decir, vida plena. En la que el organismo (el bios) esté en armonía son los sentimientos y pensamientos (la psique) para ser así hombres y mujeres íntegras, completos, creciendo en perfecto desarrollo.

La Iglesia siempre deberá porque sus miembros vivan plenamente, se desarrollen en libertad, en bienestar (material y espiritual), en plenitud. La Vida es el mensaje central del Evangelio. A partir de la Vida leemos y descubrimos al Dios en el que creemos. Es el mensaje de la resurrección, es nuestra confesión básica: la vida plena.

Hermanos y hermanas, siempre que estemos en el Camino que es Jesucristo, viviendo bajo el criterio de Verdad al que Él nos invita, y defendiendo y promoviendo la Vida plena tendremos a Jesucristo como centro de nuestra existencia. En Jesucristo encontramos el sentido de la Iglesia. Él es su fundamento. Todo lo que haga la Iglesia cristiana deberá ser acorde al Camino, a la Verdad y a la Vida de Jesucristo. Cuando estamos reunidos en su nombre Jesucristo es entonces comunidad y fraternidad; es camino, es verdad y es vida.

Hermanos y hermanas, siempre recordemos a Jesucristo. “Acuérdense de Jesucristo”, el que es revelado en los Evangelios, el que predicó al Dios verdadero, el que mostró el Camino, predicó la Verdad y defendió la Vida. Sólo teniendo a Jesucristo como centro de nuestra comunidad, como fundamento en su constitución y como criterio en sus decisiones seremos verdadera comunidad cristiana. Amén.

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