1. Éfeso en el ministerio de Pablo
En el Nuevo Testamento hay ciudades que marcan procesos y etapas dentro de los mismos en la divulgación del mensaje cristiano. A la inicial y vernácula ubicación de los seguidores de Jesús de Nazaret en Jerusalén, corazón de la nación judía, le sigue un proceso doble, que hoy tendríamos que identificar necesariamente con la globalización o mundialización de todo: mercancías, información, comunicación, entretenimiento. Se trata de la urbanización y la cosmopolitización de las comunidades que exigió de los portadores del mensaje un enorme esfuerzo religioso, espiritual, teológico y cultural, todo ello dentro de un proceso más grande que bien podría calificarse de occidentalización. No olvidemos que uno de los sueños del apóstol de los gentiles fue llegar hasta Hispania, al provincia romana antecesora del país que conquistaría violentamente a los pueblos mesoamericanos y traería, paradójica y supuestamente, el mismo mensaje de Pablo de Tarso.
Esta identificación del apóstol, teólogo, pastor y misionero con algunas ciudades localizadas fuera del Cercano Oriente, pusieron en evidencia su capacidad para lograr, como diríamos hoy, inculturar el mensaje de salvación, esto es, para hacerlo dialogar con la cultura que lo recibe. Habitualmente, la mirada triunfalista con que se lee el itinerario misionero paulino, basada en el posterior “triunfo constantiniano” de la Iglesia, hace a un lado el hecho de que a Pablo le tocó abrir brecha a contracorriente de las mentalidades y prácticas religiosas de su tiempo y que se encontraba en una enorme desventaja porque, siendo judío, fue también el heraldo de una fe que no coincidía con los componentes de su tradición. Aquí, aunque duela, hay que reconocer que el carácter sectario con que dio inicio el cristianismo palestinense propiciaba una enorme dificultad para su recepción, incluso antes de llegar a territorio europeo.
Los episodios que vive el apóstol según los narra Hch 19 ejemplifican el conflicto por hacer digerible e inteligible el judeocristianismo a un ambiente que progresivamente, con la presencia prolongada del apóstol como testimonio vivo, ingresa al imaginario colectivo de la población. Además, la relación Pablo-Éfeso debe dividirse en dos partes: la que se expone como problemática y a flor de piel, y la estancia de dos años en que Pablo conoce el ambiente y trabaja, primero en relación con los judíos y después en otro lugar.
2. ¡Grande es Artemisa (Diana) de los efesios!
El gran rival del Evangelio de Jesucristo es la diosa Artemisa (Diana), cuyo templo llegó a contarse entre una de las maravillas del mundo antiguo, hoy tan de moda nuevamente. Pablo bautiza, enseña y hace milagros, una triada que viene directamente de la labor de Jesús según los evangelios. Luego del encuentro con los discípulos de Juan Bautista, Pablo entra de lleno al conflicto religioso cuando algunos judíos lo imitan en su labor exorcista. Los demonios responden diciendo que conocen a Jesús y saben quién es el apóstol, pero que no conocen a sus imitadores. Sobre esto, las palabras de Justo L. González, son sumamente incisivas, pues luego de plantear las características de la lucha contra el misterio del mal en nuestra época (“La victoria sobre los demonios de hoy”), a propósito del “demonio sarcástico”, observa:
La iglesia hace un pronunciamiento contra la injusticia social, y escucha la voz de los demonios sarcásticos de hoy: “¿ustedes van a combatir la opresión, cuando sus iglesias están gobernadas por caciques que mandan como si fueran señores feudales? ¿Ustedes se quejan de la injusticia económica, cuando entre ustedes hay injusticias semejantes? ¿Ustedes predican el gozo de la salvación, cuando en sus iglesias hay que andar con caras largas, como si el mundo estuviese de luto?”. Lo que tales voces nos están diciendo es muy semejante a lo que el demonio sarcástico les dijo a los exorcistas ambulantes: “Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo; pero ustedes, ¿quiénes son?”. Los que manejan el mundo de hoy saben, siquiera de un modo confuso, que las enseñanzas y la vida de Jesús tienen algo que ver con las injusticias entre los humanos. Quizá hasta sospechen que sus obras se oponen al poder de Jesús. Pero saben también lo fácil que es señalar la distancia que nos separa a nosotros de ese Jesús y su poder.[1]
A este conflicto sigue la confrontación directa con la religión como gran negocio: un platero demanda a Pablo por competencia desleal: los efectos económicos del Evangelio o el impacto de ¿la verdadera religión? El problema es que toda la religión es potencial y realmente un negocio, bueno malo, pero negocio al fin. Es malo cuando no se obtienen ganancias, pero puede canalizarse como una forma efectiva de servir a las personas, primero, para dar sentido a sus vidas, y segundo, para asumir proyectos vitales consistentes. El conflicto entre religiones puede únicamente enmascarar conflictos de otra índole, especialmente económicos, pero su realidad simbólica vehicula la capacidad de cada religión para sostener estructuras sociales e ideológicas muy específicas.
Artemisa, hermana de Apolo, era la diosa griega de la Luna. En Éfeso se le rendía un culto en cierto modo pre-helenístico, representando más la fertilidad que la virginidad que significaba para los griegos, de ahí el número de senos que cuelgan de su cuerpo, aunque algunos dicen que se trata de testículos de toros. A la diosa se la representa con una corona amurallada, símbolo de Cibeles y, al igual ella, la Artemisa de Éfeso era servida por esclavas llamadas megabyzae. La religión se desnuda y se evidencia: es el negocio perfecto, pues ofrece cosas intangibles e incomprobables a cambio de lo más concreto y material. El cinismo de los plateros efesios encuentra fácilmente sus equivalencias en los mercaderes actuales de la religión.
3. Consecuencias para hoy
Hay varios niveles de aplicación: primeramente, el concepto de misión que debe manejar la Iglesia ante el cinismo en todas las escalas. Seguirles el juego es aceptar, por ejemplo, que la misión cristiana es una empresa como cualquier otra y que debe regirse por los mismos patrones. Segundo, la necesaria humildad, ajena a cualquier forma de triunfalismo, que debería presidir los esfuerzos por hacer creíble el Evangelio. Tercero, la lectura cultural de los ambientes que “recibirán” el mensaje cristiano.
Todo ello ante los reacomodos de los conceptos de misión y evangelización que están siendo revisados y entendidos ahora no como modelos unívocos y absolutos son como algo sujeto a revisión por las exigencias de la época. Una nota periodística del 6 de julio señala que estamos delante de personas “alérgicas a la fe” y que, incluso, al menos en Europa, cuna o segunda cuna del cristianismo occidental, ha surgido “una suerte de intolerancia a la verdad” o, incluso, una suerte de Cristofobia, en palabras del obispo polaco Wojciech Polak.[2] Pero ese diagnóstico del ambiente espiritual parece no afectarnos, y debería influir en la modificación de nuestra disposición para la evangelización en todos sus niveles.
Las palabras de González lo resumen muy bien (“Los que sirven al bolsillo”): “Al igual que Lucas, tenemos la obligación de tratar de comprender lo que está sucediendo a nuestro derredor, y de comprenderlo en el sentido profundo de hacer un análisis de los poderes e intereses que están en juego […], lo más importante, es ser fieles en medio de todos esos intereses”.[3]
Notas
[1] J. González, Hechos de los apóstoles. Buenos Aires, Kairós, 2000 (Comentario bíblico iberoamericano), p. 352.
[2] “Roman Catholics warn of continuing vocations crisis”, en Ecumenical News International, 6 de julio de 2007, www.eni.ch.
[3] J. González, op. cit., p. 361.
[1] J. González, Hechos de los apóstoles. Buenos Aires, Kairós, 2000 (Comentario bíblico iberoamericano), p. 352.
[2] “Roman Catholics warn of continuing vocations crisis”, en Ecumenical News International, 6 de julio de 2007, www.eni.ch.
[3] J. González, op. cit., p. 361.
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